Destino (3 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

—Lo siento —empiezo a decir—. No pretendía…

Pero él se limita a descartar el comentario con un gesto de la mano. Recupera su posición en el alféizar de la ventana y dice:

—¿Y qué querrías que hiciera, Ever? —Su mirada compensa con amabilidad lo que parece faltar en las palabras—. ¿Adónde te gustaría que fuese a partir de aquí? Estoy dispuesto a contarte todo lo que quieras saber sobre mi pasado. Estaré encantado de elaborar una lista de todos los nombres con los que he sido conocido, incluyendo el motivo por el que los escogí. Para eso no necesitamos a una anciana loca. No tengo intención de esconderte nada, ni de engañarte. La única razón por la que no lo hemos hablado hasta ahora es porque me ha parecido innecesario. Prefiero mirar adelante y no atrás.

En el silencio que sigue se frota los ojos y reprime un bostezo, y un breve vistazo al reloj de su mesilla me indica la causa: aún estamos en plena noche. No le he dejado dormir.

Extiendo los brazos y lo atraigo hacia mí, hacia la cama. Sonrío al ver cómo se iluminan sus ojos por primera vez desde que le he despertado agitando con violencia brazos y piernas, presa de una horrible pesadilla a la que él ha puesto fin con su cariño y ese hormigueo cálido que solo él sabe producirme. Desliza los brazos en torno a mi cuerpo y me empuja hacia atrás, sobre las mantas, las almohadas y las sábanas arrugadas. Sus labios recorren la cresta de mi clavícula y me rozan el cuello.

Los míos le mordisquean el lóbulo de la oreja. Mi voz es casi un susurro cuando le digo al oído:

—Tienes razón. Esto puede esperar hasta mañana. Por ahora, solo quiero estar aquí.

Capítulo tres

D
espués de despertar durante dos semanas seguidas en la cama y en los brazos de Damen, podría creerse que a estas alturas ya debo haberme acostumbrado.

Pero no.

Ni mucho menos.

Aunque podría acostumbrarme.

Ya me gustaría.

Acostumbrarme a la firme seguridad de su cuerpo acurrucado contra el mío, a la calidez de su aliento en mi oreja…

Pero para eso falta mucho.

Al principio siempre me siento un poco desorientada. Necesito unos instantes para reconstruir los hechos, para asimilar las nuevas circunstancias. Para determinar mi ubicación, mi situación y cómo he llegado hasta aquí.

Y esa última parte, la que trata de cómo he llegado hasta aquí, nunca deja de desanimarme.

Lo cual no es una buena forma de recibir un nuevo día.


Buon giorno
—murmura Damen, con la voz un poco áspera tras las horas de sueño.

Empieza cada mañana con uno de los muchos idiomas que habla. Hoy se ha decidido por el italiano, su lengua materna. Hunde el rostro en la cortina de largos cabellos rubios que se derrama a lo largo de mi cuello e inhala profundamente.


Buon giorno
a ti —le respondo, y mis palabras quedan ahogadas, pues las he pronunciado contra la mullida almohada de plumas en la que tengo apoyada la cara.

—¿Cómo has dormido?

Me tiendo de espaldas, me aparto el pelo de los ojos y, durante unos agradables instantes, disfruto admirándole. Comprendo que su aspecto es otra de esas cosas a las que todavía no me he acostumbrado del todo. Su belleza pura y asombrosa es una visión impresionante.

—Bien —respondo, encogiéndome de hombros. Dedico un momento a cerrar los ojos para manifestar un aliento fresco y mentolado antes de continuar—: En realidad no lo recuerdo, y supongo que eso debe de ser buena señal, ¿no crees?

Se incorpora apoyándose en el codo y descansa la cabeza contra la palma de la mano para verme mejor.

—¿No lo recuerdas? ¿No recuerdas nada? —pregunta con un tono ridículamente esperanzado.

—Bueno, veamos… —respondo como si reflexionase, dándome golpecitos en la barbilla con el índice—. Recuerdo que apagaste las luces y te metiste en la cama, a mi lado… —Lo miro de soslayo—. Me acuerdo de tus manos… o al menos de la «casi» sensación de tus manos… —Su mirada se empaña un poco, una señal de que él también lo recuerda—. Y me parece que recuerdo vagamente la «casi» sensación de tus labios… pero, como te he dicho, el recuerdo es muy vago, así que no estoy muy segura…

—¿Vago?

Sonríe, y el destello de sus ojos deja muy claro que está dispuesto a refrescarme la memoria.

Correspondo a su sonrisa, aunque no tarda en desaparecer cuando digo:

—Ah, sí, y me parece recordar una visita improvisada a Summerland, de madrugada, y a aquella anciana loca que estaba en el lugar donde enterramos las pertenencias de Haven. También recuerdo que tú, de mala gana, accediste a ayudarme a desvelar el sentido de su mensaje, grotesco y críptico…

Vuelvo a mirarle a los ojos y veo lo que esperaba ver. Parece que mis palabras hayan abierto un grifo y le hayan dejado caer un chorro de agua fría sobre la cabeza.

Se tumba de espaldas y se queda mirando el techo. Durante unos momentos guarda un silencio profundo y reflexivo. Luego se incorpora, apoya los pies en el suelo y lucha por sacar la rodilla de entre las sábanas.

—Damen… —Y dejo la frase sin terminar, porque no tengo ni la menor idea de cómo seguir.

—Esperaba que dedicásemos las vacaciones de invierno a hacer otras cosas.

Se dirige hacia la ventana, y al llegar se detiene y me mira.

—¿Qué clase de cosas? —le pregunto con los ojos entornados, sin saber a qué se refiere.

—Bueno, para empezar, ¿no crees que ya es hora de que arreglase la situación con Sabine?

Agarro su almohada y me la pongo directamente sobre la cara. Reconozco la increíble eficacia e inmadurez de mi gesto, aunque ahora mismo no me importa. En el fondo, ni siquiera quiero pensar en Sabine, y creo que puedo decir sin temor a equivocarme que tampoco quiero hablar de Sabine. Pero ahí está él, intentando que hablemos acerca de mi tema prohibido, del tabú número uno en este momento.

—Ever… —empieza él. Aunque tira de la almohada, yo la sujeto más fuerte—. No puedes dejar las cosas así. No está bien. Al final tendrás que volver.

Da un último tirón, suspira y se retira al lugar que ocupaba junto a la ventana.

—¿Me echas? —pregunto. Me coloco la almohada sobre el vientre, me pongo de lado y me abrazo a ella, como para protegerme de lo que pueda venir a continuación.

—¡No! —Damen se apresura a negar con la cabeza. Se pasa los dedos por la mata de pelo tratando de imprimirle cierto orden, y me dedica una mirada llena de asombro cuando añade—: ¿Por qué iba a echarte? —La mano abandona la cabeza y regresa a su costado, junto a la pierna—. Acostarme y despertarme a tu lado es algo que me encanta. Pensé que lo sabías.

—¿Estás seguro? —me atrevo a preguntar, pero, al ver que empieza a aparecer cierto matiz de desánimo en su mirada, añado—: ¿No es demasiado frustrante? Me refiero a que nos acostamos juntos sin poder acostarnos juntos de verdad. Aprieto los labios al notar el rubor que invade mis mejillas.

—Lo único que me resulta frustrante es que intentes esconderte debajo de una almohada para no hablar de Sabine.

Cierro los ojos y jugueteo con la costura deshilachada de la funda de la almohada. Soy consciente de que mi humor está cambiando, que se está deslizando hacia el extremo opuesto al que ocupa el de Damen, pero confío en poder detener ese cambio antes de que nos acabe separando demasiado.

—No hay nada que decir. Ella cree que estoy loca, y yo creo que no. Al menos, no de la forma en que ella piensa. —Le observo después de pronunciar esta última frase con un tono frívolo, pero le resbala. Se está tomando demasiado en serio esta conversación—. En cualquier caso, tiene una opinión tan firme que no me deja otra opción que estar de acuerdo o marcharme. Esas fueron las dos posibilidades que me ofreció. Y aunque no tengo inconveniente en admitir que me duele muchísimo, hay una parte de mí que piensa que tal vez sea mejor así, ¿sabes?

Entorna los ojos y cruza los brazos mientras sopesa las opciones y considera las posibilidades. Al final sus músculos se relajan.

—No, no lo sé. ¿Por qué no me lo explicas?

—Bueno, es lo que has dicho muchas veces: algún día tendré que despedirme, pues cuanto antes mejor. Al fin y al cabo, es una realidad, ¿no es así? Entonces, ¿qué sentido tiene hacer las paces y pasar unos meses más en su casa, cuando de todas formas tendré que pirarme pronto? Tú mismo lo dijiste: ni ella ni los demás tardarán en darse cuenta. Sabine verá que ni tú ni yo hemos envejecido un solo día. No existe una explicación lógica, y ella es una de esas personas que solo creen en la lógica, así que en realidad es preferible dejar el tema a un lado, ¿vale?

Intercambiamos una mirada. Aunque he utilizado todos los argumentos, incluso algunos que en su origen procedían de él mismo, está claro que necesita más. Sigue convencido de que debo levantarme de la cama, ir a casa de Sabine y tratar de hacer las paces con ella, lo que significa que se está mostrando increíblemente obstinado o que no he sabido exponer mi punto de vista, o ambas cosas.

—En fin, ¿por qué retrasar lo inevitable? —Trago saliva con fuerza y vuelvo a abrazar la almohada—. En el fondo, puede que todo esto haya ocurrido por algún motivo. Sabes cuánto temía yo la despedida, y ahora que ha sucedido puede que resulte más fácil, puede que sea justo la solución que he estado buscando todo este tiempo, puede que sea un regalo del universo. —Las palabras han salido tan deprisa de mis labios que hago una pausa para recuperar el aliento, aunque al mirarle a los ojos veo con claridad que sigue sin estar de acuerdo conmigo. Así que cambio de táctica y adopto otro enfoque, esperando que funcione mejor—: Sé sincero, Damen; en todos tus años de existencia, con tantas idas y venidas, ¿no has buscado pelea ni una sola vez? ¿No has utilizado una pelea como excusa para marcharte?

—Por supuesto que sí —responde. Desvía la mirada y juguetea con la cinturilla de los calzoncillos negros—. En más de una ocasión, te lo aseguro. Pero eso no significa que fuese lo correcto.

Me quedo en silencio, sin saber qué añadir. Entorno los ojos cuando Damen se vuelve para ajustar las contraventanas. Entra en la estancia un tenue rayo de luz de lo que parece ser un día gris y nublado de mediados de diciembre.

—Puede que tengas razón —dice, contemplando el paisaje—. Puede que sea la forma más limpia de cortar la relación. Contarle la verdad sería como echar leña al fuego. Jamás sería capaz de aceptarla. Y si la aceptase milagrosamente, bueno, seguro que se apresuraría a condenarla. Y lo peor es que tendría toda la razón. Lo que he hecho contigo es antinatural. Va en contra de todas y cada una de las leyes de la naturaleza. —Damen hace una pausa para observarme con expresión apesadumbrada—. Créeme, estoy seguro de que no estamos viviendo la vida que estábamos destinados a vivir. Nuestros cuerpos son inmortales, cierto, pero está claro que nuestras almas no. Nuestras vidas contravienen las leyes más fundamentales de la naturaleza. Somos lo contrario de lo que estábamos destinados a ser.

Estoy a punto de hablar, de decir cualquier cosa, aunque solo sea porque no me gusta nada verle así. Pero él no me lo permite. Aún no ha terminado su discurso. Todavía piensa exponer unos cuantos argumentos más.

—Mi estancia en Shadowland sirvió al menos para enseñármelo. Ever, tú estuviste allí, dos veces si mal no recuerdo: la primera a través de mí, y hace poco por culpa de Haven. Así que, dime, ¿puedes negar lo que acabo de decirte? ¿Puedes negar que es cierto?

Inspiro hondo y me acuerdo del día terrible en el que Haven me estampó el puño en la garganta. Justo en mi punto débil, el quinto chakra, en mi caso el centro de la falta de discernimiento, el mal uso de la información y la confianza en la gente equivocada. Solo hizo falta un fuerte puñetazo para matarme, para acabar conmigo, para mandarme dando vueltas sobre mí misma hasta aquel horrible y oscuro agujero infinito. El abismo. El descanso final para las almas inmortales. Recuerdo que crucé la oscuridad como una exhalación, perdida en el vacío, burlada por una serie interminable de imágenes de todas mis vidas pasadas, obligada a revivir los errores que cometí, todos mis desaciertos, el mal que hice, sintiendo el dolor de otros con la misma intensidad que el mío propio. No encontré mi salida hasta que la verdad me fue por fin revelada. Me salvé de una eternidad de profundo aislamiento cuando supe con absoluta certeza que Damen era el amor de todas mis vidas.

Mi alma gemela.

Mi compañero para toda la eternidad.

Lo que me sanó, lo que me absolvió, fue esa revelación repentina y aquella declaración mía en la que reconocía la verdad sobre Damen y yo, sobre nuestro amor.

Eso me liberó de la carga que suponía mi chakra débil.

Solo por eso estoy aquí sentada en este momento.

Asiento con la cabeza, sin tener nada que añadir. Damen sabe lo que vi y lo que experimenté. Lo sabe tan bien como si hubiese estado allí.

—Tú y yo estamos solos, Ever. Únicamente nos tenemos el uno al otro. Una perspectiva que puede ser más atractiva para mí que para ti, pero solo porque yo me he acostumbrado a una existencia solitaria.

—Tenemos a Miles —digo, apresurándome a recordarle a Damen que Miles ya conoce el secreto de nuestra inmortalidad—. Y a Jude. —Me quedo sin aliento; aún me siento un poco rara al mencionarlo en presencia de Damen, a pesar de que hace poco han decidido hacer borrón y cuenta nueva, comenzar de nuevo—. Así que no puede decirse que no tengamos ningún amigo, ¿verdad?

Pero él se limita a encogerse de hombros y piensa en la parte que no he mencionado, esa que resulta demasiado dolorosa: que algún día Miles y Jude serán viejos y canosos, cenarán temprano y tendrán como máxima ilusión jugar una estimulante partidita de tejo, mientras que Damen y yo seremos exactamente los mismos, sin haber cambiado en absoluto.

—Supongo que no me gusta nada que Sabine y tú acabéis así —dice por fin, con una mirada que parece un suspiro—. Aunque tal vez tengas razón, tal vez sea una manera tan buena como otra, teniendo en cuenta que es inevitable.

Arrojo la almohada a un lado y extiendo la mano hacia él. Cuando se pone de un humor tan sombrío, cuando se encierra en sí mismo y empieza a sentirse culpable, no puedo soportarlo. Estoy ansiosa por cambiar de tema, por dejar esto atrás. Pero Damen ya se ha girado sin ver mi gesto, así que dejo caer el brazo y jugueteo con el edredón.

—Vale, dime entonces, aparte de la conversación con Sabine, ¿qué más tienes pensado para las vacaciones de invierno? —pregunto, confiando en ahuyentar esa oscura nube.

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