Read Destino Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (13 page)

Luego, rápidamente, vuelve a atraerme hacia sí, cubre mi rostro con sus besos una vez más y sus labios ejercen una dulce presión contra mi carne mientras dice:

—Mi querida Adelina, no hay necesidad de que sacrifiquéis vuestra virtud cuando pronto vais a ser mía.

Me aparto y lo miro fijamente a los ojos. Mi mirada es incrédula; la suya, decidida.

—Yo… no lo entiendo —balbuceo.

—Vamos a casarnos —declara sonriente—. Vos y yo. Tal como hemos soñado. Todo está dispuesto. Solos vos y yo, y un miembro del clero. Lamento que no sea una boda grandiosa, la clase de boda acorde con la dignidad de mi futura reina, y lamento que vuestra familia no pueda estar allí para presenciar nuestra unión, aunque estoy seguro de que entendéis la necesidad de una confidencialidad total. Pero pronto, muy pronto, una vez que se sepa y mi padre no tenga otra opción que aceptar lo que he hecho y permitir que sus dos hijos se forjen un futuro con la mujer amada, celebraremos la fiesta más espléndida que se haya visto jamás, Adelina. Os lo prometo.

Mis ojos estudian su rostro con detenimiento. Me gustaría corresponder a su euforia, pero tengo demasiadas preguntas para intentarlo siquiera.

—Pero ¿cómo lo haremos? ¿Dónde lo haremos? Y, lo que es más importante, Alrik, ¡vuestro padre os matará!

Pero Alrik se limita a reírse, descartando la idea con un gesto impaciente de la mano.

—¿Matar a su primogénito? ¡Jamás! Mi padre se adaptará. Y cuando os conozca, cuando sepa de vos tanto como sé yo, no podrá resistirse a amaros también. ¡Ya lo veréis!

Sin embargo, aunque me encantaría creerlo, no puedo. Soy bastante menos idealista que Alrik. He tenido que arreglármelas con mucha menos fortuna y muchos menos privilegios, por lo que he experimentado en primera persona algunas de las decepciones más dolorosas que la vida trae consigo.

Pero antes de que podamos seguir discutiendo se oye un ruido de pisadas, el sonido inconfundible de unas botas que avanzan pesadamente por el camino de tierra que discurre entre las cuadras. Los pasos se detienen justo delante de la nuestra, y no tardamos en oír unos golpes rápidos en la puerta. Una voz masculina profunda llama:

—¿Alrik? ¿Estáis ahí dentro?

—Aquí estoy —dice él. Sus labios siguen besándome, cubriendo cada centímetro de mi rostro, antes de explorar el profundo escote de mi vestido—. Y podéis entrar. Aunque os advierto que no estoy solo. Estoy disfrutando de un rato a solas con mi prometida.

Empiezo a apartarme. Me incomoda esta exhibición pública y anhelo volver al rincón en sombras. Pero Alrik no lo consiente y me atrae de nuevo hacia sí. Me pasa el brazo por la cintura mientras Heath entra en la habitación, hace una reverencia y, tomándose apenas un momento para echarnos un vistazo, dice:

—Mi señor y Esme. —Su espalda vuelve a enderezarse para revelar una expresión de puro horror—. ¡Oh, Adelina, perdonadme! Me he equivocado. Suponía…

La temperatura de sus mejillas asciende un millar de grados. Sus palabras se interrumpen. No sabe cómo seguir; no encuentra una forma elegante de retirar esas palabras.

Lo que empeora aún más la situación es que Heath ha pedido mi mano hace muy poco, un hecho que solo conocemos Heath, mis padres (que me riñeron en grado sumo por rechazarle) y yo. Por fortuna, Alrik no tiene ni idea de ello, porque si la tuviese, no me cabe duda de que no recibiría a su más antiguo y querido amigo de la infancia, el caballero preferido de su padre, de la forma en que lo está haciendo.

Mi mirada se posa sobre Heath, abarcando su pelo basto de color castaño dorado, sus brillantes ojos aguamarina y su silueta esbelta y musculosa. Me siento terriblemente culpable de que nos haya encontrado así, a sabiendas de que mi vida sería mucho más sencilla si pudiese obligarme a corresponder a su afecto. Pero eso es como decir que si no fuera por la existencia del sol estarías satisfecho con que lloviese cada día.

El corazón nada sabe de lógica, y raramente coincide con el cerebro.

Cuando Alrik está presente, todo el mundo queda eclipsado.

Y, por muy guapo, amable y bienintencionado que sea Heath, se vuelve casi invisible cuando está junto a Alrik. Puede que suene cruel, pero es la verdad pura y dura.

—¡Tonterías, amigo mío! —exclama Alrik, nada molesto ante la flagrante metedura de pata de Heath—. ¡Acercaos a nosotros! Os he llamado por un motivo. Quería que fueseis el primero en oír nuestra feliz noticia: ¡Adelina y yo vamos a casarnos!

—Señor.

Se inclina, sobre todo por respeto, aunque en parte para ocultar una expresión que está claramente en conflicto. Y para cuando vuelve a enderezarse ha recuperado el control, si bien sigue haciendo un esfuerzo para evitar mirarme.

—Confío en que mantendréis nuestros planes en secreto hasta que llegue el momento de revelarlos.

—¿Y cuándo será eso, señor?

—Mañana nos casaremos, y pasado mañana compartiré mi alegría con el reino. Pero ahora debo irme. Tengo que ocuparme de unos detalles de última hora. Así pues, ¿puedo confiar en que acompañéis sana y salva a su casa a Adelina, mi futura esposa?

—Por supuesto, mi señor.

Se inclina una vez más. Pero esta vez, cuando me aparto de los besos de Alrik, alcanzo a ver a Heath mirándome con detenimiento, de una forma que no logro interpretar.

Su rostro muestra una expresión que continúa haciéndome pensar mucho después de que la haya sustituido por otra más anodina.

Una expresión acerca de la cual sigo haciendo conjeturas cuando abandonamos las caballerizas y salimos a lo que queda de la luz del día.

Una expresión que soy incapaz de definir, pero que se las arregla para persistir. Su mera insistencia me deja profundamente inquieta.

Capítulo catorce

C
abalgamos en silencio. O, para hablar con propiedad, yo cabalgo, y Heath camina junto a mí con las riendas en la mano, cada uno de nosotros perdido en su propio paisaje mental. Y aunque ha tenido muchas oportunidades para dirigirse a mí, no decide hablar hasta que ya casi hemos llegado.

—¿Le amáis? —pregunta.

Sus palabras son sencillas, directas, como si hubiésemos estado manteniendo la clase de conversación que ha podido traernos de forma natural a este punto. Y aunque se esfuerza por disimular el dolor que hay tras la pregunta, fracasa de forma estrepitosa. Percibo su desesperación desde aquí arriba.

Aprieto los labios y aparto la mirada. Ojalá pudiera negarme a responderle. Casi todas las mujeres se negarían. Asegurarían sentirse muy ofendidas de que alguien pusiese en duda sus sentimientos, de que alguien invadiese su intimidad, le dirían que no es asunto suyo…

Pero yo no soy como la mayoría de las mujeres. Detesto esa clase de falsedad, esa clase de juego.

Además, Heath es amable y buena persona. Le debo algo mejor, una respuesta sincera como mínimo. Por más que duela.

Al fin y al cabo, hemos compartido un beso.

O, mejor dicho, unos cuantos besos; una serie de besos, si se prefiere.

Besos que, por lo que veo, llegaron a suponer mucho más para él que para mí.

Yo solo estaba experimentando. Trataba de averiguar si mi cabeza podía influir en mi corazón. Quería comprobar si todos los besos eran como los de Alrik. Los suyos habían sido los primeros, así que no tenía término de comparación. Y aunque era agradable besar a Heath, aunque me producía una sensación de dulzura, tranquilidad y serenidad, como si flotase en una lujosa balsa sobre un hermoso mar azul en calma, esa sensación no podía competir con la ola de calor que me causaba Alrik, con su hormigueo cálido.

Aunque, por desgracia, no me di cuenta de que las intenciones de Heath eran completamente distintas hasta que fracasó mi experimento. Él no estaba tanteando el terreno. Expresaba su interés por mí.

Y aunque sin duda mi vida sería más fácil si pudiese corresponder a su afecto, no puedo, y sería cruel fingir lo contrario.

Inspiro hondo. Permito que me levante de la silla y me deje en el suelo, donde me coloca suavemente ante sí. Su rostro queda a pocos centímetros del mío, y sus manos siguen a ambos lados de mi cintura. Su contacto me transmite la habitual corriente de energía tranquila y serena que he llegado a asociar con él.

—Sí —digo, tratando de suavizar la palabra; sin embargo, la pronuncie como la pronuncie, me imagino que él la siente como una daga—. Sí, le amo. —Suspiro y, como siento la necesidad de explicarme, añado—: No puedo evitarlo. Es… inexplicable. Es una de esas cosas…

—No tenéis que decir nada más. De verdad. No me debéis explicación alguna.

Sus ojos se clavan en los míos, y su mirada contradice sus palabras. Se muere de ganas de comprenderlo, se muere de ganas de saber por qué he escogido a Alrik en lugar de escogerle a él.

Trato de sonreír, pero solo lo consigo a medias. Mi voz suena apagada, inestable, cuando digo:

—Oh, no estoy segura de eso. Me da la impresión de que os debo una explicación o… algo.

Sus manos se vuelven más cálidas, su mirada se hace más profunda, y antes de que la cosa pueda ir a más se aparta. El movimiento es tan brusco que necesito un instante para adaptarme.

—Adelina —dice en voz baja y dulce, llena de adoración—, estáis enterada de mis sentimientos hacia vos, así que no insistiré. Pero, por favor, permitidme hablaros como un amigo cuando digo que tengo graves motivos para preocuparme acerca de ese plan de Alrik y vuestro.

«No es mi plan, es el plan de Alrik.» En realidad no he participado en él. Aun así, no lo he rechazado. No he dicho «no». Aunque tampoco recuerdo haber dicho «sí». Apenas he tenido la oportunidad de hacerle unas cuantas preguntas antes de que Heath irrumpiese y pusiera fin a nuestra conversación. De todas formas, evito compartir mis pensamientos con él.

—Para empezar, lo más obvio: el rey se pondrá furioso. El matrimonio de Alrik con Esme fue planeado hace tiempo. Nadie ha pretendido nunca que fuese un matrimonio por amor, excepto tal vez Esme… —Reflexiona, y vuelve a la cuestión cuando añade—: Pero hay mucho que tener en cuenta, mucho dinero en juego. Lo cierto es que la familia de Alrik necesita desesperadamente el dinero de la de Esme si quiere continuar gobernando. Y, por si eso no bastase, bueno, hay que tener en cuenta a Esme y a su familia. Entregarán con mucho gusto una dote muy abundante si eso significa que su hija llevará algún día la corona. Y aunque no pretendo conocer mucho a la propia Esme, pues la he visto pocas veces, creo que podemos suponer sin temor a equivocarnos que se pondrá muy furiosa cuando descubra lo que habéis hecho los dos. Tengo la impresión de que su ira podría resultar aún más aterradora que la del rey. Hay algo indomable en esa muchacha, algo que no conoce límites ni confines de ninguna clase. —Sacude la cabeza y mueve torpemente las manos a los costados—. Y luego, por supuesto, está Rhys, que sin duda será el único, aparte de Alrik y vos, en alegrarse de la noticia, un pensamiento que en cierto modo resulta aterrador, ¿no? —Su voz se alza con tono de pregunta, aunque su rostro continúa igual, firme, fijo, sin ningún atisbo de diversión—. Aunque puede quedar libre para cortejar a Esme, ello solo enfurecerá a la hermana de esta. Como seguramente sabéis, Fiona lleva ya algún tiempo interesada en Rhys.

Miro a Heath parpadeando, esforzándome por asimilarlo todo. Aunque estaba enterada del triángulo de celos y atracciones en el que estoy inmersa, oírlo todo expuesto de forma tan clara sigue resultando sorprendente.

—Menudo lío es el amor —murmuro, casi como si hablase conmigo misma. Luego, mirando a Heath a los ojos, pregunto—: ¿Y qué proponéis que haga entonces? ¿Qué elección me sugerirís?

—Os sugeriría que me eligieseis a mí. —Suspira, y el sonido es tan desolado como su mirada—. Sabré que nunca me amaréis como amáis a Alrik, y lo aceptaré. También haré todo lo que pueda para haceros feliz. Os prometo, Adelina, que dedicaré toda mi vida a ocuparme de que estéis bien cuidada, satisfecha.

—Heath… —Sacudo la cabeza; ojalá no hubiese dicho eso.

—Si os he incomodado lo lamento, pero nunca me lo perdonaría si al menos no expresase mis preocupaciones ni tratase de ofreceros una salida a algo que me temo que solo causará problemas, si no dolor, para casi todos los implicados.

Asiento con la cabeza. Sus palabras persisten y se añaden a las que ya giran vertiginosamente en mi mente, y lo peor es que no hay ni una sola cosa de las que ha dicho que pueda negarse. Sus inquietudes coinciden con las mías.

Aun así, lo miro y digo:

—Y ahora que habéis expresado vuestras preocupaciones… ¿Ahora qué?

—Ahora, me despido de vos y os deseo mucha felicidad. —Me hace una reverencia.

Y antes de que pueda incorporarse le dejo. Estampo un breve beso en su coronilla, sobre los bastos mechones de color castaño dorado, y me dirijo hacia mi puerta, pensando que, suceda lo que suceda mañana, nunca volveré a mirar mi casa, mi vida o a Heath de la misma forma. Me veré cambiada de manera sumamente profunda.

Soy consciente del peso de la perseverante mirada de Heath, de su persistente energía serena y tranquila, mientras cruzo el pórtico y entro en la casa.

Capítulo quince

M
e despierta el golpe de un guijarro contra mi ventana. Un golpecito seco, seguido de otro, y otro más, hasta que me despabilo del todo.

Cojo mi bata y me la ciño al cuerpo. Dedico un instante a pasarme una mano por el cabello y avanzo, deseosa de ver quién está ahí.

Espero a cualquiera, salvo al que encuentro.

—¿Rhys? —Al forzar la vista, distingo sus ojos de un azul intenso y su pelo dorado—. ¿Qué pasa? —Mi corazón late tres veces más deprisa mientras me asalta una multitud de posibilidades, cada una peor que la anterior. «Alrik ha sufrido un accidente. Alrik está enfermo. Alrik ha cambiado de opinión acerca de mí…», hasta que por fin me armo de valor y pregunto—: ¿Es Alrik? ¿Está bien?

Rhys se ríe, se ríe de una forma que le ilumina el rostro, se ríe de una forma que le hace irresistible para las mujeres de todas las edades, de todas las posiciones sociales. Todas, desde las matronas hasta las princesas, pasando por las sirvientas de menor categoría. Es decir, todas menos yo.

—Creedme, vuestro querido Alrik está bien. Muy bien. Como si fuese una perra en celo, y por eso me ha enviado a buscaros.

—No os creo —digo, y las palabras llegan antes de que haya tenido la posibilidad de reflexionar, pero una vez pronunciadas comprendo que no las lamento—. Alrik nunca os habría enviado a buscarme. Conoce bien vuestra crueldad, Rhys. El trato degradante que os gusta dispensarme.

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