Media hora más tarde, empezó a notar que toda la energía que había sentido antes empezaba a disiparse. Se dijo a sí mismo que cerraría los ojos durante cinco minutos, diez a lo sumo. Se recostó en los cojines blandos del sofá. Los dos últimos días habían sido muy tensos y agotadores, apenas había dormido.
Una siestecita…
Se despertó sobresaltado. Algo estaba sonando, pero por un momento no supo qué era. Al empezar a levantarse, descubrió un dolor punzante en el cuello, agarrotado por la posición forzada de la cabeza.
El timbrazo se detuvo y oyó la voz de Madeleine.
—Está dormido. —Y luego—. Cuando he llegado a casa, hace media hora, estaba completamente dormido. —Y luego—. Deja que vaya a ver.
Entró en el estudio. Gurney ya se estaba incorporando, tenía los pies en el suelo y estaba frotándose los ojos.
—¿Estás despierto?
—Más o menos.
—¿Puedes hablar con Kyle?
—¿Dónde está?
—En el apartamento de Kim. Dice que ha estado tratando de localizarte en el móvil.
—¿Qué hora es?
—Casi las siete.
—¿Las siete? ¡Dios!
—Parece muy ansioso por decirte algo.
Gurney abrió los ojos de par en par y se levantó del sofá.
—¿Qué teléfono?
Madeleine señaló el teléfono fijo del escritorio.
—Colgaré el supletorio de la cocina.
Gurney cogió el aparato.
—Hola.
—¡Hola, papá! Llevo dos horas tratando de localizarte, ¿estás bien?
—Bien, solo agotado.
—Sí, olvidé que hace días que no duermes como es debido.
—¿Has descubierto algo interesante?
—Más bien extraño. ¿Por dónde quieres que empiece?
—Por el sótano.
—Vale, en el sótano. ¿Sabes las tablas largas laterales en las que se encajan los peldaños? Pues bueno, he encontrado una estrecha rendija en la parte inferior de una de ellas, unos sesenta centímetros por encima del escalón que falta, y ahí está el chisme ese. Más o menos es la mitad de grande que uno de esos USB de tu ordenador.
—¿Lo has quitado?
—Dijiste que lo dejara. Solo lo he movido un poco con el borde de un cuchillo, para ver lo grande que era. Pero esa es la parte rara. Al volver a ponerlo en la rendija, he debido de resetear algo, porque diez segundos más tarde he oído ese susurro, que es realmente aterrador. Suena como un maniaco en una película de terror silbando las palabras entre dientes: «Deja en paz al diablo». Da un miedo terrible.
—La rendija en la tabla… ¿se veía a primera vista?
—Para nada, qué va. Es como si hubieran cogido una pequeña astilla de madera para cubrir el agujero.
—Entonces ¿cómo…?
—Dijiste que estaría más o menos a un metro de donde caíste. No es una zona muy grande. He seguido mirando hasta que lo he encontrado.
—¿Le has preguntado a Kim quién más conocía el cuento?
—Ella insiste en que la única persona a la que se lo contó fue al loco de su ex. Por supuesto, él podría habérselo contado a otra gente.
Hubo un silencio que Gurney aprovechó para intentar reunir las piezas del caso, que parecían muy distantes entre sí. Pero ¿de qué caso estaban hablando? ¿Del caso abierto del Buen Pastor? ¿Del posible acoso de Robby Meese a Kim Corazon? ¿Del incendio? ¿O de algún caso que unía todos esos y que también guardaba relación con la flecha que había aparecido en su jardín?
—Papá, ¿sigues ahí?
—Claro.
—Hay más. No te he contado la noticia más desagradable —dijo Kyle.
—¿Qué pasa?
—Todas las estancias del apartamento de Kim están pinchadas, incluso el cuarto de baño.
Gurney sintió un escalofrío en la nuca.
—¿Qué has encontrado?
—En tu mensaje de teléfono mencionabas los sitios obvios donde buscar. Primero he mirado en la alarma antiincendios de la sala de estar, porque sé qué aspecto tiene. Y he encontrado algo raro. Parece como un mando a distancia en miniatura, de esos que se emplean para abrir la puerta de un garaje. Tiene un alambre fino que sobresale al final. Supongo que es una especie de antena.
—¿Había algo que pareciera una lente?
—No.
—Podría ser tan pequeña como medio grano de…
—No, créeme, ninguna lente. Pensé en eso y lo comprobé.
—Vale. —La ausencia de la lente de vídeo implicaba que el dispositivo no formaba parte del equipo de vigilancia de la policía. Para identificar a un intruso se coloca una cámara, no un micrófono—. ¿Has mirado en las otras alarmas?
—En todas las habitaciones; en todas había una cosa de esas.
—¿Desde dónde me estás llamando?
—Estoy fuera, en la acera.
—Bien pensado. Tengo la impresión de que tienes algo más que contarme.
—¿Sabes que hay un panel móvil que lleva al apartamento de arriba?
—No, pero no me sorprende. ¿Dónde está?
—En el lavadero de la cocina.
Gurney recordó que tanto la cocina como el lavadero tenían un techo con un motivo de grandes cuadrados formado por tiras entrecruzadas de molduras decorativas, ideales para ocultar un panel móvil.
—¿Qué demonios te ha hecho…?
—¿Mirar los techos? Kim me dijo que a veces oye ruidos por la noche, crujidos y otros ruidos por el estilo. Me habló de todas esas cosas raras, cosas que se mueven, cosas que desaparecen y reaparecen, las manchas de sangre, pese a que había cambiado la cerradura. Además, supuestamente, el apartamento de arriba está vacío. Así que cuando juntas todas estas cosas…
—Ya veo, muy bien —dijo Gurney, impresionado—. Así pues, ¿has supuesto que probablemente podría accederse a su apartamento a través del techo?
—Y lo más factible es un techo de paneles de molduras.
—Y luego…
—Luego he ido al sótano a buscar una escalera. He empezado a presionar cada uno de los cuadrados hasta que he encontrado el que se notaba un poco diferente, el que cedía de un modo distinto. He aflojado con un cuchillo la moldura de alrededor lo suficiente para ver que había marcas de corte debajo. No he ido más lejos. Si no querías que quitara los micrófonos, no creo que quisieras que quitara el panel. Además, estaba asegurado desde el otro lado. Habría tenido que romperlo para pasar, y eso no quería hacerlo sin saber qué podría encontrarme arriba.
—Buena decisión. —Había notado que en la voz de su hijo se mezclaban la ansiedad y la precaución a partes iguales—. Has tenido una tarde ocupada.
—Hay que pillar a los malos. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Tu siguiente paso es salir de allí y volver aquí, los dos. Por mi parte, debo dejar que todos estos nuevos datos reposen un poco. A menudo, me acuesto con preguntas y me despierto con respuestas.
—¿De verdad?
—No, pero suena bien.
Kyle se rio.
—¿Con qué preguntas vas a irte a dormir esta noche?
—Deja que te pregunte lo mismo. Al fin y al cabo, tú eres el que ha descubierto todo esto. Estás allí, así que gozas de una mejor perspectiva. ¿Cuáles crees que son las principales preguntas?
Kyle vaciló, pero se le notaba excitado.
—Con toda la información que tengo ahora, hay una realmente grande.
—¿Cuál?
—¿Estamos enfrentándonos con un acosador obseso… o con algo mucho más peligroso incluso?
—Hizo una pausa—. ¿Qué opinas?
—Creo que podríamos estar enfrentándonos a ambas posibilidades.
Gurney se quedó despierto hasta que Kim y Kyle llegaron de Siracusa, en su BSA y en su Miata respectivamente.
Después de repasar todo lo que habían discutido por teléfono, tenía dos preguntas más. La primera era para Kyle, y solo tuvo que plantear la mitad antes de que se la respondiera.
—¿Cuando has quitado las tapas de las alarmas de humo…?
—Lo he hecho muy despacio, con mucho cuidado. Durante todo este tiempo, Kim y yo seguíamos hablando de algo completamente diferente (de uno de sus cursos en la facultad) para que nadie que escuchara se diera cuenta de lo que estaba haciendo.
—Estoy impresionado.
—No lo estés. Lo vi en una película de espías.
La segunda pregunta era para Kim.
—¿Has visto algo en el apartamento que no te resultara familiar? ¿Cualquier clase de pequeño electrodoméstico, radio-reloj, iPod, animal de peluche, cualquier cosa que no hubieras visto antes?
—No, ¿por qué?
—Solo me preguntaba si Schiff llegó en algún momento con su prometido equipo de videovigilancia. Cuando el que alquila el apartamento está al corriente del plan, es más fácil instalar un videotransmisor que esté metido dentro de un objeto de cobertura que esconderlo en un techo o en algún otro sitio por el estilo.
—No había nada de eso.
• • •
A la mañana siguiente, sentados a la mesa del desayuno, Gurney se fijó en que Madeleine se había saltado su habitual bol de avena y apenas había tocado el café. Su mirada, perdida en el soleado paisaje que se podía ver a través de la puerta cristalera, parecía, en realidad, ocultar oscuros pensamientos.
—¿Estás pensando en el incendio?
Tardó tanto en responder que Gurney pensó que no lo había oído.
—Sí, supongo que podrías decir que estoy pensando en el incendio. Cuando me he despertado esta mañana, ¿sabes qué se me ha ocurrido durante unos tres segundos? He tenido la idea de disfrutar de esta encantadora mañana dando un paseo en bicicleta por la carretera de atrás, al lado del río. Pero entonces, claro, me he dado cuenta de que no tenía bicicleta. Esa cosa retorcida y calcinada que hay en el suelo del granero ya no es una bicicleta.
Gurney no supo qué decir.
Madeleine se quedó sentada en silencio, entrecerrando los ojos de rabia. Luego dijo más para su taza de café que para su marido: —La persona que ha pinchado el apartamento de Kim ¿cuánto crees que sabe de nosotros?
—¿De nosotros?
—Bueno, pues de ti. ¿Cuánto crees que ha descubierto de ti?
Gurney respiró hondo.
—Buena pregunta. —No había dejado de plantearse lo mismo desde la tarde anterior—. Supongo que los micrófonos transmiten a una grabadora que se activa por la voz. En este caso, habrá podido escuchar las conversaciones que haya tenido con ella en su casa. Por otro lado, está lo que ella haya hablado conmigo por teléfono…
—Contigo, con su madre, con Rudy Getz…
—Sí.
Los ojos de Madeleine se entrecerraron.
—Así que sabe mucho.
—Sabe mucho.
—¿Deberíamos estar asustados?
—Hemos de estar vigilantes. Y yo he de comprender lo que está pasando.
—Ah, ya entiendo. Yo mantengo los ojos abiertos por si veo a alguien que pueda resultar un maniaco, mientras tú juegas con las piezas del rompecabezas. ¿Ese es el plan?
—¿Interrumpo? —Kim estaba de pie en la puerta de la cocina.
Madeleine parecía a punto de decir: «Sí, desde luego».
—¿Quieres un café? —le preguntó Gurney.
—No, gracias. Yo… solo quería recordarte… que hemos de salir dentro de una hora a nuestra primera cita. Es con Eric Stone, en Markham Dell. Todavía vive en la casa de su madre. Te encantará conocerlo. Eric es… único.
Antes de salir, llamó, tal como había planeado, al detective James Schiff, del Departamento de Policía de Siracusa, para preguntar sobre el equipo de vigilancia que habían prometido instalar en el apartamento de Kim. Schiff había salido, así que le pasaron a su compañero, Elwood Gates. Pese a que parecía familiarizado con la situación, el tipo no estaba muy interesado en el problema ni tampoco se disculpó por haberse retrasado en la instalación de las cámaras.
—Si Schiff dice que nos pongamos, nos pondremos.
—¿Alguna idea de cuándo?
—Quizá cuando terminemos con unas cuantas cosas más importantes, ¿vale?
—¿Más importantes que un loco peligroso que ha entrado en el apartamento de una joven con ánimo de agredirla?
—¿Está hablando del peldaño roto?
—Estoy hablando de un escalón trucado sobre un suelo de cemento. Podía haberle causado daños muy graves.
—Bueno, señor Gurney, deje que le diga algo. Ahora mismo, no hay nada de eso. Supongo que no ha oído nada de la pequeña guerra entre traficantes de
crack
que estalló ayer. No, creo que no. No obstante, usted no se preocupe, en cuanto detengamos a un puñado de capullos con AK-47, nos ocuparemos de su gran problema: está en lo más alto de nuestra lista, ¿de acuerdo? Bueno, seguro que le mantendremos informado. Que pase un buen día.
Kim se fijó en la cara de Gurney cuando este se guardó el teléfono en el bolsillo.
—¿Qué ha dicho?
—Ha dicho que a lo mejor pasado mañana.
Gurney insistió en que viajaran en coches separados hasta Markham Dell. Quería poder actuar libremente, poder separarse de Kim si surgía algo inesperado.
La chica conducía más deprisa que él, así que se perdieron de vista antes de llegar a la interestatal. Era un día hermoso, por fin parecía haber llegado algo de la primavera. El cielo era de un azul penetrante. Las pequeñas nubes dispersas parecían de algodón y resplandecían. Había campanillas de invierno que florecían en zonas en sombra junto a la interestatal. Cuando el GPS le informó de que estaba a mitad de camino, se detuvo a poner gasolina. Llenó el depósito y fue a comprar un café para llevar. Minutos después, sentado en el coche con las ventanas bajadas, saboreando el torrefacto, decidió llamar a Jack Hardwick y pedirle dos favores más. El
quid pro quo
, cuando llegara, sería sustancial. Sin embargo, necesitaba cierta información, y esa era la forma más eficiente de conseguirla. Lo llamó, medio deseando que le saliera el buzón de voz. Pero le contestó aquella voz animada, sarcástica y de papel de lija.
—¡Davey! El sabueso que anda tras la pista de la encarnación del mal. ¿Qué coño quieres ahora?
—En realidad, mucho.
—No me digas. ¡Qué sorpresa!
—Estaré en deuda contigo.
—Ya lo estás, campeón.
—Cierto.
—Solo para que lo sepas. Habla.
—Primero, me gustaría saber todo lo que se pueda saber de un estudiante de la Universidad de Siracusa llamado Robert Meese, alias Robert Montague. Segundo, me gustaría saber todo lo que se pueda saber de Emilio Corazon, padre de Kim Corazon, exmarido de la periodista de Nueva York Connie Clarke. Emilio desapareció sin dejar rastro hace años. De hecho, esta semana se cumplen diez años de su desaparición. Los intentos de su familia por localizarlo han fracasado.