Read Desafío Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Desafío (2 page)

—¿Sabes qué otra cosa sirve para recargar mi energía? —Sonrío y, antes de que tenga tiempo para responder, aprieto mis labios contra los suyos, impaciente por oírle decir la palabra que nos llevará a ese lugar donde podré besarlo de verdad.

La ternura de su mirada me provoca una oleada de hormigueo y calidez, una sensación que solo él puede provocarme.

—Está bien, tú ganas —me dice al tiempo que se aparta un poco—. Pero siempre ganas, ¿no es así? —Sonríe y me mira a los ojos, feliz.

Toma mi mano y cierra los ojos mientras atravesamos el trémulo velo de suave luz dorada.

Capítulo dos

A
terrizamos en medio de un prado de tulipanes, rodeados por centenares de miles de maravillosos capullos rojos. Los suaves pétalos encarnados brillan bajo la omnipresente neblina resplandeciente, y los largos tallos verdes se mecen al compás de la brisa que Damen acaba de manifestar.

Estamos tumbados, mirando el cielo. Con solo imaginarlo, creamos un grupo de nubes y les damos forma de animales o de objetos; después los hacemos desaparecer y nos encaminamos hacia el interior. Nos dejamos caer al unísono sobre el enorme sofá blanco que parece un malvavisco gigante. Mi cuerpo se hunde entre los cojines mientras Damen coge el mando a distancia y se acurruca a mi lado.

—Bueno, ¿por dónde empezamos? —pregunta con una ceja enarcada que indica que está tan impaciente por comenzar como yo.

Encojo los pies por debajo del trasero y apoyo la cabeza en la palma de la mano.

—Hummm… Una pregunta difícil —le digo mirándolo con coquetería—. Dime, ¿qué posibilidades tengo? —Mis dedos trepan bajo el dobladillo de su camiseta, conscientes de que podré tocarlo de verdad muy pronto.

—Bueno, está tu vida parisina, para la que, según parece, ya estás adecuadamente vestida. —Hace un gesto afirmativo y sus ojos se clavan por un instante en las profundidades de mi escote—. También podemos visitar tu vida de puritana, aunque, si te soy sincero, no era una de mis favoritas…

—¿Y eso tiene algo que ver con la vestimenta? ¿Con todas esas ropas oscuras y anodinas de cuello alto? —le pregunto recordando los horribles vestidos que llevaba en aquella época, lo incómodos que eran y lo mucho que aquellos tejidos me irritaban la piel. Tampoco es una de mis épocas favoritas, desde luego—. Porque, si ese es el caso, seguro que te gustaba mi vida en Londres, cuando era la hija consentida de un barón adinerado y tenía un extraordinario guardarropa lleno de vestidos escotados resplandecientes y montones de zapatos increíbles. —Esa es sin duda una de mis preferidas, aunque solo sea por la simplicidad de la rutina de mi vida diaria, que en su mayor parte consistía en afrontar los dramas que yo misma había instigado.

Damen contempla mi rostro mientras me acaricia la mejilla. El persistente velo de energía vibra entre nosotros, pero solo hasta que elijamos un escenario.

—Bueno, si quieres saberlo, te diré que siento cierta predilección por Amsterdam. Por aquel entonces era un artista y tú eras mi musa, y…

—Y me pasaba la mayor parte del tiempo desnuda, cubierta solo por mi larguísimo cabello pelirrojo y un pequeño trozo de seda. —Niego con la cabeza y suelto una carcajada. No me sorprende en absoluto su elección—. Pero estoy segura de que esa no es la verdadera razón, ¿verdad? Seguro que no es más que una coincidencia, ¿a que sí? Seguro que lo que de verdad te interesaba eran los aspectos artísticos del asunto, y no…

Me inclino hacia él, lo distraigo con un beso en la mejilla y le arrebato el mando a distancia. Su expresión adquiere un fingido matiz indignado mientras me divierto con un improvisado juego de «no te acerques».

—¿Qué estás haciendo? —pregunta con cierta preocupación. De pronto, se toma con más seriedad lo de recuperar el mando.

Pero no me rindo. No pienso rendirme. Siempre que venimos aquí es él quien controla este cacharro y, por una vez, me gustaría ser yo quien lo sorprenda.

Lo sostengo por encima de mi cabeza y me lo paso de una mano a otra, decidida a mantenerlo fuera de su alcance.

—Bueno, como es evidente que nos resulta imposible ponernos de acuerdo con nuestras épocas favoritas, supongo que puedo apretar un botón al azar y ver dónde aterrizamos…

Me mira, y de repente su rostro palidece y su mirada se vuelve seria. Toda su expresión… No, qué demonios, todo su comportamiento se ha transformado de un modo tan impactante, tan solemne y tan desproporcionado, que estoy a punto de entregarle el control remoto, pero me lo pienso mejor y aprieto un botón.

Murmuro algo sobre la típica necesidad masculina de apoderarse del mando a distancia mientras la pantalla cobra vida y aparece una imagen de…

Bueno, de algo que nunca había visto antes.

—¡Ever! —exclama Damen. Su voz es firme y calmada, pero no logra ocultar su apremio—. Ever, por favor, devuélveme el mando. Yo…

Intenta arrebatármelo de nuevo, pero ya es demasiado tarde. Lo he escondido debajo del cojín.

Ya lo he puesto a salvo.

Ya he visto las imágenes que aparecen ante nosotros.

Es… es un lugar del sur, antes de la guerra. Y, aunque no estoy muy segura de por qué, sé que se trata del sur profundo. Supongo que es por las casas, construidas de una manera que creo que se llama «estilo plantación», y por la forma en que cambia la atmósfera; el cielo parece cálido, brillante y bochornoso, muy distinto a cualquier otro que haya visto o sentido en mis otras vidas. Es como una de esas «tomas panorámicas» de las películas, una imagen que te ayuda a entender en qué parte de la historia te encuentras
.

Luego, con la misma rapidez, estamos dentro de la casa. Aparece un plano corto de una chica situada frente a una ventana que se supone que debe limpiar… pero en vez de eso, contempla el exterior con expresión dulce y soñadora
.

Es alta para su edad, delgada y de hombros estrechos. Tiene la piel brillante y oscura, y unas piernas kilométricas rematadas por un par de tobillos escuálidos que asoman bajo el sencillo vestido de algodón. La prenda está muy gastada, y resulta obvio que ha sido remendada una y otra vez. Sin embargo, está planchada y limpia, como el resto de su persona. Solo le veo el perfil, ya que está de lado, pero puedo atisbar que su largo cabello oscuro desciende en espiral desde la parte posterior de su cabeza en una complicada mezcla de nudos y trenzas
.

Es cuando se da la vuelta y puedo ver su rostro con claridad, que me fijo en sus oscuros ojos castaños y me doy cuenta de que…

¡Me estoy viendo a mí misma!

Ahogo una exclamación que resuena en las paredes de mármol blanco mientras contemplo ese rostro. Es un rostro joven y hermoso, aunque desfigurado por una expresión triste que no está en consonancia con su/mi juventud. Y un momento después, cuando aparece un hombre blanco mucho mayor, el significado de esa expresión se aclara de inmediato.

Él es el amo. Yo soy su esclava. Y no tengo tiempo para soñar despierta
.

—Ever, por favor… —me suplica Damen—. Dame el mando ahora, antes de que veas algo de lo que te arrepentirás… algo que nunca podrás borrar de tu memoria.

No se lo doy.

Todavía no puedo dárselo.

Tengo que ver a ese hombre extraño al que no he conocido en ninguna de mis otras vidas; un hombre al que le encanta golpearla (golpearme) por el mero hecho de soñar con una vida mejor.

No tengo derecho a albergar esperanzas, ni a soñar, ni a nada que se le parezca. No tengo derecho a imaginar lugares lejanos o un amor que me salvará
.

Nadie me salvará
.

No hay lugares mejores
.

No aparecerá ningún amor
.

Esta es mi vida… Y así moriré
.

La libertad no es para los míos
.

Y cuanto antes me haga a la idea, mejor para mí, me dice… y lo repite con cada latigazo
.

—¿Cómo es posible que nunca me lo hayas contado? —susurro con un hilo de voz.

Contemplo horrorizada las imágenes que me muestran una paliza que hasta ahora ni siquiera había creído posible. Asimilo cada golpe con un leve estremecimiento, con un juramento de silencio y dignidad que estoy decidida a cumplir.

—Como puedes apreciar, esta no es una de tus vidas románticas —dice Damen con una voz ronca por el pesar—. Hay ciertas partes, como la que estás contemplando ahora, que son de lo más desagradables, y no he tenido tiempo para modificarlas. Por eso lo he mantenido alejado de ti. Pero dejaré que lo veas tan pronto como lo haga, te lo prometo. Lo creas o no, hubo momentos felices. No fue siempre así. Pero, te lo ruego, Ever, hazte un favor y apágalo antes de que la cosa se ponga peor.

—¿Se pone peor?

Mis ojos se llenan de lágrimas por la chica indefensa que tengo ante mí. La chica que era antes.

Damen se limita a asentir antes de sacar el mando de debajo del cojín y apagar la pantalla. Nos quedamos en silencio, estremecidos por los horrores que acabamos de contemplar.

—Y el resto de mis vidas, todas esas escenas que nos encanta revivir, ¿también están modificadas? —pregunto, decidida a romper el silencio.

Damen me mira con el ceño fruncido, preocupado.

—Sí. Creí que te lo había dejado claro la primera vez que vinimos aquí. Nunca quise que vieras imágenes tan perturbadoras como esta. No sirve de nada revivir el aspecto más traumático de ciertas cosas que no podemos cambiar.

Niego con la cabeza y cierro los ojos, pero eso no sirve para aplacar la brutalidad de las imágenes que siguen apareciendo en mi mente.

—Supongo que no me di cuenta de que eras tú quien las modificaba. Supuse que era el lugar en sí quien lo hacía, como si Summerland no pudiese permitir que ocurriera nada malo en su interior, como si…

Pierdo el hilo, así que decido dejar la frase a medias. Recuerdo esa parte oscura, lluviosa y siniestra que descubrí una vez y sé que, al igual que el yin y el yang, toda oscuridad tiene su luz. Y eso, según parece, también incluye a Summerland.

—Yo construí este lugar, Ever. Lo creé especialmente para ti… para nosotros. Y eso significa que soy yo quien edita las imágenes.

Pulsa un botón del mando, aunque esta vez se cuida de elegir una escena más agradable, una escena en la que aparecemos escabulléndonos de un baile. Es uno de los momentos felices de la frívola vida londinense que tanto me gusta, un obvio intento por aligerar el ambiente, por desterrar la oscuridad que acabamos de revivir. Pero no funciona. No es fácil borrar imágenes tan horribles una vez vistas.

—Hay muchas razones por las que no recordamos nuestras vidas anteriores después de reencarnarnos, y la que acabas de presenciar es sin duda una de ellas. A veces son demasiado dolorosas para soportarlas, demasiado duras. Los recuerdos son una fuente de obsesiones. Yo lo sé mejor que nadie, ya que hay muchos que me atormentan desde hace más de seiscientos años.

A pesar de que me señala la pantalla para que vea una versión mucho más feliz de mí misma, no sirve de nada. No existe una cura inmediata para lo que siento en estos momentos.

Hasta hace un instante estaba segura de que mi vida como sirvienta parisina era la peor. Pero ¿una esclava? Niego con la cabeza. Jamás me habría imaginado algo así. Nunca. Y, sinceramente, debo admitir que tanta brutalidad me ha dejado sin aliento.

—El objetivo de la reencarnación es experimentar el mayor número posible de vidas —dice Damen, que ha sintonizado mis pensamientos—. Así es como aprendemos las lecciones más importantes sobre el amor y la compasión, poniéndonos literalmente en el lugar de otro…, otro en quien acabamos convirtiéndonos al final.

—Creí que me habías dicho que el objetivo era equilibrar el karma. —Frunzo el ceño mientras me esfuerzo por encontrarle algo de lógica a todo esto.

Damen asiente con una expresión paciente y amable.

—Nuestro karma se desarrolla según las decisiones que tomamos, según la rapidez (o la lentitud) con la que aprendemos lo que de verdad es importante. Según el tiempo que tardemos en aceptar la auténtica razón por la que estamos aquí.

—¿Y cuál es esa razón? —pregunto. Mi mente todavía está algo embotada—. ¿Cuál es la auténtica razón?

—Amarnos los unos a los otros. —Encoge los hombros—. Ni más ni menos. Parece muy sencillo, algo muy fácil de hacer. Pero basta echar un vistazo a nuestra historia, incluyendo la parte que acabamos de ver, para tener claro que es una lección muy difícil para muchos.

—Así que intentabas protegerme de eso, ¿no?

Empiezo a sentir el aguijón de la curiosidad. Una parte de mí quiere ver más; quiere saber cómo ella (yo) sale adelante. Sin embargo, otra parte de mí tiene la certeza de que alguien que ha aprendido a sobrellevar una paliza como esa con tanta dignidad ya ha vivido antes muchas otras.

—A pesar de lo que has visto, quiero que sepas que hay momentos alegres. Eras muy hermosa, radiante, y una vez que conseguí alejarte de todo eso…

—Espera un momento… ¿Me rescataste? —Lo miro con los ojos como platos, como si estuviera contemplando a mi propio príncipe azul—. ¿Me liberaste?

—En cierto sentido… —Asiente, pero aparta la mirada. Su voz ha sonado tensa y es evidente que haría cualquier cosa por dejar todo este asunto atrás.

—¿Y fuimos… felices? —le pregunto. Necesito oírselo decir—. ¿Fuimos felices de verdad?

Hace un gesto afirmativo. Mueve la cabeza arriba y abajo con rapidez, pero no me dice nada más.

—Hasta que Drina me mata —añado para rellenar las partes que él no desea compartir conmigo.

Ella siempre se encargó de ponerle un final prematuro a mi vida, así que, ¿por qué iba a ser diferente esta vez? Noto que el rostro de Damen se ha tensado y que sus manos se mueven con crispación, pero decido presionarlo un poco más.

—Bueno, cuéntame, ¿cómo lo hizo esta vez? ¿Me empujó delante de un carruaje en marcha? ¿Me tiró desde un acantilado? ¿Me ahogó en un lago? ¿O probó con algo nuevo?

Damen me mira a los ojos. Es obvio que preferiría no responder, pero tiene claro que no me rendiré hasta que me lo cuente.

—Lo único que debes saber es que nunca repitió la misma técnica. —Suspira con expresión seria, solemne—. Quizá porque disfrutaba demasiado. Le encantaba idear nuevas formas. —Da un respingo—. Y supongo que no quería que yo empezara a sospechar. Pero escúchame, Ever, aunque lo que has presenciado es algo trágico, yo te amaba y tú me amabas, y fue algo glorioso mientras duró.

Other books

The Crown and the Dragon by John D. Payne
Evaleigh by Stark, Alexia
The Island by Minkman, Jen
The Rain in Portugal by Billy Collins
Smittened by Jamie Farrell
Love for Now by Anthony Wilson
Goodnight Steve McQueen by Louise Wener