De ratones y hombres (13 page)

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Authors: John Steinbeck

Tags: #Narrativa

George se quitó el sombrero. Dijo, con voz quebrada:

—Quítate el sombrero, Lennie. Este aire es muy agradable.

Lennie se quitó obedientemente el sombrero y lo dejó en la tierra, frente a sí. Más azul estaba ahora la sombra en el valle, y la noche se acercaba velozmente. Llevado por el viento llegó a ellos el sonido de pisadas en los matorrales.

—Explícame cómo vamos a vivir —suplicó Lennie.

George había estado escuchando los distantes sonidos. Al momento siguió hablando apresuradamente.

—Mira al otro lado del río Lennie, y yo te lo explicaré de manera que casi puedas ver lo que te cuento.

Lennie volvió la cabeza y miró a través de la laguna y hacia las laderas de las montañas Gabilán, oscurecidas ya.

—Vamos a comprar un trozo de tierra —dijo George. Metió la mano en un bolsillo lateral y sacó la Luger de Carlson; quitó de un golpe el seguro, y luego mano y arma descansaron sobre la tierra detrás de la espalda de Lennie. Miró la nuca de Lennie, en el sitio donde se juntaban la columna vertebral y el cráneo.

Una voz de hombre llamó desde lejos, río arriba, y otro hombre respondió.

—Sigue —rogó Lennie.

George alzó la pistola y su mano tembló, y otra vez dejó caer la mano al suelo.

—Sigue —insistió Lennie—. Dime cómo va a ser. Vamos a comprar un trozo de tierra.

—Tendremos una vaca —continuó George—. Y tal vez podamos tener un cerdo y gallinas..., y tendremos un pedazo sembrado..., un poco de alfalfa...

—Para los conejos —gritó Lennie.

—Para los conejos —repitió George.

—Y yo tengo que cuidar los conejos.

—Y tú tienes que cuidar los conejos.

Lennie rió de felicidad.

—Y viviremos como príncipes.

—Sí.

Lennie volvió la cabeza.

—No, Lennie. Mira allá a lo lejos, al otro lado del río, para que puedas ver casi el terreno.

Lennie lo obedeció. George bajó la mirada hacia la pistola.

En ese momento se oyeron pisadas que aplastaban ramas en el matorral. George se volvió y miró en esa dirección.

—Vamos, George. ¿Cuándo lo vamos a comprar?

—Pronto.

—Yo y tú.

—Tú... y yo. Todos van a ser buenos contigo. No van a haber más líos. Nadie va a hacer daño a los demás ni a robarles.

—Creí que te habías enfadado conmigo, George.

—No, Lennie. No estoy enfadado. Nunca me enfadé, y menos ahora. Quiero que sepas eso.

Se acercaron las voces. George alzó la pistola y escuchó las voces.

—Vamos ahora —pidió Lennie—. Vayamos ahora a ese lugar.

—Claro, ahora mismo. Lo tengo que hacer. Lo tenemos que hacer.

Y George elevó la pistola y la afirmó, y puso la boca del cañón cerca de la nuca de Lennie. La mano tembló violentamente, pero se endureció la cara y la mano se calmó. Apretó el gatillo. El estampido del disparo rodó laderas arriba y regresó laderas abajo. Lennie se estremeció, y luego fue cayendo lentamente hacia adelante hasta la arena, y yació sin estremecerse.

George tuvo un temblor y miró el arma, y luego la arrojó lejos de sí, cerca de la orilla, junto al montón de cenizas viejas.

El matorral pareció llenarse de gritos y del sonido de pies en carrera. La voz de Slim llamó:

—George. ¿Dónde está, George?

Pero George se sentó endurecido en la orilla del agua y miró su mano derecha, la mano que había arrojado el arma a lo lejos. El grupo irrumpió en el claro, y Curley estaba al frente. Vio a Lennie tendido en la arena.

—Lo has matado, por Dios. —Se acercó y miró a Lennie allí tendido, y luego volvió la vista hacia George—. Bien en la nuca —dijo suavemente.

Slim se acercó directamente a George y se sentó a su lado, se sentó muy cerca.

—No importa, no te aflijas —le consoló Slim—. A veces el hombre tiene que hacer cosas como ésta.

Pero Carlson estaba de pie junto a George.

—¿Cómo lo hiciste? —preguntó.

—Lo hice, nada más —repuso George fatigosamente.

—¿Tenía él mi pistola?

—Sí. La tenía él.

—¿Y tú se la quitaste y lo mataste con ella?

—Sí. Así fue. —Era casi un murmullo la voz de George. Miraba aún, fijamente, su mano derecha, la mano que había empuñado la pistola.

Slim dio un tirón del codo a George.

—Vamos, George. Tú y yo vamos a echar un trago.

George dejó que lo ayudara a ponerse de pie.

—Sí, un trago.

—Tenías que hacerlo, George —dijo Slim—. Juro que tenías que hacerlo. Ven conmigo. —Condujo a George hasta la entrada del sendero y por él hacia la carretera.

Curley y Carlson los siguieron con la vista. Y Carlson comentó:

—Ahora, ¿qué diablos les pasa a esos dos?

Fin

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