Desde Rusia con amor (35 page)

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Authors: Ian Fleming

Tags: #Aventuras, Intriga, Policíaco

Habló con paciencia y cortesía.


Monsieur
, me temo que usted está trastornado. Debo llamar al
valet de chambre
y hacer que lo acompañe a la salida.

Bond nunca supo qué le salvó la vida. Tal vez fue debido a que en un instante se dio cuenta de que no había ningún cable que saliera del botón hacia la pared o la moqueta. Quizá fue el repentino recuerdo de la expresión inglesa
«come in
», «adelante», cuando llamó a la puerta con el obviamente esperado golpe. Pero, en el momento en que el dedo de la mujer llegaba al botón de marfil, se lanzó de la silla hacia un lado.

Mientras Bond caía al suelo, se oyó el sonido de una tela de calicó que se rasgaba. En torno a él llovieron astillas del respaldo de la silla que había ocupado. La silla se estrelló contra el piso.

Bond giró sobre sí al tiempo que tironeaba de la pistola. Por el rabillo del ojo vio un jirón de humo azulado que salía de la boca del «teléfono». Luego la mujer cayó sobre él, con las brillantes agujas de hacer punto aferradas en los puños.

Intentó clavárselas en las piernas. Bond la golpeó con los pies y la arrojó de lado. ¡Había intentado clavárselas en las piernas! Mientras Bond se incorporaba sobre una rodilla, supo lo que significaban las puntas coloreadas de las agujas. Estaban envenenadas. Probablemente con uno de esos neurotóxicos alemanes. Lo único que tenía que hacer la mujer era arañarlo con una de ellas, aunque fuese a través de la ropa.

Bond se puso de pie. Ella volvía a echársele encima. Tironeó con furia de su arma. El silenciador se había atascado. Se produjo un destello de luz. Bond lo esquivó. Una de las agujas repiqueteó contra la pared que tenía detrás, y aquella horrible mujer amorfa, con el moño blanco de la peluca torcido sobre la cabeza y los viscosos labios separados enseñando los dientes, se le vino encima.

Bond, que no se atrevía a usar los puños desnudos contra las agujas, saltó de lado por encima del escritorio, apoyando las manos en su superficie.

Jadeando y hablando para sí misma en ruso, Rosa Klebb rodeó precipitadamente el escritorio con la aguja restante adelantada como si fuese un estoque. Bond retrocedió mientras continuaba intentando desatascar la pistola. La parte trasera de sus piernas chocó contra una silla pequeña.

Soltó el arma, tendió una mano hacia atrás y la cogió. Sujetándola por el respaldo, con las patas hacia delante como si fueran cuernos, rodeó la mesa para ir al encuentro de la mujer. Pero ella se hallaba junto al falso teléfono. Lo cogió con rapidez y apuntó con él a Bond. Su mano descendió hacia el botón. Bond avanzó de un salto. Descargó un golpe con la silla. Las balas salieron hacia el techo y los trozos de escayola le golpetearon la cabeza.

Bond volvió a arremeter. Las patas de la silla cogieron a la mujer en torno a la cintura y por encima de los hombros. ¡Dios, sí que era fuerte! Ella cedió, pero sólo hasta llegar a la pared. Allí volvió a atacar, escupiéndole a Bond por encima de la silla, mientras la aguja de hacer punto iba en busca de él como el largo aguijón de un escorpión.

Bond retrocedió un poco, sujetando la silla con los brazos estirados al máximo. Apuntó bien y lanzó una patada alta hacia la muñeca de la mano que empuñaba la aguja. Ésta salió volando por la habitación y repiqueteó sobre el piso a sus espaldas.

Bond se acercó más. Examinó la posición. Sí, la mujer estaba firmemente inmovilizada contra la pared por las cuatro patas de la silla. No había manera de que pudiera escapar de esa jaula, como no fuera mediante la fuerza bruta. Tenía libres los brazos, las piernas y la cabeza, pero el cuerpo estaba pegado contra la pared.

La mujer siseó algo en ruso. Le escupió por encima de la silla. Bond inclinó la cabeza y se secó la cara contra la manga. Alzó la vista y miró al rostro lleno de manchas.

—Se ha acabado, Rosa —dijo—. El Deuxiéme llegará en cualquier momento. Dentro de una hora, poco más o menos, estará usted en Londres. No la verán abandonar el hotel. No la verán salir hacia Inglaterra. De hecho, muy pocas personas volverán a verla. A partir de este momento no es más que un número en un expediente secreto. Para cuando hayamos acabado con usted, estará lista para ingresar en un manicomio.

La cara, a menos de un metro de distancia, estaba cambiando. Ahora la sangre la había abandonado y se había puesto amarilla. Aunque, pensó Bond, no a causa del miedo. Los pálidos ojos miraban con fijeza los de Bond. No estaban derrotados.

La boca húmeda, sin forma, se ensanchó en una sonrisa.

—¿Y dónde estará usted cuando yo esté en el manicomio, señor Bond?

—Continuando con mi vida.

—Yo no lo creo así,
angliski spion
.

Bond apenas si reparó en las palabras. Había oído el chasquido de la puerta al abrirse. Un estallido de carcajadas sonó en la habitación, detrás de él.


Eh bien
. —Era el tono de deleite que Bond recordaba muy bien—. ¡La posición número setenta! Ahora, al fin, ya lo he visto todo. ¡E inventada por un inglés! James, esto es realmente un insulto para mis compatriotas.

—No te la recomiendo —respondió Bond por encima del hombro—. Es demasiado extenuante. En cualquier caso, puedes relevarme. Permíteme que os presente. Ella se llama Rosa. Te gustará. Es un verdadero pez gordo de SMERSH. De hecho, se ocupa de los asesinatos.

Mathis se acercó. Lo acompañaban dos empleados de lavandería. Los tres se detuvieron y contemplaron con respeto el desagradable rostro.

—Rosa —repitió Mathis, pensativo—. Pero, esta vez, es una Rosa Malheur. ¡Bueno, bueno! Pero estoy seguro de que está incómoda en esa posición. Vosotros dos, traed el
panier de fleurs
… estará más cómoda acostada.

Los dos hombres fueron hacia la puerta. Bond oyó el crujido del cesto de lavandería.

Los ojos de la mujer continuaban fijos en Bond. Se movió apenas, cambiando el peso de un lado al otro. Fuera de la vista de Bond, y sin que lo advirtiera Mathis que continuaba examinando el rostro de la rusa, la punta de una de las lustrosas botas presionó bajo el empeine de la otra. En la punta apareció un centímetro de fina hoja de cuchillo. Al igual que las agujas de hacer punto, el acero tenía el mismo color azul sucio.

Los dos hombres reaparecieron y depositaron el gran cesto cuadrado junto a Mathis.

—Cójanla —dijo Mathis. Le hizo una leve reverencia a la mujer—. Ha sido un honor.


Au revoir
, Rosa —dijo Bond.

Los ojos amarillos se encendieron brevemente.

—Adiós, señor Bond.

La bota, con su diminuta lengua de acero, salió disparada.

Bond sintió un agudo dolor en la pantorrilla derecha. Sólo fue el tipo de dolor que uno sentiría a causa de un puntapié. Dio un respingo y retrocedió. Los dos hombres aferraron a Rosa Klebb por los brazos.

Mathis se echó a reír.

—Mi pobre James —dijo—. Puede contarse con SMERSH para decir la última palabra.

La lengua de sucio acero se había retirado al interior de la bota. Lo que ahora levantaban en peso para meter en la cesta era sólo un bulto de mujer inofensiva.

Mathis observó cómo ajustaban la tapa. Se volvió hacia Bond.

—Ha concluido un buen día de trabajo, amigo mío —comentó—. Pero parece cansado. Regrese a la embajada y repose, porque esta noche tenemos que cenar juntos. La mejor cena de París. Y buscaré a la muchacha más adorable para acompañar esa cena.

El entumecimiento estaba subiendo por el cuerpo de Bond. Sentía mucho frío. Alzó una mano para apartarse el mechón de pelo que le caía sobre la ceja derecha. No tenía tacto en los dedos. Le parecía que eran tan grandes como pepinos. La mano cayó pesadamente a su lado.

Respirar se volvió una tarea difícil. Bond inspiró hasta la máxima capacidad de sus pulmones.

Apretó la mandíbula y cerró a medias los ojos, como suele hacer la gente cuando quiere ocultar que está borracha. A través de las pestañas, observó la cesta que era llevada hacia la puerta. Se forzó en abrir los ojos. Desesperado, enfocó a Mathis.

—No necesitaré una muchacha, René —dijo con voz espesa.

Ahora tenía que abrir la boca para poder respirar. La mano volvió a ascender hasta su rostro frío. Tuvo la impresión de que Mathis avanzaba hacia él.

Bond sintió que las piernas comenzaban a doblársele.

—Ya tengo a la más adorable… —dijo, o creyó decir.

Giró lentamente sobre los talones y cayó cuan largo era sobre el piso color vino tinto.

IAN FLEMING nació en Londres en 1908. Se educó en Eton y en la academia militar de Sandhurst. Cursó estudios universitarios en Munich y en Ginebra. Trabajó en la agencia de noticias Reuters y, al comenzar la segunda guerra mundial, se alistó en la Inteligencia Naval, donde sirvió con el grado de capitán de fragata. En 1945, al acabar la guerra, se hizo construir una casa,
Goldeneye
, en Jamaica, donde se instalaba todos los inviernos. Fue en ella donde creó a su agente secreto James Bond.
Casino Royale
, la primera novela en que aparece el personaje, fue terminada de escribir la víspera de su boda con Anne Rothermere en 1952 y publicada en 1953. Fleming escribió otras dos novelas,
Chitty Chitty Bang Bang
y
The Diamond Smugglers
, no ambientadas en el mundo de los servicios secretos.

La salud de Fleming comenzó a deteriorarse a finales de los años 50. Murió en 1964, a la edad de 56 años.

Notas

[1]
Ministerio de Seguridad del Estado, servicio secreto soviético.
<<

[2]
Real Cuerpo de Transmisiones.
<<

[3]
(British Army Of The Rin)
Ejército Británico del Rin.
<<

[4]
Stalino (1924-1961), Dónetzk (1961-1992), actualmente Yuzovka.
(N. de la t).
<<

[5]
Desde 1992, Yekaterinoslav.
(N. de la t).
<<

[6]
Lavrenti Pavlovich Beria, jefe del MVD (policía secreta). Después de la muerte de Stalin (1953), se convirtió en víctima de la subsecuente lucha por el poder, que ganaron Malenkov y Kruschov. Fue ejecutado ese mismo año, tras un juicio secreto.
(N. de la t).
<<

[7]
En ruso se dice igual.
(N. de la t).
<<

[8]
(
Commander of the Order of the British Empire
) Comandante de la Orden del Imperio Británico.
(N. de la t).
<<

[9]
Nikolai Khokhlov, un agente del KGB que desertó en Alemania en 1954, alegando que había sido enviado a asesinar al presidente del NTS (National Alliance of Russian Solidarists) en Frankfurt.
<<

[10]
Departamento de Inteligencia del Ministerio del Exterior.
<<

[11]
Departamento de Información del Estado Mayor del Ejército.
<<

[12]
Igor Gouzenko, jefe del departamento de Criptografía del GRU en la embajada soviética en Ottawa (Canadá). En septiembre de 1945, él y su esposa decidieron exiliarse en Canadá, y se llevaron una maleta con 109 documentos secretos.
(N. de la t).
<<

[13]
Kiaus Fuchs, científico alemán considerado el más importante de los espías «técnico-ideológicos» y el que causó el mayor desastre para la seguridad de Occidente, al revelar a los soviéticos los secretos de fabricación de las bombas atómica y de plutonio (bomba H). Sometido a interrogatorio en enero de 1950, confesó ser agente soviético. Fue condenado a catorce años de prisión.
(N. de la t).
<<

[14]
Grigori Tokaev, técnico destinado por el GRU a Berlín para estudiar la tecnología de los cohetes alemanes. En 1948 abandonó su puesto y se pasó a los británicos, que acabaron por concederle una plaza académica en Londres.
(N. de la t).
<<

[15]
Vladimir Petrov (
Proletarsky
), jefe del NKVD en la embajada soviética en Canberra (Australia). Su esposa era jefa del departamento de Criptografía de la misma embajada. Ambos se convirtieron en espías de Occidente en abril de 1951 y en el mismo mes del año 1954 desertaron públicamente y se exiliaron.
(N. de la t).
<<

[16]
Uno de las más importantes miembros del partido estalinista. Después de la muerte de Stalin, volvió al ministerio de Asuntos Exteriores en 1953. pero, debido a sus desavenencias con Kruschov, fue depuesto de su cargo en 1956.
(N. de la t).
<<

[17]
Lucy:
seudónimo del suizo alemán Rudolf Róssler, director de una red de espionaje del GRU durante la Segunda Guerra Mundial.
(N. de la t).
<<

[18]
«Rote Kapelle»: red de espionaje soviética del GRU, dirigida por Leopold Trepper, que operó en los territorios ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial. Se comunicaba por radio con el centro de Moscú. Los nazis, tras localizar mediante goniómetros a algunos de los operadores de radio («pianistas»), lograron desarticularla.
(N. de la t).
<<

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