Read Dune. La casa Harkonnen Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #Ciencia Ficción

Dune. La casa Harkonnen (15 page)

La Escuela Materna era un lugar legendario que pocos hombres habían visto, y Leto se quedó atónito debido la cálida aceptación que su audaz petición había recibido. Había pedido a las Bene Gesserit que eligieran una pareja inteligente y con talento para Rhombur, y su despeinado amigo había accedido a ir «de compras».

Harishka cruzó a buen paso un campo verde donde mujeres vestidas con ropas cortas y ligeras realizaban imposibles ejercicios de estiramiento al son de una cadencia vocal emitida por una anciana arrugada y encorvada, que repetía todos sus movimientos. Leto pensó que su control corporal era asombroso.

Cuando por fin entraron en un amplio edificio de estuco con vigas oscuras y suelos de madera relucientes, Leto se alegró de ponerse a buen recaudo del viento. Las viejas paredes olían a yeso. El vestíbulo daba a una sala de prácticas, donde una docena de jóvenes ataviadas con hábitos blancos aguardaban inmóviles en el centro, tan tiesas como soldados a la espera de la inspección. Tenían las capuchas echadas hacia atrás.

La madre superiora se detuvo ante las acólitas. Las dos reverendas madres que la acompañaban se situaron detrás de las jóvenes.

—¿Quién viene a buscar una concubina? —preguntó Harishka. Era una pregunta tradicional, parte del ritual.

Rhombur dio un paso adelante.

—Yo… er, el príncipe Rhombur, primogénito y heredero de la Casa Vernius. Hasta es posible que busque una esposa. —Miró a Leto y bajó la voz—. Como mi Casa ha sido declarada renegada, no he de plegarme a estúpidos jueguecitos políticos. Como otros que yo me sé.

Leto se sonrojó, y recordó las lecciones que su padre le había enseñado.
Encuentra el amor donde quieras, pero nunca te cases por amor. Tu título pertenece a la Casa Atreides. Utilízalo para lograr el trato más beneficioso.

Había viajado hacía poco a Ecaz para reunirse con el archiduque Armand en su capital provisional, después de que los Moritani hubieran bombardeado su castillo ancestral. Tras la fulminante reacción del emperador, que había enviado una legión de Sardaukar a Grumman para mantener a raya al furioso vizconde, las hostilidades entre ambas Casas habían cesado, al menos de momento.

El archiduque Armand Ecaz había solicitado que un grupo de investigación estudiara el presunto sabotaje cometido contra los famosos bosques de árboles de niebla y otras modalidades ecazi, pero Shaddam se había negado. «Dejad en paz a los perros dormidos», fue su respuesta oficial. Y confió en que el problema terminaría allí.

El archiduque, tras agradecer los intentos de Leto por calmar las tensiones, había comentado de forma extraoficial que su hija mayor, Sanyá, podría ser una candidata al matrimonio aceptable para la Casa Atreides. Tras escuchar la sugerencia, Leto había considerado los activos de la Casa Ecaz, su poder comercial, político y militar, y cómo complementarían los recursos de Caladan. Ni siquiera había echado un vistazo a la muchacha en cuestión.
Estudia las ventajas políticas de una alianza matrimonial.
Su padre se habría sentido complacido.

—Todas estas jóvenes están bien adiestradas en numerosas formas de complacer a la nobleza —dijo la madre superiora—. Todas han sido elegidas en sintonía con vuestra personalidad.

Rhombur se acercó a la hilera de mujeres y escudriñó sus rostros. Rubias, morenas, pelirrojas, algunas de piel tan pálida como la leche, algunas tan esbeltas y oscuras como el ébano. Todas eran hermosas e inteligentes… y todas le examinaban con aplomo e impaciencia.

Conociendo a su amigo, Leto no se sorprendió cuando vio que Rhombur se paraba ante una muchacha de aspecto bastante sencillo, de ojos color sepia muy separados y cabello castaño cortado como el de un hombre. Se sometió al examen de Rhombur sin desviar la vista, sin fingir timidez como algunas habían hecho. Leto observó la tenue sonrisa que curvaba su labio hacia arriba.

—Su nombre es Tessia —dijo la madre superiora—. Una joven muy inteligente y dotada de variados talentos. Es capaz de recitar los clásicos antiguos a la perfección y tocar varios instrumentos musicales.

Rhombur le alzó la barbilla, escrutó sus ojos castaño oscuro.

—Pero ¿sabes reír un chiste? ¿Y contar otro mejor en respuesta?

—¿Juegos de palabras inteligentes, mi señor? —contestó Tessia—. ¿Preferís un retruécano penoso, o un chiste tan atrevido que vuestras mejillas ardan?

Rhombur rio complacido.

—¡Esta!

Cuando tocó el brazo de Tessia, la muchacha salió de la fila y caminó con él por primera vez. Leto se alegró de ver a su amigo tan feliz, pero al mismo tiempo le dolió pensar en su falta de relaciones. A menudo, Rhombur hacía cosas guiado por un impulso, pero poseía la firmeza necesaria para que salieran bien.

—Venid aquí, hijos —dijo Harishka en tono solemne—. Poneos ante mí e inclinad la cabeza.

Obedecieron, cogidos de las manos.

Leto se adelantó para enderezar el cuello de Rhombur y alisar una arruga de una charretera. El príncipe ixiano se ruborizó y musitó un «gracias».

—Que vuestras vidas sean largas y productivas —continuó Harishka—, y disfrutéis de vuestra mutua y honorable compañía. Ahora estáis unidos. Si en los años venideros desearais casaros y sellar el vínculo superior al concubinato, contáis con la bendición de la Bene Gesserit. Si no os encontráis satisfecho con Tessia, podrá regresar a la Escuela Materna.

Sorprendieron a Leto tantas fórmulas matrimoniales en lo que era, básicamente, un acuerdo comercial. Por mediación de un Correo de Caladan había accedido a una lista de precios. No obstante, la madre superiora dotaba de cierta solidez a la relación y establecía las bases para las cosas buenas que pudieran suceder en un futuro.

Tessia se inclinó y susurró al oído de Rhombur. El príncipe exiliado rio.

—A Tessia se le ha ocurrido una idea interesante, Leto —dijo a su amigo—. ¿Por qué no eliges una concubina para ti? Hay muchas para escoger. —Señaló a las demás acólitas—. ¡Así dejarás de mirar a mi hermana con ojos de cordero degollado!

Leto enrojeció. Su atracción hacia Kailea era evidente, pese a que había intentado disimularlo durante años. Se había negado a llevarla a su cama, desgarrado entre las exigencias de su cargo y las admoniciones de su padre.

—He tenido otras amantes, Rhombur, ya lo sabes. Las chicas de la ciudad y del pueblo encuentran a su duque bastante atractivo. No es nada vergonzoso, y yo puedo conservar mi honor con tu hermana.

Rhombur puso los ojos en blanco.

—¿De modo que la hija de un pescador del puerto te basta pero mi hermana no?

—No es eso. Lo hago por respeto a la Casa Vernius, y a ti.

—Temo que las mujeres seleccionadas no son adecuadas para el duque Atreides —interrumpió Harishka—. Han sido elegidas por su compatibilidad con el príncipe Rhombur. —Sus labios color ciruela sonrieron—. No obstante, podríamos llegar a otros acuerdos…

Alzó los ojos hacia una galería interior, como si alguien les estuviera mirando desde arriba.

—No he venido a buscar una concubina —contestó Leto, enfurruñado.

—Er… es del tipo independiente —dijo Rhombur a la madre superiora, y luego miró a Tessia con las cejas enarcadas—. ¿Qué vamos a hacer con él?

—Sabe lo que quiere pero no sabe admitirlo —dijo Tessia con una sonrisa inteligente—. Una mala costumbre para un duque.

Rhombur palmeó la espalda de Leto.

—¿Lo ves? Ya está dando buenos consejos. ¿Por qué no tomas a Kailea como concubina y acabas de una vez? Ya me estoy cansando de tus angustias infantiles. Entra dentro de tus derechos y… er… ambos sabemos que es lo máximo a lo que ella puede aspirar.

Leto desechó la idea con una risa forzada, aunque lo había pensado muchas veces. Había dudado de abordar a Kailea con dicha sugerencia. ¿Cuál sería su reacción? ¿Le exigiría ser algo más que una concubina? Eso era imposible.

De todos modos, la hermana de Rhombur comprendía las realidades políticas. Antes de la tragedia de Ix, la hija del conde Vernius habría sido una elección aceptable para un duque (tal vez ya había pasado por la mente del viejo Paulus). Pero ahora, como cabeza de la Casa Atreides, Leto nunca podría casarse con un miembro de una familia que ya no poseía ningún título o feudo imperial.

16

¿Qué es este Amor del que tantos hablan con una familiaridad tan aparente? ¿De veras comprenden lo inalcanzable que es? ¿Acaso no existen tantas definiciones de Amor como estrellas hay en el universo?

El Cuestionario
Bene Gesserit

Desde una galería interior que permitía ver a las acólitas, Jessica, de doce años, observaba el proceso de selección con ojos interesados y mucha curiosidad. La reverenda madre Mohiam, que estaba a su lado, le había ordenado que prestara atención, para que Jessica absorbiera hasta el último detalle con su practicado escrutinio Bene Gesserit.

¿Qué quiere la profesora que vea?

La madre superiora estaba hablando con el joven noble y su recién elegida concubina, Tessia al-Reill. Jessica no había predicho su elección. Varias de las otras acólitas eran más hermosas, más curvilíneas, más fascinantes… pero Jessica no conocía al príncipe ni su personalidad, no estaba familiarizada con sus gustos.

¿Le intimidaba la belleza, lo cual era indicación de escasa autoestima? ¿Quizá la acólita Tessia le recordaba a otra persona que había conocido? ¿O tal vez le atraía por algún motivo difícil de explicar… su sonrisa, sus ojos, su risa?

—Nunca trates de comprender el amor —le advirtió Mohiam en un susurro al intuir sus pensamientos—. Limítate a trabajar para comprender sus efectos en las personas inferiores.

Otra reverenda madre trajo un documento sobre una tablilla de escribir y lo entregó al príncipe para que lo firmara. Su acompañante, un noble de pelo negro y facciones aguileñas, miró sobre su hombro para ver lo que estaba escrito. Jessica no oyó sus palabras, pero conocía el antiguo Ritual del Deber.

El duque arregló el cuello de su compañero. Pensó que era un gesto tierno, y sonrió.

—¿Seré presentada a un noble algún día, reverenda madre? —susurró. Nadie le había explicado cuál era su papel en la Bene Gesserit, lo que constituía para ella una fuente de curiosidad constante, para irritación de Mohiam.

La reverenda madre frunció el entrecejo, como Jessica ya había sospechado.

—Lo sabrás cuando llegue el momento, hija. La sabiduría consiste en saber cuándo hay que preguntar.

Jessica ya había escuchado en ocasiones anteriores la misma reprimenda.

—Sí, reverenda madre. La impaciencia es una debilidad.

La Bene Gesserit tenía muchos dichos similares, y Jessica los había aprendido de memoria. Suspiró exasperada pero controló la reacción, con la esperanza de que su maestra no se diese cuenta. Era evidente que la Hermandad tenía un plan para ella. ¿Por qué no le revelaban el futuro? Casi todas las demás acólitas tenían alguna idea de sus senderos predeterminados, pero Jessica sólo veía una pared en blanco delante de ella, sin la menor inscripción.

Me están educando para algo. Me preparan para una misión importante.
¿Por qué su maestra la había traído a esta galería, en este preciso momento? No era un accidente ni una coincidencia. La Bene Gesserit lo planeaba todo hasta el último detalle.

—Aún hay esperanza para ti, hija —murmuró Mohiam—. Te ordené que observaras, pero te concentras en la persona equivocada. No es el hombre de Tessia. Mira al otro, mira a los dos, mira cómo interactúan. Dime lo que ves.

Jessica estudió a los hombres. Respiró profundamente, sus músculos se relajaron. Sus pensamientos, como minerales suspendidos en un vaso de agua, se aclararon.

—Ambos son nobles, pero no parientes de sangre, a juzgar por las diferencias en el vestir, los gestos y las expresiones. —No apartaba los ojos de ellos—. Hace muchos años que son amigos íntimos. Dependen el uno del otro. El de pelo negro está preocupado por la felicidad de su amigo.

Jessica captó ansiedad e impaciencia en la voz de su maestra, aunque no pudo imaginar por qué. Los ojos de la reverenda madre estaban clavados en el segundo hombre.

—Deduzco por su porte e interacción que el de pelo oscuro es un líder y se toma sus responsabilidades muy en serio. Tiene poder, pero no abusa de él. Es mejor gobernante de lo que él cree. —Observó sus movimientos, el rubor de la piel, la manera en que miraba a las demás acólitas y después se obligaba a desviar la vista—. Y se siente muy solo.

—Excelente. —Mohiam dedicó una sonrisa radiante a su pupila, pero sus ojos se entornaron—. Ese hombre es el duque Leto Atreides… y tú estás destinada para él, Jessica. Un día serás la madre de sus hijos.

Aunque Jessica sabía que debía tomarse esta noticia con impasividad, como un deber que debía cumplir para la Hermandad, descubrió de repente la necesidad de calmar su corazón palpitante.

En ese momento el duque Leto miró a Jessica, como si presintiera su presencia en la galería en sombras, y sus ojos se encontraron. Ella captó una hoguera en sus ojos grises, una energía y una sabiduría superiores a su edad, el resultado de cargar con responsabilidades tremendas. Se sintió atraída hacia él.

Pero resistió. Instintos… reacciones automáticas, respuestas…
No soy un animal.
Rechazó otras emociones, como Mohiam le había enseñado durante años.

Las preguntas anteriores de Jessica se borraron, y de momento no formuló nuevas. Una respiración profunda y calma la condujo a la serenidad. Por los motivos que fueran, le gustaba el aspecto de este duque… pero tenía un deber para con la Hermandad. Esperaría hasta averiguar lo que le aguardaba, y haría todo lo necesario.

La impaciencia es una debilidad.

Mohiam sonrió para sus adentros. Conociendo los hilos genéticos que había recibido la orden de entretejer, la reverenda madre había preparado este breve encuentro, aunque alejado en el tiempo, entre Jessica y el duque Atreides. Jessica era la culminación de muchas generaciones de cuidadosas reproducciones cuyo objetivo era la creación del Kwisatz Haderach.

La directora del programa, la madre Kwisatz Anirul, esposa del emperador Shaddam, afirmaba que existirían las mayores probabilidades de éxito si la hija de un Harkonnen de la actual generación daba a luz una hija Atreides. El padre secreto de Jessica era el barón Harkonnen… y cuando estuviera preparada se uniría con el duque Leto Atreides.

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