Si Jude malinterpretó realmente la situación y solo intentaba protegerme, o si tenía unos planes mucho más siniestros en mente (como, por ejemplo, impedir que yo obtuviera el antídoto para, así, tener una oportunidad conmigo después de tantos siglos de rechazo) es algo que me reconcome por dentro desde aquella noche. Pero todavía no he llegado a ninguna conclusión.
—Él dio por hecho que me encontraba en peligro, que estaba controlada por la magia negra. Actuó por instinto, ni más ni menos. En serio, puedes enfurecerte conmigo todo lo que quieras, pero, por favor, deja a Jude fuera de esto, ¿vale?
Aunque he hecho todo lo posible por disuadirla, mis palabras no tienen ningún efecto. Resbalan sobre ella del mismo modo que la lluvia sobre el vidrio de una ventana: dejan un leve rastro, pero no penetran.
—Quieres proteger a Jude… ese es tu problema. —Encoge los hombros, como si él fuera tan insignificante como un mosquito—. Pero, para que lo sepas, solo hay un modo de que consigas hacerlo: dejando que beba el elixir. De lo contrario, no será una lucha justa. Nunca sobrevivirá. No logrará sobrevivir a mí. —Se vuelve hacia las puertas de nuevo para empezar a darles patadas en una sucesión rapidísima de movimientos y ruidos.
Yo la miro y niego con la cabeza.
No pienso convertir a Jude ni a nadie más. Tal vez no pueda convencerla de que lo deje en paz, pero sí puedo decirle una última cosa. Algo que seguro que no sabe, algo que la enfurecerá aún más, pero que debe saber. Tiene que saber lo que planeaba su queridísimo Roman.
—Hay una cosa que debes saber —le digo. Compongo una expresión firme y calmada para hacerle saber que su numerito de pataditas a las puertas no me impresiona en absoluto—. La única razón por la que no te he contado esto antes es que no me parecía necesario y no quería herirte más. Pero el hecho es que Roman pensaba marcharse. —La miro a los ojos y veo que se estremece un poco. Eso me anima a continuar—. Iba a regresar a Londres, a «la vieja y alegre Inglaterra», como él la llamaba. Dijo que esta ciudad era un aburrimiento, que no había acción, y que no iba a echarla de menos… Ni a nada que hubiera aquí.
Haven traga saliva y se aparta el flequillo de la cara. Dos señales habituales que demuestran que, después de todo, no es una versión tan nueva y mejorada de sí misma, que todavía conserva parte de las antiguas inseguridades y dudas.
—Buen intento, Ever —dice en un despliegue de fingida arrogancia—. Patético, pero merecía la pena intentarlo, ¿no? La gente desesperada hace cosas desesperadas, ¿no es eso lo que dicen? Supongo que si alguien lo sabe bien, esa eres tú.
Me encojo de hombros y entrelazo las manos por delante del regazo, como si fuéramos dos buenas amigas que disfrutan de una agradable charla.
—Puedes negarlo todo lo que quieras, pero eso no cambia la verdad. Me lo dijo esa noche, me lo contó todo. Aquí se sentía acorralado, agobiado. Dijo que necesitaba dejar todo esto atrás. Marcharse a un lugar más grande, más excitante; a un lugar donde pudiera librarse de la tienda, de Misa, de Rafe, de Marco… y, por supuesto, de ti.
Haven apoya las manos en las caderas y se esfuerza por parecer fuerte, dura, impenetrable. Sin embargo, su cuerpo dice otra cosa, ya que ha empezado a temblar visiblemente.
—Sí, claro. —Frunce el entrecejo y empieza a tamborilear con los pulgares sobre las caderas antes de poner los ojos en blanco en un gesto dramático—. ¿Y quieres que me crea que Roman decidió contarte todo eso a ti y que no me lo mencionó a mí, la persona con la que se acostaba? En serio, Ever, todo esto es ridículo…, incluso para ti.
Vuelvo a encoger los hombros, estoy segura de que está funcionando, de que mis palabras han conseguido descolocarla. La observo con detenimiento; soy consciente de que a lo mejor estoy exagerando un poco, adornando las cosas aquí y allá, pero lo cierto es que no he cambiado la parte fundamental. Roman pensaba abandonarla y, a pesar de eso, Haven está dispuesta a matarnos a Jude y a mí para vengarlo.
—Él sabía que montarías un numerito si te lo contaba, y ya sabes lo mucho que Roman detestaba esa clase de cosas. Nadie dice que no le gustaras, Haven; seguro que le gustabas bastante. Al menos, eras una forma agradable de matar el tiempo. Pero no te equivoques, Roman no te amaba. Nunca te amó. Tú misma lo dijiste. ¿Recuerdas cuando me aseguraste que en todas las relaciones hay una persona que ama más que la otra? ¿No fue eso lo que me dijiste? Incluso llegaste a admitir que en vuestro caso eras tú. Que amabas a Roman, pero que él no te amaba. Sin embargo, eso no es culpa tuya ni nada parecido. Porque lo cierto es que Roman era incapaz de querer a nadie, ya que nadie lo había querido a él. Lo más cerca que estuvo de amar fueron los sentimientos que albergaba por Drina, aunque ni siquiera eso era amor. Era más bien una obsesión. Roman no podía dejar de pensar en ella. ¿Recuerdas sus «rollos chungos», como tú los llamabas? ¿Las veces que se encerraba en su habitación durante horas? ¿Sabes lo que hacía? Intentaba reconectar con el alma de Drina para no sentirse tan solo en el mundo. Ella fue la única persona que le importó de verdad en sus seiscientos años de vida. Y eso, perdona que te lo diga, te reduce a ti a poco más que una muesca en su lista de amantes.
Haven parece haberse quedado inmóvil, tanto que empiezo a sentirme mal. Me pregunto si no habré ido demasiado lejos, pero sigo adelante.
—Has jurado vengarte por la muerte de un tío que planeaba dejarte en cuanto tuviera la oportunidad.
Me mira con los ojos tan entrecerrados que apenas puedo verlos tras los párpados, y frunce el ceño de tal modo que el zafiro del entrecejo emite un brillo oscuro y siniestro. De pronto, todos los grifos dejan salir el agua a borbotones, los dispensadores de jabón empiezan a bombear, las cisternas se descargan, los secadores de manos se ponen en marcha y los rollos de papel salen volando por la estancia antes de rebotar en las paredes.
Está claro que todo es cosa de Haven, pero no hay forma de saber si es algo deliberado o el resultado de la furia descontrolada que le he provocado.
De cualquier forma, eso no va a detenerme. Ahora que sé que está funcionando, no tengo más remedio que continuar.
Me acerco a la hilera de lavabos y empiezo a cerrar los grifos con calma.
—Todo esto de la venganza —le digo— no tiene ningún sentido. Tu gran romance con Roman no fue más que… bueno, «un par de revolcones mediocres, colega», como diría él mismo. —La miro y me permito una sonrisilla por la broma del acento británico—. ¿Por qué malgastar tu tiempo vengando un pasado que nunca existió, cuando tienes por delante cualquier futuro que puedas desear?
Apenas he tenido tiempo de acabar la frase cuando se me echa encima.
Literalmente.
Me empuja por toda la sala hasta la pared de azulejos rosa. Me golpea la cabeza contra ella con tanta fuerza que el estruendo resuena en toda la estancia. Noto el reguero cálido de la sangre deslizarse desde la herida hasta mi vestido.
Me tambaleo hacia delante, pero vuelvo a caer hacia atrás. Hago unas cuantas eses mientras intento recuperar la concentración y el equilibrio, pero estoy tan confundida, tan mareada e inestable, que no puedo luchar contra los dedos que me sujetan los hombros para mantenerme quieta.
—No te equivoques, Ever —dice Haven, que tiene la cara a escasos centímetros de la mía—. No he jurado vengarme solo por Roman. He jurado vengarme de ti. —Me mira con tanto odio que no puedo evitar girarme para protegerme. Noto el mordisco gélido de su aliento en la mejilla y sus labios junto a mi oreja mientras se toma un momento para descansar y saborear su victoria.
Las instalaciones se calman, las cisternas se paran, los secadores se detienen y el jabón se derrama despacio entre las líneas que separan los azulejos.
—Me has arrebatado todo lo que significaba algo para mí —dice con voz ronca—. Eres tú quien me ha hecho así. Así que si hay alguna culpable, eres tú. Tú me has convertido en lo que soy, pero ahora de repente decides que no te gusta lo que ves y quieres detenerme. —Se aparta un poco para observarme y acerca los dedos peligrosamente al amuleto que cuelga de mi cuello—. Pues es una lástima. —Se echa a reír mientras juguetea con las gemas entre los dedos.
El movimiento me pone de los nervios.
—Tú decidiste darme el elixir, tú decidiste convertirme, tú decidiste hacerme tal y como soy, y ahora no hay marcha atrás.
Me reta a negarlo con la mirada. Pero no puedo enfrentarme a sus ojos. Estoy demasiado ocupada luchando contra el mareo, demasiado ocupada rogando que la curación empiece de una vez. Pero aunque cada respiración me supone un esfuerzo, empiezo a hablar.
—Eres una ilusa, y estás muy equivocada —le digo con los dientes apretados. Lleno mis pulmones y me envuelvo con luz blanca, porque sé que necesito toda la ayuda posible. Las cosas no están saliendo como las había planeado.
Me he equivocado al pensar que su baja estatura se correspondía con poca fuerza. He subestimado el poder del odio, el hilo conductor que vibra en su interior y la anima con un inagotable suministro de rabia.
Mi expresión es ahora neutra y mantengo el tono firme, ya que no quiero que perciba mi nuevo estado de alarma.
—Yo te convertí en inmortal, pero lo que haces con ese don es solo cosa tuya. —Las palabras me recuerdan la escena que manifesté ayer, pero en esta no puedo soltar el discursito victorioso que ensayé.
De pronto, lo noto. Siento que mi herida se ha curado. Que he recuperado las fuerzas. Y me basta con mirar a Haven para saber que ella también lo ha notado.
Y así, de repente, se acaba todo.
Haven me aparta de un empujón y se encamina hacia la puerta.
—Oye, Ever… Antes de darme lecciones sobre el perdón, deberías investigar un poco. Hay un montón de cosas sobre Damen que desconoces. Cosas que él jamás te contará por cuenta propia. En serio. Deberías averiguarlas.
No respondo. Debería, lo sé, pero no me salen las palabras.
—Piensa en el perdón, Ever —me dice mientras me mira a los ojos—. Sopésalo bien. Es muy fácil decirlo, pero muy difícil ponerlo en práctica. Quizá deberías preguntarte si de verdad eres capaz de perdonar. ¿Perdonarás los pecados pasados de Damen? Eso es lo que quiero saber, y la única razón por la que ahora te permito seguir con vida. La única razón por la que dejaré que estés en este mundo un poco más de tiempo. Seguro que será divertido verlo. Pero no te equivoques, en el instante en que me aburra o empieces a molestarme, sabrás lo que es bueno.
Y, con eso, desaparece.
No obstante, sus palabras siguen reverberando a mi alrededor.
Burlonas.
Provocativas.
Se niegan a desaparecer mientras me lavo la sangre del pelo y manifiesto un vestido nuevo.
Me preparo para ver a Damen, que a buen seguro me estará esperando.
Intento con desesperación borrar todas las pruebas de lo que acaba de ocurrir, y también mis horribles dudas.
—¿S
eguro que te parece bien?
Me vuelvo hacia Damen, más que dispuesta a dejar que me acompañe si quiere, aunque preferiría encargarme de esta situación sin ayuda.
Las cosas entre Jude y él siempre son muy complicadas, y, si bien entiendo la razón, prefiero aliviar tensiones siempre que sea posible.
Asiente, y me basta con mirarlo a los ojos para saber que es cierto. Confía en mí sin reservas, igual que yo en él.
—¿Quieres que espere o que vuelva más tarde? —pregunta, dispuesto a hacer cualquiera de las dos cosas.
Niego con la cabeza y miro la tienda.
—No sé cuánto tardaré. No tengo ni idea de lo que me espera ahí dentro. —Arrugo la nariz y me encojo de hombros—. Lo único que sé es que no puedo seguir evitándolo. Haven está decidida a ir a por él, y no piensa cambiar de opinión. Créeme, me lo ha dejado muy claro. —Trago saliva con fuerza y aparto la mirada.
Todavía tiemblo al pensar en lo ocurrido en los aseos, todavía me asusta pensar en la intensidad de su poder y su fuerza, por no mencionar su capacidad para sorprenderme, intimidarme y controlarme. No lo había previsto y, desde luego, no había practicado eso en los ensayos.
Sin embargo, cuando vuelvo a mirar a Damen, me doy cuenta de que hago lo correcto al no decírselo. Ya está bastante inquieto; no hace falta preocuparlo más.
—Yo solo… —Me quedo callada un momento mientras busco las palabras adecuadas. Sé que a él le resulta incómodo que esté a solas con Jude, así que quiero dejarle claro que esto no es más que una comprobación sin importancia, y que no tengo ningún problema para controlarme en lo que a él respecta—. Solo necesito convencerlo de que la cosa va en serio. Quiero ayudarle a buscar una forma de protegerse, aunque como no contrate a un guardaespaldas inmortal, no sé qué podremos hacer. Ese es mi objetivo, pero no sé si él estará de acuerdo, o si querrá oír lo que tengo que decirle. Puede que acepte escucharme, o que me eche a patadas en menos de quince segundos y me pida que no vuelva nunca. A estas alturas, ya nada me sorprendería.
Damen hace un gesto afirmativo con la cabeza.
—Bueno, dudo mucho que te eche a patadas… —señala con un tono más perspicaz que celoso.
Deja la frase sin acabar y me mira, y eso me pone tan nerviosa que empiezo a juguetear con el bajo del vestido.
—Da igual. —Me aclaro la garganta, ansiosa por acabar de una vez—. La cuestión es que siempre puedo manifestar un coche o lo que necesite cuando me quiera ir a casa. Solo tengo que acordarme de hacerlo desaparecer en cuanto entre en mi calle, porque no quiero darle a Sabine otra razón para asustarse.
Dejo escapar un suspiro. No quiero ni imaginarme lo que sería tener que explicarle a mi tía que poseo la habilidad de manifestar objetos inanimados grandes y caros, y de hacerlos desaparecer a voluntad.
—Pero esa es la cuestión… —añado. Miro a Damen y él me devuelve la mirada—. Por mucho que aprecie esto, y por mucho que me guste estar contigo, no tienes que hacerlo. No hace falta que seas mi chófer y me lleves todos los días al instituto o a cualquier otro lado. Estoy bien, de verdad. Y seguiré bien. Puedo manejar esto. Así que… —Me quedo callada un momento. Espero que mis palabras suenen más confiadas de lo que en realidad me siento—. Así que, por favor, no malgastes más energía preocupándote por mí, ¿vale?
Damen acaricia el volante de cuero con los pulgares, que se deslizan hacia uno y otro lados con movimientos lentos y deliberados.