El Arca de la Redención (40 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

Las suaves paredes lisas de la cámara se extendían a lo lejos en todas direcciones; desaparecían en la oscuridad, iluminadas solo de forma intermitente por los focos en movimiento de sus trajes. Volyova no había sido capaz de reparar el sistema de iluminación principal de la cámara; ese era uno de los circuitos que ahora controlaba el capitán y a él, obviamente, no le gustaba que se adentraran en ese territorio.

Poco a poco, las paredes se alejaron. Se encontraban inmersas ya en las tinieblas, y solo el visualizador frontal de datos del casco de Volyova les daba alguna pista de hacia dónde debían dirigirse o a qué velocidad estaban avanzando.

—Es como si estuviéramos en el espacio —dijo Khouri—. Resulta increíble creer que todavía nos encontramos dentro de la nave. ¿Alguna señal de las armas?

—Deberíamos toparnos con el arma diecisiete en unos quince segundos.

Justo cuando estaba previsto, el arma del alijo asomó en la oscuridad. No flotaba libremente en la cámara, sino que estaba sujeta por un enmarañado conjunto de abrazaderas y andamios, que a su vez conectaban con un complejo sistema de monorraíl tridimensional que se zambullía en las tinieblas, y que estaba fijado a las paredes de la cámara mediante enormes torretas de base ancha.

Era una de las treinta y tres armas que quedaban, de las cuarenta originales. Volyova y Khouri habían destruido una de ellas en los límites del sistema, después de que se rebelara, poseída por una escisión del mismo parásito de software que la propia Khouri había llevado a bordo de la nave. Las otras seis armas habían quedado abandonadas en el espacio tras los sucesos de Hades. Era probable que pudieran recuperarlas, pero no había garantías de que volvieran a funcionar. Y, según los cálculos de Volyova, eran considerablemente menos potentes que las que quedaban.

Abrieron los propulsores de sus trajes y se detuvieron cerca de la primera arma.

—El arma diecisiete-dijo Volyova—. Una fea hija de svinoi, ¿no te parece? Pero hemos tenido cierto éxito con ella, hemos podido llegar hasta su capa de sintaxis de código máquina.

—¿Quieres decir que puedes hablar con ella?

—Sí, ¿no es lo que acabo de explicar?

Ninguna de las armas del alijo tenía exactamente el mismo aspecto que las demás, aunque era evidente que todas eran producto de la misma mentalidad.

Aquella parecía un cruce entre un motor a reacción y una tuneladora de la época victoriana: un cilindro con simetría axial de sesenta metros de largo, y en su extremo lo que podrían ser incisivos u hojas de turbina, pero que probablemente no fuesen ni lo uno ni lo otro. Toda ella estaba enfundada en una apagada aleación abollada que parecía verde o broncínea, dependiendo de la inclinación con que la barrieran sus focos. Las pestañas de refrigeración y los alerones le proporcionaban un desenfadado aire art déco.

—Si puedes hablar con ella —planteó Khouri—, ¿no podemos limitarnos a decirle que salga de la nave, y entonces usarla contra los inhibidores?

—Sería estupendo, ¿verdad? —El sarcasmo de Volyova hubiese podido agujerear el metal—. El problema es que el capitán también puede controlar las armas y, por el momento, sus instrucciones vetarán cualquiera que yo envíe, ya que las suyas entran por el raíz.

—Umm. ¿Y de quién fue esa brillante idea?

—Pues ahora que lo mencionas, fue mía. En aquel entonces, cuando quería poder controlar todas las armas desde el puesto de artillería, parecía una innovación bastante buena.

—Ese es el problema de las buenas ideas, que pueden acabar siendo un auténtico grano en el culo.

—Eso estoy viendo. De acuerdo, entonces. —El tono de Volyova pasó a ser un serio susurro—. Quiero que me sigas y mantengas los ojos bien abiertos. Primero comprobaré mi arnés de control.

—Voy detrás de ti, Ilia.

Orbitaron alrededor del arma y sus trajes las llevaron a través de los intersticios del sistema del monorraíl.

El arnés era un armazón que Volyova había soldado alrededor del arma y que estaba equipado con propulsores e interfaces de control. Había tenido escaso éxito a la hora de comunicarse con las armas, y las que le había sido más fácil controlar se contaban entre las ahora perdidas. En cierta ocasión había tratado de dirigirse a todas las armas mediante un único nodo de control, un ser humano mejorado con implantes y conectado a un puesto de artillería. Aunque la idea tenía lógica, la artillería les había causado un sinfín de problemas. De manera indirecta, todo el lío en que andaban ahora metidas se podía rastrear hasta aquellos experimentos.

—El arnés parece seguro —dijo Volyova—. Creo que voy a ejecutar una revisión de sistemas a bajo nivel.

—¿Te refieres a despertar al arma?

—No, no... solo susurrarle unas cuantas naderías, eso es todo. —Tecleó unos comandos en el grueso brazalete que rodeaba el antebrazo de su traje espacial y observó las trazas de diagnóstico que recorrían su visera—. Voy a estar absorta mientras lo hago, así que te toca a ti mantener un ojo abierto por si surgen problemas. ¿Comprendido?

—Comprendido. Er, Ilia...

—¿Qué?

—Tenemos que tomar una decisión sobre Thorn.

A Volyova no le gustaba que la distrajeran, y menos durante una operación tal peligrosa como esa. —¿Thorn?

—Ya oíste lo que dijo. Quiere subir a bordo. —Y yo le respondí que no podía. Está fuera de discusión. —Entonces no creo que podamos contar con su ayuda, Ilia. —Nos ayudará. Obligaremos a ese cabrón a ayudarnos. Oyó a Khouri suspirar.

—Ilia, no es una pieza de maquinaria que podamos retorcer o adaptar hasta lograr cierta respuesta. No tiene un «nivel raíz», es un ser humano inteligente, completamente capaz de abrigar dudas y miedos. Se preocupa muchísimo por su causa y no la pondrá en peligro si cree que estamos ocultándole algo. Ahora bien, si estuviéramos contándole la verdad, no habría motivo para negarle la visita que ha solicitado. Al fin y al cabo, sabe que disponemos de un modo de acceder a la nave. Resulta razonable que desee ver la Tierra Prometida a la que está conduciendo a su gente, y la razón por la que Resurgam ha de ser evacuado.

Volyova avanzaba por la primera capa de protocolos de armas, escarbando en su propia estructura de software hasta alcanzar el sistema operativo nativo de la máquina. Hasta el momento, nada de lo que probaba había provocado una respuesta hostil por parte del arma o de la nave. Se mordió la lengua. A partir de ahí todo se volvía peliagudo.

—No creo que sea algo razonable, ni lo más mínimo —replicó.

—Entonces no comprendes la naturaleza humana. Mira, confía en mí en esto. Thorn debe ver la nave o no colaborará con nosotras.

—Si ve esta nave, Khouri, hará lo que cualquier persona cuerda bajo las mismas circunstancias: poner tierra de por medio.

—Pero si lo mantenemos alejado de las peores áreas, las zonas que han sufrido las transformaciones más serias, creo que podría decidirse a ayudarnos.

Volyova suspiró, sin dejar de concentrar su atención en la tarea que tenía entre manos. Empezaba a experimentar esa sensación tremendamente familiar y terrible de que Khouri ya había considerado aquel asunto, lo bastante como para refutar sus objeciones más evidentes.

—Seguiría sospechando algo —contraatacó.

—No si jugamos bien nuestras cartas. Podríamos disimular las transformaciones en una zona pequeña de la nave y mantenerlo dentro de ella. Lo justo para que parezca que le ofrecemos una visita guiada, sin dar la impresión de estar guardándonos nada en la manga.

—¿Y los inhibidores?

—Al final tendrá que enterarse de su existencia, todo el mundo habrá de hacerlo. Así pues, ¿qué problema hay en que Thorn lo descubra antes o después?

—Hará demasiadas preguntas. Antes de que pase mucho tiempo, sumará dos y dos y deducirá para quién está trabajando.

—Ilia, sabes que tenemos que ser más abiertas con él...

—¿De veras? —Ya estaba enfadada, y no solo porque el arma se hubiese negado a analizar sintácticamente su último comando—. ¿O es solo que queremos tenerlo cerca porque nos gusta? Piénsalo con sumo cuidado antes de responder, Khouri. Nuestra amistad puede depender de ello.

—Thorn no significa nada para mí. Solo nos resulta conveniente.

Volyova probó otra combinación de sintaxis y contuvo el aliento hasta que el arma respondió. La experiencia previa le había enseñado que uno no podía cometer demasiados errores cuando hablaba con un arma, o de lo contrario esta se bloquearía o comenzaría a adoptar medidas defensivas. Pero esa vez logró pasar. En un costado del arma, lo que hasta entonces parecía una aleación sin costuras se abrió para revelar un profundo pozo de inspección, recubierto de máquinas que brillaban con una insípida luz verdosa.

—Voy adentro. Vigila mi espalda.

Volyova se impulsó con el traje a lo largo de la extensión rebordeada del arma hasta llegar a la escotilla. Frenó y se introdujo con un único eructo del propulsor. Paró su movimiento con los pies y se detuvo dentro del pozo. Era lo bastante grande como para poder girar y avanzar por su interior sin que ninguna parte del traje entrara en contacto con la maquinaria.

Pensó, y no por primera vez, en la siniestra ascendencia de aquellos treinta y tres monstruos. Las armas eran de fabricación humana, sin duda, pero su potencial destructivo estaba mucho más avanzado que cualquier otra cosa que se hubiera inventado. Siglos atrás, mucho antes de que ella se uniera a la nave, la Nostalgia por el Infinito había encontrado el alijo oculto dentro de un asteroide fortificado, un trozo de roca sin nombre que orbitaba alrededor de una estrella también anónima. Quizá un intenso examen forense del planetoide hubiera revelado alguna pista sobre quién habría construido las armas, o al menos quién había sido su dueño hasta entonces, pero la tripulación no estaba en posición de perder el tiempo. Las armas habían sido trasladadas a bordo de la nave, que abandonó la escena del crimen a toda prisa, antes de que las aturdidas defensas del asteroide se despertaran.

Volyova, desde luego, tenía sus propias teorías. Posiblemente la más verosímil era que las armas fuesen de fabricación combinada. Las arañas llevaban el tiempo suficiente sobre el tablero. Pero si las armas les pertenecían, ¿por qué habían permitido que se las quitaran de las manos? ¿Y por qué nunca habían intentado recuperar lo que era suyo?

Aunque eso era irrelevante. El alijo llevaba siglos a bordo de la nave. Nadie iba a venir y pedir que se lo devolvieran justo en ese momento.

Miró a su alrededor e inspeccionó el pozo. Estaba rodeada de maquinaria desnuda: paneles de control, lecturas, circuitos, relés y artilugios de cometido menos obvio. Ya notaba una sensación de aprensión en el fondo de su mente. El arma estaba concentrando un campo magnético sobre una parte de su cerebro, para inculcarle una sensación de terror fóbico.

Ya había estado allí antes, estaba acostumbrada a ello.

Desenganchó varios módulos situados alrededor del armazón propulsor de su traje y los sujetó al interior del pozo mediante almohadillas impregnadas de resina epoxídica. A partir de esos módulos (que ella misma había diseñado) extendió varias decenas de cables, codificados por colores, que conectó o empalmó a las máquinas al descubierto.

—Ilia... —dijo Khouri—. ¿Cómo te va?

—Bien. No le gusta mucho que esté aquí dentro, pero no puede echarme. Le he dado todos los códigos de autorización correctos. —¿Ha empezado a hacer eso del miedo?

—Pues sí, lo cierto es que sí. —Experimentó un instante de absoluto terror histérico, como si alguien tanteara su cerebro con un electrodo y sacara a la luz sus miedos y angustias más primitivos—. ¿Te importa que continuemos esta conversación más tarde, Khouri? Me gustaría... acabar con esto... lo antes posible.

—Todavía tenemos que tomar una decisión sobre lo de Thorn. —Muy bien. Pero más tarde, ¿de acuerdo? —Tendrá que subir hasta aquí.

—Khouri, hazme un favor: cierra la boca en lo concerniente a Thorn y mantente atenta a tu trabajo, ¿queda claro?

Volyova hizo una pausa y se obligó a concentrarse. Hasta el momento, y a pesar del miedo, todo había salido tan bien como había esperado. Solo en una ocasión anterior se había adentrado tanto en la arquitectura de control del arma, y fue cuando dio prioridad a los comandos provenientes de la nave. Como ahora estaba a ese mismo nivel, en teoría podría, mediante la sintaxis de comandos adecuada, desconectar al capitán para siempre. Solo era un arma; había treinta y dos más y algunas le resultaban del todo desconocidas. Pero seguramente no necesitaba todo el alijo para influir en el resultado. Si podía hacerse con el control de una docena de armas, aproximadamente, con suerte bastarían para imponer un buen retraso en los planes de los inhibidores...

Y no iba a lograrlo andándose con rodeos.

—Khouri, escúchame. Hay un pequeño cambio de planes.

—Oh, oh.

—Voy a seguir adelante, para ver si logro que esta arma se entregue por completo a mi control.

—¿Y llamas a eso un pequeño cambio de planes?

—No hay absolutamente nada de lo que preocuparse.

Antes de poder echarse atrás, antes de que el miedo se volviera incontrolable, conectó los cables restantes. Las luces de estado parpadearon y latieron, las pantallas ondearon con un caos alfanumérico. El miedo se agudizó. La máquina deseaba evitar con todas sus fuerzas que tratara con ella a ese nivel.

—Mala suerte —dijo—. Ahora veamos... —Y con unos cuantos tecleos discretos en el brazalete, liberó redes de sintaxis de comandos complejas hasta un grado increíble. La lógica ternaria con la que funcionaba el sistema operativo del arma era característica de la programación de los combinados, pero también resultaba terriblemente complicada de depurar. Se sentó inmóvil y aguardó.

En las profundidades del arma, decenas de módulos de interpretación debían de estar descuartizando y repasando la validez de su orden. Solo cuando hubiese satisfecho todos los criterios, sería ejecutada. Si eso sucedía, y el comando hacía lo que ella pensaba, el arma eliminaría de inmediato al capitán de la lista de usuarios autenticados. A partir de entonces solo habría un modo válido de operar el arma, que sería mediante su arnés de control, un equipo de hardware desconectado de la infraestructura de la nave controlada por el capitán.

Era una teoría muy sólida.

La primera señal de que la sintaxis del comando era errónea le llegó un instante antes de que la escotilla se cerrara sobre ella. Su brazalete destelló en rojo e Ilia comenzó a componer una secuencia especialmente poética de tacos en rusiano..., y entonces el arma la encerró dentro. A continuación las luces se apagaron, pero el miedo persistió. En realidad se había hecho mucho más fuerte, aunque quizá era en parte su propia respuesta natural a la situación.

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