—
Soy inmortal
—
le dice mirándolo a los ojos
.
Arroja la primera bola sin previo aviso, sin dejar que Miles coja el bate. Le lanza la pelota sin miramientos, pero aguarda con expresión paciente, concediéndole a Miles tiempo de sobra para dar un paso adelante y batear.
Miles se atraganta, escupe la pajita y el café, y se limpia los labios con la manga mientras observa a Damen con expresión atónita
.
—
Scusa
?
Damen se echa a reír, aunque no sé con seguridad si es por el intento de Miles de hablar en italiano o por verlo decidido a fingir que en realidad no ha oído lo que acaba de oír
.
—
Has oído bien
—
le dice sin dejar de mirarlo a los ojos
—.
He dicho exactamente eso. Que soy inmortal. Llevo en este mundo algo más de seiscientos años. Los mismos años que tenían Roman y Drina hasta hace poco
.
Miles se queda pasmado. Olvida el café mientras recorre a Damen con la mirada en un intento por entenderlo, por asimilarlo todo
.
—
Disculpa que haya sido tan brusco… y créeme cuando te digo que no te lo he soltado así para disfrutar de tu cara de estupefacción. Es solo que con el paso del tiempo he llegado a aprender que es mejor decir estas cosas, las noticias inesperadas, de buenas a primeras. Te aseguro que a veces he pagado muy caro el hecho de callármelas
. —
Guarda silencio un instante y su mirada se vuelve triste, distante
.
Sé que se refiere a mí, al tiempo que tardó en contarme la verdad sobre mi propia existencia y a que ha cometido el mismo error una vez más al no hablar con claridad de nuestra historia pasada.
—
Debo admitir que una parte de mí daba por sentado que ya lo habías adivinado, puesto que Roman se aseguró de que descubrieras los retratos y todo eso. Creí que ya habrías llegado a alguna conclusión al respecto
.
Miles niega con la cabeza, parpadea un montón de veces y deja el café en la mesa. Mira a Damen con una expresión que va mucho más allá de la confusión
.
—
Es que…
—
Su voz suena ronca, así que se aclara la garganta y empieza otra vez
—.
Bueno, supongo que… No, no pensé eso
. —
Entorna los párpados para observar a Damen con detenimiento
—.
Para empezar, no estás blanco como la leche ni tienes un aspecto extraño. De hecho, es más bien todo lo contrario: desde que te conozco, siempre has estado bastante bronceado. Por no mencionar que, por si no lo has notado, estamos a plena luz del día. Y a unos treinta y cinco grados centígrados, más o menos. Así que, perdona que te lo diga, pero lo que dices no tiene ningún sentido
.
Damen inclina la cabeza con una expresión más confundida aún que la de Miles. Medita unos instantes y suelta una carcajada. Echa la cabeza hacia atrás para que los enormes pétalos de su risa salgan sin problemas de su garganta. Al final, se calma un poco y hace un gesto negativo con la cabeza
.
—
No soy uno de esos míticos inmortales, Miles. Soy un inmortal de verdad. De los que no tienen colmillos, no se queman con el sol y no tienen la repugnante costumbre de beber sangre
. —
Vuelve a negar con la cabeza y masculla algo al recordar que yo también llegué a la misma conclusión en su día
—.
En resumen, estamos esta botella de elixir y yo
. —
Levanta la bebida y la balancea de un lado a otro mientras Miles la mira con perplejidad. La sustancia que la humanidad ha buscado desde siempre, la que causó el asesinato de los padres de Damen, brilla y centellea bajo el resplandor del sol de la tarde
—.
Créeme, esto es lo único que necesito para seguir con vida durante… bueno, durante toda la eternidad
.
Se quedan en silencio. Miles observa a Damen en busca de algún síntoma delator, de algún tic nervioso, de alguna señal de engaño. De cualquier cosa que indique que una persona miente. Damen se limita a esperar. Le concede a Miles todo el tiempo que necesita para hacerse a la idea, para asimilar las cosas, para aceptar una nueva posibilidad que nunca antes había considerado.
Y cuando Miles abre la boca para preguntar, Damen se limita a asentir en respuesta a la pregunta que no ha formulado.
—
Mi padre era alquimista en una época en la que era común experimentar con esas cosas
.
—¿
Y qué época era esa, si puede saberse
? —
pregunta Miles, que ha recuperado el habla por fin. Es obvio que no cree que haya pasado tanto tiempo como asegura Damen
.
—
Hace algo más de seiscientos años
. —
Encoge los hombros, como si el inicio de su aventura tuviese poca importancia para él
.
Pero yo sé que no es así.
Sé lo mucho que aprecia el tiempo que pasó con su familia, los recuerdos que compartieron antes de ser asesinados.
También sé lo doloroso que le resulta admitirlo. Sé que prefiere restarle importancia, fingir que apenas lo recuerda.
—
Fue durante el Renacimiento italiano
—
añade un instante después
.
No dejan de mirarse a los ojos. Damen no lo demuestra de ninguna forma, pero para mí es evidente que le cuesta un triunfo tener que admitirlo.
Su mayor secreto, el que ha conseguido guardar durante seis larguísimos siglos, acaba de salir a la luz como el agua de una cañería rota.
Miles asiente. Asiente sin inmutarse. Le cede el café a una gaviota curiosa y lo aparta antes de empezar a hablar
.
—
No sé muy bien qué decir. Quizá solo: gracias
.
Sus miradas vuelven a encontrarse
.
—
Gracias por no mentirme. Por no intentar negarlo o fingir que esos retratos eran los de un pariente lejano o una extraña coincidencia. Gracias por contarme la verdad. Por más extraño e increíble que pueda resultar…
—¿Lo sabías?
Le suelto la mano y me aparto a toda velocidad, tan deprisa que Miles tarda un rato en darse cuenta de que ya no está prisionero.
Se aleja con un respingo, flexiona los dedos y gira la muñeca de un lado a otro para que su sangre vuelva a circular con normalidad.
—Joder, Ever… ¿sabes lo que es extralimitarse?
Hace un gesto negativo con la cabeza y empieza a pasearse por la tienda. Sortea con pasos furiosos las estanterías, los ángeles expuestos y los estantes de los CD antes de volver a empezar el recorrido. Necesita un tiempo para perdonarme, para soltar vapor, un tiempo antes de volver a mirarme. Desliza el pulgar por el lomo de los libros y suelta un suspiro.
—En serio, una cosa es saber que eres capaz de leer la mente y otra muy distinta que te metas dentro de la mía sin mi consentimiento. —La frase va seguida de una retahíla de comentarios entre dientes.
—Lo siento —le digo. Sé que le debo mucho más que una disculpa, pero algo es algo—. De verdad. Prometí… no hacerlo nunca, y casi siempre mantengo mi promesa. Pero en ocasiones… bueno, en ocasiones la situación es tan urgente que no queda otro remedio.
—¿Entonces ya lo habías hecho antes? ¿Es eso lo que me estás diciendo?
Se da la vuelta con los ojos entrecerrados y la boca apretada. Sus dedos se agitan con nerviosismo. Ha dado por sentado lo peor, que me he colado en su cabeza más veces de las que puedo recordar. Y aunque en realidad no es cierto, aunque en realidad preferiría no tener que hacerlo, sé que si quiero tener alguna esperanza de recuperar su confianza debo empezar a explicarme ahora mismo.
Respiro hondo y lo miro a los ojos.
—Sí. Algunas veces me he colado en tu mente sin tu consentimiento, y lo siento muchísimo. Sé que debe de parecerte una especie de violación.
Miles pone los ojos en blanco y me da la espalda. Masculla por lo bajo con la intención de preocuparme… y lo consigue.
Pero no puedo culparlo. En absoluto. He invadido su intimidad, de eso no cabe duda. Solo espero que pueda perdonarme.
—Así que, en resumen, lo que me estás diciendo es que no tengo secretos. —Se vuelve hacia mí una vez más y me mira de arriba abajo—. No tengo ningún pensamiento privado, nada que tú no hayas cotilleado ya. —Está furioso—. ¿Y desde cuándo ocurre esto, Ever? ¿Desde el día que nos conocimos?
Sacudo la cabeza, decidida a conseguir que me crea.
—No. Nada de eso. Bueno, sí, he leído tu mente otras veces, ya lo he admitido, pero han sido muy pocas. Y solo lo hice cuando pensé que podrías haber averiguado algo que…
Tomo una honda bocanada de aire al ver sus párpados entornados y su mandíbula apretada, señales de que la cosa no va tan bien como yo esperaba. Aun así, se merece una explicación, al margen de cuánto se enfade. Así pues, me aclaro la garganta y sigo adelante.
—En serio, las únicas veces que me colé en tu cabeza fue para ver si intuías la verdad sobre Damen y sobre mí. Eso es todo. Te lo juro. No deseaba saber ninguna otra cosa. Tengo mucho más sentido de la ética del que pareces creer. Además, para que lo sepas, antes oía los pensamientos de todo el mundo. En ocasiones había centenares, incluso miles de pensamientos a mi alrededor. Era un ruido ensordecedor y deprimente, y lo odiaba con todas mis fuerzas. Por eso siempre llevaba la capucha y el iPod encendido. No era solo una cuestión de ir a la moda, ¿sabes?
Me quedo callada un instante al ver que su espalda y sus hombros se ponen rígidos, pero continúo.
—Fue lo único que se me ocurrió para poder bloquear todos esos pensamientos. Tal vez te pareciera ridícula, pero aquel atuendo cumplía su propósito. Solo pude dejarlo cuando Ava me enseñó a levantar un escudo para protegerme, a desintonizar los pensamientos de los demás. De modo que sí…, vale, tienes razón. He podido oír todo lo que se te pasaba por la cabeza desde el día en que nos conocimos… Pero igual que podía oír cualquier cosa que pasaba por la cabeza de cualquier persona. Y no porque quisiera oírlo, sino porque no me quedaba más remedio que hacerlo. Tus cosas son solo tuyas, Miles. Te aseguro que he intentado por todos los medios no conocer tus secretos. Tienes que creerme.
Lo sigo con la mirada mientras se pasea por la estancia de espaldas a mí, para que no pueda verle la cara. No obstante, su aura empieza a brillar con más fuerza, una señal inequívoca de que se está recuperando.
—Lo siento —dice al final mientras se da la vuelta.
Lo miro con recelo y me pregunto qué es lo que siente, después de todo lo que le he contado.
—Las cosas que pensaba de ti… —comenta al tiempo que niega con la cabeza—, bueno, no de ti, más bien de tu ropa. Pero da igual. —Da un respingo—. No puedo creer que oyeras todo eso.
Hago un gesto con los hombros para restarle importancia. Estoy dispuesta a olvidarlo. En lo que a mí respecta, es agua pasada.
—En serio… A pesar de lo que pensaba de ti, seguiste quedando conmigo, seguiste llevándome a clase todos los días, seguiste siendo mi amiga. —Encoge los hombros y suspira.
—No te preocupes. —Esbozo una sonrisa esperanzada—. Lo único que quiero saber es si tú querrás seguir siendo el mío.
Asiente, se acerca y extiende las manos sobre el mostrador antes de hablar.
—Por si te lo preguntas, fue Haven quien me lo contó primero.
Suspiro. Ya me lo había imaginado.
—Bueno, no, rebobina. En realidad, solo me lo insinuó. —Se queda callado y señala un anillo que hay bajo el vidrio. Se lo saco de inmediato para que se lo pruebe—. Básicamente, me invitó a su casa… —Hace una pausa y frunce el ceño mientras levanta la mano para admirar el anillo. Luego se lo quita y me señala otro—. Sabes que se ha mudado, ¿no?
Hago un gesto negativo. No lo sabía, pero supongo que debería haberlo imaginado.
—Ahora vive en la casa de Roman. No sé muy bien cuánto durará, pero no deja de hablar de emanciparse legalmente, así que supongo que va en serio. De cualquier forma, para resumir, me invitó a su casa, me sirvió un enorme cáliz lleno de elixir e intentó convencerme de que diera un trago sin contarme lo que era.
Sacudo la cabeza en un gesto exasperado. No puedo creer que sea tan irresponsable. Bueno, lo creo porque estamos hablando de Haven, pero aun así no es nada bueno.
—Y cuando lo rechacé, ella se puso en plan melodramático y me dijo… —Miles carraspea un poco a fin de prepararse para imitar la voz ronca de Haven, y lo cierto es que la clava cuando dice—: «Miles, si alguien te ofreciera la belleza eterna, una fuerza imperecedera y asombrosos poderes físicos y mentales… ¿aceptarías?». —Pone los ojos en blanco—. Me miró de tal forma que ese dichoso zafiro azul que lleva incrustado en la frente casi me deja ciego. Y se pilló un buen rebote cuando le respondí: «Hummm… No, gracias».
Sonrío al imaginarme la escena.
—Por supuesto, ella dio por hecho que no había entendido lo que me ofrecía, así que intentó explicármelo de nuevo, esta vez con más detalles. Pero mi respuesta siguió siendo «No». Entonces se cabreó de verdad y me contó casi lo mismo que Damen. Me habló del elixir, me contó que Damen te había convertido y que tú la habías convertido a ella. También me contó algunas cosas que Damen no mencionó, como por ejemplo que habías sido tú quien había matado a Roman y a Drina.
—Yo no maté a… —Roman.
Empiezo a decirle que yo no maté a Roman, que fue Jude. Pero me arrepiento de inmediato. Miles ya sabe más cosas de las que debería. No quiero darle más en lo que pensar.
—Da igual. —Se encoge de hombros, como si estuviera hablando de cosas normales y racionales—. Luego, cuando intentó que bebiera otra vez, volví a negarme. Y fue entonces cuando se puso furiosa, como una niña de dos años con una rabieta. «Oye», le dije, «si esa cosa funcionara de verdad, Roman y Drina seguirían aquí, ¿no crees?». Y, puesto que no es el caso, supongo que al fin y al cabo no eran inmortales. —Miles me mira fijamente—. Y entonces me dijo que ese pequeño asunto quedaría solucionado en cuanto acabara contigo. Que tenía que confiar en ella, que su elixir era mucho mejor que el tuyo, que solo tenía que dar un par de sorbos para disfrutar de una salud, una belleza y una vida eternas durante… bueno, pues eso, toda la eternidad.
Trago saliva con fuerza mientras observo su aura, que ahora tiene un tono amarillo brillante. El aura es la única prueba de que no ha mordido el anzuelo… al menos de momento.