Desde donde se domine la llanura (46 page)

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Authors: Megan Maxwell

Tags: #Aventuras, romántico

—Te lo prometo.

Durante unos instantes, ambos se miraron y se hablaron sin palabras, hasta que Niall la soltó, y ella con rapidez salió de la habitación.

Como si el aire le faltara en los pulmones, la joven corrió por la escalera y subió a las almenas. Necesitaba respirar. Necesitaba que el aire le diera en la cara. En definitiva, necesitaba a Niall. Sin que pudiera evitarlo, las lágrimas corrieron por sus mejillas como ríos descontrolados y, ocultándose en un lateral de las almenas, lloró en silencio, hasta que sintió que unos brazos fuertes la abrazaban. El vello se le puso de punta al escuchar la voz de Niall, que hundiéndole la boca en su cuello, le confesó:

—Te voy a añorar mucho, cariño.

Y entonces la besó. Le devoró los labios como únicamente él y su pasión sabían, y Gillian se sintió desfallecer. Instantes después, tras un desgarrado y último beso, Niall se marchó dejándola sola en las almenas, mientras las lágrimas le corrían descontroladamente por las mejillas y en su boca aún sentía su sabor.

Capítulo 58

Al amanecer, los guerreros de Duncan, junto a varias carretas con los baúles de Gillian, esperaban a recibir la orden de su señor para emprender el viaje de vuelta a casa. En un lateral, un ceñudo y serio Niall hablaba con Duncan y Kieran, mientras Megan se despedía con una sonrisa encantadora de Helena.

Con tristeza, pero con una fingida sonrisa, Gillian se despidió uno por uno de todos los habitantes de Duntulm. Susan le besó las manos y, con lágrimas en los ojos, le recordó que sin ella el castillo nunca sería un hogar. Gaela y sus hermanas, con los rostros enrojecidos, se despidieron también de ella, deseándole buen viaje, ya que no pudieron decir nada más. Rosemary, angustiada y con un extraño sabor en la boca, la besó y se echó a llorar.

—Venga…, venga, Rosemary, lo importante es que nos hemos conocido. Quédate con eso, y por favor —murmuró Gillian, conmovida y mirando a Donald—, espero que alguna vez me visitéis, viva donde viva.

—Por supuesto, milady. Dadlo por hecho —respondió el
highlander
, más tieso que un ajo—. Milady, la voy a añorar mucho.

—Y yo a vosotros —murmuró casi ahogada—. Todos sois fantásticos. —Después, se agachó para besar a Colin y a la pequeña Demelza, que lloriqueaba en las faldas de una nostálgica Helena. La niña no quiso despedirse de ella.

—Me prometiste que pasaríamos una bonita Navidad —murmuró reprochándoselo.

Al recordar aquello, Gillian sonrió.

—Y la pasarás, Demelza. Que yo no esté aquí no significa que no la pases, preciosa.

Pero la niña, enfadada por ello, se dio la vuelta y se marchó corriendo. —Milady, no se lo tengáis en cuenta —se disculpó su madre—. Ella os quiere mucho y…

—No te preocupes. Me hago cargo de su decepción.

—Mi señora, queríamos daros las gracias por tantas cosas… —añadió un emocionado Aslam, que no pudo continuar, pues su voz se quebró. Helena, con cariño, al ver que su marido se ahogaba, continuó hablando:

—Mi esposo y yo queremos daros las gracias por lo bien que os habéis portado con nosotros. Primero por recogernos a mis hijos y a mí, y darnos un hogar, y luego por lo buena que habéis sido siempre con todos nosotros. Os echaremos muchísimo de menos.

—Helena, Aslam —dijo Gillian, que los cogió de las manos—, las gracias os las tengo que dar yo a vosotros por haberme ayudado tanto durante todo el tiempo que he estado aquí. A ti, Helena, porque has sido una buena y excepcional amiga y consejera, y a ti Aslam, porque siempre he podido contar contigo para todo.

—Y podréis seguir contando. Siempre seréis mi señora.

—Y la mía —intervino Liam.

—Y la mía —asintió Donald.

Uno tras otro, todos los
highlanders
de Niall, esos barbudos que en un principio se reían de ella, llamándola «guapa» o «rubita» le prometieron fidelidad eterna, y eso la ahogó. Aquel momento dejó sin palabras a Niall, que junto a su hermano y Megan observaban la escena. Todos rodeaban a Gillian, y la hacían su señora para siempre e incondicionalmente. Ésta, emocionada, les sonrió con los ojos inundados en lágrimas, pero consiguió retenerlas. No quería que la última imagen que recordaran de ella fuera llorando como una boba damisela.

Ewen, tras una orden de Niall, llegó hasta ella, y sacándola del cerco que sus hombres habían hecho alrededor de su señora, murmuró:

—Milady, me uno a lo que los guerreros dicen. Siempre seréis mi señora y espero que cuando vaya a visitaros os apetezca seguir practicando conmigo el tiro con arco.

—Por supuesto, Ewen. —Y dándole un abrazo, cuchicheó—: Gracias por tus sabios consejos y por ser mi amigo siempre.

Al sentir que el cuerpo de ella se contraía, el hombre sonrió. —Recuerde, milady, los guerreros nunca lloramos —le dijo. Tras inspirar, ella sonrió, aunque casi se derrumbó al ver a Donald y muchos otros
highlanders
de casi dos metros conteniendo el llanto por su marcha. Sin pararse a pensarlo, miró hacia Cris y Brendan, que habían ido a despedirla. Y aunque su amiga parecía de mejor humor que el día anterior, la angustia de sus ojos dejaba ver la tristeza por aquella marcha.

—Cuídate, ¿me lo prometes? —sonrió Gillian.

—Pues claro —respondió Cris—. Cuídate tú también. —Gillian la abrazó, y cuando las lágrimas comenzaron a rodarle por las mejillas, se las limpió con rapidez.

—Estaré un tiempo en Eilean Donan, pero creo que luego regresaré a Dunstaffnage con mi familia.

—Si cada vez te vas más lejos, me va a ser muy difícil visitarte —suspiró Cris, que la tomó de las manos—. Eres la única amiga que he tenido. La única a la que no le ha horrorizado que yo manejara la espada y la única que me ha defendido y ayudado. ¿Qué voy a hacer ahora sin ti?

—Vivir, Cris —respondió, emocionada—. Y nunca olvides que siempre seré tu amiga.

Encogiéndose de hombros, Cris resopló.

—Ya lo sé, pero dicen que la distancia a veces es el olvido.

—No para mí. Te lo prometo, Cris —murmuró, mirando a Niall—. No para mí. —Tras un candoroso abrazo, Gillian miró a Brendan.

—Bueno, McDougall de Skye, ha sido todo un placer conocerte. Sólo espero que cuides a mi gran amiga y vuestro hijo, y que alguna vez me vengáis a visitar. —Él se carcajeó y eso atrajo la mirada de Niall, que los observó desde la distancia.

—El placer ha sido mío, McDougall de Dunstaffnage, y ten por seguro que te visitaremos, al igual que espero que tú, con tu precioso bebé, nos visites a nosotros. —Descompuesta, Gillian asintió, y entonces Brendan y Cris la abrazaron al mismo tiempo. Y sin poder contener por más tiempo el llanto, explotó.

—Venga…, venga…, no llores, Gillian —murmuró Brendan.

—Por favor…, por favor, no me soltéis hasta que deje de llorar como una tonta damisela en apuros. No quiero que nadie me vea así. ¡Qué horror!

—Por supuesto, Gillian. Nadie te verá llorar —le aseguró Cris. Conmovido por aquello, Brendan levantó los brazos para cubrirle el rostro a Gillian, y ésta, con rapidez, se sacó un pañuelo de la manga para secarse las lágrimas. Cuando se hubo repuesto, dio unos toques en el pecho de Brendan, y éste la soltó.

—Gracias, Brendan —sonrió Gillian con la nariz roja como un tomate.

—Gracias a ti por todo, Gillian. Sin ti nada de lo que ha ocurrido hubiera sido posible. Tú has conseguido que llegara la paz entre nuestros clanes y que nosotros pudiéramos cumplir nuestro sueño.

—Incluso conseguiste que mi padre se diera cuenta de cómo eran Diane y su querida madre, y desde que esa tonta no está y Mery ya no es la bruja que fue, Dunvengan ha vuelto a ser mi hogar.

Gillian, mirando al cielo, suspiró y sonrió.

—¿Os habéis empeñado todos en hacerme llorar hoy, o qué? Megan se acercó y tomó a Gillian de las manos.

—Debemos irnos ya. Los hombres se impacientan —le indicó. Con una conmovedora sonrisa, Gillian se alejó y se dirigió hacia
Hada
. Al llegar a la yegua, la esperaba Niall.

«¡Ay, Dios! Dame fuerzas, por favor. Las necesito», pensó ella.

—Bueno —susurró, temblorosa—, ha llegado el momento de regresar a casa.

—Así es, Gillian —asintió él.

Tras mirarse durante unos instantes a los ojos, como la noche anterior en las almenas, Niall le puso las manos en la cintura e izándola sin ningún esfuerzo, la puso sobre el caballo. Aquel gesto la decepcionó. Esperaba un abrazo, un beso, una despedida más candorosa, pero no aquello. Por ello, intentó no volver a lloriquear como una idiota y trató de sonreír.

—No sé qué decirte en estos momentos, Niall.

—No hace falta que digas nada. —Y tomándole la mano, se la besó—. Adiós, Gillian. Cuídate.

Entonces, el laird se dio la vuelta y se marchó, dejándola totalmente desangelada. Hubiera querido bajarse del caballo y correr tras él, pero no, no lo haría. Con aquella despedida Niall había dejado muy claro que ella sobraba en su vida.

Duncan vio el gesto de su hermano y, angustiado por la tristeza que sabía que sufría, miró a Kieran, y ambos dieron la orden de partir. Las carretas se pusieron en marcha, y Megan, tomando la mano de su amiga, para darle ánimos la instó:

—Vámonos, Gillian.

Con una tristeza infinita, Gillian observó como Niall desaparecía tras la puerta del castillo, y levantando el mentón, miró a todos los que la vitoreaban y, con la mejor de sus sonrisas, les dijo adiós.

Una vez que se puso en marcha no quiso mirar atrás. Sabía que, si lo hacía, el corazón se le partiría. Pero cuando llegó al punto exacto en que sabía que perdería de vista Duntulm para siempre, dio la vuelta al caballo y, con el corazón destrozado, susurró:

—Adiós, amor.

Capítulo 59

Durante la primera parte del trayecto, Kieran intentó hacer sonreír a una turbada Gillian. Pero nada de lo que aquel simpático
highlander
decía le recomponía la desazón que su cuerpo sentía. Cuando pararon a comer, Gillian apenas probó bocado. No tenía hambre. Y cuando reanudaron la marcha, prefirió ir descansando en el carromato que le habían preparado.

Cuando Duncan vio que ella cerraba las cortinillas del carro, miró a su mujer y le preguntó:

—Megan, ¿estás segura de que Gillian reaccionará?

—Lo hará, Duncan, no te preocupes —observó Megan. Pero cuando llegó el atardecer su seguridad comenzó a resquebrajarse. Cada vez estaban más lejos de Duntulm, y no parecía que Gillian reaccionara. Tumbada en el interior de la carreta, Gillian miró su mano. En su dedo aún continuaba el anillo que Niall le había regalado y, mirando aquella piedra marrón, sollozó al recordar sus ojos. «¡Oh, Dios!, ayúdame. ¿Estoy haciendo lo correcto?».

Tras llorar durante un buen rato, finalmente murmuró:

—Basta ya…, no quiero llorar.

Regañándose por tanta sensiblería, suspiró y se sonó la nariz. Pero el pañuelo que llevaba estaba tan empapado que decidió coger otro seco. Al abrir la pequeña talega vio una pequeña bolsita de terciopelo negra. Sorprendida, la sacó y la abrió, y de ella, salió el anillo de su padre y una pequeña nota:

El anillo de nuestra boda siempre ha sido tuyo porque lo compré pensando en ti.

Pero el anillo de tu padre sólo se merece llevarlo tu esposo. Por ello, te lo devuelvo, para que puedas entregárselo a la persona que creas que se merece tu amor.

Niall McRae

Con manos temblorosas, leyó una y otra vez la nota mientras sostenía el precioso anillo de boda de su padre. Aquel anillo era de Niall. Siempre lo había guardado para él y, de pronto, como si Dios y toda Escocia le hubieran aclarado las ideas, gritó:

—¡Maldito seas, McRae!

Sin tiempo que perder, Gillian abrió la tela de la carreta y silbó. La yegua apareció rápidamente. Con seguridad se asió a las crines del animal y montó, pero antes de que pudiera clavarle los talones y salir al galope, Megan la sujetó.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —preguntó. Gillian, esbozando una sonrisa como llevaba tiempo sin hacer, la miró.

—Megan, no te enfades conmigo. Yo te quiero mucho y viviría contigo encantada en Eilean Donan o donde fuera, pero amo a Niall y quiero vivir con él. Adoro a ese
highlander
cabezón a quien le encanta hacerme enfadar, retarme y encolerizarme, pero es que no puedo vivir sin él, y por ello quiero regresar a mi hogar.

Dispuesta a pelear con Megan si hacía falta, Gillian la miró y se quedó estupefacta cuando ella sonrió.

—Ya era hora, Gillian. Llevo esperando este momento desde que partimos. —¡¿Cómo!?

Pero Megan no le contestó y, tras darle un abrazo, dio un silbido y Duncan y Kieran cabalgaron hacia ellas.

—Cambio de planes. Regresamos a Duntulm —anunció Megan. Kieran y Duncan miraron a una radiante Gillian, que se excusó:

—Lo siento, pero no puedo vivir sin él.

Duncan sonrió y Kieran, mirándola con mofa, añadió:

—Preciosa, ¿sabes que me has vuelto a romper el corazón? Incorporándose en el caballo, Gillian le dio un beso en la mejilla y, con una espectacular sonrisa, le confesó:

—Lo siento, Kieran, pero el corazón que a mí me interesa arreglar está en Duntulm y por todos los dioses que lo voy a recuperar.

Después de que Duncan dio la orden, los hombres se pararon y, dando la vuelta a las carretas, comenzaron el viaje de regreso. Pero Gillian estaba ansiosa y, tras clavar los talones en
Hada
, comenzó a cabalgar como alma que lleva el diablo. Duncan intentó frenarla, pues no era bueno para una embarazada galopar así, pero nada en el mundo podía frenar la ansiedad de Gillian por llegar a su destino.

Casi había anochecido cuando al bajar una colina, Gillian se fijó en que a lo lejos un grupo de guerreros cabalgaba hacia ellos, y el corazón se le desbocó al reconocer al primero de ellos: ¡Niall!

Con las mejillas arreboladas y el cabello revuelto por el viento, Gillian llegó hasta ellos y, antes de que pudiera decir nada, su esposo, con una mirada penetrante, puso su caballo a su lado y cogiéndola por la nuca la arrolló con un maravilloso beso. Todos los
highlanders
gritaron y vitorearon.

Cuando por fin se separó de ella, murmuró:

—No, lo nuestro nunca fue un error. ¡Nunca! Con el corazón latiéndole a mil, la joven negó: —No…, no lo fue.

—Gillian, escúchame…

—No, McRae. Escúchame tú a mí —siseó, reaccionando para bajarse del caballo.

—Hum…, me encanta cuando me llamas McRae, fierecilla —se mofó Niall ante la mirada burlona de su hermano Duncan.

—¿Cómo se te ocurre decir que le entregue el anillo de mi padre a otro que no seas tú? ¿Te lo pedí yo ayer acaso?

—No.

Sacando el anillo de su pequeña talega se lo tendió.

—Póntelo ahora mismo.

—No.

—¿¡No!? ¿Por qué no?

—Porque primero quiero aclarar ciertas cosas contigo.

—¡Por todos los santos, McRae!, ¿todavía no te has dado cuenta de que tú eres el único al que yo quise, quiero y querré entregar mi amor y mi vida? —Al ver que él no respondía, Gillian, sin que le importaran todos los testigos que la oían, continuó—: Y en cuanto a mi hijo…

—Nuestro hijo, cariño…, nuestro hijo —corrigió él. Aquellas simples palabras la emocionaron y no pudo continuar. Niall se aproximó a ella y le retiró un mechón de pelo pasándoselo tras la oreja.

—Eres mi vida, mi amor, mi luz y el mayor tesoro que tengo y tendré nunca. He sido un idiota, un egocéntrico y he estado a punto de perderte a ti y a nuestro hijo por mi comportamiento. Me he portado mal contigo cuando tú nos has traído a mi clan y a mí alegría, unión, fuerza y prosperidad. Y aunque esta mañana he dejado que te marcharas, y te he engañado con una mentira piadosa, ya iba a buscarte, cariño. —Ella sonrió, y él prosiguió—: Porque sin ti, sin tus enfrentamientos, tus sonrisas, tus retos, y tu amor no quiero vivir, Gata. Y sólo espero hacerte feliz el resto de tu vida para recompensarte el daño que te he hecho, cuando tú sólo merecías ser amada, querida y respetada.

—Me gusta saber que me quieres, Niall.

—Y mucho, cariño —añadió él.

—¡Oh, Dios! Me encanta cuando me llamas cariño —sonrió ella. Divertido por la mueca que ella había hecho, susurró con amor:

—Pues te lo llamaré tanto que te cansarás de oírlo, porque te quiero, ¡cariño! Los
highlanders
que los rodeaban los miraban con una media sonrisa en la boca.

Kieran le dio un codazo a Megan.

—¡Por todos los santos, Megan! —cuchicheó el hombre—. ¿Es necesario que se digan tantas palabras dulzonas y empalagosas?

Pero en vez de contestar ella, Duncan se le adelantó:

—¡Kieran!, el día en que te toque a ti serás aún peor, amigo.

—Lo dudo —se mofó él—. Yo no soy hombre de palabras azucaradas. —Megan se rió y mirándole añadió:

—¡Ay, Kieran!, el día en que tú te enamores, acabarás con el azúcar de toda Escocia.

Mientras todos reían, Duncan vio llegar las carretas. Y, sin parar, ordenó a sus hombres continuar hacia Duntulm con los baúles de su cuñada.

Con una sonrisa increíble, Gillian, ajena a todo lo que ocurría a su alrededor, sólo tenía ojos para su guapo marido y, tras darle un beso que le supo a amor puro y verdadero, le susurró:

—¿Te pondrás ahora el anillo para que todo el mundo sepa que eres mío?

—Por supuesto, Gata, pero aun sin anillo ya lo soy —repuso, poniéndoselo.

—¿Incluso cuando esté gorda por el bebé?

—Por supuesto.

Imaginársela con tripita y poder tocársela por las noches y abrazarla era algo que le volvía loco.

—¿Incluso aunque mi pelo no sea tan largo y bonito como cuando me conociste? —Tu pelo es tan precioso como tú, cariño, lo lleves como lo lleves. Tras aquellas palabras, Gillian se tiró a los brazos de un Niall que la asió con amor, mientras sus guerreros aplaudían con satisfacción porque la señora había regresado a su Epílogo.

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