Diecinueve minutos (77 page)

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Authors: Jodi Picoult

Tags: #Narrativa

Había pasado horas en la comisaría de policía, su primera parada después de irse de la casa de Alex, examinando las huellas dactilares ampliadas que había en el arma B. Una parcial; una que se había asumido, vagamente, que era de Peter. Pero ¿qué pasaba si no era de Peter? ¿Había alguna forma de probar que Royston había agarrado el arma, como afirmaba Josie? Patrick había estudiado las huellas tomadas del cuerpo sin vida de Matt y las había comparado, parte por parte, con la huella parcial, hasta que las líneas y espiras se le hicieron más borrosas todavía de lo que estaban.

Si tenía que encontrar una prueba, debía ser en la escuela misma.

El vestuario se veía exactamente como en la fotografía que él había utilizado durante su declaración, tomada unos días antes, aquella misma semana, excepto porque los cuerpos, por supuesto, habían sido quitados. A diferencia de los pasillos y de las aulas, el vestuario no había sido limpiado ni reformado. La pequeña área contenía demasiado daño —no físico, sino psicológico—, y la administración había acordado por unanimidad echarlo abajo, junto con el resto del gimnasio, y más adelante la cafetería, aquel mismo mes.

El vestuario era un rectángulo. La puerta que daba a él desde el gimnasio se abría en el medio de una larga pared. Directamente enfrente de ésta había un banco de madera y una hilera de casilleros metálicos. En la esquina más alejada, había un pequeño pasillo que daba a una serie de duchas comunes. En esa esquina fue encontrado el cuerpo de Matt, con Josie yaciendo a su lado; a diez metros de distancia de ese lugar estaba Peter agachado. La mochila azul permanecía en el suelo justo a la izquierda del pasillito.

De ser cierto lo que decía Josie, entonces Peter habría entrado corriendo al vestuario, donde Josie y Matt se habían escondido. Se suponía que él sostenía el arma A. Se le cayó la mochila, y Matt —que habría estado de pie en medio del vestuario, lo suficientemente cerca como para alcanzarla —tomó el arma B. Matt disparó a Peter —la bala que nunca fue encontrada, la que probaba que el arma B fue disparada —y erró. Cuando intentó disparar otra vez, el arma se atascó. En ese momento, Peter le disparó dos veces.

El problema era que el cuerpo de Matt había sido encontrado por lo menos a cinco metros de la mochila de donde habría agarrado el arma.

¿Por qué Matt habría retrocedido y luego disparado a Peter? No tenía sentido. Era posible que los disparos de Peter hubieran enviado el cuerpo de Matt hacia atrás, pero la física elemental le decía a Patrick que un tiro disparado desde donde estaba Peter no hubiera arrojado el cuerpo de Matt hasta donde fue encontrado. Sumado a eso, no había rastro de salpicaduras de sangre que sugirieran que Matt hubiera estado cerca de la mochila cuando Peter le dio. Más bien se había desplomado donde fue alcanzado.

Patrick caminó hacia la pared, hasta el sitio donde detuvo a Peter. Comenzó por la esquina superior y recorrió metódicamente con los dedos cada hornacina y zócalo, los bordes de los casilleros y dentro de ellas, alrededor de cada ángulo de las paredes perpendiculares. Anduvo a gatas por debajo del banco de madera y examinó la parte de debajo. Sostuvo su linterna hacia el cielorraso. En un recinto tan reducido, cualquier bala disparada por Matt debería haber causado suficiente estropicio como para que fuera detectado y, sin embargo, no había absolutamente ningún indicio de que un arma hubiera sido disparada en dirección a Peter.

Patrick se desplazó hacia la esquina opuesta del vestuario. Todavía había una oscura mancha de sangre en el suelo y una marca de bota seca. Pasó por encima de la mancha y entró en las duchas, repitiendo la misma meticulosa búsqueda en la pared de azulejos de detrás de donde había estado Matt.

Si encontrara esa bala perdida allí, donde se había encontrado el cuerpo de Matt, entonces Matt no habría sido quien disparase el arma B, sino Peter quien blandiese ambas, tanto el arma A como la B. O, en otras palabras, Josie le habría mentido a Jordan McAfee.

Era un trabajo fácil, porque los azulejos eran blancos, prístinos. No había rajaduras ni descamados, no había astillas, nada que pudiera sugerir que una bala había sido disparada por Matt y dado en la pared de las duchas.

Patrick dio una vuelta, mirando en lugares que no tenían sentido: la parte de arriba de la ducha, el cielorraso, el desagüe. Se quitó los zapatos y los calcetines y arrastró los pies por el suelo de las duchas.

Lo sintió al rozar con un dedo del pie justo el lado del desagüe.

Patrick se apoyó sobre sus manos y rodillas y notó donde el metal había rozado. Una señal áspera, larga, en el azulejo que bordeaba el desagüe. Era fácil que hubiera pasado desapercibida por el lugar donde se encontraba; los técnicos que la vieran, probablemente pensaron que era parte del sumidero. Pasó el dedo y se esforzó por mirar enfocando con la linterna dentro del desagüe. Metió los dedos. Si la bala se hubiera deslizado por allí, habría recorrido un largo trayecto; y sin embargo, los huecos del desagüe eran lo suficientemente minúsculos como para que eso no pareciera posible.

Abrió un casillero y desprendió un cuadradito minúsculo de espejo que colocó boca arriba en el suelo de la ducha, justo donde estaba la marca. Después apagó las luces y sacó un puntero láser. Se colocó donde Peter había sido detenido y señaló en dirección al espejo; observó que la luz rebotaba en la pared más lejana de las duchas, donde ninguna bala había dejado marca.

Girando sobre sí mismo, continuó señalando la posible trayectoria hasta que llegó a una pequeña ventana superior que servía de ventilación. Se arrodilló, marcando el lugar donde él estaba con un lápiz. Luego sacó su teléfono móvil.

—Diana —dijo cuando la fiscal respondió—, no dejes que mañana comience el juicio.

—Sé que es inusual —dijo Diana en el tribunal a la mañana siguiente —y que tenemos un jurado aquí sentado, pero tengo que pedir un receso hasta que llegue mi detective. Está investigando un nuevo aspecto del caso… posiblemente algo exculpatorio.

—¿Lo ha llamado? —preguntó el juez Wagner.

—Muchas veces.

Patrick no atendía el teléfono. Si lo hiciera, ella podría decirle cuántas ganas tenía de matarlo.

—Debo protestar, Su Señoría —dijo Jordan—. Estamos listos para seguir adelante. Estoy seguro de que la señora Leven me dará esa información exculpatoria en cuanto la tenga, si es que eso sucede, pero llegados a este punto, estoy dispuesto a correr el riesgo. Y ahora quisiera llamar a un testigo que está preparado para declarar.

—¿Qué testigo? —preguntó Diana—. No tienes a nadie más a quien llamar.

Él le sonrió.

—La hija de la jueza Cormier.

Alex estaba sentada fuera de la sala del tribunal, sosteniéndole la mano a Josie.

—Esto terminará antes de que te des cuenta.

La gran ironía, pensó Alex, era que meses atrás, cuando luchó tan arduamente para ser la jueza de aquel caso, lo había hecho porque se sentía más a gusto ofreciéndole consuelo legal a su hija que consuelo emocional. Y allí estaban ahora, con Josie a punto de testificar en una arena que Alex conocía mejor que ninguna otra persona, y así y todo no tenía ningún magnífico consejo judicial que darle.

Sería horrible. Sería doloroso. Y lo único que Alex podría hacer sería verla sufrir.

Un alguacil fue hacia ellas.

—Su Señoría —dijo—, si su hija está lista…

Alex apretó la mano de Josie.

—Sólo diles lo que sabes —dijo, y se levantó para ir a sentarse a la sala.

—¿Mamá? —Josie la llamó y Alex se volvió—. ¿Qué pasa si lo que sabes no es lo que la gente quiere escuchar?

Alex intentó sonreír.

—Tú di la verdad —le contestó—. No puedes hacer otra cosa.

Para seguir las normas sobre descubrimientos, Jordan le entregó a Diana una sinopsis del testimonio de Josie mientras ésta estaba subiendo al estrado.

—¿Cuándo obtuviste esto? —susurró la fiscal.

—Este fin de semana. Lo siento —contestó él, aunque realmente no lo sentía. Se dirigió hacia Josie, a la que se veía pequeña y pálida. Se había recogido el cabello en una pulcra cola de caballo y tenía las manos dobladas sobre el regazo. Evitaba, estudiadamente, la mirada de cualquiera, enfocando una veta de la madera de la baranda del estrado.

—¿Puedes decirnos tu nombre?

—Josie Cormier.

—¿Dónde vives, Josie?

—En el número cuarenta y cinco de la calle East Prescott, en Sterling.

—¿Cuántos años tienes?

—Diecisiete —dijo ella.

Jordan se acercó un paso, para que la única que pudiera oírlo fuera ella.

—¿Ves? —murmuró—. Es pan comido. —Le hizo un guiño y pensó que ella podría haber esbozado aunque fuera una minúscula sonrisa.

—¿Dónde estabas en la mañana del seis de marzo del dos mil siete?

—Estaba en la escuela.

—¿Qué clase tuviste a primera hora?

—Inglés —dijo Josie suavemente.

—¿Y a segunda?

—Matemáticas.

—¿A tercera?

—Tenía hora libre.

—¿Dónde la pasaste?

—Con mi novio —dijo—, Matt Royston. —Miró a los lados, parpadeando a toda velocidad.

—¿Dónde estuvieron Matt y tú durante la tercera hora?

—Salimos de la cafetería. Estábamos yendo hacia su casillero, antes de la clase siguiente.

—¿Qué ocurrió entonces?

Josie fijó la vista en su regazo.

—Hubo mucho ruido, y la gente comenzó a correr. Todos gritaban algo sobre unas armas, sobre alguien con un arma. Un amigo nuestro, Drew Girard, nos dijo que era Peter.

Entonces levantó la mirada y sus ojos se clavaron en los de Peter. Por un largo momento, ella lo miró fijamente, luego cerró los ojos y desvió la vista hacia otro lado.

—¿Sabías qué era lo que ocurría?

—No.

—¿Viste a alguien disparar?

—No.

—¿Adónde fueron?

—Al gimnasio. Lo cruzamos corriendo, hacia el vestuario. Sabía que él estaba acercándose, porque seguía oyendo disparos.

—¿Quién estaba contigo cuando fuiste al vestuario?

—Creía que Drew y Matt, pero cuando me di la vuelta, vi que Drew no estaba allí. Le había disparado.

—¿Viste cuando Peter le disparó a Drew?

Josie sacudió la cabeza. —No. —¿Viste a Peter antes de que entraras al vestuario? —No. —Su cara se arrugó y se limpió los ojos. —Josie —dijo Jordan—, ¿qué ocurrió luego?

10:16 de la mañana. El día

—Abajo —siseó Matt y empujó a Josie de modo que ella quedó debajo del banco de madera.

No era un buen lugar para esconderse, pero en ese momento, ningún lugar del vestuario lo era. El plan de Matt era trepar y salir por la ventana que había sobre las duchas; incluso había logrado ya abrirla pero entonces oyeron los disparos en el gimnasio y se dieron cuenta de que no tenían tiempo para arrastrar el banco y escapar por allí. Literalmente, se habían metido ellos mismos en la trampa.

Josie se enroscó sobre sí misma, haciéndose un ovillo, y Matt se agachó delante de ella. Su corazón tronaba contra la espalda de él y se olvidó de respirar.

Él buscó a sus espaldas hasta que encontró la mano de ella.

—Si algo ocurre, Jo —susurró—. Te he amado.

Josie comenzó a llorar. Iba a morir; todos iban a morir. Ella pensó en mil cosas que todavía no había hecho y que tenía muchísimas ganas de hacer: ir a Australia; nadar con delfines. Aprenderse toda la letra de Bohemian Rhapsody. Graduarse.

Casarse.

Se secó la cara contra la espalda de la camisa de Matt y luego la puerta del vestuario se abrió de golpe. Peter irrumpió, con los ojos desorbitados, sosteniendo un arma. Se fijó en que su zapatilla izquierda tenía los cordones desatados, y entonces no pudo evitarlo: gritó.

Quizá fuese el ruido, quizá fue oír su voz. Algo asustó a Peter, que dejó caer su mochila. Se deslizó de su hombro y, cuando lo hacía, otra arma se salió y cayó de un bolsillo abierto.

Resbaló por el suelo, aterrizando justo detrás del pie izquierdo de Josie.

Hay momentos en los que el mundo se mueve con tanta lentitud que puedes sentir cómo tus huesos se mueven mientras tu mente da vueltas. Momentos en los que, no importa lo que ocurra el resto de tu vida, recordarás cada mínimo detalle de ellos para siempre. Josie observó cómo su mano se estiraba hacia atrás; veía sus dedos enroscarse en torno de la culata fría y negra del arma. Se levantó tambaleante y apuntó con el arma a Peter.

Matt se alejó hacia las duchas, con Josie cubriéndole. Peter sostuvo su arma firmemente, todavía apuntando a Matt, aunque Josie estaba más cerca.

—Josie —le dijo—, déjame terminar esto.

—Dispárale, Josie —gritó Matt—. Maldita sea, dispárale.

Peter tiró hacia atrás el pasador del arma para que la bala del cargador se colocara en su lugar. Observándole cuidadosamente, Josie hizo lo mismo.

Se acordó de cuando estaba en el jardín de infantes con Peter; de que otros chicos recogían palitos o piedras y corrían por ahí gritando: «Arriba las manos». ¿Para qué recogerían palitos ella y Peter? No era capaz de recordarlo.

—¡Josie, por el amor de Dios! —Matt estaba sudando, con los ojos muy abiertos—. ¡Por Dios! ¿Eres estúpida?

—¡No le hables así! —gritó Peter.

—Cállate, imbécil —dijo Matt—. ¿Crees que ella no va a hacerlo? —Se volvió hacia Josie—. ¿A qué estás esperando? Dispara.

Entonces lo hizo.

Al abrir fuego, el arma le dejó dos marcas en la base del dedo pulgar. Sus manos se sacudieron hacia arriba, paralizadas, entumecidas. La sangre se veía negra en la camiseta gris de Matt. Se quedó quieto por un momento, atónito, con la mano sobre la herida de su estómago. Ella vio la boca de él pronunciar su nombre, pero no podía oírlo de tan alto que le zumbaban los oídos. «Josie», y luego cayó al suelo.

Josie comenzó a temblar violentamente; no le sorprendió cuando el arma se le cayó, como excepcionalmente repelida, como si momentos antes hubiera estado pegada a ella.

—Matt —lloró, corriendo hacia él. Apretó las manos contra la herida, porque eso era lo que se suponía que había que hacer, ¿no?, pero él se retorcía y gritaba en su agonía. La sangre comenzó a manar de su boca, fluyendo sobre su cuello.

—Haz algo —sollozó ella, volviéndose hacia Peter—, ayúdame.

Peter se acercó, levantó el arma que tenía en la mano y le disparó a Matt en la cabeza.

Horrorizada, ella gateó hacia atrás, alejándose de ambos. Aquello no era lo que ella había querido decir; aquello no podía ser lo que ella había querido decir.

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