Dominio de dragones

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantasía

 

Adelanto de Danza de dragones.

Cuando los sueños de justicia se tornan pesadillas sangrientas.

Daenerys decide interrumpir su periplo y establecerse en Meereen, con intención de reinar y evitar el rastro de dolor que ha dejado en conquistas anteriores. Pero no le resultará fácil, porque en vez de súbditos que reconozcan su justicia sólo consigue granjearse enemigos. No teme tanto a los que conoce, aquellos que de noche atentan contra sus soldados y libertos, como a quien, según la profecía, la traicionará por amor.

“Dominio de dragones” reúne tres capítulos que formarán parte de Danza de dragones, libro quinto de Canción de hielo y fuego. En este adelanto se nos presenta una Daenerys que madura como mujer y como reina. Como mujer, aprenderá el valor del honor y la traición; como reina, la soledad del trono y el sabor de la sangre derramada a causa de su poder indómito.

Ejemplar promocional gratuito Edición conmemorativa del Día del Libro (Diada de Sant Jordi) de 2006.

George R.R. Martin

Dominio de dragones

ePUB v1.2

Halfinito
22.03.12

Título original:
Excerpt from A Feast for Crows

Primera edición: abril del 2006

© 2005, George R.R. Martin

Traducción del inglés: © 2006, Cristina Macía

Año de publicación 2006

Tema: Fantasía

ISBN-10: 84-96208-41-9

ISBN-13: 978-84-96208-41-1

Depósito legal: B-13419-2006

Editorial: Gigamesh

Uno

Oyó al muerto que subía por las escaleras. Lo precedía el sonido lento y acompasado de las pisadas que resonaban entre las columnas violáceas del vestíbulo. Daenerys Targaryen lo aguardaba sentada en el banco de ébano que había designado como trono. Tenía los ojos cargados de sueño, y la melena de oro y plata, revuelta.

—No hace falta que veáis esto, Alteza —dijo Ser Barristan Selmy, Lord Comandante de la Guardia de la Reina.

—Ha muerto por mí.

Dany se apretó la piel de león contra el pecho. Debajo sólo llevaba una túnica de lino blanco que le llegaba hasta medio muslo. Cuando Missandei la despertó estaba soñando con una casa que tenía una puerta roja. No había tenido tiempo de vestirse.


khaleesi
—le susurró Irri—, no toquéis al muerto. Tocar a los muertos trae mala suerte.

—A no ser que los haya matado uno mismo. —Jhiqui era de constitución más corpulenta que Irri; tenía las caderas anchas y los pechos abundantes—. Lo sabe todo el mundo.

—Lo sabe todo el mundo —corroboró Irri.

Dany no les prestó atención. En cuestión de caballos, los dothrakis no tenían rival, pero en otros temas podían llegar a ser completos idiotas. «Además, no son más que unas niñas.» Sus doncellas tenían su misma edad, en apariencia, mujeres adultas, con melena negra, piel cobriza y ojos rasgados, pero en el fondo no eran más que chiquillas.
khal
Drogo, que había sido su sol y estrellas, se las había regalado. La piel también era un regalo de Drogo: la cabeza y el cuero de un hrakkar, el león blanco del mar dothraki. Le quedaba demasiado grande y despedía olor a moho, pero la hacía sentir como si Drogo estuviera aún a su lado.

Gusano Gris fue el primero en llegar por las escaleras, con una tea en la mano. Tres púas remataban su casco de bronce. Lo seguían cuatro Inmaculados, que llevaban sobre los hombros al muerto. Los cascos de estos sólo lucían una púa, y tenían los rostros tan inexpresivos que parecían también repujados en bronce. Depositaron el cadáver a sus pies. Ser Barristan retiró la mortaja ensangrentada. Gusano Gris bajó la tea para que lo pudiera ver.

El rostro del muerto era suave y lampiño, aunque le habían rajado las mejillas casi de oreja a oreja. En vida había sido alto, con los ojos azules y la piel clara. «Debía de proceder de Lys o de la antigua Volantis; seguro que unos corsarios lo sacaron por la fuerza de algún barco y lo vendieron como esclavo en Astapor.» Las heridas que tenía eran innumerables.

—Alteza —empezó Ser Barristan—, en el callejón donde lo encontramos había una arpía dibujada en la pared de ladrillo… con su sangre… —Para entonces Daenerys ya conocía toda la historia. Los Hijos de la Arpía asesinaban de noche, y dejaban su marca junto a cada muerto—. ¿Por qué estaba solo este hombre, Gusano Gris? ¿No tenía compañero? —Cuando los Inmaculados recorrían las calles de Meereen de noche iban siempre por parejas.

—Mi reina —respondió el capitán—, vuestro siervo Escudo Fornido no estaba de servicio anoche. Había ido a… cierto lugar… a beber y a buscar compañía.

—¿Qué quiere decir eso de «cierto lugar»?

—Una casa de placer, Alteza. —Bajo el casco de bronce rematado en punta, el rostro de Gusano Gris bien habría podido ser de piedra.

«Un burdel.» La mitad de sus libertos procedía de Yunkai, donde los Sabios Amos eran famosos por el entrenamiento que proporcionaban a los esclavos de cama. «El camino de los siete suspiros.» Los burdeles habían brotado como hongos por todo Meereen. «No saben hacer otra cosa. Tienen que sobrevivir.» La comida era cada día más cara, mientras que los placeres de la carne se abarataban. Sabía que en los barrios más pobres, entre las pirámides escalonadas de la nobleza esclavista de Meereen, había burdeles para satisfacer cualquier gusto erótico imaginable. «Pero…»

—¿Qué buscaba un eunuco en un burdel? —preguntó.

—Hasta aquellos que no tienen las partes del hombre pueden tener el corazón del hombre, Alteza —respondió Gusano Gris—. Uno ha averiguado que vuestro siervo Escudo Fornido tenía por costumbre pagar a las mujeres de los burdeles para que se tendieran a su lado y lo abrazaran.

«La sangre del dragón no llora.»

—Escudo Fornido —dijo con los ojos secos—. ¿Se llamaba así?

—Si a Su Alteza le place.

—Es un buen nombre. —Los Bondadosos Amos de Astapor no permitían que sus soldados esclavos tuvieran nada, ni siquiera nombres. Después de que los liberase, algunos Inmaculados habían vuelto a adoptar el nombre que les pusieron al nacer, otros habían elegido uno nuevo—. ¿Se sabe cuántos hombres atacaron a Escudo Fornido?

—Uno lo ignora. Muchos.

—Seis o más —intervino Ser Barristan—. Por el aspecto de las heridas, cayeron sobre él desde todos lados. Cuando lo encontraron no tenía la espada, sólo la vaina. Puede que lograra herir a alguno de los atacantes.

Dany rezó en silencio por que uno de ellos estuviera agonizando en aquel momento, sujetándose el vientre y retorciéndose de dolor.

—¿Por qué le han cortado así las mejillas?

—Graciosa majestad —dijo Gusano Gris—, los asesinos le habían metido a vuestro siervo Escudo Fornido los genitales de una cabra en la garganta. Uno se los quitó antes de traerlo aquí.

«No podían hacerle tragar sus propios genitales; los astapori se los cortaron de raíz.»

—Los Hijos son cada vez más osados —señaló Dany. Hasta aquel momento se habían limitado a atacar a libertos desarmados, emboscándolos en las calles desiertas o irrumpiendo en sus casas amparados por la noche para matarlos mientras dormían—. Es el primer soldado al que asesinan.

—El primero, pero no el último —le advirtió Ser Barristan.

«Sigo en guerra —comprendió Dany—, sólo que ahora me enfrento a sombras.» Había albergado la esperanza de descansar de tantas matanzas, de tener tiempo para la reconstrucción, para la curación. Se quitó la piel de león, se arrodilló junto al cadáver y le cerró los ojos sin hacer caso del gemido que se le escapó a Jhiqui.

—No olvidaremos a Escudo Fornido. Ordenad que lo laven y lo vistan para la batalla, y enterradlo con el casco, el escudo y las lanzas.

—Se hará como deseáis, Alteza —dijo Gusano Gris.

Dany se levantó.

—Enviad a una docena de hombres al Templo de las Gracias y preguntadles a las Gracias Azules si alguien ha ido a pedir que le curasen una herida de espada. Haced que corra la voz de que pagaré mucho oro por la espada de Escudo Fornido. Interrogad también a los carniceros y a los pastores; averiguad si alguien se ha dedicado últimamente capar cabras. —Si tenían suerte, algún cabrero asustado confesaría—. De ahora en adelante no quiero que ninguno de mis hombres vaya solo después del anochecer, tanto si está de servicio como si no.

—Unos obedecerán.

Dany se echó el pelo hacia atrás.

—Dad con esos cobardes; hacedlo por mí —ordenó con tono fiero—. Dad con ellos para que les demuestre a los Hijos de la Arpía lo que significa despertar al dragón.

Gusano Gris se inclinó para despedirse. Los Inmaculados volvieron a cubrir el cadáver con la mortaja, lo alzaron sobre sus hombros y lo sacaron de la estancia. Ser Barristan Selmy se quedó atrás. Tenía el pelo blanco, y arrugas profundas en las comisuras de los ojos color azul claro, pero mantenía la espalda erguida, y los años no le habían arrebatado la habilidad con las armas.

—Alteza —dijo—, mucho me temo que vuestros eunucos no están a la altura de las tareas que les encomendáis.

Dany se sentó en el banco y volvió a cubrirse los hombros con la piel de león.

—Los Inmaculados son mis guerreros más feroces.

—Si a Vuestra Alteza no le importa que se lo diga, son soldados, no guerreros. Los hicieron para el campo de batalla, para resistir hombro con hombro tras los escudos, con las lanzas apuntando hacia delante. El entrenamiento los enseña a obedecer a la perfección, sin temer, sin pensar, sin dudar… no a desentrañar secretos ni a hacer preguntas.

—¿Serían más adecuados los caballeros?

Selmy estaba entrenando caballeros para que la sirvieran: enseñaba a los hijos de los esclavos a luchar con la lanza y la espada al estilo de Poniente… Pero ¿de qué servían las lanzas contra unos cobardes que se refugiaban entre las sombras para asesinar?

—Para esto no —reconoció el anciano—. Además, Su Alteza no tiene más caballeros que yo. Los muchachos tardarán años en estar preparados.

—¿Y a quién voy a utilizar si no es a los Inmaculados? Los dothrakis lo harían aún peor.

Su
khalasar
era reducido, lo componían sobre todo chiquillos y ancianos. Y los dothrakis luchaban a caballo. Los jinetes eran más útiles en el campo abierto y en las colinas que en las calles angostas y los callejones de la ciudad. Más allá de las murallas de ladrillos multicolores de Meereen, su autoridad era, en el mejor de los casos, débil. Miles de esclavos seguían afanándose en las vastas fincas de las colinas, donde cultivaban trigo y olivos, pastoreaban ovejas y cabras, y extraían sal y cobre de las minas. En los almacenes de Meereen seguía habiendo suministros de cereales, aceite, aceitunas, frutas secas y carne en salazón, pero las reservas eran cada vez más escasas, de manera que Dany había enviado su
khalasar
para que sojuzgara tierras más distantes, bajo el mando de sus tres jinetes de sangre, mientras que Ben Plumm el Moreno se había llevado hacia el sur a los Segundos Hijos para defenderse de las incursiones yunkias.

La misión más crucial se la había encomendado a Daario Naharis, el de la lengua de miel, con su diente de oro, su barbita hendida, su sonrisa traviesa bajo los bigotes morados. Más allá de las colinas orientales había una cadena de montañas de arenisca de cumbres redondeadas; después llegaba el paso Khyzai, y al otro lado estaba Lhazar. Si Daario conseguía convencer a los lhazareenos para reabrir las rutas comerciales sería posible que les llegaran cereales por el río o por las colinas, pero los hombres cordero no albergaban la menor simpatía hacia Meereen.

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