Despertar (23 page)

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Authors: L. J. Smith

Tags: #Fantástico, infantil y juvenil, romántico

—Pero no recuerdas haberles atacado —indicó Elena, aliviada.

La idea que había ido creciendo en su mente era ya casi una certeza.

—¿Qué importa eso? ¿Qué otra persona podría haberlo hecho, si no fui yo?

—Damon —dijo Elena.

Él se estremeció, y la muchacha vio que sus hombros volvían a tensarse.

—Es una bonita idea. Al principio esperaba que existiera alguna explicación parecida. Que podría tratarse de alguien más, alguien como mi hermano. Pero he buscado con la mente y no he encontrado nada, ninguna otra presencia. La explicación más sencilla es que yo soy el asesino.

—No —replicó Elena—, no lo comprendes. No me refiero simplemente a que alguien como Damon puede haber hecho las cosas que hemos visto. Me refiero a que Damon está aquí, en Fell's Church. Le he visto.

Stefan se limitó a mirarla fijamente.

—Tiene que ser él —siguió Elena, aspirando profundamente—. Le he visto dos veces ya, puede que tres. Stefan, acabas de contarme una larga historia, y ahora yo tengo que contarte otra.

Con toda la rapidez y la sencillez de que fue capaz, le habló de lo sucedido en el gimnasio y en casa de Bonnie. Los labios del joven se tensaron en una línea blanca mientras le contaba cómo Damon había intentado besarla. A Elena le ardieron las mejillas al recordar su propia respuesta, el modo en que había estado a punto de ceder ante él. Pero se lo contó todo a Stefan.

También lo del cuervo y las otras cosas extrañas que habían sucedido desde su vuelta de Francia.

—Y, Stefan, creo que Damon estaba en la Casa Encantada esta noche —finalizó—. Justo después de que te sintieras mareado en la habitación de delante, alguien pasó por mi lado. Iba disfrazado como... como la Muerte, con una túnica negra y capucha, y no pude verle el rostro. Pero algo en el modo en que se movía me resultó familiar. Era él, Stefan. Damon estuvo allí.

—Pero eso seguiría sin explicar las otras veces. Vickie y el anciano. Sí tomé sangre del anciano.

El rostro de Stefan estaba tirante, como si casi le asustara tener una esperanza.

—Pero tú mismo dijiste que no tomaste suficiente para perjudicarle. Stefan, ¿quién sabe qué le sucedió a aquel hombre después de que te fueras? ¿No sería la cosa más fácil del mundo para Damon atacarle entonces? En especial si Damon te ha estado espiando todo el tiempo, tal vez bajo otra forma...

—Como un cuervo —murmuró él.

—Como un cuervo. Y en cuanto a Vickie... Stefan, dijiste que puedes proyectar confusión en mentes más débiles, dominarlas. ¿No podría ser eso lo que Damon te hacía? ¿Dominar tu mente del mismo modo que tú puedes dominar la de un humano?

—Sí, y ocultarme su presencia. —La voz de Stefan mostraba una excitación creciente—. Por eso no ha respondido a mis llamadas. Quería...

—Quería justo que sucediera lo que ha sucedido. Quería que dudaras de ti mismo, que pensaras que eres un asesino. Pero no es cierto, Stefan. Ah, Stefan, ahora lo sabes, y ya no tienes que sentir miedo.

Se puso en pie, sintiendo correr por su interior alegría y alivio. De aquella noche espantosa había salido algo maravilloso.

—Por eso te has estado mostrando tan distante conmigo, ¿verdad? —dijo, extendiendo las manos hacia él—. Porque tienes miedo de lo que puedas hacer. Pero eso ya no es necesario.

—¿No es necesario?

Volvía a respirar aceleradamente y observaba las manos extendidas de Elena como si fueran dos serpientes.

—¿Crees que no hay motivo para sentir miedo? Puede que Damon haya atacado a esas personas, pero no controla mis pensamientos. Y no sabes qué he pensado sobre ti.

Elena mantuvo la voz tranquila.

—Tú no quieres hacerme daño —dijo en tono concluyente.

—¿No? Ha habido momentos, cuando te contemplaba en público, en los que apenas podía soportar no tocarte. En los que me sentía tan tentado por tu blanca garganta, esa pequeña garganta blanca con las venas de un azul tenue bajo la piel...

Sus ojos estaban fijos en su cuello de un modo que le recordó los ojos de Damon, y sintió que los latidos de su corazón se intensificaban.

—Momentos en los que pensé en asirte y tomarte por la fuerza allí mismo en la escuela.

—No hay necesidad de tomarme por la fuerza —dijo Elena, que sentía los latidos del corazón por todo su cuerpo en aquellos momentos; en las muñecas y en la parte interior de los codos... y en la garganta—. He tomado una decisión, Stefan —dijo en voz baja, reteniendo su mirada—. Quiero hacerlo.

Él tragó saliva con dificultad.

—No sabes lo que pides.

—Creo que sí. Me contaste cómo fue con Katherine, Stefan. Quiero que sea así con nosotros. No me refiero a que quiera que me cambies. Pero podemos compartir un poco sin que eso suceda, ¿verdad? Sé —añadió con más dulzura aún— lo mucho que amabas a Katherine. Pero ella se ha ido y yo estoy aquí. Y te quiero, Stefan. Deseo estar contigo.

—¡No sabes de lo que hablas! —Estaba de pie, rígido, con el rostro enfurecido y la mirada angustiada—. Si me dejo ir una vez, ¿qué va a impedirme cambiarte o matarte? La pasión es más fuerte de lo que puedes imaginar. ¿No comprendes aún lo que soy, lo que puedo hacer?

Ella permaneció allí quieta y le contempló en silencio, con la barbilla ligeramente alzada. Aquello pareció enfurecerle.

—¿No has visto suficiente aún? ¿O acaso debo mostrarte más? ¿Es que no eres capaz de imaginar lo que podría hacerte?

Fue a grandes zancadas hacia la apagada chimenea y agarró un largo tronco de madera, más grueso que las dos muñecas de Elena juntas. Con un movimiento, lo partió en dos como si fuera una cerilla.

—Tus frágiles huesos —declaró.

En el otro lado de la habitación había una almohada procedente de la cama; la levantó y, asestándole una cuchillada con las uñas, dejó la funda de seda hecha jirones.

—Tu suave piel.

Luego fue hacia Elena con una rapidez sobrenatural; estaba allí y le sujetaba los hombros antes de que ella supiera lo que pasaba. La miró fijamente a la cara por un momento, luego, con un siseo salvaje que le puso de punta los pelos del cogote, echó los labios hacia atrás.

Era el mismo gruñido que la muchacha había visto en el tejado, aquellos dientes blancos al descubierto, los colmillos afilados y de una longitud increíble. Eran los colmillos de un depredador, de un cazador.

—Tu blanco cuello —dijo con una voz distorsionada.

Elena permaneció paralizada otro instante, contemplando como obligada aquel semblante escalofriante, y entonces algo en las profundidades de su inconsciente tomó el control. Alzó los brazos por el interior del restrictivo círculo de los suyos y le cogió el rostro entre las manos. Sintió sus mejillas frías contra las palmas de sus manos. Le sujetó así, con suavidad, con mucha suavidad, como si le reconviniera por la fuerza con que la agarraba por los hombros desnudos. Y vio cómo la confusión aparecía lentamente en la cara del muchacho, a medida que éste comprendía que ella no hacía aquello para oponerse o apartarle.

Elena aguardó hasta que la confusión alcanzó los ojos de Stefan, haciendo añicos su mirada, convirtiéndose casi en una expresión suplicante. Ella sabía que su propio rostro no mostraba temor, que era afectuoso y a la vez intenso, con los labios ligeramente separados. Ambos respiraban rápidamente ya, juntos, al mismo ritmo. Elena lo percibió cuando él empezó a estremecerse, temblando como lo había hecho cuando los recuerdos de Katherine habían ido más allá de lo que podía soportar. Entonces, con mucha ternura y parsimonia, atrajo aquella boca contorsionada en un gruñido hacia la suya.

Él intentó oponerse. Pero la delicadeza de la muchacha era más fuerte que toda su energía inhumana. Elena cerró los ojos y pensó sólo en Stefan, no en las cosas espantosas que había averiguado esa noche, sino en Stefan, que había acariciado sus cabellos con la misma suavidad que si temiera que ella fuera a quebrarse en sus brazos. Pensó en eso y besó la boca de depredador que la había amenazado hacía unos pocos minutos.

Notó el cambio, la transformación en su boca mientras él cedía, respondiendo impotente a ella, devolviendo sus dulces besos con idéntica suavidad. Sintió cómo el escalofrío recorría el cuerpo de Stefan a medida que la fuerte presión de las manos del joven sobre sus hombros se relajaba también, convirtiéndose en un abrazo. Y supo que había vencido.

—Nunca me harás daño —murmuró Elena.

Fue como si alejaran a besos todo el miedo, la desolación y la soledad de su interior. Elena sintió que la pasión corría por su interior como un trallazo, y percibió el mismo sentimiento en Stefan. Pero infundiendo todo lo demás había una ternura casi aterradora en su intensidad. No había necesidad de precipitación ni brusquedad, se dijo Elena mientras Stefan la guiaba con delicadeza para que se sentara.

Gradualmente, los besos se tornaron más apremiantes, y Elena sintió cómo el trallazo recorría todo su cuerpo, cargándolo, haciendo que su corazón latiera desbocado y su respiración se entrecortara. Hizo que se sintiera extrañamente dúctil y mareada, que cerrara los ojos y dejara que su cabeza cayera hacia atrás sin fuerzas.

«Es hora, Stefan», pensó. Y, con suma delicadeza, atrajo de nuevo la boca del muchacho hacia abajo, en esta ocasión hacia su garganta. Sintió cómo sus labios rozaban su piel, sintió su aliento cálido y frío a la vez. Y luego, un pinchazo agudo.

Pero el dolor desapareció casi al instante, reemplazado por una sensación de placer que la hizo estremecer. Un gran torrente de dulzura la inundó, fluyendo a través de ella hacia Stefan.

Finalmente se encontró mirándole a la cara, a una cara que por fin ya no tenía barreras contra ella, ni muros. Y la mirada que vio allí la hizo sentir débil.

—¿Confías en mí? —murmuró él.

Y cuando ella se limitó a asentir, él le sostuvo la mirada y alargó la mano en busca de algo junto a la cama. Era la daga. Elena la contempló sin temor y luego volvió a fijar los ojos en el rostro de Stefan.

Él no desvió la mirada ni un momento de ella mientras desenvainaba el arma y efectuaba un pequeño corte en la base de su garganta. Elena lo contempló boquiabierta, contempló la sangre brillante como bayas de acebo, pero cuando él la instó a acercarse no intentó resistirse.

Después, Stefan se limitó a abrazarla durante un buen rato, mientras los grillos del exterior interpretaban su música. Finalmente, se movió.

—Ojalá te pudieras quedar aquí —susurró—. Ojalá pudieras quedarte para siempre. Pero no puedes.

—Lo sé —respondió ella, con voz igualmente queda.

Los ojos de ambos volvieron a encontrarse en silenciosa comunión. Había tanto que decir, tantas razones para estar juntos...

—Mañana —dijo ella; luego, recostándose en su hombro, susurró—, pase lo que pase, Stefan, estaré a tu lado. Dime que lo crees.

Su voz sonó baja, amortiguada por los cabellos de la muchacha.

—Ah, Elena, lo creo. Pase lo que pase, estaremos juntos.

Capítulo 15

En cuanto dejó a Elena en su casa, Stefan fue al bosque.

Tomó la carretera de Oíd Creek y condujo bajo las sombrías nubes, a través de las cuales no se distinguía ni un retazo de cielo, hasta el lugar donde había aparcado el primer día del curso.

Dejó el coche e intentó volver sobre sus pasos exactamente hasta el claro donde había visto el cuervo. Su instinto de cazador le ayudó, recordando la forma de ese matorral y aquella raíz nudosa, hasta que se encontró en el espacio despejado rodeado por antiguos robles.

Allí. Bajo aquel manto de hojas de un marrón deslucido, incluso aún podrían quedar algunos huesos del conejo.

Aspirando con fuerza para tranquilizarse, para reunir sus Poderes, lanzó un pensamiento inquisitivo para sondear la zona.

Y, por primera vez desde su llegada a Fell's Church, percibió el parpadeo de una respuesta. Pero parecía débil y titubeante, y no consiguió localizarla en el espacio.

Suspiró y giró... y se detuvo en seco.

Damon estaba de pie ante él, con los brazos cruzados sobre el pecho, recostado en el roble de mayor tamaño. Daba la impresión de que podría llevar horas allí.

—Así pues —dijo Stefan con un jadeo—, es cierto. Ha transcurrido mucho tiempo, hermano.

—No tanto como tú crees, hermano.

Stefan recordó aquella voz, aquella voz aterciopelada e irónica.

—Te he estado siguiendo el rastro a lo largo de los años —comentó Damon con calma.

Se sacudió un trozo de corteza de la manga de su chaqueta de cuero con la misma tranquilidad con la que se había arreglado los puños de brocado en el pasado.

—Pero claro, tú no podías saberlo, ¿verdad? Ah, no, tus Poderes son tan débiles como siempre.

—Ten cuidado, Damon —replicó Stefan en un tono quedo que sonó lleno de amenaza—. Ten mucho cuidado esta noche. No estoy de muy buen humor.

—¿San Stefan resentido? Figúrate. Te sientes consternado, supongo, debido a mis pequeñas excursiones a tu territorio. Sólo lo hice porque quería estar cerca de ti. Los hermanos deberían estar unidos.

—Mataste esta noche. E intentaste hacerme creer que lo había hecho yo.

—¿Estás seguro de que no lo hiciste realmente? A lo mejor lo hicimos juntos. ¡Ten cuidado! —dijo cuando Stefan dio un paso hacia él—. Mi estado de ánimo tampoco es el mejor del mundo esta noche. Yo sólo tuve a un marchito profesor de historia; tú tuviste a una linda chica.

La furia en el interior de Stefan se fusionó, pareciendo concentrarse en un brillante punto ardiente, como un sol en su interior.

—Mantente alejado de Elena —murmuró con tal amenaza en la voz que Damon incluso inclinó la cabeza atrás ligeramente—. Mantente alejado de ella, Damon. Sé que la has estado espiando, observándola. Pero se acabó. Vuelve a acercarte a ella y lo lamentarás.

—Siempre fuiste un egoísta. Tú único defecto. No estás dispuesto a compartir nada, ¿no es cierto? —De improviso, los labios de Damon se curvaron en una sonrisa excepcionalmente hermosa—. Pero, por suerte, la encantadora Elena es más generosa. ¿No te habló de nuestro pequeño affaire? Vaya, pero si la primera vez que nos vimos casi se me entregó allí mismo.

—¡Eso es una mentira!

—Claro que no, querido hermano. Jamás miento sobre nada importante. ¿O quiero decir sin importancia? De todos modos, tu hermosa damisela casi se desvaneció en mis brazos. Creo que le gustan los hombres vestidos de negro.

Mientras Stefan le contemplaba fijamente, intentando controlar la respiración, Damon añadió, casi con delicadeza:

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