Dominio de dragones (5 page)

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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantasía

Xaro se secó la lágrima.

—Supongo que en los mismos que Su Alteza. Ya veis: somos muy parecidos. Si no me queréis tomar como esposo, me daré por satisfecho con ser vuestro esclavo.

—No quiero esclavos. Os libero.

La nariz enjoyada era un blanco de lo más tentador. En aquella ocasión, Dany le tiró un albaricoque. Xaro lo atrapó en el aire y le dio un mordisco.

—¿Cuándo comenzó esta locura? ¿Tendría que alegrarme de que no liberarais a mis esclavos cuando erais mi invitada en Qarth?

«Entonces no era más que una mendiga, y tú eras Xaro de los Trece —pensó Dany—. Y a ti lo único que te interesaba eran mis dragones.»

—Tratabais bien a vuestros esclavos; parecían satisfechos. —Ya no se sentía juguetona—. No se me abrieron los ojos hasta que llegué a Astapor. ¿Sabéis cómo hacen a los Inmaculados, cómo los entrenan?

—Con crueldad, seguro. Cuando un herrero fabrica una espada mete la hoja en el fuego, la golpea con un martillo y la introduce en agua helada para templar el acero. Para obtener el sabor dulce de la fruta hay que regar el árbol.

—Este árbol lo han regado con sangre.

Xaro señaló al Inmaculado que tenía más próximo.

—¿Y de qué otra manera se puede hacer un soldado? Su Esplendor ha disfrutado con mis bailarines. ¿Os sorprendería saber que todos son esclavos, criados y entrenados en Yunkai? Han estado bailando desde que aprendieron a caminar. ¿Cómo si no se puede obtener tal perfección? —Tomó un trago de vino y le dio vueltas en la boca—. También son expertos en todas las artes del sexo. Había pensado en regalárselos a Su Alteza.

—Sí, por favor. —Dany no se sorprendió en absoluto—. Los liberaré.

El hombre acusó el golpe con una mueca.

—¿Y qué harían con la libertad? Tanto os daría regalarle una cota de mallas a un pez. Están hechos para bailar.

—¿Quién los ha hecho? ¿Sus amos? Tal vez vuestros bailarines preferirían ser albañiles, panaderos o granjeros. ¿Se lo habéis preguntado?

—Y tal vez vuestros elefantes preferirían ser ruiseñores. Las noches de Meereen estarían pobladas de barritos y no de trinos dulces; vuestros árboles se doblarían bajo el peso de enormes pájaros grises. —Xaro suspiró—. Daenerys, delicia mía, bajo esos pechos dulces y jóvenes late un corazón tierno… pero aceptad el consejo de una cabeza más vieja y más sabia. Las cosas no siempre son lo que parecen. Las cosas que parecen malas a veces son buenas. Pensad en la lluvia.

—¿La lluvia?

«¿Me toma por idiota o cree que soy una niña?» —Maldecimos la lluvia cuando nos cae encima, pero sin ella nos moriríamos de hambre. Hace falta lluvia en el mundo… igual que hacen falta esclavos. No, no pongáis esa cara; es verdad. La prueba la tenéis en Qarth. En cuestión de arte, medicina, música, magia, comercio… En todo lo que hace que los hombres estén por encima de las bestias, Qarth sobresale del resto de la humanidad, igual que vos estáis por encima de todos en la cúspide de esta pirámide… pero abajo, en vez de sobre ladrillos, la grandeza de la Reina de las Ciudades reposa sobre los hombros de los esclavos. Pensadlo bien, mi amada del corazón: si todos los hombres tienen que escarbar en el barro para buscar comida, ¿habrá alguno capaz de alzar los ojos para contemplar las estrellas? Si todos tenemos que rompernos el lomo para construir una choza, ¿quién edificará los templos, para mayor gloria de los dioses? Para que unos hombres sean grandes otros deben ser esclavos.

Era demasiado elocuente para ella. Dany no tenía otra respuesta que la rabia que sentía en el estómago.

—La esclavitud no es lo mismo que la lluvia —replicó—. Me ha llovido encima y me han vendido. No es lo mismo. Ninguna persona puede ser propiedad de otra.

Xaro se encogió de hombros con gesto lánguido.

—Da la casualidad de que, cuando desembarqué en vuestra hermosa ciudad, tropecé casualmente con un hombre en la orilla del río, un hombre que en cierta ocasión estuvo en mi casa como invitado, un comerciante que trataba con especias raras y vinos selectos. Estaba desnudo de cintura para arriba, enrojecido por el sol, despellejado; parecía que cavaba un agujero.

—No, no era un agujero. Era una zanja, para traer agua con que regar los sembradíos. Hemos pensado sembrar legumbres. Los plantíos de legumbres requieren agua.

—Qué amable por parte de mi viejo amigo ofrecerse a cavar zanjas. Y qué raro, conociéndolo. ¿O será que no se le permitió elegir? No, cómo va a ser eso. En Meereen no hay esclavos.

Dany se sonrojó.

—A vuestro amigo se le paga con comida y alojamiento. No le puedo devolver sus riquezas. En Meereen hacen más falta legumbres que especias raras, y las legumbres requieren agua.

—¿También pondréis a mis bailarines a cavar zanjas? Mi dulce reina, cuando mi amigo me vio se puso de rodillas y me suplicó que lo comprara como esclavo y me lo llevara a Qarth.

Se sintió como si la hubiera abofeteado.

—Pues compradlo.

—Si eso os complace… Al él lo complacería, eso seguro. —Le puso una mano en el brazo—. Estas son verdades que sólo os contará un amigo. Cuando llegasteis a Qarth como mendiga, os ayudé, y ahora he atravesado muchas leguas y mares tormentosos para ofreceros mi ayuda de nuevo.

Dany sentía la calidez de sus dedos.

«En Qarth también era cálido —recordó—, hasta que llegó el día en que dejé de serle útil.»

—Decidme qué queréis.

Xaro recorrió la estancia con la mirada.

—Aquí hay demasiados ojos, demasiados oídos. ¿No hay ningún otro sitio donde podamos hablar con franqueza?

Dany se puso en pie.

—Venid.

Lo guió entre las columnas, pasando entre dos Inmaculados, hacia los anchos peldaños de mármol que llevaban a sus habitaciones privadas, en la cúspide de la pirámide.

—Oh, mujer bella entre las bellas —dijo Xaro cuando empezaron a subir—, oigo el sonido de pisadas a nuestras espaldas.

Alguien nos sigue.

Dany se volvió para mirar.

—¿Acaso tenéis miedo de mi anciano caballero? Ser Barristan ha jurado guardar mis secretos. —Siguió subiendo, seguida por Xaro.

Pasaron junto a otra pareja de guardias y salieron a la terraza ajardinada desde la que se divisaba la ciudad. La luna llena flotaba en el cielo negro sobre Meereen.

—¿Damos un paseo? —sugirió.

Por debajo del aroma de las flores que se abrían durante la noche, un tenue olor a carne quemada persistía en el aire. Xaro no parecía darse cuenta. «Puede que las piedras preciosas que lleva en la nariz le hayan atrofiado el olfato.»

—Me habéis hablado de ayuda —dijo—. La mejor ayuda que puede proporcionarme Qarth es el comercio. Meereen tiene sal para vender, y también vino…

—¿Vino ghiscario? —Xaro hizo una mueca de desagrado—. El mar nos proporciona toda la sal que necesitamos en Qarth, pero aceptaré de buena gana todas las aceitunas que queráis venderme, y también aceite de oliva.

—No puedo ofreceros nada. —Durante siglos, los olivos habían crecido a lo largo de las playas de la bahía de los Esclavos, pero los meereenos les habían prendido fuego a medida que avanzaba el ejército de Dany, convirtiéndolo todo en un yermo ennegrecido—. Los esclavistas quemaron los árboles. Los estamos plantando de nuevo, pero tardan siete años en empezar a dar fruto, y treinta en ser productivos de verdad. ¿Queréis cobre?

—Es un metal hermoso, pero tan voluble como una mujer. En cambio, el oro… el oro es sincero. Qarth os pagará mucho oro a cambio de esclavos.

—Meereen es una ciudad libre de hombres libres.

—Es una ciudad pobre que antes era rica. Una ciudad hambrienta que antes estaba ahita. Una ciudad ensangrentada que antes era pacífica.

Las acusaciones la hirieron, porque contenían demasiada parte de verdad.

—Meereen volverá a ser rica, ahita y pacífica, y también libre. Si queréis esclavos, acudid a los dothrakis.

—Los dothrakis toman esclavos; los ghiscarios los entrenan. Para llegar a Qarth, los señores de los caballos tendrían que llevar a sus cautivos por todo el desierto rojo. Morirían cientos, tal vez miles, y sobre todo, muchos caballos, y es por eso por lo que ningún
khal
se arriesga. Luego hay otra cosa: Qarth no quiere ningún
khalasar
en las cercanías de sus murallas. Todos esos caballos, qué peste… No os ofendáis,
khaleesi
.

—El olor de los caballos es honorable. Más de lo que se puede decir de algunos grandes señores y príncipes mercaderes.

Xaro hizo caso omiso de la pulla. Sus modales eran demasiado exquisitos para que se apercibiera de insultos tan banales.

—Hablemos como amigos, Daenerys —dijo—. No conseguiréis que Meereen vuelva a ser rica, ahita y pacífica. Sólo la llevaréis hacia su destrucción, igual que sucedió en Astapor. ¿Sois consciente de que hubo una batalla en los Cuernos de Hazzat? El Rey Carnicero tuvo que huir de vuelta a su palacio, con sus nuevos Inmaculados pisándole los talones.

—Todo el mundo lo sabe. —Ben Plumm el Moreno le había hecho llegar la noticia con dos de sus Segundos Hijos—. Los Sabios Amos han comprado más mercenarios.

—Los Lanzas Largas, los Vientos y la Compañía del Gato —asintió Xaro—. Dos legiones procedentes del Nuevo Ghis lucharon junto a ellos. También se ha visto a enviados yunkios en Myr y en Volantis; querían contratar las espadas de la Compañía Dorada.

En cierta ocasión, su hermano Viserys había celebrado un banquete con los capitanes de la Compañía Dorada, con la esperanza de que apoyaran su causa. Aquellos hombres se comieron su comida, escucharon sus súplicas y se rieron de él. Por aquel entonces, Dany no era más que una niñita, pero aun así lo recordaba.

—Estoy harta de guerras —dijo—. Quiero plantar mis olivos y ver cómo dan fruto. Pero si los yunkios me obligan a luchar, arrasaré su Ciudad Amarilla hasta los cimientos.

—Querida mía, mientras arrasáis Yunkai, Meereen se alzará contra vos. No cerréis los ojos ante el peligro que os acecha, Daenerys. Los ghiscarios han conocido a otros conquistadores, y de todos se han librado. Estáis rodeada de enemigos; los tenéis incluso en la corte.

«Tres traiciones conocerás.»

—También de amigos y capitanes leales. Y mis libertos me adoran.

—Son esclavos de cama, carniceros y albañiles —replicó Xaro al tiempo que hacía un gesto despectivo con la mano—. Con chusma así no se ganan batallas.

Dany sólo podía esperar que estuviera equivocado. Los libertos habían sido chusma, pero había organizado en compañías a todos los hombres en edad de luchar, y Gusano Gris los estaba entrenando como soldados.

«Que piense lo que quiera.»

—Aún me quedan los Inmaculados —dijo—. Y también mis mercenarios, los Segundos Hijos y los Cuervos de Tormenta.

—Yunkai también tiene mercenarios, y una flota para traerlos hasta el norte. Y cuenta con la flota de Meereen, tripulada por exiliados que de buena gana os desollarían. El Nuevo Ghis les ha enviado dos legiones más, y Tolos y Mantarys han accedido a establecer una alianza.

Si se podía dar crédito a aquellas noticias, eran pésimas. Daenerys había enviado misiones a Tolos y a Mantarys con la esperanza de crearse aliados hacia el oeste, para compensar la enemistad de Yunkai en el sur. Sus emisarios no habían vuelto.

—Es posible —dijo—, pero yo tengo dragones.

—¿De verdad? —Su voz era suave—. Sí.

«Perdóname, Hazzea.» Se preguntó hasta qué punto estaría informado Xaro, qué rumores le habrían llegado.

—Mi dulce reina no le mentiría a un viejo amigo, ¿verdad? —El mercader hizo un gesto—. En Qarth era raro veros sin un dragón en el hombro… pero ahora observo que vuestro hombro está tan hermoso y tan desnudo como vuestro precioso seno.

—Mis dragones han crecido —replicó Dany—; en cambio, mis hombros no. Ahora están lejos, cazando, pero su fuego arde más fiero que nunca. Preguntadles si no a los Bondadosos Amos de Astapor.

Xaro se acarició el ópalo de la nariz.

—Les preguntaría de buena gana, si no los hubierais quemado a todos.

—Yo no los quemé a todos. La mayoría murió bajo la espada de los hombres a los que había esclavizado. —«Pero sí quemé a algunos. Vi cómo a un esclavista se le derretían los ojos y le corrían por las mejillas»—. ¿Es necesario que hablemos de sangre y de fuego? —Lo cogió de un brazo—. Decidme la verdad, viejo amigo: si no es para comerciar, ¿para qué habéis venido a verme?

—Quería traerle un regalo a la reina de mi corazón.

—¿Un regalo? —«Es una trampa; ¿qué está tramando?»

—El regalo que me suplicasteis en Qarth. Barcos. En la bahía hay trece galeras. Son vuestras si las queréis. Os he traído una flota para que os lleve a vuestro hogar, a Poniente.

Una flota. Era mucho más de lo que podía esperar; por supuesto, sintió desconfianza.

—¿Esas galeras son un regalo? —En Qarth, Xaro le había ofrecido treinta barcos, pero a cambio de uno de sus dragones—. ¿No queréis esclavos? ¿Ni dragones?

La respuesta fue una sonrisa débil.

—Mi ansia de poseer dragones ha desaparecido. Rumbo hacia aquí, mi
Nube Sedosa
hizo escala en Astapor. Esos barcos son vuestros, mi dulce reina. Trece galeras y sus correspondientes remeros.

Trece. Por supuesto. Xaro era uno de los Trece. Sin duda había convencido a sus compañeros para que cada uno cediera un barco. Conocía demasiado bien al príncipe mercader para creerlo capaz de sacrificar trece naves propias.

—¿Y qué regalo queréis de mí a cambio? —le espetó.

Xaro le hizo una reverencia burlona.

—Sólo una cosa: la promesa solemne de que partiréis hacia Poniente cuanto antes.

—¿Tantas ganas tiene Qarth de librarse de mí? —No le dejó tiempo para responder—. Tengo que meditarlo. ¿Puedo inspeccionar esas naves?

—Os habéis vuelto desconfiada, Daenerys.

«Desde luego.»

—Me he vuelto inteligente, Xaro.

—Inspeccionadlas a vuestro gusto. Una vez estéis satisfecha, juradme que volveréis a Poniente. Jurádmelo por vuestros dragones, por vuestro dios de siete rostros, por las cenizas de vuestros padres, y marchaos.

A Dany no le pasó desapercibido el hincapié que hizo en la última palabra.

—¿Y si prefiero esperar un año, o dos, o tres?

Una expresión de pesadumbre nubló el rostro de Xaro.

—Eso me entristecería mucho, delicia de mi corazón… porque, aunque ahora parecéis joven y fuerte, no viviréis tanto tiempo. No. Aquí no.

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