Danza de espejos (41 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

A Mark le parecía que llamaba mucho la atención, pero se zambulló con Kareen entre los demás y empezó a copiar sus movimientos, claro que unos segundos más tarde. Era fácil, como ella le había prometido: le llevó apenas quince segundos entender cómo debía hacerlo. Empezó a sonreír, un poquito. Las parejas más maduras eran serias y elegantes, pero algunas de las jóvenes demostraban mucha creatividad. Un joven Vor aprovechó un paso para bromear con su dama poniéndole un dedo en la nariz y retorciéndosela un poco; ella quebró las reglas y no lo siguió, pero él copió la mirada furiosa de ella a la perfección. Mark se echó a reír.

—Usted es completamente diferente cuando se ríe —dijo Kareen sorprendida. Inclinó la cabeza, intrigada.

Él también la inclinó.

—¿Diferente de qué?

—No sé. No tan… fúnebre. Allí, escondido en el rincón, parecía alguien que acaba de perder a su mejor amigo.

Si usted supiera
… Ella hizo una pirueta; él también. Él le hizo una reverencia exagerada; sorprendida pero contenta, ella se la devolvió. La imagen era encantadora.

—Voy a tener que hacerle reír de nuevo —decidió ella con firmeza. Y le contó dos chistes verdes seguidos en rápida sucesión; él terminó riéndose de lo absurdo que resultaba todo aquello en contraste con los aires educados de la muchacha.

—¿Quién se los ha contado?

—Mis hermanas mayores, claro —dijo ella, encogiéndose de hombros.

Y lo cierto es que fue él quien se sintió desilusionado cuando terminó la música. Esta vez fue él quien llevó la delantera y la condujo a otra sala a tomar algo, y luego hacia la galería. Sin la concentración del baile, él tuvo la incómoda sensación de que toda la gente lo miraba y esta vez no era paranoia. Habían formado una pareja muy llamativa, la hermosa Kareen y su sapo Vorkosigan.

Fuera no estaba tan oscuro como él esperaba. Además de la luz que venía de la Residencia, la niebla diseminaba los focos de colores del parque y todo parecía iluminado. Por debajo de la balaustrada de piedra, la colina parecía casi un bosque con bancos que invitaban a sentarse y charlar. Pero por suerte, la noche estaba lo bastante fría para que la mayoría se quedara dentro. Y eso ayudaba.

Era un lugar demasiado romántico para que una joven lo malgastar con él.
¿Por qué estoy haciendo esto?
¿Qué sentido tenía provocar un hambre que él no podía saciar? Sólo mirarla lo lastimaba. De todos modos, se le acercó, más mareado por su perfume que por el vino y la danza. Kareen tenía la piel radiante y tibia con el ejercicio; hubiera encendido un telescopio infrarrojo como una antorcha. Una idea morbosa. El sexo y la muerte parecían demasiado conectados en algún lugar del fondo más profundo de su cerebro. Tenía miedo.
Todo lo que toco lo destruyo. A ella no voy a tocarla
. Puso el vaso sobre la piedra y metió las manos en los bolsillos del pantalón, bien adentro. Los dedos de la izquierda hacían rotar las florecillas que había guardado en ellos.

—Lord Mark —dijo ella después de un sorbo de vino—, usted es casi un galáctico. Si se casara y tuviera hijos, ¿aceptaría que su esposa usara un replicador uterino?

—¿Por qué no? —dijo él mientras sentía que la cabeza le daba vueltas con el cambio brusco en la conversación.

—Para… bueno… por ejemplo, para probar el amor de ella por usted.

—¡Por Dios, eso es una barbaridad! Claro que no. Pensaría que eso prueba lo contrario que yo no la quiero a ella. —Mark hizo una pausa—. Supongo que es una pregunta totalmente retórica, ¿no?

—Algo así.

—Quiero decir, que usted no conoce a nadie que tenga ese problema, ¿verdad? ¿O tal vez sus hermanas? —preguntó, preocupado.
¿O tú?
Si el problema existía, había un bárbaro que necesitaba que le metieran la cabeza en un cubo de hielo y se la tuvieran dentro un rato largo, por ejemplo hasta que dejara de moverse.

—Ah, no, ninguna de mis hermanas está casada, aunque no les faltan ofertas. Pero mamá y papá se resisten. Estrategia —le confió ella.

—¿Ah, sí?

—Lady Cordelia los alentó, después de que vino la segunda. Cuando ella vino aquí hubo un período en el que la medicina avanzaba mucho y estaba esa pastilla para elegir el sexo del bebé. Por un tiempo, todo el mundo se volvió loco por los varones. Ahora el promedio se ha vuelto a nivelar. Pero mis hermanas y yo llegamos en medio de la sequía de niñas. Hoy en día un hombre que no está de acuerdo con poner en el contrato matrimonial que está dispuesto a dejar que su esposa utilice un replicador uterino tiene bastantes dificultades para casarse. Los casamenteros ni siquiera quieren aceptarlos. —Ella rió en voz baja—. Lady Cordelia dijo a mamá que si juega bien sus cartas, todos y cada uno de sus nietos podrían nacer con un Vor frente a sus nombres.

—Ya veo —parpadeó Mark—. ¿Y ésa es una de las ambiciones de sus padres?

—No necesariamente. —Kareen se encogió de hombros—. Pero como todo lo demás da igual, el prefijo le da algo a la gente.

—Eso… bueno… pues me alegro de saber eso. —Mark miró el vino pero no bebió.

Ivan salió por una de las puertas del salón de baile, los vio juntos y les hizo un gesto amistoso con la mano pero siguió adelante. No tenía un vaso sino toda una botella colgándole de la mano y echó una mirada extraña sobre el hombro, como de presa perseguida, antes de desaparecer por el sendero. Mark miró por encima de la balaustrada unos segundos después y vio la cabeza de su primo bajando por uno de los caminos de grava.

Entonces, echó un trago, y por primera vez la llamó por el nombre de pila.

—Kareen… ¿soy… bueno…
posible
?

—¿Posible para qué? —Ella inclinó la cabeza y sonrió.

—Para… para las mujeres. Quiero decir, mírame. Y sé sincera. Realmente parezco un sapo. Si no me preocupo un poco voy a terminar tan ancho como… pequeño. Y por si fuera poco soy un clon. —Para no mencionar el pequeño problema de la respiración. Después de ese resumen, la idea de tirarse de cabeza por la balaustrada le parecía un acto completamente lógico. Le ahorraría mucho sufrimiento.

—Bueno, todo eso es cierto —dijo ella, pensativa.

Mierda, mujer, se supone que deberías negarlo todo, para ser amable
.

—Pero eres el clon de Miles. Tienes que tener su inteligencia…

—¿Y te parece que la inteligencia compensa el resto, desde el punto de vista femenino?

—Imagino que no para todas las mujeres. Sólo para las inteligentes.

—Tú eres inteligente.

—Sí, pero no sería de buena educación que lo dijera. —Se pasó una mano por los bucles y sonrió.

¿Cómo diablos debía interpretar eso?

—Tal vez no tenga la inteligencia de Miles —dijo él, con amargura—. Tal vez los escultores de cuerpos de Jackson me convirtieron en estúpido mientras hacían el resto, para mantenerme bajo control. Eso explicaría muchas cosas sobre mi vida. —Linda idea morbosa para digerir.

Kareen rió entre dientes.

—No lo creo, Mark.

Él sonrió con timidez.

—No hay excusas. No hay cuartel.

—Ahora suenas como Miles.

Una joven salió del salón de baile. Tenía puesto algo pálido y sedoso pero era atlética y flaca, de un rubio brillante, y casi tan alta como Ivan.

—¡Kareen! —llamó—. Mamá quiere vernos a todas.


¿Ahora?
Ay, Delia… —dijo Kareen con un tono de contrariedad.

—Sí. —Delia dirigió a Mark una mirada intensa pero llevada por su deber de hija dio media vuelta y entró de nuevo en el salón.

Kareen suspiró, se separó de la piedra en la que se había reclinado, se sacó el polvo de su vestido rosado y sonrió para despedirse.

—Ha sido muy agradable conocerte, lord Mark.

—Y para mí ha sido muy agradable hablar contigo. Y bailar. —Era verdad. Él hizo un gesto con la mano, un gesto más casual de lo que realmente hubiera querido, y ella se perdió en la luz tibia de la Residencia. Cuando él estuvo seguro de que ya se había perdido de vista, se arrodilló, recogió las últimas florecillas que ella había perdido y se las metió en el mismo bolsillo que las primeras.

Me sonrió. No a Miles, no al Almirante Naismith. A mí, a mí mismo, a Mark
. Así habría podido ser, si él no se hubiera quedado en bancarrota en Bharaputra.

Ahora que estaba solo en la oscuridad, como había deseado antes, descubrió que no le gustaba tanto. Decidió buscar a Ivan y salió a caminar por los senderos del jardín. Desgraciadamente, los senderos se dividían y volvían a dividirse. Probablemente iban a más de un lugar. Pasó junto a parejas que habían buscado los bancos oscuros a pesar del frío y algunos hombres y mujeres que caminaban charlando en privado, o refrescándose. ¿Adónde había ido Ivan? Obviamente, no había venido por ese lado: el sendero terminaba en un mirador redondo. Se volvió.

Alguien lo seguía, un hombre alto en uniforme azul y rojo. La cara estaba en sombras.

—¿Ivan? —dijo Mark, inseguro. No creía que fuera Ivan.

—Así que tú eres el clon de Vorkosigan. —No era la voz de Ivan. Pero la pronunciación hacía que el insulto resultara muy claro.

Mark se quedó firme, sin moverse.

—Sí, veo que lo tienes muy claro —gruñó—. ¿Y quién eres tú en este circo? ¿El oso bailarín?

—Un Vor.

—Eso ya lo sé. Por la frente baja y estrecha. Pero ¿qué Vor? —Le estaba subiendo la sangre a la cabeza por momentos. La última vez que se había sentido tan furioso había sido en el callejón del caravanserai. Empezó a latirle el corazón con fuerza.
Pero todavía no te ha amenazado y está solo. Espera
.

—Extranjero. No tienes el honor de los Vor —dijo el hombre.

—Ni una pizca —corroboró Mark con alegría—. Creo que todos vosotros estáis locos de remate.

—No eres soldado.

—Correcto de nuevo. Por Dios qué rápidos estamos esta noche. Me entrenaron como asesino solitario. La muerte en las sombras es una de mis especialidades. —Empezó a contar los segundos mentalmente.

El hombre, que había empezado a acercársele, retrocedió.

—Así parece —siseó—. No has perdido el tiempo. Enseguida te has promocionado a conde. No ha sido muy sutil para un asesino entrenado.

—No soy un hombre sutil. —Mark mejoró su equilibrio, sin apenas moverse. Nada de movimientos bruscos. Sigue hablando.

—Voy a decirte una cosa, pequeño clon. —El hombre pronunció con el mismo tono insultante que antes—. Si Aral Vorkosigan muere, tú no vas a ser su heredero.

—Bueno, eso es absolutamente correcto —susurró Mark—, así que no sé por qué te pones así, querido Vor. —
Mierda. Este tipo sabe que Miles está muerto. ¿Cómo se ha podido enterar? ¿Es uno de SegImp?
Pero no había ningún ojo de Horus mirándolo desde el cuello; usaba la insignia de una nave, una insignia que Mark no podía distinguir del todo. Un tipo de licencia—. ¿Qué te importa un zángano más que vive de la pensión familiar en Vorbarr Sultana? Esta noche hay aquí montones y montones de esas basuras.

—Eres un chulo.

—Ah, pero piensa en las circunstancias —dijo Mark, exasperado—, no vas a cumplir con tus amenazas de muerte aquí. Eso avergonzaría a SegImp. No creo que quieras disgustar a Simon Illyan, seas quien seas. —Seguía contando.

—No sé qué autoridad crees que tienes sobre SegImp —empezó a decir el hombre, furioso.

Pero lo interrumpieron. Un sirviente con la librea de la Residencia llegaba por el sendero con la bandeja de vasos y una sonrisa abierta. Era un joven en muy buen estado físico.

—¿Bebidas, caballeros? —ofreció.

El anónimo Vor lo miró furioso.

—No, gracias. —Se volvió sobre sus talones y se alejó. Las ramas se sacudieron a su paso dejando una lluvia de gotas de rocío.

—Yo sí quiero uno, gracias —dijo Mark con expresión radiante. El sirviente le presentó la bandeja con una pequeña reverencia. Para no incomodar a su estómago revuelto, Mark eligió el mismo vino suave que había tomado durante casi toda la noche—. Ochenta y cinco segundos. Su tiempo es malísimo. Podría haberme matado tres veces y usted lo interrumpió justo cuando la charla se ponía interesante. ¿Cómo hacen ustedes para saber dónde intervenir en tiempo real? No puede haber suficiente gente arriba como para seguir todas las conversaciones del edificio. ¿Tienen búsquedas automáticas de palabras clave?

—¿Un canapé, señor? —El sirviente giró la bandeja y le ofreció el otro lado.

—Gracias de nuevo. ¿Quién era ese Vor?

El sirviente miró hacia el sendero que ahora estaba vacío.

—El capitán Edwin Vorventa. Está de permiso. Su nave lo espera en el muelle de órbita.

—¿No es de SegImp?

—No, mi señor.

—¿Ah, no? Bueno, entonces dígale a su jefe que me gustaría hablarle tan pronto pueda.

—Mi jefe, Lord Voraronberg, el gerente de bebidas y comidas del castillo…

Mark sonrió.

—Claro, claro. Váyase. Ya he bebido bastante.

—Muy bien, señor.

—¡Ah! Y una cosa más. ¿Tiene idea de dónde puedo encontrar a Ivan Vorpatril?

El joven miró con la vista perdida por encima del mirador, como escuchando algo, aunque no se le veía ningún micrófono.

—Hay una especie de balaustrada al final del último sendero a la izquierda, señor, cerca de una fuente. Tal vez allí…

—Gracias.

Mark siguió el sendero a través de la niebla fresca de la noche. Un rayo de luz inclinado hizo brillar las gotitas de neblina sobre la manga del uniforme como una nube sobre los ríos plateados de los bordados. Pronto oyó el ruido de la fuente. La rodeaba un pequeño edificio de piedra, sin paredes, sólo con columnas y arcos profundos.

Todo estaba tan tranquilo en esa parte del jardín que él oía la respiración de la persona que estaba dentro. Sólo una persona: bueno, no tenía ganas de disminuir su baja popularidad interrumpiendo un encuentro amoroso. Pero la respiración era extremadamente ronca.

—¿Ivan?

Hubo una larga pausa. Mark estaba tratando de decidir si volver a llamar o alejarse de puntillas cuando le llegó la voz de Ivan en un gruñido hosco:

—¿Qué?

—Yo… me preguntaba qué estarías haciendo…

—Nada.

—¿Te escondes de tu madre?

—Sí.

—Yo… no le voy a decir dónde estás.

—Todo un detalle —le llegó la respuesta irónica.

—Bueno… adiós —Mark se volvió para marcharse.

—Espera.

Él esperó, intrigado.

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