Desafío (3 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Aparto la mirada, decidida a asimilarlo, a aceptarlo todo. Pero es muy fuerte. Demasiado para mí en estos momentos, eso seguro.

—¿Me lo mostrarás algún día? —le pregunto después de volverme de nuevo hacia él.

Veo una promesa firme en sus ojos.

—Sí, pero concédeme un poco de tiempo para editar las imágenes, ¿de acuerdo? —me dice.

Asiento con la cabeza y veo que sus hombros se hunden, que su mandíbula se relaja. Sus gestos me dicen que esto ha sido tan duro para él como para mí.

—Pero se acabaron las sorpresas por hoy, ¿te parece bien? ¿Por qué no vamos a un lugar más feliz y más divertido?

Permanezco callada un rato. Estoy tan absorta en mis pensamientos que ni siquiera recuerdo que él está a mi lado.

El sonido de su voz en mi oído me anima en un instante.

—Oye, mira, está llegando la parte buena. ¿Qué te parece si nos convertimos en ellos?

Clavo la vista en la pantalla, donde una versión muy diferente de mí misma esboza una sonrisa radiante. Mi cabello, oscuro y brillante, centellea gracias al montón de horquillas y joyas que han sido creadas específicamente para que hagan juego con mi hermoso vestido verde esmeralda confeccionado a mano. Me comporto con una total seguridad en mí misma: estoy segura de mi belleza, de mis privilegios, de mi derecho a soñar con lo que me venga en gana, a conseguir lo que quiera y a reclamar a quien quiera… incluyendo al apuesto desconocido moreno que acabo de conocer.

El desconocido que hace que el resto de mis muchos pretendientes parezcan insulsos en comparación.

Es una versión de mí tan opuesta a la que he visto un momento antes que casi resulta imposible de creer. Estoy decidida a volver a visitar esa otra vida dentro de poco, pero ahora puede esperar.

Hemos venido aquí para disfrutar un poco del verano, y pienso asegurarme de que así sea.

Nos levantamos del sofá y nos acercamos a la pantalla cogidos de la mano. No nos detenemos hasta que nos fundimos con la escena.

Mi vestido parisino es sustituido de inmediato por ese atuendo verde esmeralda creado especialmente para mí. Coqueta, mordisqueo la mandíbula fuerte de Damen antes de provocarlo con la punta de la lengua y luego me doy la vuelta a toda prisa, me recojo un poco las faldas y lo guío hacia la parte más distante y oscura del jardín. Hacia un lugar donde nadie podrá encontrarnos: ni mi padre, ni los criados, ni mis pretendientes, ni mis amigos.

Mi único deseo es besar a este desconocido moreno y guapo que aparece siempre de la nada, que siempre sabe lo que estoy pensando. Que me provoca un hormigueo cálido desde la primera vez que lo vi.

Desde la primera vez que se coló en mi alma.

Capítulo tres

—¿N
o deberías pensar en marcharte a clase ya?

Giro el tapón de mi botella de elixir y echo un vistazo a la mesa de la cocina, donde está sentada Sabine. Me fijo en que se ha recogido el cabello rubio, que ya le llega hasta los hombros, por detrás de las orejas; en la combinación y aplicación perfecta de su maquillaje; en su traje planchado, limpio e inmaculado, sin una arruga a la vista… Y no puedo evitar preguntarme qué se siente al ser como ella. Cómo es vivir en un mundo en el que todo es ordenado, obediente, metódico y dispuesto a la perfección.

En el que todos los problemas tienen una solución lógica, todas las preguntas poseen una explicación académica y todos los dilemas pueden solucionarse con el veredicto de «inocente» o «culpable».

Un mundo en el que todo es blanco o negro, en el que todos los matices grises se descartan de inmediato.

Yo misma viví en ese mundo hace mucho tiempo, pero ahora, después de todo lo que he visto, me resulta imposible regresar a él.

Mi tía me mira, con expresión seria y los labios apretados. Está a punto de repetir la pregunta, pero se lo impido y empiezo a hablar.

—Hoy me lleva Damen. Llegará enseguida.

Todo su cuerpo se pone rígido cuando menciono el nombre de Damen. Sabine insiste en culparlo de mi reciente caída en desgracia, a pesar de que él estaba muy lejos de la tienda aquel día.

Asiente con la cabeza mientras me recorre muy despacio con la mirada. Me estudia con detenimiento desde la cabeza hasta los pies y toma nota de todos los detalles antes de realizar un nuevo barrido. Busca malos augurios, luces parpadeantes, símbolos de peligro, cualquier posible señal de amenaza. Anda a la caza de la clase de síntomas que aparecen en sus libros sobre educación, pero solo consigue la imagen de una chica rubia de ojos azules, algo bronceada, que lleva puesto un vestido veraniego y está descalza.

—Espero que este año no tengamos problemas. —Se lleva la taza a los labios y me observa por encima del borde.

—¿Y a qué clase de problemas te refieres? —le pregunto. Detesto el sarcasmo que se cuela en mi voz, pero estoy un poco harta de que siempre me haga ponerme a la defensiva.

—Me parece que ya lo sabes. —Sus palabras son secas, su frente se llena de arrugas.

Respiro hondo e intento que no vea que pongo los ojos en blanco.

Me siento dividida entre la horrible tristeza que me provoca que las cosas hayan llegado a este punto (la larga lista de recriminaciones diarias que nunca podrán borrarse) y la furia ciega que me causa su negativa a creerme, a aceptar que lo que le digo es cierto, que soy así de verdad, para bien o para mal.

Sin embargo, me limito a encogerme de hombros.

—Bueno, entonces te alegrará saber que ya no bebo —le digo—. Lo dejé poco después de que me expulsaran. Sobre todo porque al final no me servía de gran cosa y, aunque es probable que no quieras oír esto, y probablemente no vas a creerme, embotaba mi don de la peor manera posible.

Se encrespa. Se encrespa físicamente al escuchar la palabra «don». Ya me ha catalogado como una farsante patética ansiosa por llamar la atención, y detesta que utilice esa palabra más que ninguna otra cosa. Odia que me niegue a desdecirme, a darle la razón.

—Además —añado mientras doy unos golpecitos en la encimera con la botella y la miro con los ojos entrecerrados—, no me cabe ninguna duda de que ya has convencido al señor Muñoz para que me espíe y te envíe un informe todos los días.

Me arrepiento de esas palabras en cuanto salen de mis labios, porque aunque puede que no me haya equivocado con Sabine, lo cierto es que no he sido justa con Muñoz. El hombre se ha mostrado siempre amable y comprensivo conmigo, y ni una sola vez ha hecho que me sienta mal por ser como soy. Más bien todo lo contrario: parece intrigado, fascinado y sorprendentemente bien informado. Es una lástima que no pueda convencer a su novia.

De todas formas, Sabine no está dispuesta a aceptarme como soy, así que ¿por qué tendría yo que aceptar el hecho de que esté enamorada de mi viejo profesor de historia?

Aunque lo cierto es que debería hacerlo.

Y no solo porque dos negaciones casi nunca den como resultado una afirmación, sino porque, a pesar de lo que ella pueda pensar o lo que yo pueda decir, lo cierto es que quiero que mi tía sea feliz.

Y también que deje atrás todo este asunto para que podamos volver a la vida que llevábamos antes.

—Oye —le digo antes de que le dé tiempo a reaccionar, consciente de que es necesario calmar las cosas antes de que se pongan peor de lo que ya están; antes de que el asunto vaya a más y se convierta en una de las peleas que hemos tenido desde que descubrió que le había leído el futuro a su amiga bajo el pseudónimo de Avalon—. No quería decir eso. De verdad. Lo siento. —Hago un gesto afirmativo con la cabeza—. Venga, ¿hacemos una tregua, por favor? Una en la que tú me aceptes, yo te acepte y vivamos felices para siempre en paz y armonía, y todo ese rollo.

Casi le estoy suplicando con la mirada que ceda un poco, pero ella niega con la cabeza y murmura entre dientes. Masculla algo sobre que ahora tengo que regresar a casa en cuanto termine las clases, hasta que ella decida lo contrario.

La quiero mucho, y le estoy muy agradecida por todo lo que ha hecho, pero no habrá restricciones, ni castigos ni nada de eso. Porque el hecho es que no necesito vivir aquí. No necesito aguantar este rollo. Tengo otras opciones; montones y montones de opciones. Y ella no se hace ni la más mínima idea de lo mucho que me cuesta fingir lo contrario.

Fingir que me alimento cuando ya no necesito hacerlo; fingir que estudio cuando ya no es preciso; fingir que soy como cualquier otra chica de diecisiete años, una chica que depende de los adultos presentes en su vida para asegurarse la comida, el cobijo, el dinero y casi todo lo demás. Fingir todo eso cuando nada es cierto. Estoy a miles de kilómetros de ser esa chica. Mi trabajo es asegurarme de que ella nunca descubra más de lo que ya sabe.

—A ver qué te parece esto —le digo mientras hago girar la botella de elixir y contemplo los destellos del líquido rojo que se desliza por el cristal—. Yo me esforzaré por mantenerme alejada de los problemas y de tu camino… si tú haces lo mismo. ¿Trato hecho?

Sabine me mira con el ceño fruncido. Es evidente que intenta averiguar si soy sincera o si lo que he dicho es una especie de amenaza. Frunce los labios un instante, el tiempo justo para pensar su respuesta.

—Ever… Estoy tan preocupada por ti… —Hace un gesto negativo con la cabeza y recorre el borde de la taza con el dedo—. Tienes problemas muy serios, tanto si quieres admitirlo como si no, y me estoy estrujando el cerebro en busca de una forma de controlarte, de llegar hasta ti, de ayudarte a…

Mi último vestigio de buena voluntad se desvanece, así que vuelvo a ponerle el tapón a la botella y miro a mi tía con los ojos entrecerrados.

—Ya, bueno, pues quizá lo que voy a decirte te sirva para algo. Primero: si de verdad quieres ayudarme tanto como dices, podrías empezar por no decir que estoy chiflada. —Niego con la cabeza y me pongo las sandalias, ya que he percibido que Damen está a punto de llegar—. Y segundo —Me cuelgo la mochila al hombro y afronto su mirada furiosa con una de cosecha propia—: puedes dejar de referirte a mí como alguien «hambriento de atención», «profundamente perturbado» o «una farsante necesitada» o cualquier otra variación posible. —Me reafirmo con un gesto de asentimiento—. Esas dos cosas por sí solas serían un buen comienzo a la hora de «ayudarme», Sabine.

Salgo de la cocina y de la casa como una exhalación, sin darle tiempo a responder, y cierro la puerta con mucha más fuerza de la que pretendía. Aún no se me ha pasado el enfado cuando me encamino hacia el coche de Damen.

Me acomodo en el suave asiento de cuero.

—Vaya, de modo que así están las cosas —me dice.

Lo miro con los párpados entornados y sigo la dirección que indica su dedo hasta la ventana donde se encuentra Sabine. Mi tía no se ha molestado en espiar entre las rendijas de la persiana o en asomarse con disimulo a través de las cortinas. No se ha molestado en ocultar el hecho de que me está vigilando. De que nos vigila a los dos. Permanece donde está, con los labios apretados, la expresión seria y los brazos en jarras, mientras nos observa.

Suspiro y aparto la mirada a propósito para concentrarme en Damen.

—Conténtate con haberte librado del interrogatorio que habrías sufrido si llegas a entrar. —Hago un gesto de exasperación con la cabeza—. Créeme, te dije que me esperaras aquí fuera por una buena razón —le aseguro mientras me lo como con los ojos.

—¿Sigue igual?

Asiento con expresión desesperada.

—¿Seguro que no quieres que hable con ella? Tal vez mejoraría un poco las cosas.

—Olvídalo. —Desearía que ya hubiese metido la marcha atrás para sacarme de este lugar—. Es imposible razonar con ella, porque se muestra del todo irrazonable. Y, créeme, que hablaras con ella solo empeoraría las cosas.

—¿Empeoraría la mirada diabólica que me acaba de dirigir desde la ventana? —Echa un vistazo al espejo retrovisor mientras retrocede por el camino de entrada y esboza una sonrisa más juguetona de lo que a mí me gustaría.

Porque esto es serio.

Yo hablo muy en serio.

Aunque tal vez a él no se lo parezca, para mí todo esto es bastante grave.

Sin embargo, cuando lo miro de nuevo decido pasar de todo y dejarlo en paz. Tengo que acordarme que después de lo mucho que ha vivido en sus seis siglos de existencia, Damen tiende a dar poca importancia a los dramas diarios que parecen ocupar gran parte de mi tiempo.

Tal y como él lo ve, prácticamente todo lo que no soy yo entra en la categoría de «Cosas por las que no merece la pena molestarse». Hasta tal punto que, de un tiempo a esta parte, lo único que parece preocuparle, lo único en lo que se concentra (más incluso que en encontrar el antídoto que nos permita estar juntos después de cientos de años de espera) es en proteger mi alma de Shadowland. En lo que a él se refiere, todo lo demás carece de importancia.

Entiendo lo beneficioso que puede resultar tener una perspectiva tan panorámica, pero no puedo evitar preocuparme también por los asuntos «insignificantes».

Y, por desgracia para Damen, lo que más me ayuda a aclarar las ideas es hablar de ello una y otra vez.


Créeme, te has librado de una buena. Y si hubieras insistido en entrar, las cosas se habrían puesto peor
.

Las palabras flotan de mi mente a la suya mientras contemplo el paisaje que se extiende al otro lado del parabrisas. Me asombra lo luminoso, cálido y soleado que es el día, a pesar de que apenas pasan unos minutos de las ocho de la mañana. Y no puedo evitar preguntarme si llegaré a acostumbrarme alguna vez; si dejaré de comparar mi nueva vida en Laguna Beach, California, con la que dejé atrás en Eugene, Oregón.

Si alguna vez conseguiré dejar de mirar atrás.

Mis pensamientos regresan al tema cuando Damen me aprieta la rodilla.

—No te preocupes. Se le pasará —me dice.

Pero aunque su voz suena segura, su expresión cuenta una historia muy diferente. Sus palabras se basan más en la esperanza que en la certeza, ya que su deseo de tranquilizarme supera con creces su deseo de averiguar la verdad. Lo cierto es que si a Sabine no se le ha pasado ya, es muy poco probable que se le pase alguna vez. Y mucho menos pronto.

—¿Sabes qué es lo que más me molesta? —le pregunto, aunque sé que lo sabe porque ya se lo he dicho otras veces. Aun así, continúo—: Lo que más me molesta es que no me cree, a pesar de todo lo que le he dicho. A pesar de que le he leído la mente y le he contado un montón de cosas sobre su pasado, su presente y su futuro, que no podría haber sabido si no tuviera poderes psíquicos, sigue sin aceptar la verdad. De hecho, me cree aún menos. Todo eso solo sirve para que se aferre más a sus ideas y se niegue en redondo a considerar mis argumentos o cualquier otra cosa que tenga que decir al respecto. Se niega a abrir su mente ni lo más mínimo. No hace más que dirigirme esa miradita crítica suya, porque está convencida de que estoy fingiendo, de que me lo he inventado todo en un patético intento por llamar la atención. De que estoy loca de remate.

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