—Entonces, ¿ha llegado el momento de la verdad? —pregunta, al tiempo que se aparta el pelo y permite que su mirada tropical se pose en la mía.
—Eso parece —respondo, tratando de sonreír sin mucho éxito.
Asiente con la cabeza. Su cuerpo sufre una leve sacudida como si se guardase algo, atrapado en una lucha entre decir lo que quiere decir y lo que le permite su sentido común. Al final se decide por la segunda opción y dice:
—Entonces te deseo buen viaje.
Se aparta de la puerta y se mueve como si fuese a abrazarme, pero en el último instante cambia de idea y deja caer las manos a los costados.
Y antes de que el momento pueda hacerse aún más incómodo de lo que ya es, salvo el espacio existente entre nosotros y lo abrazo con fuerza. Mantengo el abrazo por un momento que parece suspendido en el tiempo. Luego me aparto y le pongo fin, consciente de la oleada de energía de Jude, su habitual tarjeta de visita, hecha de una serenidad plácida y tranquila que sigue fluyendo a través de mí.
Esa energía se mantiene, persiste, aguanta extrañamente mientras me dirijo a mi coche y salgo en dirección a mi siguiente serie de despedidas.
Después de pasar por casa de Miles y descubrir que no está, voy a casa de Ava y las gemelas solo para encontrarme con que también se han ido. Entonces paso por la antigua casa de Haven, la que compartía con su hermano Austin y sus padres. Aparco en la calle y veo un cartel de SE VENDE clavado en el césped. Parece que se está desarrollando una jornada de puertas abiertas, y una larga fila de curiosos entra y sale de la casa.
Me pregunto si sus padres se dan cuenta siquiera de que se ha marchado, de que nunca regresará, o si siguen mirando más allá de ella, a su alrededor, a todas partes salvo a ella, tal como hacían cuando todavía estaba aquí. Y ya que estoy atrapada en un atolladero de profunda tristeza, decido pasar por delante de la casa de Sabine, pero eso es todo lo que hago. No me paro. No entro. Ya me despedí en silencio anoche.
Y sin más motivos para retrasar mi viaje, bajo por la calle siguiente, abandono mi coche junto al bordillo, cierro los ojos y manifiesto el portal que me conduce a Summerland. Aterrizo en los vastos y fragantes campos con sus flores palpitantes y árboles trémulos, y me paro un momento a disfrutar del esplendor puro y absoluto —esa masa hecha de belleza, amor y todas las cosas buenas— antes de salir y aventurarme hacia su lado opuesto. El lugar en el que todos los árboles están desnudos, las flores no crecen y la magia y la manifestación no existen.
Mis sospechas se ven confirmadas en cuanto veo el estrecho sendero de barro que lleva desde el monumento conmemorativo de Haven hasta el lado oscuro con el que me topé primero.
Está creciendo.
Invadiendo.
Aunque no me sorprende en absoluto verlo así, no tengo ni idea de cómo detenerlo. Ni idea de qué haré cuando llegue a mi destino. Y aunque he tratado de prepararme mentalmente para cualquier cosa que pueda encontrarme, no me he preparado para lo que me está esperando en este momento.
Me detengo y abro los ojos como platos. La mandíbula prácticamente se me cae hasta las rodillas cuando veo que Jude, Ava, Romy, Rayne y… ¿Miles? me esperan allí.
La única persona que podría completar esta reunión es Damen, pero por desgracia se encuentra ausente.
—¿Cómo habéis…?
Miro boquiabierta a Miles, la mayor sorpresa de todas.
—Bueno, nos ha costado lo nuestro. Desde luego, ha habido que hacer unos cuantos intentos, pero aunando las energías de nosotros cuatro y el deseo ferviente de Miles de despedirse de ti, al final hemos conseguido salir adelante.
—Confío en que al menos le hayáis enseñado las partes más agradables —comento abochornada, pensando en la decepción que debe de haber sentido tras atravesar el velo dorado resplandeciente y entrar en un lugar tan oscuro, deprimente y desolador después de hacer tantos esfuerzos.
—Más tarde —dice Ava—. Teníamos demasiada prisa por alcanzarte antes de que te marchases.
—Pero… ¿por qué? —le pregunto a Jude, al comprender que ha sido él quien les ha llamado y les ha convencido de que se reuniesen aquí conmigo, justo después de que nos separásemos.
—Porque te mereces una despedida en toda regla —dice Romy, dándole un buen codazo a su hermana, que asiente a regañadientes.
—Yo… no sé qué decir.
Trago saliva y me digo que no puedo llorar delante de ellos.
—No tienes que decir nada —replica Miles, con una sonrisa de oreja a oreja—. Sabes de sobra que soy capaz de hablar por todos nosotros.
—Cierto.
Me echo a reír; todavía me estoy acostumbrando a su presencia aquí.
—¡Ah, y te hemos traído regalos! —exclama Ava, ilusionada.
Intento parecer complacida, aunque la verdad es que ignoro por completo lo que haré con ellos, o si podré siquiera llevármelos allá donde voy, sea donde sea. El pensamiento se desvanece en cuanto Rayne da un paso adelante, me indica con un gesto que baje la cabeza y me coloca en torno al cuello un pequeño talismán de plata que cuelga de un cordón de cuero.
Agarro el colgante entre el índice y el pulgar, y lo levanto para verlo mejor. No sé cómo se supone que debo interpretar el mensaje que hay detrás, teniendo en cuenta sobre todo que proviene directamente de ella.
—¿Un uróboros? —pregunto asombrada, enarcando las cejas.
—Es de parte de Romy y mía —dice muy seria y con los ojos muy abiertos—. Es para la protección. Damen tenía razón: no es malo, en absoluto, y solo queremos que te recuerde dónde comenzaste, dónde acabarás y también dónde esperamos que vuelvas a estar.
—¿Y dónde es eso? —pregunto sin apartar los ojos de los suyos.
—Otra vez aquí. Con todos nosotros —dice con tono sincero.
Me confunde su naturaleza dual, su capacidad de pasar de un extremo al otro, sobre todo en lo que a mí respecta. Eso me recuerda al anciano con el que me encontré en Summerland, el que insistía en que las gemelas tenían personalidades opuestas a aquellas a las que yo me había acostumbrado. Afirmaba que Rayne era la amable y Romy la cabezota, y no puedo evitar preguntarme con cuánta frecuencia juegan a este juego.
Antes de que pueda formular alguna respuesta, Ava se adelanta y me entrega una piedrecita cristalina y brillante, de un azul verdoso tan intenso que me recuerda los ojos de Jude.
—Es cavansita —dice, observándome con atención—. Es un mineral que aumenta la intuición y la sanación psíquica. También provoca una profunda reflexión, inspira nuevas ideas, ayuda a liberarse de creencias incorrectas y sirve para inducir los recuerdos de vidas pasadas.
Me mira a los ojos con una expresión cargada de intención. Me gustaría que Damen estuviese aquí para oír esto.
Asiento con la cabeza, deslizo la piedra en mi bolsillo y me vuelvo hacia Jude. No porque espere algo de él, sino porque comprendo por la forma en que flamea su aura, por la energía que emana, que tiene algo que decirme.
—Voy contigo —dice.
Entorno los ojos, sin saber si lo he oído bien.
—En serio. Ese es mi regalo. Hago el viaje contigo. No tienes que ir sola. No quiero que vayas sola.
—Pero… no puedes —digo. Las palabras salen antes de que tenga siquiera la posibilidad de pararme a considerarlas. Sin embargo, por alguna razón parece lo correcto. Si Damen no puede ir, Jude tampoco. Además, no hay necesidad de implicarle en esto más de lo que ya lo he hecho—. Créeme, aprecio la intención, de verdad. Pero las instrucciones de Loto fueron claras: tengo que hacer esto sola. Sin ti, sin Damen, sin contar con nadie que no sea yo misma. Es mi destino, solo yo puedo hacer el viaje.
—Pero tú misma dijiste que nuestros destinos estaban entrelazados.
Guardo silencio sin saber cómo responder. Miro a las gemelas, a Miles, luego a Ava y de nuevo a Jude, a punto de reiterar lo que acabo de decir. Y entonces percibo su presencia.
Loto.
Está allí.
Me vuelvo y mi mirada encuentra la suya de forma instintiva. Observo que parece aún más vieja que la última vez que la vi, más delicada, frágil, incluso un tanto débil. Sus movimientos son lentos pero decididos; su cuerpo delgado aparece ligeramente encorvado. Lleva el pelo libre de la trenza habitual, suelto en largos mechones plateados en torno a los hombros. Las ondas flotan ligeras, creando el habitual efecto de halo. Tiene la piel tan pálida que sus ojos azules destacan como dos asombrosos trozos de aguamarina sobre un paisaje blanquísimo. Y a diferencia de las otras veces que la he visto, esta vez se apoya pesadamente en un viejo bastón de madera tallada. Sus dedos envuelven el mango curvo; los nudillos artríticos se ven pálidos y abultados. No obstante, su rostro sigue animándose mientras se aproxima. Sus viejos ojos legañosos me contemplan, y en sus labios se dibuja una sonrisa de placer.
—Adelina. —Se inclina y se detiene a pocos pasos de mí. Me mira a los ojos como si aún no se hubiese dado cuenta de que tengo compañía—. ¿Estás lista? ¿Lista para hacer el viaje? ¿Lista para liberarme?
—¿Es eso lo que voy a hacer?
La miro con atención. Sus palabras plantan en mi mente una semilla de duda que me lleva a replantearme mi propósito.
—Ya hace mucho que te esperamos. Solo tú puedes hacer el viaje, solo tú puedes revelar la verdad.
—Pero ¿por qué solo yo? ¿Por qué no puede venir Damen… o Jude?
—Por favor —susurra con voz ronca. Se lleva la palma de la mano izquierda al corazón mientras se inclina hacia mí. Me fijo en el destello de una delgada banda de oro que lleva en el dedo anular. Me pregunto si siempre la ha llevado y, si es así, por qué no me he fijado hasta ahora—. Tienes que decidir creer.
Por primera vez desde su llegada, echo un vistazo a mis amigos. La contemplan con tanto sobrecogimiento y veneración que no puedo evitar preguntarme si ven algo que a mí se me escapa.
Pero al volverme de nuevo hacia Loto lo veo tan claramente como ellos: el bonito resplandor dorado que emana de lo más hondo de su interior, creciendo y expandiéndose hasta que reluce a su alrededor.
—Así pues, ¿estás lista? —me pregunta. Su rostro resulta tan luminoso que me limito a asentir, incapaz de resistirme.
Levantando un dedo viejo y nudoso, me indica que la siga, que dé el primer paso en dirección a un destino que todavía no puedo imaginar.
Me vuelvo hacia mis amigos, me vuelvo para despedirme de ellos con la mano, pero solo corresponden a mi saludo Miles, Ava y las gemelas, mientras que Jude se sitúa justo detrás de mí.
Y cuando me dispongo a explicarle una vez más por qué tengo que ir sola, Loto se detiene, echa un vistazo por encima del hombro y se fija en él; parece que lo ve por primera vez. Lo mira de arriba abajo como si lo reconociese y, para mi sorpresa, con un gesto le indica que se adelante y le invita a venir con nosotras.
—Este también es tu destino. Las respuestas que buscas están a tu alcance —dice con voz sabia y sincera.
Miro a Jude y después a ella, preguntándome a qué se refiere, pero ella ya se ha girado, y por la expresión de Jude parece que está tan confundido como yo.
Ella nos conduce a través del fango, a través de un bosque de árboles consumidos cuyas ramas desnudas no tienen ni rastro de follaje a pesar de la lluvia constante. Sus pies se mueven con sorprendente seguridad, mientras que yo me esfuerzo por no quedarme atrás. Mantengo los ojos pegados a su nuca sin querer perderla de vista, oyendo las pisadas de Jude, que me sigue.
Y aunque agradezco la compañía, no puedo dejar de pensar que debería ser Damen quien me acompañase en lugar de él.
Damen debería hacer el viaje junto a mí. Damen, que quería venir, quería protegerme, a pesar de que no estaba de acuerdo con que viniese aquí.
Tengo la impresión de que no está bien que vaya con Jude.
Continuamos siguiendo a Loto durante largo rato, y estoy a punto de preguntar cuánto falta, cuando llegamos.
Lo sé tan pronto como lo veo.
En el fondo, el paisaje no ha cambiado; el suelo sigue siendo fangoso, la lluvia sigue cayendo y el entorno aparece tan desolado y yermo como siempre, pero aun así resulta innegable. El aire es diferente. Más fresco. La temperatura ha bajado tanto que me gustaría haberme abrigado un poco más en lugar de llevar un viejo par de vaqueros y una camiseta de manga larga. Pero aún me llama más la atención que la zona situada ante nosotros parezca brillar y centellear; de hecho, reluce y destella. No parece el velo resplandeciente que marca el portal hacia Summerland, sino un cambio en el ambiente. De pronto, el espacio se ha vuelto calinoso y confuso, mostrando solo unas formas borrosas, un mero atisbo de lo que puede encontrarse más allá.
Loto se detiene, se lleva la mano a la frente y contempla la escena. Me sitúo a su lado, y Jude, al mío. Me pregunto si insistirá en continuar ahora que estamos aquí.
Me vuelvo hacia Loto esperando instrucciones, consejos, información, palabras de sabiduría. Estoy dispuesta a conformarme con cualquier cosa que ella decida darme, pero señala hacia delante y me indica con un gesto que siga avanzando y dé ese gran salto entre el espacio en el que me encuentro y lo desconocido que me aguarda más allá de la luz.
—Pero ¿qué hago cuando llegue allí? —le pregunto, prácticamente suplicando.
Sin embargo, en lugar de dirigirse a mí la anciana se vuelve hacia Jude y dice:
—Avanza. Aprende. Sabrás cuándo es el momento de regresar.
—Pero… voy con Ever… ¿verdad? —pregunta, mirándonos. Su cara es una máscara de confusión que hace juego con la mía.
Loto hace un gesto impaciente, un movimiento hacia delante, y cuando sigo la dirección de sus viejos dedos torcidos me siento forzada a parpadear unas cuantas veces para asimilarlo todo, para ver lo que ve ella.
A pesar de mis esfuerzos, lo único que percibo es un holograma borroso, una especie de vago espejismo que podría representar un pueblo y a sus habitantes, aunque podría también ser cualquier otra cosa.
—Tu viaje empieza aquí. A ti te corresponde descubrir dónde acaba.
Jude me coge de la mano. Está decidido a apoyarme, a venir conmigo, pero yo aún no estoy preparada.
Por más que aprecie a Jude, Damen reina en mi corazón. Es a él a quien quiero junto a mí en este viaje, en cualquier viaje.
Loto me toca el brazo y me pone un saquito de seda en la palma de la mano. Cierra mis dedos en torno a él y dice: