Read Destino Online

Authors: Alyson Noel

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Destino (28 page)

Pero no, lo deja así. Al parecer, ha dicho lo que quería, y no puedo negar que es cierto.

—¿Y Stacia? —pregunto, optando por cambiar de tema, un tema igual de malo, si no peor todavía—. ¿También ha hecho ese cambio contigo?

Sé por experiencia propia lo egoísta y negada que es. Recuerdo lo difícil que fue convencerla de que se disculpase por algunas de las cosas más horribles que había hecho. Pero a veces ocurren milagros, ¿no? Y nunca es demasiado tarde para enderezar tu vida y tratar de mejorar, o al menos eso dicen.

Aunque Honor es bastante realista en lo que respecta a su amiga, y por eso se echa a reír cuando dice:

—¿Qué quieres que te diga? Stacia aún está en ello. Pero, créeme, no es ni de lejos tan mala como era, y eso ya es algo, ¿no? En cualquier caso, si a Jude le ha dado por apreciarme y a Ava le ha dado por confiar en mí, bueno, pensaba que quizá tú podrías intentar… al menos tolerarme, y ya veremos adónde conduce eso.

—¿Y qué le ha dado a Ava por confiar en ti? —pregunto—. O sea, aparte de ayudar en la tienda.

Honor se pone en pie. La campana que resuena contra la puerta reclama su atención por un momento al anunciar la llegada de un nuevo cliente.

—Para empezar —dice—, le ha dado por encargarme que busque unas hierbas raras para Damen, algo que tiene que ver con un antídoto que está preparando. —Enarca las cejas, saluda con la mano al cliente, que se pone a echar una ojeada por el local, y luego vuelve a mirarme—. Y resulta que el pedido ha llegado hace una hora. Lo tengo aquí mismo. —Mete la mano debajo del mostrador, coge un paquetito envuelto con sencillez y lo deja delante de ella dando un golpetazo—. Iba a llamarle para que viniese a recogerlo, pero ahora que estás aquí, bueno, tal vez deberías llevárselo tú, ¿no? Supongo que hará algún tiempo que no lo ves, ¿verdad?

Me quedo mirando el paquete. Mi corazón martillea con fuerza y tengo un nudo en la garganta. Noto el peso de su mirada.

—¿Qué día es hoy? —pregunto.

Me lanza una mirada de extrañeza.

—Domingo, ¿por qué?

—Domingo…

—Domingo, veinticuatro de mayo.

Rodea subrepticiamente el mostrador y se dirige a su cliente. Yo cojo el paquete, me lo meto en el bolsillo delantero y salgo por la puerta.

Capítulo treinta y cinco

N
o voy a casa de Damen.

Pienso hacerlo, tengo toda la intención de hacerlo, pero antes debo hacer otra cosa. Así que, tras manifestar un coche, me dirijo a casa de Jude. Quiero pillarle antes de que salga hacia la tienda, y casi me estrello contra él cuando está sacando su Jeep marcha atrás por el camino de entrada de su casa. Tengo que frenar de golpe y pararme a un lado.

—¿Ever?

Me mira por el espejo retrovisor mientras su coche se detiene con una sacudida y él salta de su asiento.

Lo miro fijamente. No puedo evitarlo. Está muy distinto de la última vez que lo vi.

Lleva la cabeza afeitada.

Y sin su característica maraña de largas rastas de color dorado y bronce resulta casi irreconocible, al menos hasta que sus ojos encuentran los míos. Esa brillante mirada de color verde agua es demasiado familiar, por no mencionar la oleada de energía serena y tranquila que vibra sobre mí, a través de mí, a mi alrededor, del mismo modo que lo ha hecho durante los últimos siglos.

Con gesto cohibido, se pasa una mano por la cabeza recién rapada. Su mirada tropical se clava en la mía cuando dice:

—Se me ocurrió que ya era hora de cambiar, pero por la cara que pones estoy pensando que debería dejarme crecer el pelo otra vez.

Me bajo del coche y hago lo posible por no mirarle demasiado. Aunque está guapo, de hecho más que guapo, sigo teniendo que hacer una gran adaptación visual.

—¡Qué va! —exclamo, sonriendo alegremente y negando con la cabeza—. Déjatelo así. ¿Qué sentido tiene volver atrás, cuando puedes seguir adelante?

Sus ojos me rozan, dejando que las palabras floten entre nosotros hasta que rompe el silencio.

—Me da la impresión de que has pasado un mal trago. —Indica con un gesto el lamentable estado de mi ropa—. Pero lo has conseguido, y eso es lo que importa. Me alegro de verte, Ever.

Y comprendo por el tono de su voz y el brillo de sus ojos que por primera vez en mucho tiempo lo dice en serio. Mi presencia ya no despierta en él el mismo anhelo.

—Y yo me alegro de verte a ti —replico con una sonrisa; quiero que sepa que yo también lo digo en serio.

Estamos frente a frente, dejando que se prolongue el silencio. Pero no es un silencio incómodo; es el silencio compartido por dos personas que han experimentado algo tan extraordinario que no existe ningún modo de expresarlo con palabras.

—¿Cuándo volviste? —pregunto, sin saber si también estuvo fuera mucho tiempo.

Me mira con los ojos entornados y dice:

—Hace mucho. Mucho antes que tú. Pensé en seguirte y tratar de encontrarte, pero Loto me advirtió de que no lo hiciera, me advirtió de que no me implicase. —Jude hace tintinear sus llaves e indica con un gesto la puerta de su casa—. ¿Quieres entrar?

Aprieto los labios, pensando en el interior de la casa. La cocina en la que una vez fregué los platos, la vieja silla en la que solía sentarme, la antigua puerta que utiliza como mesita de café, el sofá marrón de terciopelo donde me confesó sus sentimientos…

—No, yo solo… —Hago una pausa mientras lo miro, trago saliva con fuerza y vuelvo a empezar—: Yo… esto… quería comprobar que habías vuelto de Summerland. Quería comprobar que pudiste regresar y… —Me encojo de hombros, miro a mi alrededor y me fijo en las peonías que vuelven a florecer, flores de color rosa y morado de tonos vivos que brotan de la parte superior de unos tallos verdes y sólidos—. Y ya veo que sí, así que…

Pero no está dispuesto a dejarme marchar con tanta facilidad. No me permitirá evitar el tema.

—¿Deberíamos hablar de ello? —pregunta, diciéndome con la mirada que está más que dispuesto a hacerlo si quiero.

Y aunque sin duda podríamos, no puedo evitar pensar: «¿Qué sentido tendría?».

¿Qué nos falta por hablar? Ya lo sabemos todo. Nosotros mismos revivimos los acontecimientos reales. Así que ¿qué sentido tiene hacer un refrito con lo que ya sabemos?

Niego con la cabeza y dirijo la mirada hacia nuestros pies. Él lleva sus habituales chanclas marrones, y yo, mis botas de senderismo, sucias y llenas de barro. Luego alzo la vista y digo:

—Ahora sería superfluo, ¿no crees?

Alza los hombros sin apartar los ojos de mí.

—De todos modos, debe de ser un alivio saber que en realidad no me quisiste y me perdiste a lo largo de todos esos años, ¿no?

Inclina la cabeza, confundido por mis palabras.

—Lo que quiero decir es que… por lo que he deducido después de analizarlo todo, está muy claro que solo intentabas mantenernos separados a Damen y a mí para evitar que él pudiese convertirme en inmortal. Ya sabes, para que no consiguiese lo que no había logrado en aquella primera vida nuestra en la que tú fuiste Heath, él fue Alrik y yo fui Adelina.

—¿Así es como lo ves? —Se inclina hacia mí; su mirada es tan penetrante que me hace asentir con la cabeza, tragar saliva y rascarme el brazo. Me entrego a todos mis tics nerviosos, uno tras otro, lo que me lleva a preguntarme por qué he insistido en afirmar semejante cosa si únicamente iba a obtener como resultado mi propia incomodidad. Sin embargo, al ver esa incomodidad, él se apresura a cambiar de tema, añadiendo—: Y, dime, ¿lo has hecho? ¿Has llegado hasta el final de tu viaje? ¿Has encontrado el árbol que estabas buscando?

—Sí, lo he encontrado —le digo con voz ronca mientras mi mente se llena con su gloriosa visión. Una visión que quiero que él también vea, y solo hay un modo de conseguirlo—. Cierra los ojos —le indico, y me conmueve la rapidez con la que obedece—. Y ahora abre la mente. —Coloco las manos a ambos lados de su rostro; mis palmas abarcan sus pómulos bien esculpidos, que resultan aún más pronunciados con el pelo recién rapado; las puntas de mis dedos buscan la ligera curva de sus sienes y ejercen una leve presión contra ellas. Proyecto toda la escena maravillosamente radiante de mi mente a la suya, mostrándole el árbol tal como lo recuerdo, en toda su abundancia y gloria.

—¡Vaya! —dice, y su voz es como un suspiro—. Eso debe de haber sido… algo importante —añade, mirándome a los ojos.

Asiento con la cabeza y me dispongo a retirar las manos de su rostro. Sin embargo, él aprieta sus palmas contra ellas y me impide moverme.

—Debería irme.

Trato de apartarme, pero él me sujeta aún con más fuerza y me mantiene allí mismo, delante de sí.

—Ever… —empieza con la voz quebrada por la emoción, con un tono que conozco bien.

Mis ojos se posan en él, observo su camiseta y sus vaqueros recién lavados. Percibo el aroma de jabón, de aire fresco y de océano que emana de su piel. Y sé que ha hecho el esfuerzo por Honor, no por mí.

—Jude, ¿eres feliz? —pregunto, esperando fervientemente que lo sea, que la estrella nocturna que creé hiciese realidad mi deseo, o al menos que no tarde en hacerlo.

Me dedica una mirada prolongada, tan persistente que estoy segura de que no responderá cuando por fin deja caer las manos, se las mete en los bolsillos y dice:

—Me estoy esforzando por serlo. —Se encoge de hombros—. Creo que ya me falta poco. ¿Y tú?

Empiezo a soltar alguna respuesta alegre y despreocupada, de esas que sueltas cuando alguien te pregunta cómo estás pero sabes que no se va a quedar esperando la respuesta. Sin embargo, me detengo enseguida. Jude ha respondido con sinceridad, así que lo mínimo que puedo hacer es responder de la misma forma. Aunque tardo unos instantes en determinar cuál podría ser la respuesta. En realidad, no había pensado en mi propio estado de felicidad, al menos desde hace algún tiempo.

Veamos, he superado todas las pruebas de mi viaje y he cumplido mi destino, lo que me ha llevado a desarrollar todo mi potencial, y, sin embargo, incluso después de todo eso, está claro que todavía me falta una cosa. O más bien dos cosas, una enorme y otra un poco más pequeña. Pero cuando me marche de aquí también las afrontaré.

—Yo igual —digo por fin—. También me estoy esforzando por ser feliz —añado con una sonrisa—. Pero creo que estoy progresando un montón y que ya me falta muy poco.

Empiezo a volverme, empiezo a dirigirme hacia mi coche, cuando me atrae de nuevo hacia sí y dice:

—Oye, Ever…

Lo miro.

—Para que lo sepas, no has entendido nada.

Entorno los ojos; no tengo ni idea de lo que quiere decir.

—Eso no es lo que estuve haciendo todas esas vidas, o al menos es solo una parte. La otra razón por la que intentaba alejarte de Damen es que te quería solo para mí. Todavía te quiero solo para mí. —Se encoge de hombros y trata de reírse, pero la carcajada no suena divertida. Está demasiado resignado para eso—. ¿Recuerdas lo que me dijiste el día en que nos conocimos?

Reflexiono. Entonces dije muchas cosas. De hecho, le leí la palma de la mano de maravilla y se lo dije todo sobre su pasado, al menos el más reciente.

—Me dijiste que siempre me había enamorado de las chicas equivocadas.

Ah, sí. Eso.

—Pues resulta que tenías razón. —Ahí está esa carcajada de nuevo, aunque esta vez es más ligera y más alegre, como insinuando una promesa de tiempos mejores—. No te imaginabas que había una chica en particular, la misma una y otra vez. No te imaginabas que eras tú.

Trago saliva y se me hace un nudo en el estómago.

—Siempre has sido tú —añade, dedicándome una sonrisa apesadumbrada.

Me acerco un poco más a mi coche. No tengo la menor idea de qué decir o hacer, pero no pasa nada, porque él borra por mí lo embarazoso de la situación.

—Bueno, ¿y qué opinas de Honor? —pregunta.

Nos miramos a los ojos, hasta que consigo farfullar:

—¿De verdad?

Asiente y se pasa una mano por la cabeza tal como solía hacer cuando llevaba el pelo largo y retorcido, aunque ahora no hay gran cosa a la que agarrarse y vuelve a dejar caer el brazo.

—¿Qué me dijiste entonces? ¿Que si yo estaba lo bastante loco para preguntarlo tú estabas lo bastante loca para decírmelo? —Se echa a reír y añade—: Pues sí, ¡qué demonios! Adelante. ¿Qué opinas de Honor? O, mejor todavía, ¿qué ves en nuestro futuro? ¿Tenemos siquiera un futuro?

Me ofrece la palma de su mano para que la coja y le cuente todo lo que veo en ella. Me quedo de pie delante de él. Lo único que debo hacer es bajar mi escudo psíquico y colocar mi dedo sobre su piel. Y entonces le será revelado todo lo que quiera saber, e incluso algunas cosas que seguramente preferiría ignorar.

Me acerco poco a poco a él, a punto de hacerlo, cuando recuerdo lo que Damen dijo una vez y decido citar sus palabras.

—«La vida no pretende ser como un libro abierto» —digo antes de subir de nuevo al coche y marcharme.

Capítulo treinta y seis

M
i siguiente parada es en casa de Sabine.

Me imagino que, como es domingo por la tarde, tengo muchas posibilidades de encontrarla en casa.

Tal vez incluso con Muñoz.

Cuanto más me acerco a su calle, más confío en que Muñoz esté allí, aunque solo sea porque por lo general parece estar de mi lado. Lo que significa que tal vez me ayude a convencerla de la verdad.

La verdad sorprendente, asombrosa y alucinante que demuestra que todo lo que niega con tanta vehemencia es real.

La verdad que seguramente se esforzará por rechazar por más pruebas que le ponga delante.

Y aunque estoy dispuesta a hacer uso de todos mis recursos, a hacer lo que haga falta para que me crea (consciente de que quizá necesite nada menos que a un juez, un jurado cuidadosamente seleccionado de doce miembros y tal vez hasta un puñado de suplentes por si acaso), estaría bien tener cerca a Muñoz para que me ayude a ganar el caso.

Ya se sabe, dos contra uno.

La unión hace la fuerza.

Esa clase de cosas.

Me presento ante la puerta de la verja, y me siento aún más culpable por mi larguísima ausencia cuando veo que el guardia de seguridad me mira boquiabierto y tarda una eternidad en hacerme señas para que entre. Cuando llego al camino de entrada y aparco el coche, veo cómo ha cambiado el jardín, que acaba de salir de una estación que me he perdido y entra de cabeza en otra que espero tener tiempo de disfrutar. Para entonces la culpa ya me atenaza.

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