Destino (5 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Jude asiente con la cabeza, se mete los pulgares en las trabillas y nos echa un vistazo a Damen y a mí.

—En cualquier caso, aunque sé que seguramente las palabras que voy a decir sonarán sentenciosas, creo que a estas alturas ya sabéis que no lo pretendo. En fin, no puedo dejar de pensar que todos vuestros problemas, vuestros… obstáculos… en fin… que se deben a vuestra inmortalidad.

Los dos lanzamos a Damen una mirada furtiva. Ambos sabemos que él es el responsable de nuestra situación y que es plenamente consciente de ello.

—Todo eso del elixir y… bueno, lo que sea. No conozco los detalles, pero aun así no es natural, ¿me seguís? Se supone que no debemos alcanzar la inmortalidad física; para eso está el alma. El alma es nuestra parte inmortal. Se recicla una y otra vez según tengo entendido, pero jamás muere. Nuestro destino es esforzarnos por superar el mundo físico, no… no conformarnos con él y únicamente con él… —Pone cara de vergüenza, pero ahora que ha empezado sabe que no tiene más remedio que acabar. Además, podemos oír en su cabeza las palabras que se dispone a pronunciar cuando dice—: Se supone que no se debe abrazar el mundo físico como si fuese la última parada, como si fuese todo lo que hay.

Guardo silencio, y Damen también lo hace. A ambos nos asombra que las palabras de Jude constituyan un eco familiar y un tanto sobrecogedor de las que Damen ha pronunciado hace un rato en su habitación.

Y no puedo evitar preguntarme si hay una razón para eso, si mi destino es oír esas palabras. Me refiero a oírlas de verdad, y tal vez incluso a hacer algo al respecto.

Tal vez mi destino sea prestarles toda mi atención en lugar de descartarlas con un gesto, que es lo que más me apetece.

Jude entorna los ojos, reduciéndolos a dos estrechas rendijas de un brillante color aguamarina, una porción de un tentador mar tropical en el que sería muy fácil sumergirse.

—Y creo que… tal vez… bueno, creo que el karma que acumulasteis al tomar esa decisión os está impidiendo experimentar… —Mueve los pies de un lado al otro, agita las manos y por fin reúne el valor suficiente para continuar—: Bueno, creo que os está impidiendo experimentar la auténtica felicidad. La verdadera dicha. No sé si sabéis a qué me refiero.

«Sí, creo que sé a qué te refieres.»

Suspiro, y Damen también suspira. Parecemos un coro descontento y frustrado.

—Bueno, ¿algo más? —Arqueo una ceja; me doy cuenta de que mis palabras han sonado mucho más bruscas de lo que pretendía y trato de suavizar el tono cuando añado—: Me refiero a si tienes alguna idea de cómo evitar todo eso.

Jude aprieta los labios. Su piel morena se vuelve blanca en torno a la boca, una boca que he besado una o dos veces. No estoy muy segura de cuántas han sido, pues los tres hemos compartido muchas vidas. Nos mira con expresión sincera cuando dice:

—Lo siento, eso es todo. Así que… bueno, chicos, os dejo y…

Empieza a apartarse, y está claro que desea dar por terminada la conversación y proseguir con sus asuntos. Pero mientras Damen continúa absorto, perdido en una oscura nube de culpa, alargo el brazo para agarrar a Jude de uno de sus bíceps y atraerle hacia mí en una muestra de fuerza bruta, con una mirada suplicante y un pensamiento apresurado que no he tenido tiempo de considerar, no he tenido tiempo de corregir.

Damen me mira; se ha visto arrancado de sus pensamientos para concentrarse en los míos. La frase clara, un tanto alarmante y bastante embarazosa que decía «¡No, no te vayas!» ha resonado en mi cabeza, ha resonado en la habitación, antes de que haya podido detenerla.

—Hummm… Lo que quiero decir es que no tienes que marcharte por nosotros.

Damen entorna los ojos y me observa con gran interés. Lo mismo hace Jude. El resultado son dos pares de cejas enarcadas, mientras los ojos que se encuentran debajo centran su mirada en mí.

Sé que tengo que acabar de expresar mi pensamiento antes de que ambos lleguen a alguna conclusión horrible que nos devuelva una vez más al punto de partida, por lo que digo:

—Lo que quiero decir es que… ¿de verdad tienes que marcharte ahora mismo?

¡Puaj! Pongo los ojos en blanco para mis adentros ante semejante frasecita. ¿Qué demonios me ocurre? Por decirlo de forma suave, voy de mal en peor. Por desgracia, parece que Jude está de acuerdo.

—Bueno, creo que será mejor que os deje solos y que me dedique a explorar un poco antes de reunirme con Romy, Rayne y Ava.

Se encoge de hombros, y ese gesto muestra lo incómodo que se siente por culpa de mis palabras.

—¿Están aquí? —pregunto mirando a mi alrededor, aunque no espero encontrarlas. Es más un intento de recuperar la compostura que otra cosa.

Jude me lanza una mirada extraña, aunque se apresura a disimularla diciendo:

—No, han vuelto al plano terrestre. ¿Por qué lo preguntas? —Su frente se arruga, sus labios componen una mueca seria—. ¿Qué pasa, Ever?

La energía que emana de Damen me dice que está pensando lo mismo. Por eso, respiro hondo y me tomo un momento para mirarles a ambos a los ojos mientras me obligo a pronunciar las palabras:

—Escucha, estoy trabajando en un pequeño… proyecto de investigación —digo—. Y, como solo tengo una semana para llegar al fondo de la cuestión —añado, lanzándole a Damen una mirada significativa—, he pensado… es decir, si a ti no te importa, yo, o sea, nosotros… —Mi mirada se clava en la de Damen, rogándole que confíe en mí—. Bueno, en vista de las limitaciones de tiempo y las ideas que has compartido con nosotros, he pensado que tu ayuda nos vendría muy bien. Creo que tu perspectiva podría resultarnos muy, muy útil. Pero, por supuesto, depende de ti…

Jude nos mira. Sopesa sus opciones y decide dirigirme a mí sus palabras:

—De acuerdo, te ayudaré. Es lo mínimo que puedo hacer por haberlo echado todo a perder con Haven y por los demás problemas que te he causado. Así que, dime, ¿por dónde empezamos?

Capítulo cinco

M
e instalo en el asiento junto a Damen y aprieto su rodilla con la mía. La mesa de madera impide que Jude lo vea. No es necesario restregárselo por la cara; se sentiría peor de lo que ya se siente.

Aun así, no tarda en levantarse. Murmura que quiere probar algo nuevo, algo que se le acaba de ocurrir. Una excusa para escapar, para marcharse de aquí, para irse a algún sitio que esté más alejado de Damen y de mí.

Estudio la gran esfera de cristal que flota ante Damen, tratando de distinguir las imágenes que revela. Pero desde mi posición solo percibo una visión borrosa de vivos colores. Para verla bien debería sentarme frente a ella, aunque de la forma en que Damen la observa, con los hombros caídos, la cabeza ligeramente inclinada hacia delante y una respiración constante y lenta, deduzco que no ve nada de interés, nada que pueda proporcionarnos esa información que necesitamos. Si acaso, parece que le produce sueño.

Tras mirar con el ceño fruncido la tablilla que tengo delante, tan prometedora como la esfera de Damen, la aparto asqueada y echo un vistazo a mi alrededor. Necesito con urgencia un poco de ayuda. No soy nada exigente, a estas alturas aceptaré lo que surja. Sin embargo, no aparece ayuda alguna. Todo el mundo permanece inmerso en sus asuntos, en sus investigaciones personales, y nadie me presta atención. Pese a que cierro los ojos, pese al torrente de preguntas que surge de mi mente, pese a mi súplica de asistencia que suena fuerte y clara, los Grandes Templos no hacen ningún intento de abordarla, ningún intento de trasladarme rápidamente a la sala adecuada, tal como han hecho tantas otras veces.

Hoy, aparte de permitirme la entrada, los Grandes Templos del Conocimiento parecen ignorar mi presencia.

Trato de calmarme, trato de concentrarme, de meditar, de acudir a ese espacio agradable y tranquilo, pero estoy demasiado inquieta, demasiado agitada, y no puedo centrarme. Mi mente se ve asaltada por la clase de pensamientos que impiden encontrar la paz. ¿Cómo voy a relajarme y concentrarme en el fluir de cada respiración cuando estoy oyendo el tictac del reloj de la pared, que me recuerda sin cesar la rapidez con la cual mi plazo de una semana se reduce y se acerca al final?

Echo otra ojeada a la esfera que gira ante Damen. No puedo evitar sentirme abatida y derrotada, y dejo que mi mente viaje por su cuenta a un lugar que no me gusta.

Un lugar de duda.

Crítica.

Reserva extrema.

La parte de mí que quiere creer queda rápidamente en un segundo plano cuando me pregunto qué es lo peor que puede ocurrir: ¿que mi presentimiento sea acertado o que me haya equivocado por completo?

¿Sería mejor ser la única responsable de la aparición del lado oscuro de Summerland, que esa anciana loca hubiese depositado en mí tanto sus esperanzas como su desprecio?

¿O es mejor equivocarse de medio a medio, fallar del todo? Al fin y al cabo, eso aligeraría mi carga y me liberaría de la enorme responsabilidad que conlleva esta situación.

¿Y si esa anciana es solo una loca que se ha colado en Summerland, tal como afirma Damen?

¿Y si el sueño que yo creía enviado por Riley no tiene otro sentido que el que le encuentra Damen, es decir, un patético grito de mi subconsciente que reclama más atención por su parte?

¿Y si solo estoy perdiendo el tiempo, desperdiciando una semana que podríamos aprovechar mucho mejor?

Lo que es peor, ¿y si estoy siendo egoísta al arrastrar a Jude, cuando es evidente que le resulta muy incómodo estar cerca de Damen y de mí?

Trago saliva con fuerza y observo a Damen. Comprendo que ha llegado el momento de tirar la toalla, el momento de manifestar una bolsa de viaje con los habituales artículos básicos para salir de vacaciones a fin de largarnos a cualquier destino que él elija. Que tengamos una eternidad para estar juntos no significa que deba estar dispuesta a desperdiciar siquiera unos pocos días. Pero antes quiero hacer un último intento, y para ello tengo que ir al cenador.

Nuestras miradas se encuentran; esos ojos oscuros y rasgados de pestañas gruesas y abundantes se clavan en los míos. Sus labios están separados, lo que me impulsa a inclinarme hacia él, apoyarle la mano en el brazo y decirle:

—Damen, tengo una idea.

Su esfera se detiene y desaparece. La mirada de Damen expresa el alivio que siente al librarse de ella.

—¿Por qué no vas a buscar a Jude y le dices que deje de investigar, que he cambiado de opinión y no quiero que pierda más el tiempo? Mientras tanto, yo iré al cenador y te esperaré allí.

—¿El cenador? —repite, sonriendo con los ojos brillantes.

Asiento con la cabeza y le beso en la frente, la nariz y los labios. Luego me aparto y digo:

—¡Y date prisa!

Capítulo seis

D
esde luego, se ha dado prisa.

Me doy cuenta cuando lo miro.

Acostumbra estar perfecto, impecable. Es el chico que encarna la máxima serenidad, la calma y la entereza total y absoluta en todas las situaciones. Sin embargo, ahora que le veo de pie ante mí, su cara aparece algo enrojecida, el pelo le cae sobre los ojos y su ropa se ve un tanto desastrada. En cualquier otro, esos detalles apenas tendrían importancia, pero en Damen representan una señal clara de ilusión y expectación.

—Esto sí que no me lo esperaba, pero me alegro. No me malinterpretes; al decir que me alegro me quedo corto, aunque de verdad que no me lo esperaba.

Estoy repantigada en el gran sofá blanco, tan mullido, tan suave y acolchado que parece un malvavisco gigante. Me incorporo, borro el gesto de decepción de mi cara y me esfuerzo por sustituirlo por una expresión de ilusión que responda a la de Damen, lo cual no resulta nada fácil ahora que ha fracasado mi última y desesperada idea.

Aun así, sé con toda certeza que ha llegado el momento de seguir adelante, por lo que fuerzo una sonrisa que empieza a parecerme real en cuanto veo el tulipán recién cogido que Damen sostiene en la mano. Su rostro se ilumina con una sonrisa que crece en intensidad antes de cubrir en menos de un segundo la distancia que hay entre ambos. Para mí, es como una sombra borrosa que se mueve a toda velocidad. De pronto está colocando el tulipán en mi regazo, instalándose a mi lado y echando un vistazo fugaz al mando a distancia que aún conservo en la mano.

—¿Has encontrado a Jude? —pregunto, queriendo cubrir todos los aspectos serios antes de que nos distraigamos demasiado con nuestro pasado.

Damen asiente con la cabeza, se me acerca un poco más y me rodea con el brazo.

—¿Y qué? ¿Ha descubierto algo?

Damen me mira. La leve sacudida de su cabeza es la única respuesta que necesito.

Pero, aunque me deja algo desanimada (vale, tal vez bastante), no suspiro, gimoteo ni nada por el estilo. De hecho, no hago nada que revele hasta qué punto me afecta la noticia.

Una parte de mí sabe que es mejor así, ahora que Damen y yo estamos tan bien juntos, más unidos que nunca, ahora que está dispuesto a llevarme de viaje a un lugar maravilloso, exótico y romántico (todavía por determinar). Bueno, lo que menos necesito es echar a perder la felicidad de la que estamos disfrutando en este momento, en particular después de todo lo que hemos pasado para llegar hasta aquí.

Lo que menos necesitamos es iniciar una búsqueda absurda y alocada, ignorando por completo el hecho obvio, flagrante e imposible de ignorar de que todas las señales indican claramente que no tengo razón. Soy muy consciente de que esta es una de esas ocasiones en las que es preferible no tener razón, pues lo contrario solo daría lugar a una avalancha de circunstancias desagradables.

Sí, una parte de mí lo sabe muy bien.

En cuanto a la otra parte, no le va a quedar más remedio que aprender a tirar la toalla.

—Bueno, ¿cuál será esta vez? —pregunta Damen, arrebatándome el mando a distancia sin perder un instante.

Lo miro con los ojos entornados y el ceño fruncido, fingiendo estar enfadada. La última vez que no me birló a tiempo el mando a distancia, tuve ocasión de pulsar una serie de botones que me revelaron una vida de esclavitud trágica, aunque llena de esperanza, que él confiaba en mantener oculta.

—No es por eso —dice, malinterpretando mi expresión y tratando de devolverme el mando. Quiere que sepa con toda certeza que he presenciado todas mis vidas, por malas que fuesen.

Pero me apresuro a apartarlo con un gesto. Todos mis intentos han fracasado, así que prefiero dejar que a partir de ahora sea él quien tome la iniciativa.

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