Danza de espejos (48 page)

Read Danza de espejos Online

Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Él se dejó caer sobre la almohada, suspirando de alivio.
Rosa
. Hermoso nombre. Quería decirle que era un nombre hermoso. Pero ¿y si todas se llamaban Rosa? No, no, la sargentona se llamaba Crisan, Crisantemo. Todo estaba bien. Podía separar a su doctora Durona de la manada si quería: ella era única. Su mano tocó los labios de ella, luego los propios, pero ella no entendió y no lo besó de nuevo.

Sin ganas, sólo porque no tenía la fuerza necesaria para retenerla, le soltó la mano. Tal vez había soñado ese beso. Tal vez estaba soñando todo eso también.

Un tiempo largo, incierto, desde que ella se había ido. Por una vez, él no se durmió. Se quedó despierto, sacudido por pensamientos inconexos, inquietantes. La corriente de pensamiento llevaba extraños pedazos de desecho, como en los mares de algas con restos de naufragios: una imagen, lo que tal vez era un recuerdo… Pero apenas él fijaba la atención para examinar lo que fuera, el flujo de pensamientos se congelaba y la marea de pánico se alzaba otra vez. Bueno, ¿y qué? Tenía que ocuparse de otra cosa, vigilar los pensamientos desde lejos, indirectamente; se observaría a sí mismo reflejado en lo que sabía y jugaría a ser detective. Así, descubriría su propia identidad.
Si no puedes hacer lo que quieres, haz lo que puedas
. Si no podía contestar la pregunta sobre quién era él, al menos trataría de resolver el enigma del lugar donde se encontraba. Le habían sacado las almohadillas del monitor, ya no lo controlaban.

Todo estaba en un profundo silencio. Se deslizó fuera de la cama y navegó hasta la puerta, que se abrió automáticamente hacia un pasillo corto, iluminado débilmente con luces largas nocturnas a nivel del piso.

Había cuatro habitaciones en el corredor, incluida la suya. Ninguna tenía ventanas. Ni pacientes. Una pequeña oficina o estación de control, vacía… no. Una taza de algo caliente humeaba sobre el mostrador cerca de una consola encendida, con el programa en
Espere
. Alguien volvería pronto. Él se deslizó frente a la oficina y trató de abrir la única puerta de salida al final del corredor. Se abrió automáticamente.

Otro corredor corto. Dos salas de cirugía bien equipadas, las dos cerradas, limpias, silenciosas y sin ventanas. Un par de depósitos, uno cerrado, el otro no. Dos laboratorios cerrados con control de palmas: uno tenía una serie de pequeñas jaulas de animales en un extremo aunque él sólo podía verlas muy vagamente a través del vidrio. Estaba atestado de equipo de tipo médico/bioquímico, mucho más del que se necesita en un clínica de crío-tratamiento. Todo tenía un fuerte olor a investigación.

¿Y cómo sé…?
No. No preguntes. Sigue adelante. Un tubo elevador lo llamaba desde el otro lado del corredor. Le dolía el cuerpo, le dolía respirar pero tenía que aprovechar esa oportunidad.
Sigue, sigue, sigue
.

Estuviera dónde estuviese, se hallaba en la planta baja. Tenía el suelo del tubo elevador a sus pies. El espacio se elevaba hacia la nada y la bruma, iluminado por paneles donde ponía S-3, S-2, S-1. El tubo elevador estaba apagado, la puerta de seguridad trabada. Él la abrió manualmente y estudió las opciones. Podía activar el tubo elevador y arriesgarse a activar también algún panel de control de seguridad en alguna parte (¿cómo era que suponía todas esas cosas?) o dejarlo y subir por la escalera de seguridad, en silencio, sin ruido. Subió tres escalones. Se le nubló la vista. Retrocedió con cuidado y activó el tubo elevador.

Se elevó suavemente hasta el nivel S-1 y allí se detuvo. Un pequeño vestíbulo con una sola puerta, negra y sólida. Se abrió y luego se cerró tras él. Él miró a su alrededor. Era una cámara de depósito de desperdicios. Luego se volvió. La puerta se había desvanecido. Ahora sólo había una pared.

Le llevó un minuto de examen angustioso convencerse de que su cerebro no le estaba jugando una mala pasada. La puerta estaba disimulada. Y acababa de cerrarse sola. La pateó desesperado, pero la puerta se negó a admitirlo de nuevo. Se le estaban congelando los pies desnudos en el suelo de cemento pulido y estaba muy mareado y con un cansancio infinito. Quería volver a la cama. La frustración y el miedo casi lo paralizaban. La cosa no es que fuera muy abrumadora, pero él estaba muy débil.

Lo quieres sólo porque no puedes conseguirlo. Eso es perverso. Sigue. Sigue
, se dijo con firmeza. Se apoyó de pared en pared hacia la puerta de salida del depósito. Ésa también estaba cerrada desde fuera, y lo descubrió con angustia cuando se quedó del otro lado otra vez y la puerta se selló tras él.
Sigue
.

El depósito se abría a otro corredor corto, centrado alrededor de un vestíbulo común de tubo elevador. Este nivel parecía ser el final de la línea: Nivel E-2, y aberturas señaladas como E-1, PB, 1, 2, y así hasta perderse de vista en lo alto. Buscó el punto cero. PB. ¿Por Planta Baja? Sí. Salió a un vestíbulo oscuro.

Era un pequeño espacio ordenado y elegante pero más bien de un edificio de negocios y no de una casa, con plantas en macetas y una mesa de seguridad o recepción. Nadie. Ningún cartel. Pero allí había ventanas y puertas transparentes que reflejaban una réplica del interior. Fuera era de noche. Se reclinó hacia la mesa de la consola de seguridad. Premio mayor. No sólo un lugar donde sentarse sino datos en abundancia… ¡Ay, mierda! Sellado con cerradura de palma. Para él, ni siquiera se activaba. Había formas de pasar una cerradura de palma… ¿cómo lo sabía…? las visiones fragmentarias explotaron como un banco de pececillos, eludiendo sus intentos por atrapar alguno. Casi se puso a gritar por la inutilidad de todo, sentado en ese asiento con la cabeza demasiado pesada sobre los brazos, mirando hacia el monitor de vídeo, en blanco, mudo, inflexible.

Tembló.
Dios, odio el frío
. Fue tambaleándose hasta la puerta de vidrio. Fuera nevaba, pequeños puntos que temblaban y titilaban y pasaban en diagonal sobre el arco de la luz. Seguramente eran duros y siseaban y golpeaban la piel desnuda. Le pasó por la mente una visión extraña de una docena de hombres desnudos de pie, temblando en una ventisca nocturna, pero no podía calificar esa escena, sólo entendía la sensación profunda de desastre que había en ella. ¿Era así como había muerto hacía poco, allí cerca, temblando en el viento y la nieve?

Estuve muerto
. La idea le venía por primera vez, como el estallido de una impresión que se le abría hacia fuera desde el vientre. Buscó las cicatrices dolorosas del torso a través de la tela liviana de su ropa.
Y ahora tampoco me siento demasiado bien
. Rió un poco, un ruido desequilibrado que perturbó hasta a sus propios oídos. Se tapó la boca con el puño. Seguramente antes no había tenido tiempo para asustarse porque ahora el terror retroactivo lo volcó como una ola inmensa y lo postró de rodillas. Luego, en cuatro patas. El frío le hacía temblar las manos. No tenía control. Empezó a arrastrarse.

Seguramente había disparado algún sensor, porque la puerta transparente se abrió de pronto frente a él. Ah, no, no iba a cometer el mismo error y terminar exiliado en la mayor de las oscuridades. Empezó a arrastrarse para retroceder. Se le nubló la vista y de alguna forma cambió de dirección: el cemento helado en lugar de la alfombra suave le dio la información. Algo pareció cogerlo de la cabeza, casi un golpe, casi una impresión psíquica, con un ruido horrible, un siseo. Violentamente rechazado, sintió un olor a pelo chamuscado. Le estallaron dibujos fluorescentes en la retina. Trató de retroceder, pero volvió a caer frente a la puerta en un charco de agua congelada y alguna sustancia anaranjada y resbaladiza como musgo antiguo.
No. Mierda, no. No quiero congelarme de nuevo
… Se arrodilló en un gesto de revulsión absoluta.

Voces; gritos de alarma. Pasos, murmullos, manos, cálidas, benditas manos cálidas que lo alejaban de ese portal mortífero. Un par de voces de mujeres, y una de hombre.

—¿Cómo consiguió llegar aquí?

—… no debería haber salido así…

—Llamad a Rosa. Despertadla…

—Ah, lo veo mal.

—No. —Una mano le sostuvo la cara a la luz, por el cabello—. Siempre está así. No sé si hay diferencia.

La cara que pertenecía a la mano flotó sobre su cara, dura y preocupada. Era el ayudante de Rosa, el joven que le había dado el sedante. Era un tipo delgado con rasgos euroasiáticos, un puente definido en la nariz. La bata, una locura total, decía:
C. Durona
. El joven seguía hablando:

—… peligroso. Es increíble que penetrara nuestra seguridad en sus condiciones…

—Na' seguridá. —¡Palabras! Su boca estaba formando palabras, sí…—. Salida incendio. —Agregó, pensándolo un poco—. Tonto…

La cara del joven se sacudió, sorprendida, furiosa.

—¿Me estás hablando a mí, Cortocircuito?

—¡Habla! —La cara de su doctora Durona hizo un círculo por encima de él, encantada. Él la reconoció aunque tenía el cabello suelto, volcado sobre la cara en una nube negra.
Rosa, mi amor
—. ¿Qué dijo, Cuervo?

El joven juntó las cejas oscuras.

—Juraría que dijo «Salida de incendios». Estupideces, supongo.

Rosa sonrió, feliz.

—Cuervo, las puertas se abren hacia fuera sin trabas de seguridad. Para escapar en caso de incendio o accidente químico… ¿te das cuenta del nivel de comprensión que denotan esas palabras?

—No —dijo Cuervo, frío.

Ese
tono
le había dolido, considerando la fuente… él sonrió hacia las caras oscuras que flotaban sobre su frente y el techo del vestíbulo que se alzaba detrás de ellos.

Una voz más gastada, más aguda, llegó desde la izquierda. Restauró el orden y dispersó a la multitud.

—El que no tenga algo que hacer aquí que se retire. —Una doctora Durona con el cabello corto y casi todo de blanco, la dueña de la voz, se acercó arrastrando los pies y lo miró desde arriba, pensativa—. ¡No me lo puedo creer, Rosa, se escapó a pesar de su estado…!

—No creo que fuera una huida —dijo el Hermano Cuervo—. Aunque hubiera pasado por la pantalla de fuerza, esta noche se habría congelado en veinte minutos, vestido así.

—¿Y cómo hizo para salir?

Una doctora Durona confesó muy disgustada:

—Seguramente pasó por la estación de control mientras yo estaba en el baño. ¡Lo lamento!

—¿Y si hubiera hecho esto de día? —especuló la de la voz aguda—. ¿Y si lo hubieran visto? Podría haber sido un desastre.

—Voy a instalar una cerradura de palma en el ala privada —prometió la doctora Durona avergonzada.

—No estoy segura de que sea suficiente, considerando lo notable de sus aptitudes. Ayer no podía caminar. Pero esto no debería darnos sólo miedo sino también esperanza. Creo que tenemos algo aquí. Será mejor que le pongamos guardia.

—¿Y a quién podemos destinar a eso? —preguntó Rosa.

Varias doctoras Duronas, vestidas con batas y camisones, miraron al joven.

—Ah, no —protestó Cuervo.

—Rosa puede vigilarlo de día y seguir con su trabajo. Tú te ocuparás por la noche —decidió la mujer de cabello blanco con firmeza.

—Sí, señora —suspiró el joven.

Ella hizo un gesto imperioso.

—Llévalo otra vez a su habitación. Tú, Rosa, hazle una revisión para saber si se ha hecho daño.

—Voy a buscar una camilla flotante —dijo Rosa.

—No necesito una camilla flotante —se burló Cuervo. Se arrodilló, levantó al caminante en sus brazos y se puso de pie. ¿Una demostración de fuerza? Bueno… en todo caso, una demostración no demasiado impresionante—. Pesa como una chaqueta mojada. Ven, Cortocircuito, a la cama.

Indignado y quejoso, él se dejó llevar. Rosa iba con ellos, llena de preocupación. Juntos atravesaron el vestíbulo, tomaron el tubo elevador, atravesaron el depósito y volvieron al edifico extraño, el edificio-bajo-otro-edificio. Como él seguía temblando sin parar, ella puso la calefacción de su habitación a una temperatura más alta.

Lo examinó. Puso atención a sus heridas del pecho.

—No consiguió desgarrarse nada. Pero parece fisiológicamente desequilibrado. Tal vez por el dolor.

—¿Quieres que le dé otros dos sedantes? —preguntó Cuervo.

—No. Pero necesita una habitación tranquila y oscura. Esto lo ha agotado. Cuando se caldee un poco, creo que se va a dormir sin medicamentos. —Le tocó la mejilla y luego los labios, con ternura—. Es la segunda vez que habla hoy, ¿lo sabías?

Ella quería que él hablara. Pero ahora él estaba demasiado cansado, demasiado desconcertado. Había habido una gran tensión esa noche entre todas esas doctoras Duronas, algo más que el miedo de un médico por la seguridad de un paciente. Estaban muy preocupadas por algo. ¿Algo que tenía que ver con él? Tal vez era un vacío para sí mismo, pero no había duda de que ellas sabían más y no se lo estaban contando.

Rosa se arregló la bata y se fue. Cuervo acomodó dos sillas junto a la cama, una para sentarse y otra para sus pies, se recostó sobre ellas y se puso a revisar algo en un lector de mano. Estudiaba: de vez en cuando volvía a pasar la misma pantalla y tomaba notas. Sin duda se preparaba para ser médico.

Él se dejó ir. Su excursión nocturna lo había dejado exhausto. ¿Y qué había conseguido averiguar? No mucho. Apenas esto:
Estoy en un lugar muy extraño
.

Y estoy prisionero
.

20

El día anterior a la salida, Mark, Bothari-Jesek y la condesa estaban en la biblioteca de la Casa Vorkosigan, revisando las características de las naves.

—¿Cree usted que me daría tiempo a ver mis clones en Komarr? —le preguntó Mark a la condesa con algo de nostalgia—. ¿Me dejaría Illyan?

SegImp se había decidido por un hogar-escuela privado de Komarr como depositario inicial de los clones, después de una consulta con la condesa, que a su vez mantenía informado a Mark. A SegImp le gustaba porque significaba que sólo tenían un lugar que vigilar. A los clones les gustaba porque estaban con sus amigos, lo único familiar que tenían en esa nueva situación. A los maestros les gustaba porque podían reunir a los clones en una clase especial y hacer que llegaran todos juntos al nivel académico mientras promovían el contacto con otros jóvenes normales, aunque todos de clase más bien alta para que los clones empezaran a entender las reglas de la socialización. Más tarde, cuando fuera más seguro, la condesa pensaba ponerlos en familias adoptivas a pesar de la edad y el tamaño incómodo de esos «chicos» crecidos.
¿Cómo van a aprender a formar una familia si no tienen un modelo?
, le dijo a Illyan. Mark había escuchado esa conversación totalmente fascinado mientras mantenía la boca bien cerrada.

Other books

Mr. Right Now by Knight, Kristina
The Fourth Secret by Andrea Camilleri
Soulblade by Lindsay Buroker
CHOSEN by Harrison, Jolea M.
Perception by Kim Harrington
The Position 3 by Izzy Mason
A Feast For Crows by George R. R. Martin
Dual Assassins by Edward Vogler