El Arca de la Redención (39 page)

Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

Lo último que había hecho, después de clausurar su taller y asignar a un servidor la tarea de cuidar a sus ratones, fue bajar a la cripta a visitar a Galiana, para decir adiós una última vez a su cuerpo congelado. Pero la puerta de la cripta se había negado a abrirse para ella. No tenía tiempo para investigar; o se iba ya o se perdía la partida de la Sombra Nocturna. Así que se había marchado sin llegar a realizar esa despedida final, y ahora se preguntaba por qué eso hacía que se sintiera tan culpable.

Al fin y al cabo, todo lo que compartían era algo de material genético.

Felka se retiró a sus dependencias cuando el Nido Madre ya era demasiado pequeño y débil como para poder contemplarlo a simple vista. Una hora después de partir, la nave incrementó la gravedad hasta una G, lo cual definió al instante dónde quedaba «arriba», en dirección a la afilada proa del largo casco cónico. Después de otras dos horas, durante las cuales el Nido Madre quedó un segundo luz por detrás de la Sombra Nocturna, llegó un mensaje por el intercomunicador de la nave. Estaba educadamente dirigido a Felka, que era la única combinada de la nave que no solía estar conectada a la red general de comunicaciones neuronales.

El mensaje le indicaba que se trasladara a una zona superior de la nave, situada en sentido de vuelo hacia la proa, que ahora quedaba por encima de su cabeza. Como se retrasó, un combinado (uno de los técnicos de Skade) la empujó con cortesía por pasillos y ascensores hasta que se encontró a muchos niveles por encima del punto de partida. Felka se negó a que grabaran en su memoria a corto plazo un plano de la nave (tal conocimiento instantáneo le hubiese impedido aliviar el aburrimiento con el placer de deducir por sí misma la distribución de la Sombra Nocturna), pero fue bastante fácil comprender que se encontraban más cerca de la proa. La curvatura de las paredes exteriores aparecía más acusada y las salas individuales eran más pequeñas. No le llevó mucho calcular que no podía haber más de doce personas a bordo de la nave, incluidos Remontoire y ella misma. Sus compañeros eran todos miembros del Consejo Cerrado, aunque no intentó siquiera desentrañar sus mentes.

Los cuartos eran espartanos, por lo general cámaras sin ventanas que la nave había redefinido de acuerdo a las necesidades actuales de la tripulación. La sala en la que encontró a Remontoire se hallaba en la parte más externa del casco y disponía de una cúpula de observación con forma de ampolla, situada en una pared. Remontoire estaba sentado en una cornisa extrudida. Su expresión era tranquila y tenía los dedos enlazados pulcramente sobre la rodilla. Entablaba una profunda conversación con un cangrejo metálico de color blanco, que se había posado justo bajo el borde de la cúpula.

—¿Qué sucede? —preguntó Felka—. ¿Por qué he tenido que dejar mis dependencias?

—No estoy del todo seguro —replicó Remontoire.

Entonces Felka oyó una descarga cerrada de golpetazos sordos, provocada por decenas de mamparos de iris acorazados que se cerraban por todas partes de la nave.

—Pronto podréis regresar a vuestros cuartos —dijo el cangrejo—. Esto es solo una precaución.

Felka reconoció la voz, a pesar de que el timbre no coincidía del todo con el que recordaba.

—¿Skade? Pensé que estabas...

—Me han permitido esclavizar este proxy —explicó el cangrejo, contoneando los pequeños manipuladores articulados que tenía entre las patas delanteras. Se agarraba a la pared mediante unas almohadillas circulares situadas en los extremos de sus patas. Desde la parte inferior del reluciente caparazón blanco brotaban diversas púas, bocas y artilugios peligrosos y afilados. Era, obviamente, una antigua máquina homicida que ahora comandaba Skade.

—Es muy amable por tu parte vernos partir —dijo Felka, aliviada de que Skade no los acompañara. —¿Veros partir?

—Cuando la demora lumínica supere los pocos segundos, ¿no te será impracticable esclavizar al proxy?

—¿Qué demora lumínica? Estoy a bordo de la nave, Felka. Mis aposentos están solo una cubierta o dos por debajo de la tuya.

Felka recordaba haber oído que las heridas de Skade eran tan graves que hacía falta toda una sala llena del equipo del doctor Delmar solo para mantenerla viva. —No creí que...

El cangrejo ondeó un manipulador, desechando sus disculpas. —No importa. Vuelve más tarde, charlaremos un rato. —Eso me gustará —dijo Felka—. Tú y yo tenemos muchas cosas de las que hablar, Skade.

—Claro que sí. Bueno, debo irme, tengo asuntos urgentes que atender. Se abrió un agujero en la pared y el cangrejo se escurrió por él para desaparecer en las entrañas ocultas de la nave. Felka contempló a Remontoire.

—Como veo que todos somos miembros del Consejo Cerrado, me imagino que podemos hablar con libertad. ¿Te contó Skade algo más acerca de los experimentos del Exordio cuando estabais con Clavain?

Remontoire mantuvo baja la voz. No era más que un ademán; habían de suponer que Skade podía oír todo lo que sucedía en la nave, y también que era capaz de leer sus mentes de forma directa. Pero Felka comprendió bien por qué él sentía la necesidad de susurrar.

—Nada. Incluso le mintió respecto al origen del edicto para cesar la construcción de naves.

Felka se quedó mirando la pared, para obligarla a proporcionarle algún sitio donde sentarse. Una cornisa brotó del tabique que había enfrente de Remontoire y Felka se acomodó en ella. Era agradable dejar de estar de pie; últimamente se había pasado demasiado tiempo en el entorno ingrávido de su taller, y la gravedad que proporcionaban los impulsores de la nave resultaba agotadora.

Miró al exterior por la cúpula, en dirección descendente, y vio la sombra lobulada de uno de los motores de la Sombra Nocturna, recortada contra las llamas frías.

—¿Y qué le dijo? —preguntó Felka.

—Una historia sobre que el Consejo Cerrado había reunido pruebas de ataques de lobos a partir de cierto número de pérdidas de naves. —Inverosímil.

—No creo que Clavain la creyera. Pero Skade no podía mencionar el Exordio; obviamente quería que Clavain supiera justo lo necesario para la operación y, pese a todo, no podía evitar hablar hasta cierto punto del edicto.

—El Exordio está en la raíz de todo esto —dijo Felka—. Skade debía de saber que si dejaba a Clavain un hilo del que tirar, acabaría por desenrollar todo el ovillo, directo hasta el Sanctasanctórum.

—Eso es todo lo lejos que hubiese podido llegar.

—Conociendo a Clavain, yo no estaría tan segura. Skade lo quería de aliado porque no es de los que se detienen ante una dificultad menor.

—¿Pero por qué no podía limitarse a contarle la verdad? La idea de que el Consejo Cerrado captó mensajes del futuro no resulta tan chocante cuando piensas en ello. Y, por lo que deduzco, el contenido de esos mensajes era muy difuso, apenas vagas sugerencias premonitorias.

—A no ser que lo vivieras personalmente, resulta difícil describir lo que sucedió. Pero yo solo participé una vez, no sé lo que ocurrió en los demás experimentos.

—¿Estaba involucrada Skade en el programa cuando tú participabas en él?

—Sí —le respondió Felka—, pero eso fue tras nuestro regreso del espacio profundo. El edicto fue hecho público con mucha anterioridad, cuando Skade aún no había sido reclutada en los combinados. El Consejo Cerrado ya debía de estar desarrollando los experimentos del Exordio antes de que Skade se nos uniera.

Felka volvió a contemplar la pared. Sabía que era muy lógico permitirse conjeturar sobre algo como el Exordio (difícilmente Skade podía oponerse a ello, cuando era tan crucial para lo que sucedía en aquellos momentos), pero seguía sintiéndose como si estuvieran a punto de cometer un innombrable acto de traición.

Pero Remontoire siguió hablando, en voz baja pero segura.

—Así que Skade se unió a nosotros... y a no mucho tardar estaba en el Consejo Cerrado, implicada activamente en los experimentos del Exordio. Al menos uno de los experimentos coincidió con el edicto, así que podemos suponer que se produjo una advertencia directa sobre el efecto de los neutrinos tau. Pero, ¿qué hay de los demás experimentos? ¿Qué avisos nos llegaron en los otros, si es que hubo alguno?

Miró intensamente a Felka. Esta estaba a punto de responder, a punto de decir algo, cuando el asiento que tenía debajo se disparó hacia arriba de modo tan repentino que la dejó sin aliento. Aguardó a que la presión amainara, pero eso no sucedió. Según sus estimaciones, su peso, que ya antes era excesivo hasta resultar incómodo, se había duplicado.

Remontoire miró hacia afuera y abajo, igual que había hecho Felka unos minutos antes.

—¿Qué acaba de ocurrir? Parece que aceleramos con más fuera —observó ella. —Y lo hacemos —dijo él—. Sin duda.

Felka siguió su mirada con la esperanza de ver algo distinto en el paisaje. Pero, dentro de la precisión con la que ella podía juzgar, nada había cambiado. Ni siquiera el resplandor azulado tras los motores parecía más brillante.

Poco a poco la aceleración se hizo tolerable, aunque en ningún caso algo que Felka pudiera describir como agradable. Con previsión y economía de movimientos, podía lograr hacer casi lo mismo que antes, y los servidores de la nave hacían todo lo posible para asistirlos. Ayudaban a la gente a sentarse y a levantarse, siempre listos para ponerse en movimiento. Los demás combinados, todos algo más ligeros y delgados que Felka, se adaptaron con insultante facilidad. Las superficies interiores de la nave se endurecían y reblandecían en el momento apropiado, colaborando con sus movimientos y limitando los posibles daños.

Pero después de una hora, volvió a aumentar. Dos gravedades y media. Felka ya no pudo soportarlo más. Solicitó que le permitieran regresar a sus dependencias, pero se enteró de que todavía no era posible acceder a esa sección de la nave. Pese a todo, la nave separó con un tabique un nuevo cuarto para ella y extrudió un sofá para que pudiera tenderse. Remontoire la ayudó a llegar hasta allí, y le dejó totalmente claro que tampoco él tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo.

—No lo comprendo —dijo Felka, respirando con dificultad entre cada palabra—. Solo estamos acelerando. Es lo que sabíamos que tendríamos que hacer si queríamos tener posibilidad de alcanzar a Clavain.

Remontoire asintió.

—Pero eso no es todo. Los motores ya estaban trabajando cerca de su máximo de eficacia cuando nos impulsamos hasta una gravedad. Puede que la Sombra Nocturna sea más pequeña y ligera que la mayoría de las abrazadoras lumínicas, pero los motores también son más pequeños. Estaban diseñados para mantener una velocidad de crucero de una gravedad hasta la velocidad de la luz, no más que eso. Sí, a cortas distancias es posible alcanzar una velocidad mayor, pero no es eso lo que está sucediendo.

—¿Y eso significa...?

—Significa que no deberíamos ser capaces de acelerar con mucha más fuerza que eso. Y, desde luego, no tres veces más. Tampoco he visto ningún propulsor auxiliar adosado a nuestro casco. El único modo en que Skade podría haberlo conseguido sería echar por la borda dos tercios de la masa que teníamos al abandonar el Nido Madre.

Con cierto esfuerzo, Felka se encogió de hombros. La mecánica del vuelo espacial le producía una profunda falta de interés (en lo que a ella concernía, las naves eran un medio para lograr un fin), pero era capaz de seguir un argumento sencillo como aquel.

—Entonces los motores deben de ser capaces de trabajar mejor de lo que suponías.

—Sí, eso es lo que pensaba.

¿Y?

—No puede ser. Antes los dos hemos mirado al exterior, ¿has visto ese fulgor azulado? Es luz dispersada del haz de escape. Tendría que haberse hecho mucho más brillante, Felka, tan brillante que sin duda lo habríamos notado. Pero no ha sido así. —Remontoire hizo una pausa—. En todo caso es más débil, como si los motores hubieran disminuido un poco su potencia. Como si no tuvieran que trabajar tan duro como antes.

—Pero eso no tendría ningún sentido, ¿verdad?

—No —dijo Remontoire—, ninguno en absoluto. Salvo que la maquinaria secreta de Skade guarde alguna relación con esto.

14

La triunviro Ilia Volyova contempló el abismo de la cámara del alijo y se preguntó si estaba a punto de cometer esa clase de terrible error que, como ella siempre había temido, pondría fin a sus días. La voz de Khouri zumbó en su casco:

—Ilia, de verdad, creo que deberíamos pensarnos esto un poquito mejor.

—Gracias. —Volvió a comprobar los cierres de su traje espacial y después repasó los indicadores de estado del armamento.

—Lo digo en serio.

—Ya sé que lo dices en serio. Por desgracia, ya nos lo hemos pensado más que suficiente, y si continúo pensándomelo podría decidir no ir. Lo cual, dadas las circunstancias, sería aún más suicida, peligroso y estúpido que hacerlo.

—No pongo en duda tu razonamiento, pero tengo la sensación de que a la nave..., quiero decir, al capitán, esto no le va a gustar nada.

—¿No? —La propia Volyova lo consideraba una posibilidad nada remota—. Entonces quizá se decida a cooperar con nosotros.

—O a matarnos. ¿Te has planteado eso?

—¿Khouri?

—¿Sí, Ilia?

—Por favor, cállate.

Flotaban en el interior del compartimento estanco que permitía el acceso a la cámara. Era una compuerta grande, pero apenas quedaba el espacio justo para ellas dos. No se debía únicamente a que hubieran ampliado los trajes con los voluminosos armazones de las mochilas propulsoras, sino que también llevaban equipo, armadura adicional y cierto número de armas semiautomáticas, sujetas a los armazones en puntos estratégicos.

—De acuerdo, entonces acabemos con esto cuanto antes —dijo Khouri—. Nunca me ha gustado este sitio, ni siquiera la primera vez que me lo enseñaste. Y nada de lo que ha ocurrido desde entonces logra que me guste más.

Volaron hasta la cámara, empujándose mediante ráfagas entrecortadas de impulsos a microgravedades.

Era una de las cinco zonas de tamaño similar que había en el interior de la Nostalgia por el Infinito, enormes inserciones lo bastante grandes como para ocultar toda una flota de lanzaderas de pasajeros o varias megatoneladas de cargamento, listas para ser depositadas en un mundo colonial necesitado de ellas. Había transcurrido tanto tiempo desde la época en que la nave había trasladado colonos, que solo quedaban algunos escasos restos de su anterior función, recubiertos por siglos de adaptación y corrupción. Durante años, la nave rara vez había transportado más que una decena de ocupantes, libres para vagar por su interior lleno de ecos como saqueadores en una ciudad evacuada. Pero por debajo de la gruesa capa de tiempo, casi todo permanecía más o menos intacto, incluso teniendo en cuenta los cambios que habían tenido lugar después de la transformación del capitán.

Other books

Writing the Novel by Lawrence Block, Block
Bride by Mistake by Shank, Marilyn
Hawksmoor by Peter Ackroyd
Stolen Petals by Katherine McIntyre
It Had To Be You by Janice Thompson
A Season for Love by Heather Graham
A Stranger's Touch by Anne Herries