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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (13 page)

—Tu nombramiento de Observador Imperial no puede considerarse un exilio. Eres un conde, y eres mi Ministro de la Especia. —Shaddam, distraído, pensó en pedir algo de beber, tal vez con música, bailarinas exóticas, incluso un desfile militar en el exterior. Sólo tenía que dar la orden. Pero tales cosas no le interesaban en ese momento—. ¿Deseas un título adicional, Hasimir?

Fenring desvió la vista.

—Eso sólo conseguiría atraer más la atención sobre mí. Ya es difícil ocultar a la Cofradía mis frecuentes viajes a Xuttuh. Además, los títulos triviales no significan nada para mí.

El emperador tiró el hueso de la fruta dentro del cuenco y frunció el entrecejo. La próxima vez ordenaría que sacaran las pepitas antes de servirlas.

—¿«Emperador Padishah» es un título trivial?

Al oír tres pitidos, los hombres levantaron la vista hacia el techo, del cual descendió un tubo de plaz transparente hasta depositarse en un receptáculo que descansaba sobre el escritorio de chusuk. Un cilindro que contenía un mensaje urgente se deslizó del tubo. Fenring cogió el cilindro, rompió el sello del Correo y extrajo dos hojas de papel instroy enrolladas, que entregó al emperador pese a su deseo de examinarlas antes. Shaddam las desenrolló y leyó con expresión de creciente desagrado.

—¿Ummmm? —preguntó Fenring, con su impaciencia habitual.

—Otra carta oficial de protesta del archiduque Ecaz y una declaración de kandy contra la Casa Moritani de Grumman. Es muy grave. —Se secó el zumo rojo de los dedos con su manto escarlata, y continuó leyendo. Su cara enrojeció—. Espera un momento. El duque Leto Atreides ya ha ofrecido sus servicios como mediador ante el Landsraad, pero los ecazi se han hecho cargo del asunto.

—Interesante —comentó el conde.

Irritado, Shaddam lanzó la carta a Fenring.

—¿El duque Leto se enteró antes que yo? ¿Cómo es posible? ¡Yo soy el emperador!

—Señor, el arrebato de cólera no es sorprendente, teniendo en cuenta el desgraciado comportamiento que tuvo lugar en mi banquete. —Al ver la expresión de estupor, continuó—. El embajador de Grumman asesinó a su rival en la mesa del comedor. ¿No os acordáis de mi informe? Os llegó hace varios meses, ¿ummm?

Mientras Shaddam se esforzaba por ordenar las piezas en su mente, hizo un ademán desdeñoso en dirección a un estante de plaz negro que había junto a su escritorio.

—Estará ahí. No los he leído todos.

Los ojos oscuros de Fenring destellaron de irritación.

—¿Tenéis tiempo de leer los informes esotéricos de un planetólogo, pero no los míos? Habríais estado preparado para este litigio de haber prestado atención a mi comunicado. Os advertía de que los grumman son peligrosos y conviene vigilarlos.

—Entiendo. Cuéntame lo que dice el informe, Hasimir. Soy un hombre muy ocupado.

Fenring explicó que se había visto obligado a liberar al arrogante Lupino Ord, debido a su inmunidad diplomática. Con un suspiro, el emperador llamó a sus ayudantes y convocó una reunión de urgencia con sus consejeros.

En la sala de conferencias contigua al despacho imperial de Shaddam, un equipo de consejeros Mentat, portavoces del Landsraad y observadores de la Cofradía revisaban los tecnicismos del kanly, el minucioso ballet de guerra diseñado para perjudicar tan sólo a los combatientes reales, con el mínimo de bajas entre los civiles.

La Gran Convención prohibía el uso de armas atómicas y biológicas, y exigía que las Casas en litigio se enzarzaran en una pelea controlada mediante métodos directos e indirectos aceptados. Durante milenios, las rígidas normas habían conformado el armazón del Imperio. Los consejeros resumían los antecedentes del conflicto actual, la acusación presentada por Ecaz de que Moritani había cometido sabotaje biológico en sus delicados bosques de árboles de niebla, el asesinato del embajador ecazi a manos de su homólogo de Grumman durante el banquete de Fenring, y la declaración oficial de kanly por parte del archiduque Ecaz contra el vizconde Moritani.

—Debo señalar —dijo el Jefe Comercial imperial, agitando un dedo gordezuelo como un espadín en el aire— que he sido informado de que todo un embarque de medallas conmemorativas, acuñadas, si recordáis, señor, para celebrar vuestro décimo aniversario en el Trono del León Dorado, ha sido sustraída en un audaz golpe de mano asestado a una fragata comercial. Por presuntos piratas espaciales, si hay que creer en los informes.

Shaddam se encrespó, impaciente.

—¿Qué tiene que ver un vulgar robo con la situación que nos ocupa?

—El cargamento iba camino de Ecaz, señor.

Fenring se animó.

—Ummm, ¿robaron algo más? ¿Material de guerra, armas de algún tipo?

El Jefe Comercial consultó sus notas.

—No… Los atacantes sólo se apoderaron de las monedas conmemorativas imperiales, sin tocar los demás bienes. —Bajó la voz y musitó como para sí—: Sin embargo, como utilizamos materiales inferiores en la fabricación de dichas monedas, las pérdidas económicas no son significativas…

—Recomiendo que enviemos Observadores Imperiales a Ecaz y Grumman —dijo el chambelán de la corte Ridondo—, con el fin de imponer la ley. Es bien sabido que la Casa Moritani… er, es generosa en su interpretación de las normas oficiales.

Ridondo era un hombre esquelético de piel amarillenta, con la virtud de llevar a cabo tareas cuyo mérito se acababa atribuyendo a Shaddam. Había prosperado en su cargo de chambelán.

Antes de que pudiera discutirse la propuesta de Ridondo, otro mensaje contenido en un cilindro cayó en el receptáculo que había junto la silla del emperador. Después de examinar el mensaje, Shaddam lo arrojó sobre la mesa de conferencias.

—¡El vizconde Hundro Moritani ha respondido al insulto diplomático bombardeando el palacio ecazi y la península circundante! El Trono de Caoba ha sido destruido. Cien mil civiles han muerto y varios bosques han sido incendiados. El archiduque Ecaz se ha salvado por poco junto con sus tres hijas. —Fijó la vista una vez más en el papel instroy enrollado, luego miró a Fenring, pero se negó a pedir consejo.

—¿Ha despreciado las normas del kanly? —preguntó asombrado el Jefe Comercial—. ¿Cómo es posible?

La piel cetrina de la frente del chambelán Ridondo se arrugó de preocupación.

—El vizconde Moritani carece del sentido del honor de su abuelo, que fue amigo del Cazador. ¿Qué debe hacerse con perros salvajes como estos?

—Grumman siempre ha detestado su vinculación con el Imperio, señor —señaló Fenring—. Siempre buscan la oportunidad de escupirnos en el rostro.

La discusión adquirió un tono más frenético. Mientras Shaddam escuchaba la conversación, con su aspecto más majestuoso, pensó en que ser emperador era muy diferente de lo que había imaginado. La realidad era complicadísima, y había demasiadas fuerzas compitiendo entre sí.

Recordó haber jugado a juegos de guerra con el joven Hasimir, y se dio cuenta de cuánto echaba de menos la compañía y el consejo de su amigo de la infancia. Pero un emperador no podía revocar decisiones importantes con ligereza. Fenring seguiría en Arrakis, además de cumplir la misión de supervisar el programa de especia artificial. Era mejor que los espías creyeran las historias de fricciones entre ellos, aunque tal vez Shaddam podría incluir en su agenda visitas más frecuentes a su compañero de la niñez…

—Las formas han de ser observadas, señor —dijo Ridondo—. La ley y la tradición mantienen unido al Imperio. No podemos permitir que una casa noble haga caso omiso de las reglas a su antojo. Es evidente que Moritani os considera débil y poco inclinado a intervenir en esta disputa. Se está burlando de vos.

El Imperio no se me escurrirá entre los dedos
, se prometió Shaddam. Decidió dar ejemplo.

—Que se informe a todo el Imperio de que una legión de tropas Sardaukar se establecerá en Grumman durante dos años. Pondremos freno a este vizconde. —Se volvió hacia el observador de la Cofradía Espacial, sentado al otro extremo de la mesa—. Además, quiero que la Cofradía imponga un arancel elevado a todos los productos que entren y salgan de Grumman. Tal impuesto será utilizado para reparar la ofensa cometida contra Ecaz.

El representante de la Cofradía guardó un largo y frío silencio como si sopesara la «decisión», que en realidad no era más que una petición. La Cofradía estaba fuera del control del emperador Padishah. Por fin, asintió.

—Así se hará.

Uno de los Mentats de la corte se puso rígido en su silla.

—Apelarán, señor.

Shaddam resopló.

—Si Moritani tiene pruebas, que lo haga.

Fenring tamborileó con los dedos sobre la mesa, mientras reflexionaba en las consecuencias. Shaddam ya había enviado dos legiones de Sardaukar a Ix para supervisar a los tleilaxu, y ahora enviaba más a Grumman. En otros puntos conflictivos del Imperio había aumentado la presencia visible de sus tropas militares de elite, con la esperanza de apaciguar cualquier idea de rebelión. Había aumentado las filas de Bursegs en todo el estamento militar; y añadido más comandantes de nivel medio para que fueran enviados con las tropas en caso necesario.

Aun así, no dejaban de ocurrir pequeños e irritantes ejemplos de sabotaje o decapitación de efigies, como el robo de las monedas conmemorativas con destino a Ecaz, el globo con la efigie de Shaddam flotando sobre el estadio de Harmonthep, las palabras insultantes pintadas en los riscos de Monument Canyon…

Como resultado, el número de leales Sardaukar desplegados no era muy numeroso y, debido al carísimo Proyecto Amal, la tesorería imperial no contaba con fondos suficientes para abastecer y entrenar a nuevos soldados. Así, las reservas militares se iban vaciando, y Fenring preveía un futuro problemático. Como demostraban los actos de la Casa Moritani, algunas fuerzas del Landsraad intuían debilidad, olfateaban sangre…

Fenring pensó en la posibilidad de recordar a Shaddam todo esto, pero prefirió callar. Su viejo amigo parecía convencido de que podía manejar la situación sin él, así que… a ver si lo demostraba.

Los continuos problemas agobiarían cada vez más al emperador, y al final tendría que llamar de vuelta a Kaitain a su exiliado «Ministro de la Especia». Cuando eso sucediera, Fenring le haría sudar antes de aceptar por fin.

13

La estructura de una organización es crucial para el éxito del movimiento. También constituye el objetivo primordial al que se debe atacar.

C
AMMAR
P
ILRU
, Embajador ixiano en el exilio,
Tratado sobre la caída de gobiernos injustos

Antes del siguiente encuentro con el grupo de resistentes, C’tair se disfrazó de obrero suboide introvertido. Bajo tal guisa, dedicó días a explorar las madrigueras subterráneas donde los rebeldes planeaban reunirse.

El cielo holoproyectado, en el que se intercalaban islas de edificios estalactitas, tenía un aspecto falso, pues imitaba la luz de un sol que no pertenecía a Ix. A C’tair le dolían los brazos a causa de depositar cajas pesadas sobre plataformas automotrices que entregaban suministros, maquinaria y materiales en bruto al pabellón de investigaciones aislado.

Los invasores habían confiscado un grupo de instalaciones industriales y modificado su aspecto, construyendo sobre los tejados y comunicando los pasadizos laterales. Bajo el mandato de la Casa Vernius, las instalaciones habían sido diseñadas para adoptar un aspecto estético y funcional a la vez. Ahora parecían nidos de roedores, un conjunto irregular de barricadas inclinadas y gabletes acorazados que rielaban detrás de campos de fuerza protectores. Sus ventanas cubiertas parecían ojos ciegos.

¿Qué están haciendo ahí los tleilaxu?

C’tair utilizaba ropas ordinarias, con la expresión indiferente y los ojos muertos. Se concentraba en la tediosa monotonía de sus tareas. Cuando el polvo o la tierra manchaban sus mejillas, cuando la grasa pringaba sus dedos, no hacía el menor esfuerzo por limpiarse, sino que continuaba trabajando como un reloj.

Aunque los tleilaxu no consideraban dignos de atención a los suboides, los invasores habían diezmado a estos obreros durante la conquista de Ix. Pese a las promesas de mejores condiciones y mejor trato, los tleilaxu habían aplastado a los suboides, mucho más que en la época de Dominic Vernius.

Cuando no trabajaba, C’tair vivía en un cubículo de paredes de roca, situado en la zona restringida a los suboides. Los obreros tenían poca vida social, no hablaban mucho entre sí. Pocos reparaban en el recién llegado o preguntaban su nombre. Ninguno se atrevía a entablar amistad. Se sentía más invisible que cuando se había ocultado en la cámara secreta durante meses, al principio de la revuelta.

C’tair prefería la invisibilidad. Le permitía mayor movilidad.

Antes de la reunión, examinó el lugar elegido. Trasladó equipo clandestino a la cámara de suministros vacía para buscar instrumentos de vigilancia. No osaba subestimar a los tleilaxu, sobre todo desde que dos legiones Sardaukar más habían llegado para ejercer mayor control.

Se quedó en el centro de la estancia y caminó en un lento círculo, preocupado por los cinco túneles que conducían a la cámara.
Demasiadas entradas, demasiados lugares para una emboscada.
Reflexionó un momento y sonrió cuando se le ocurrió una idea.

A la mañana siguiente robó un pequeño holoproyector, con el cual creó la imagen de un espacio de roca comparable. Dispuso el proyector en el interior de una abertura y lo conectó. Ahora, una falsa barrera bloqueaba uno de los túneles, una ilusión perfecta.

C’tair había vivido con suspicacia y temor durante tanto tiempo que nunca esperaba una feliz conclusión de sus planes. Pero eso no significaba que abandonara sus esperanzas…

Los luchadores por la libertad llegaron uno a uno, a medida que se acercaba la hora de la cita. Ninguno corría el riesgo de desplazarse con otro rebelde. Todos iban disfrazados y tenían excusas para el momentáneo abandono de sus tareas.

C’tair llegó tarde, por si acaso. Los furtivos resistentes intercambiaron equipo vital y comentaron planes entre susurros. Nadie tenía una estrategia global. Algunos de sus proyectos eran tan imposibles que C’tair tuvo que hacer un esfuerzo para no reír, mientras otros lanzaban sugerencias que deseó imitar.

Necesitaba más varillas de cristal para su transmisor rogo. Después de cada intento de comunicar con su lejano hermano Navegante, los cristales se astillaban y partían, y el resultado eran unos dolores de cabeza lacerantes.

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