Destino (24 page)

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Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Algo que nunca he visto por aquí.

Ni siquiera en las mayores profundidades de Shadowland.

Se hace oscuro.

Vale, tal vez no como boca de lobo, pero, aun así, oscuro. O, como mínimo, poco iluminado.

Como el comienzo del anochecer o el conocido crepúsculo.

Ese momento sobrecogedor y sombrío en el que resulta difícil distinguir los objetos de las sombras que proyectan.

Me detengo y mi pie resbala, arrojando un torbellino de rocas precipicio abajo, y sé que podría haber sido yo. El corazón me late con furia mientras me recobro, recupero el equilibrio, me miro de arriba abajo y me aseguro de que estoy bien.

—Esto no me gusta —digo, y mi voz rompe el silencio. Ahora me he incorporado oficialmente a las filas de todos los demás locos que hablan consigo mismos—. Entre la oscuridad y esa niebla de ahí delante… —Frunzo el ceño al ver que el sendero acaba de pronto en una espesa nube de bruma blanquecina que se alza al parecer desde la nada, sin dar indicaciones de lo que podría aguardarme más allá, y por supuesto sin ofrecer señal alguna del árbol, indicio alguno de que estoy en el camino correcto—. Esto no tiene buena pinta —añado, y mi voz suena tan siniestra que empeora mi inquietud.

Miro a mi alrededor sin saber qué hacer. Observo que la niebla parece crecer, expandirse y deslizarse directamente hacia mí. Su forma de vibrar le da una apariencia, viva. Su visión me lleva a preguntarme si debería retroceder un poco, buscar un lugar despejado y esperar a que se levante. Pero vacilo tanto que cuando quiero darme cuenta es demasiado tarde.

La bruma ya está aquí. Ya está sobre mí.

Se ha acercado tan deprisa que me envuelve en un instante. Me pierdo en un remolino de blanca y húmeda neblina mientras mis dedos tratan de alcanzar algo, intentan agarrar y arañan el aire con gestos frenéticos. Me esfuerzo por orientarme, por despejar un poco mi camino.

Pero no sirve de nada. Me ahogo en un mar de vapor blanco que envuelve cuanto me rodea. Sofoco un grito cuando levanto las manos ante mí y me doy cuenta de que ni siquiera veo mis propios dedos.

Ya no sé dónde está el avance y dónde el retroceso. Cojo la linterna y la regulo a baja potencia, pero no ayuda. No sirve en esta niebla. Estoy peligrosamente cerca de sucumbir a un verdadero ataque de pánico atroz cuando le oigo.

Una voz lejana que viene flotando hacia mí, acercándose sigilosamente desde atrás. El sonido me impulsa a gritar, a chillar su nombre tan fuerte como puedo. Mi tono agudo pretende hacerle saber que estoy aquí, que no me moveré, que esperaré hasta que me encuentre.

Sollozo aliviada al notar que sus dedos me aferran, que su mano agarra mi manga con fuerza y me atrae hacia sí.

Me acurruco entre sus brazos, entierro el rostro en su pecho y aprieto la frente contra su cuello, para descubrir demasiado tarde que no es Damen quien me abraza.

Capítulo veintinueve

—E
ver.

Su mejilla se apoya en mi cabello y sus labios buscan mi oreja. Aunque sin duda la voz es masculina, no la reconozco.

La bruma continúa acumulándose e impidiéndome determinar a quién pertenece la voz. Su cuerpo me presiona, se ajusta al mío, y yo cierro los ojos y trato de atisbar dentro de su cabeza, pero no llego a ningún sitio. Sea quien sea, ha aprendido a levantar un buen escudo contra este tipo de ataques.

Me aparto y lucho por liberarme, pero no sirve de nada. Es muy fuerte y continúa aferrándose a mí, como un hombre que se ahogase e intentase arrastrarme consigo.

—Ten cuidado —dice.

Su rostro cambia de posición y deja que una ráfaga de aliento frío me descienda a lo largo del cuello, al tiempo que noto la presión de sus dedos a través de mi ropa.

Aliento frío.

Dedos más fríos todavía.

Fuerza inusual.

Pensamientos que no puedo oír.

Solo puede significar una cosa.

—¿Marco? —aventuro, preguntándome si eso significa que Misa también está aquí, dado que casi nunca los veo separados.

—¡Qué va!

Sus palabras van seguidas de una profunda carcajada cáustica que parece bastante inadecuada teniendo en cuenta las circunstancias en que nos hallamos.

—Entonces, ¿quién…? —empiezo, preguntándome si es uno de los otros inmortales a los que Roman ha convertido, aunque no tardo en conocer la respuesta de sus propios labios:

—Rafe —dice en voz baja y profunda—. Tal vez no me recuerdes, pero nos hemos visto un par de veces. Aunque siempre en ocasiones informales.

Trago saliva con fuerza. No tengo ni idea de si es buena o mala noticia. Rafe siempre ha sido un tanto enigmático, aunque no me entretengo mucho con ese pensamiento. Mi principal preocupación es escapar de sus manos. Lo demás vendrá después.

—Espero no haberte asustado —añade, aflojando la presión un poco, aunque solo un poco, no lo suficiente para dejarme libre—. He perdido pie. Me he caído en ese cañón de ahí atrás. Por suerte para mí, no he llegado al fondo, suponiendo que lo haya. En cambio, me he quedado colgado de un afloramiento de rocas y luego me he pasado un buen rato subiendo por la ladera. Lo cual, por cierto, es mucho más fácil de decir que de hacer cuando no ves nada de nada. He pasado por tantas estaciones que he perdido la cuenta. En fin, estaba a punto de rendirme y acampar o, mejor dicho, agarrarme a lo que pudiera hasta que se despejase la niebla, cuando he oído tus pisadas y tu voz, y bueno, eso me ha dado el estímulo que necesitaba para escalar más deprisa y encontrar el camino hasta un lugar seguro. El simple hecho de saber que ya no estaba solo en este sitio dejado de la mano de Dios me lo ha hecho más fácil. Pero he de decirte, Ever, que me sorprende un poco encontrarte aquí sola. Pensaba que estarías con Damen. De todos modos, ¿con quién hablabas? ¿Contigo misma?

Entorno los ojos. Ni se me ocurriría responder a esa pregunta ni contarle que estoy aquí sola. Se está burlando de mí. No es en absoluto sincero. Y aunque la bruma oculta muy bien su rostro, ofreciéndome solo un atisbo del contorno de su pelo oscuro y ondulado, no necesito llegar a verle para confirmarlo. El desprecio que hay en su voz suena fuerte y claro.

—En mi opinión, tenemos dos opciones —continúa, como si fuésemos dos buenos amigos que aunásemos nuestro ingenio en busca de una solución beneficiosa y agradable para ambos—. Podemos sentarnos a esperar que se despeje la niebla o podemos marcharnos de aquí. Yo voto por marcharnos de aquí. ¿Y tú?

Un millón de réplicas acuden a mi mente, pero aprieto los labios antes de decir algo de lo que pueda arrepentirme. Aunque su proximidad me da asco, aunque me siento tentada a arrancar sus dedos de mi manga, ya no puedo hacer eso. No después de todo lo que he aprendido. Ahora que sé que todos somos uno, que todos estamos conectados, las viejas reacciones ya no funcionan.

Pero eso no significa que tenga que entablar conversación con él. No me cabe duda de que sus intenciones no son buenas. Me muevo para apartarle de un empujón, deseosa de poner tanta distancia entre nosotros como pueda, procurando silenciar todos los pensamientos de preocupación, paranoia o miedo que su mera presencia ha generado en mí.

Para empezar, no quiero que oiga mis pensamientos. Además, necesito despejar la mente y así poder reservar mi concentración para averiguar en qué dirección puede hallarse el árbol.

Pero mi mente se queda en blanco.

Summerland ya me ha proporcionado tanto como podía. Lo que suceda de ahora en adelante solo depende de mí.

Rafe camina fatigosamente detrás de mí. La cercanía de sus pasos me incomoda. Pero mi necesidad de precaución me impide avanzar demasiado rápido, así que continúo colocando con cuidado un pie delante del otro, tanteando el terreno antes de dejar caer todo mi peso. Avanzo a tientas por el camino como un ciego que recorre una habitación desconocida, sabiendo que puedo tardar mucho más de lo necesario, aunque también que es mejor ir despacio, mejor proceder con seguridad que perder pie y lamentarlo toda la eternidad.

Solo espero ir en la dirección correcta.

—Sigo pensando que deberíamos volver —dice Rafe detrás de mí, salvando fácilmente la distancia que hay entre nosotros.

—Pues vuelve —le replico, recorriendo la zona con la mirada, alerta por si veo señales de… bueno, de lo que sea, de algo—. De verdad. A mí sola ya me iba bien.

—¡Vaya! —Rafe resopla, se esfuerza por hacerme saber lo insultado que se siente, aunque su voz suena mucho más divertida que ofendida—. Sabes hacer que un tío se sienta bienvenido, ¿verdad, Ever? Deberías alegrarte de mi presencia aquí. Aunque lo cierto es que Roman ya me avisó acerca de ti.

—Ya, ¿y qué dijo exactamente Roman? —le pregunto mientras me vuelvo hacia él; me esfuerzo por verle mejor, pero es inútil. La bruma es demasiado espesa para poder distinguir gran cosa.

Vuelvo a centrarme en el sendero y hago una mueca de dolor al notar que el recio y gélido aliento de Rafe me congela la nuca cuando dice:

—Roman dijo muchas cosas. Al parecer, te conoce muy bien. Pero me temo que no puedo hablar extensamente sobre eso. Ahora no recuerdo los detalles. Debe de ser la altitud. ¿A ti no te pasa?

Pongo los ojos en blanco, consciente de que no va a apreciar el gesto, ya que no puede verlo. Sin embargo, aun así hace que me sienta mejor, y en este momento tengo que aprovechar todas las sensaciones agradables que pueda conseguir.

—Y hablando de Roman… —Rafe hace una pausa teatral, aunque es evidente lo que viene a continuación—. ¿Qué le pasó? Hace tiempo que no hablamos. Según los rumores, tú le mataste. Aunque yo nunca he sido de los que se conforman con enterarse de las noticias a través de terceros. Siempre que puedo, me gusta acudir directamente a la fuente. Así que, dime, Ever, ¿es verdad? ¿Lo hiciste? Porque, aunque no te conozco demasiado, he de decir que suena a cierto. Se te da bien, eso seguro. Lo supe la primera vez que te vi. Por supuesto, no quisiera ofenderte.

—No me ofendo —respondo con el ceño fruncido. De pronto, su presencia detrás de mí hace que me sienta muy incómoda, pero hago lo posible por evitar que se note—. Es cierto que Roman ya no está con nosotros —digo, confirmando lo que Rafe ya sabe, aunque procuro no darle ninguna pista acerca de los profundos remordimientos que siento por esa pérdida, ni indicación alguna de quién podría tener la culpa. Mi voz se vuelve más audaz cuando añado—: Resulta que después de todo no era tan inmortal. Aunque en realidad ya lo habías adivinado, ¿no es así?

La brisa se acelera y sopla a nuestro alrededor, enfriando el aire hasta un punto incómodo. Se vuelve tan frío que se me cae el alma a los pies. Sé que no puedo soportar otro invierno más, sobre todo con Rafe aquí.

Como no quiero detenerme el tiempo suficiente para sacar mi chaqueta de la mochila, me froto los brazos intentando entrar en calor. Aguzo el oído con interés cuando una segunda ráfaga pasa susurrando por nuestro lado. Esta vez, además del habitual crujido de hojas y repiqueteo de rocas que caen unas sobre otras, transporta otro sonido muy distinto, animal o humano, no lo sé con certeza. Lo único que sé es que Rafe y yo ya no somos los únicos aquí.

Mi cabello se levanta, se eleva alrededor de mi cabeza mientras me esfuerzo por recogerme los mechones en el puño. Observo que la niebla se ha aclarado lo suficiente para vislumbrar una lejana montaña cubierta de nieve, junto con las ramas superiores de lo que debe ser un árbol muy alto (¿podría ser el árbol que estoy buscando?), antes de espesarse de nuevo y taparlo todo.

Decidida a mantener la atención de Rafe centrada en mí y con la esperanza de que no haya visto lo que yo, me vuelvo hacia él y digo:

—Por cierto, ¿qué estás haciendo aquí exactamente? No creo que sea casualidad que nos hayamos encontrado. ¿Qué estás tramando? ¿Estás conchabado con Misa y Marco? ¿O quizá con un amigo de Loto? ¿O acaso pretendes hacerme creer que estás de excursión?

Levanto una ceja y observo lo poco que puedo ver de él, su estatura y su melena oscura y ondulada. Todo lo demás aparece blanco. Sin embargo, cuando no responde, cuando se limita a moverse como si fuese a intentar asaltarme, cojo la linterna y le ilumino la cara. El haz de luz corta la neblina y me muestra todo lo que necesito ver, que no es gran cosa.

Como todos los inmortales renegados que he conocido este año, Rafe se mantiene muy sereno bajo presión. Su rostro no da muestras de sorpresa bajo el intenso haz de luz que le ilumina. Para ser alguien al que acabo de sorprender cuando se situaba para atacarme mejor, no se le ve ni rastro de culpa. Si acaso, solo parece decidido.

Pero hay algo más.

Algo que llama mucho la atención, aunque intento disimularlo.

Parece más viejo.

Mucho más viejo.

La última vez que le vi era otro inmortal perfecto y guapísimo.

Pero ahora, aunque sigue siendo atractivo, muestra signos claros de envejecimiento y desgaste. Los años le alcanzan en forma de canas y patas de gallo. Incluso sus dientes parecen amarillentos en lugar de ser blancos y relucientes como los de los inmortales.

Y de pronto sé exactamente por qué está aquí.

—Dejémonos de gilipolleces, ¿vale? —dice, salvando en cuestión de segundos la corta distancia que hay entre nosotros—. Ni tú ni yo hemos salido de excursión. Estás haciendo el viaje de Loto al Árbol de la Vida con la esperanza de poner las manos en el único fruto que da cada mil años. —Clava sus ojos en mí, y su voz combina a la perfección con esa mirada furiosa—. Un fruto hermoso y perfecto que parece un cruce entre una granada y un melocotón. Un producto asombroso que ofrece la inmortalidad a quien tenga la fortuna de arrancarlo, apoderarse de él y saborearlo. Y resulta que ya ha transcurrido el milenio. Ha llegado el momento de la cosecha. Y aunque estoy seguro de que te consideras digna de darle un bocado, lamento tener que decírtelo, Ever, pero las cosas van a ir así: vas a conducirme hasta el árbol y seré yo quien reclame su fruto.

Continúo observándole. Mi linterna recorre su rostro, y me pregunto si debería decirle que el fruto no es del todo tal como afirman los rumores, que nunca se pretendió que nadie se tomase al pie de la letra la historia que hay detrás de sus poderes. El fruto del árbol otorga la sabiduría y la iluminación a quienes las buscan, proporcionando la verdad definitiva, el conocimiento de que somos realmente seres inmortales. Pero para quienes han conseguido la inmortalidad física… bueno, para ellos, tiene el efecto inverso, devolviendo el cuerpo y el alma al estado en el que siempre debieron hallarse.

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