Destino (10 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Por eso, mientras se cepilla los dientes y se prepara para acostarse, me deslizo entre las sábanas y trato de imaginar algo con lo que sorprenderle. Pero al cabo de un momento, cuando se detiene en el umbral como una visión gloriosa envuelta en seda azul, lo único que puedo hacer es tragar saliva, mirarlo fijamente y manifestar un tulipán rojo que flota desde mi mano hasta la suya.

Sonríe, cubre la distancia entre nosotros en un instante y se sitúa junto a mí. Recorre suavemente con los dedos la línea de mi frente, me aparta el pelo de la cara, me abraza y me aprieta contra sí. Con la mejilla apoyada sobre su pecho, cierro los ojos y me pierdo en el murmullo de su latido, la «casi» sensación de sus labios, el modo en que sus manos juegan sobre mi piel. Echo la pierna sobre la suya y le estrecho contra mí, concentrada en su esencia, su energía, su ser, decidida a grabar en mi cerebro todos y cada uno de los detalles de este momento para que nunca desaparezca.

Y aunque quiero decir algo profundo y significativo, algo que compense todo lo malo que pueda haber pasado entre nosotros, esas manos que me acarician y tranquilizan y esa voz que suena en mi oído como un débil murmullo me llevan pronto a un sueño profundo.

Espero a media mañana para decírselo.

Espero hasta que nos hemos duchado, nos hemos vestido y nos encontramos abajo, en la cocina, sentados a la mesa del desayuno, disfrutando de unas botellas frías de elixir mientras Damen ojea los diarios de la mañana.

Espero hasta que ya no me quedan excusas para aplazar lo que sé que tengo que decir.

Soy consciente de que es una cobardía, pero lo hago de todos modos.

—Bueno, ¿estamos en el segundo o en el tercer día de tu semana de investigación? —Alza la vista, dobla el periódico por la mitad y me dedica una sonrisa irresistible mientras se lleva la botella a los labios—. Porque creo que me he perdido.

Se limpia la boca con la mano, y luego la mano en la rodilla.

Frunzo el ceño e inclino mi botella de lado a lado, contemplando el elixir, que echa chispas y flamea mientras asciende a toda velocidad hasta el borde y vuelve a bajar. Me muerdo el labio inferior, sin saber por dónde empezar, y luego decido que es mejor que me lance, que no hay motivo alguno para retrasar lo inevitable cuando todos los caminos acaban conduciendo al mismo lugar de destino. Descarto las habituales súplicas preventivas del tipo: «Por favor, no te enfades», o la también ineficaz: «Por favor, escúchame antes», y opto por la verdad declarada limpiamente, diciendo:

—He decidido hacer ese viaje.

Me mira con el rostro animado y los ojos brillantes. La visión me llena de alivio al instante, un alivio que no dura mucho, que desaparece en cuanto comprendo que ha creído que al decir «viaje» me refería a las vacaciones que está planeando.

—Oh, no, no… eso no —mascullo, sintiéndome muy pequeñita cuando veo que pone cara larga—. Hablaba del viaje al que se refirió Loto. Aunque, si las cosas van tan bien como espero, también tendremos tiempo de sobra para eso.

Dejo caer las manos en el regazo y trato de forzar una sonrisa, aunque no llega muy lejos. Es un paso en falso por mi parte, y él también lo sabe.

Se vuelve. Al parecer, se ha quedado mudo al oír lo que acabo de decir. Pero por la forma en que sus dedos agarran el elixir, en que aprieta la mandíbula, sé que no le faltan palabras; solo intenta reunirlas y seleccionarlas. No permanecerá mucho tiempo en silencio.

—Hablas en serio —dice, mirándome por fin. Las palabras suenan más como una afirmación que como la acusación que yo esperaba.

Asiento con la cabeza y me apresuro a disculparme:

—Lo siento. Sé que seguramente no te alegrará mucho oír eso.

Me mira de arriba abajo con una expresión que no puedo interpretar. Sus palabras son cuidadosas y mesuradas cuando dice:

—No, no puedo decir que me alegre.

El tono exhibe una enorme cantidad de autocontrol que su energía no puede imitar. Aunque no tenga aura visible, puedo sentir su vibración. Puedo sentir cómo se le acelera el pulso.

Se dispone a hablar otra vez, pero antes de que pueda pronunciar las palabras levanto la palma de la mano y le detengo, diciendo:

—Escucha, sé lo que vas a decir, créeme. Vas a decirme que ella está loca, que es peligroso, que tengo que ignorarla y seguir adelante, que te dé más tiempo para encontrar el modo de que podamos tocarnos otra vez… —Hago una breve pausa, sin darle tiempo suficiente para que responda antes de seguir—: Pero la cuestión es que no se trata solo de que estemos juntos de la forma que queremos. Se trata de mi destino. Mi propósito. Mi razón de ser; la razón por la que vuelvo a nacer una y otra vez. Debo ir, en realidad no tengo elección. Y aunque sé que no te gusta, y que no te gustará por buenos que sean mis argumentos, estoy dispuesta a conformarme con tu mera aceptación, aunque sea a regañadientes. En definitiva, me conformaré con lo que pueda conseguir. Y es que, Damen, aunque desde luego existen muchas posibilidades de que ella esté completamente loca, también existen las mismas posibilidades de que ande detrás de algo real. Y el corazón me dice que eso es lo que tengo que… No, olvida eso. El alma me dice que estoy destinada a realizar ese viaje. Es como ella dijo, es un destino que solo yo puedo alcanzar. Y aunque me gustaría que pudieses venir conmigo, aunque me gustaría más que nada en el mundo, la vieja dejó muy claro que no puedes. Y… —Trago saliva; el nudo en mi garganta es como una bola de fuego caliente y furiosa, pero a pesar de ello sigo adelante y añado—: Y espero que puedas encontrar una forma de aceptar mi decisión, aunque no puedas apoyarla.

Damen asiente con la cabeza y se toma su tiempo para formular una respuesta. Estira las piernas y cruza los tobillos mientras sus dedos recorren el borde de la botella.

—¿Me estás diciendo que nada de lo que yo pueda hacer o decir impedirá que sigas adelante y te marches sola?

Bajo los ojos. Me alegra que esta conversación se haya apartado del combate a gritos que había imaginado y, sin embargo, en ciertos aspectos me sorprende comprobar que es peor. Las discusiones apasionadas son muy fáciles de olvidar una vez que ha pasado el tiempo suficiente, pero esto, esta especie de aceptación a regañadientes que pensé que me encantaría conseguir, bueno, hace que me sienta triste, sola y deprimida.

—¿Y cuándo tienes previsto emprender ese viaje?

—Pronto —respondo, y me fuerzo a mirarle cuando añado—: Mejor dicho, ahora. No hay motivo para aplazarlo, ¿verdad?

Se cubre el rostro con las manos y se frota los ojos en silencio, haciendo todo lo posible para evitarme. Y cuando levanta los ojos de nuevo su mirada se pierde a lo lejos, más allá del cuidado jardín, más allá de la piscina, más allá del océano, hasta algún perturbador paisaje mental visible solo para él, ocultando sus pensamientos.

—Ojalá no lo hicieras —dice; sus palabras son simples pero sinceras.

Asiento con la cabeza.

—Pero si insistes, insisto en ir contigo —añade, mirándome—. Es demasiado peligroso, demasiado… —Se interrumpe frunciendo el ceño, se aparta el pelo de la cara—. Demasiado vago, demasiado incierto. No puedo dejar que te hundas en el fango tú sola. Ever, ¿no lo ves? ¡Lo eres todo para mí! ¡No puedo permitir que emprendas el viaje de una anciana loca!

Sus ojos se clavan en los míos, mostrándome el alcance de su determinación. Pero yo también estoy decidida, y las instrucciones de Loto eran clarísimas: es mi viaje, mi destino; Damen no es bienvenido allí. Y no puedo dejar de pensar que hay un motivo para eso, no puedo dejar de pensar que quizá esta vez me corresponda a mí protegerle insistiendo en ir sola.

Y me dispongo a decirlo cuando él alarga el brazo por encima de la mesa, me coge de la mano y dice:

—Ever… —Su voz se quiebra y se ve obligado a tragar saliva, aclararse la garganta y volver a empezar—: Ever, ¿y si no regresas jamás?

—¡Claro que regresaré! —exclamo, deslizándome hasta el borde de la silla, casi me caigo al suelo, incapaz de creer que haya pensado siquiera semejante cosa—. Damen, ¡yo nunca te abandonaría! ¿Es eso lo que te tiene tan disgustado?

—No —dice con voz más firme—. Pienso más bien algo así como: «¿Y si no puedes volver? ¿Y si te quedas atrapada, perdida en el fango? ¿Y si no encuentras la salida?».

Sus ojos afligidos se clavan en los míos, y queda claro que ya está experimentando alguna futura pérdida imaginada, a pesar de que aún estoy aquí, de que sigo sentada ante él.

Pero no es que yo no lo entienda. De hecho, lo comprendo muy bien.

Me ha perdido tantas veces que le aterra la posibilidad de volver a perderme justo cuando estaba seguro de que me tendría durante toda la eternidad. La extrema profundidad de su emoción me roba el aliento y me deja sin habla, intimidada, sin respuesta sencilla, sin forma sencilla de consolarle.

—Eso no pasará —digo por fin, confiando en convencerle—. El nuestro es un amor de destino. Eso es lo único que sé con certeza. Y aunque no tengo ni idea de lo que me espera, prometo que haré lo que haga falta para encontrar el camino de regreso. En serio, Damen, nada puede mantenernos separados, al menos durante mucho tiempo. Pero ahora tengo que irme. Y tengo que irme sola. Loto se mostró clara al respecto. Así que, por favor, por favor, déjame hacerlo; por favor, déjame ver adónde conduce esto. No podré estar tranquila hasta que lo intente. Aunque sé que es mucho pedir, quisiera que intentases entenderlo. Y si no puedes hacerlo, quisiera que al menos tratases de apoyarme. ¿Puedes hacer eso?

Pero, aunque mi voz prácticamente le suplica que me mire, que responda de alguna forma, continúa sentado en silencio, perdido en su propio panorama mental.

Optando por dar un enorme salto de fe y confiando en que él me acompañe, añado:

—Damen, sé cómo te sientes, créeme. Pero no puedo dejar de pensar en que hay algo más en nuestra historia. Toda una vida que ambos ignoramos. Creo que es la pista, o tal vez «la clave», como dijo Loto. La clave que nos conducirá hasta el motivo que está detrás de todos esos obstáculos que nos han fastidiado durante todos estos siglos, incluyendo el obstáculo al que nos enfrentamos ahora.

Pero, como he dicho, era un salto.

Un salto que se estrella contra el suelo cuando Damen se levanta de su asiento, se aparta de la mesa y me mira un instante. Su mirada es desolada; su voz fría y entrecortada me indica que está a millones de kilómetros de distancia cuando dice:

—Entonces, supongo que eso es todo. Estás decidida. En ese caso te deseo lo mejor, y espero que regreses pronto.

Capítulo doce

—¿S
eguro que no quieres entrar?

Niego con la cabeza y miro a Jude a los ojos un instante antes de dirigir mi atención a los tallos secos por el invierno que en su día sostenían las bonitas peonías de color rosa y morado que bordeaban el camino desde la calle hasta su puerta.

—Entonces, ¿sigues con esto?

Asiento con la cabeza. Me doy cuenta de que debería tratar de responder al menos una de sus preguntas verbalmente, pero por el momento me siento demasiado conmovida para hablar. Soy incapaz de impedir que mi mente repita esa última escena con Damen, sus últimas palabras, lo que ha dicho acerca de la posibilidad de que no regrese, de que me pierda en el fango sin poder encontrar el camino de vuelta. El modo en que me ha estrechado entre sus brazos a continuación. Estaba a punto de salir de la habitación hecho una furia cuando ha vuelto conmigo; su cuerpo se movía hacia el mío casi contra su voluntad. Su abrazo ha sido tan cálido, tan estrecho, tan… breve, que ha actuado como contraste para sus palabras frías y superficiales.

Y aunque podía percibir su lucha interna, aunque he reconocido las señales de alguien que se esfuerza por retirarse de un resultado que en su opinión solo puede acabar en sufrimiento, no podía evitar esperar algo más.

Aunque sabía que tenía que ir sola, aunque he insistido en que el viaje era mío y solo mío, seguía estando segura de que al menos me acompañaría a Summerland.

Aparto el pensamiento de mi mente y decido centrarme en el presente, en este lugar en el que Jude se sitúa justo delante de mí, al otro lado de la entrada.

—Bueno, ¿y dónde está Damen? —Observa con detenimiento el espacio vacío que hay a mi derecha y luego me repasa de arriba abajo—. Va contigo, ¿verdad?

Bajo los ojos, consciente del horrible nudo que se me forma en la garganta y de que los ojos empiezan a escocerme. Son las advertencias habituales: se prepara un mar de lágrimas, pero lo detengo donde está. No pienso echarme a llorar.

No aquí.

No delante de Jude.

No por algo que he elegido hacer.

Recupero la compostura por fin y digo:

—Solo voy yo. Esto es algo que tengo que hacer yo sola. Loto lo dejó muy claro.

Me encojo de hombros como si no pasara nada y confío en que él se lo trague.

Se apoya contra la puerta con las manos en los bolsillos. Y el gesto de su boca y de su frente deja claro que está haciendo lo contrario, intentando determinar qué puede estar pasando entre Damen y yo.

Pero no estoy aquí por eso, así que me apresuro a descartar la idea con un gesto. Le miro a los ojos al decir:

—Escucha, solo quería pasar a darte las gracias. Gracias por ser tan buen amigo mío a lo largo de todas estas… vidas.

Frunce el entrecejo y centra la vista en la calle, a mis espaldas. Emite una especie de sonido sarcástico, a medio camino entre un gruñido y un gemido, antes de decir:

—Ever, es mejor que reserves tu gratitud para alguien que la merezca de verdad. Ninguna de mis acciones ha resultado ser nada útil. De hecho, se trata más bien de lo contrario: lo he empeorado todo. Parece ser que tengo la mala costumbre de estropear tremendamente las cosas.

Como no tiene sentido negarlo, me apresuro a mostrarme de acuerdo, aunque también añado:

—Aun así, no estoy convencida de que sea culpa tuya. Si acaso, estoy bastante segura de que es tu destino.

Jude inclina la cabeza y se rasca la barbilla, en la que apunta un atisbo de barba.

—¿Mi destino es fastidiarte la vida? —me pregunta con una expresión escéptica—. No sé muy bien cómo tomármelo.

—Bueno, no, no solo eso. Estoy segura de que te esperan cosas mucho mejores, cosas que no tienen nada que ver conmigo. Lo que quiero decir es que tal vez sea nuestro destino combinado, ¿me entiendes? Tal vez tú y yo nos encontremos a lo largo de todos estos siglos por una razón que a ninguno de los dos se nos ha ocurrido antes… —Lo miro con detenimiento, tratando de interpretar cómo le ha sentado eso, pero tiene la cabeza ladeada y una maraña de rastas cae de lado, tapándole la cara—. Bueno, en fin… —Empiezo a sentirme como una idiota por haber venido—. Espero que el viaje revele eso y más.

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