El Arca de la Redención (37 page)

Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

[No es eso para lo que he venido, Skade... Delmar te volverá a situar enseguida en coma recuperativo y la próxima vez que te despiertes ya estarás curada. He venido a preguntarte sobre Clavain].

Por un instante, Skade dejó a un lado su morbosa curiosidad sobre sí misma.

Supongo que está muerto.

[En realidad aún no han logrado detenerlo].

A pesar de la furia y el morbo, tenía que admitir que el tema de Clavain resultaba como mínimo tan fascinante como sus propios aprietos. Y las dos cosas estaban relacionadas, ¿no era así? Todavía no comprendía del todo lo que le había sucedido, pero le bastaba con saber que era culpa de Clavain. Tanto daba que quizá no hubiese sido intencionado.

En una traición no había accidentes.

¿Dónde está?

[Eso es lo gracioso. Parece que nadie lo sabe. Tenían captados sus gases de escape y se dirigía hacia Épsilon Eridani, en dirección a lo que, suponemos, Yellowstone o el Cinturón Oxidado].

Los demarquistas lo crucificarán.

Remontoire asintió.

[Sobre todo a Clavain. Pero ahora parece que en realidad no se dirige hacia allí... al menos no directamente. Se apartó del vector en dirección al Sol, pero no sabemos cuánto llevaba de viaje ya que perdimos la llama de su motor].

Tenemos monitores ópticos repartidos por el halo. Seguro que a estas alturas ha caído en la línea de visión de uno u otro.

[El problema es que Clavain conoce la posición de esos monitores y puede asegurarse de que su haz no se cruce con ellos. No debemos olvidar que es uno de los nuestros, Skade].

¿Se han lanzado misiles?

[Sí, pero en ningún caso se han aproximado lo suficiente como para fijar el objetivo por sí mismos. Tampoco tenían el combustible necesario para regresar al nido, así que tuvimos que detonarlos].

Skade notó que se le caía la baba y le resbalaba por la barbilla.

Tenemos que detenerlo, Remontoire. Hazte a la idea.

[Aunque volvamos a captar su señal, estará más allá del nuestro rango eficaz de misiles. Y ninguna otra nave puede atrapar a una corbeta]. Skade se tragó su furia. Tenemos el prototipo.

[Ni siquiera la Sombra Nocturna es tan rápido, no en distancias equivalentes a un sistema solar].

Skade no dijo nada durante varios segundos, mientras calculaba cuánto sería prudente revelar. Al fin y al cabo, eran asuntos del Sanctasanctórum, delicados incluso para los estándares clandestinos del Consejo Cerrado.

Sí lo es, Remontoire.

La puerta se abrió. Uno de los servidores se agachó para entrar, seguido de Delmar. Remontoire se puso en pie y extendió las manos, con las palmas hacia delante.

[Necesitamos unos momentos más...].

Delmar permaneció junto a la puerta, con los brazos cruzados. [Me temo que me voy a quedar aquí].

Skade chistó a Remontoire. Este se acercó y se inclinó hasta que sus cabezas solo estuvieron separadas unos pocos centímetros, lo cual permitía la comunicación entre mentes sin la amplificación de los sistemas de la sala.

Puede hacerse. El prototipo tiene un techo de aceleración mayor del que has supuesto.

[¿Cuánto mayor?].

Mucho. Ya lo verás. Pero todo lo que necesitas saber es que el prototipo puede aproximarse lo suficiente a la posición aproximada de Clavain como para recuperar su rastro, y después acercarnos hasta el alcance de las armas. Te necesitaré en la tripulación, por supuesto. Eres un soldado, Remontoire, conoces las armas mejor que yo.

[¿No deberíamos pensar en maneras de traerlo de vuelta con vida?].

Es un poquito tarde para eso, ¿no te parece?

Remontoire no dijo nada, pero Skade sabía que ella llevaba razón. Y él adoptaría pronto su punto de vista. Era un combinado hasta la médula, y por lo tanto aceptaría cualquier curso de acción que beneficiase al Nido Madre, por muy despiadado que fuera. Esa era la diferencia entre Remontoire y Clavain.

[Skade...].

¿Sí, Remontoire?

[Si accedo a tu proposición...].

¿Tienes una exigencia a cambio?

[No es una exigencia, sino una solicitud. Que se le permita a Felka unirse a nosotros].

Skade entrecerró los párpados. Estaba a punto de negarse cuando cayó en la cuenta de que sus argumentos para oponerse (que la operación tenía que seguir por completo en el ámbito del Consejo Cerrado) no suponían ninguna diferencia en lo concerniente a Felka.

¿Qué posible ventaja supondría la presencia de Felka?

[Eso depende. Si pretendes convertir esto en un escuadrón de fusilamiento, no nos será de ninguna utilidad. Pero si tienes la menor intención de traer vivo a Clavain, y creo que deberías planteártelo, entonces no debemos subestimar la importancia de Felka].

Skade sabía que Remontoire estaba en lo cierto, por muy doloroso que le resultara admitirlo. Clavain hubiese sido un recurso de inmenso valor en la operación de recuperación de las armas de la clase infernal, y su pérdida haría la intervención mucho más difícil. Por un lado, podía comprender el atractivo que tenía traerlo de vuelta al redil, para poder inmovilizarlo y succionarle su experiencia duramente adquirida como el tuétano de los huesos. Pero capturarlo vivo sería extraordinariamente más complicado que un asesinato a larga distancia y, hasta que alcanzaran el éxito, seguiría existiendo la posibilidad de que Clavain llegara al otro bando. Los demarquistas se sentirían encantados de oír hablar del nuevo programa de construcción de naves, los rumores sobre los planes de evacuación y las salvajes armas nuevas.

Skade no estaba segura, pero pensaba que las noticias podrían bastar para dar un nuevo ímpetu al enemigo, y para proporcionarles nuevos aliados que hasta el momento habían permanecido al margen. Si los demarquistas se apiñaban y lograban lanzar alguna clase de ataque desesperado contra el Nido Madre, con el apoyo de los ultras y de cierto número de facciones que en la actualidad se mantenían neutrales, todo podía perderse.

No, tenía que matar a Clavain, sencillamente eso no se podía someter a discusión. Pero, de igual forma, debía dar la impresión de estar dispuesta a actuar de manera razonable, lo mismo que haría bajo cualquier otro estado de guerra. Lo que significaba que tenía que aceptar la presencia de Felka.

Esto es chantaje, ¿verdad?

[Chantaje no, Skade, solo negociación. Si alguno de nosotros puede sacar a Clavain de esto, tiene que ser Felka]. No la escuchará, aunque...

[¿Aunque crea que es su hija? ¿Es eso lo que ibas a decir?].

Es un viejo, Remontoire. Un viejo con delirios que no son de mi incumbencia.

Los servidores se echaron a un lado para permitir que Remontoire saliera. Skade observó el óvalo de su rostro, aparentemente desconectado de todo lo demás, que abandonaba la sala como un globo. En algunos instantes de su conversación casi había detectado grietas en la empalizada neuronal, senderos que Delmar no había deshabilitado del todo por culpa de un comprensible descuido. Los huecos habían sido como destellos estroboscópicos que abrían breves ventanas estáticas de la mente de Remontoire. Con gran probabilidad, este no había sido consciente de sus intrusiones, o quizá Skade se las estaba imaginando.

Pero si se las imaginaba, entonces también se inventaba el terror que las acompañaba. Y ese terror provenía de lo que Remontoire estaba viendo. Delmar... de verdad quiero conocer los hechos...

[Después, Skade, cuando ya estés curada. Entonces podrás saberlo. Hasta entonces prefiero devolverte al coma]. Muéstramelo, cabrón.

El se acercó por su costado. El primero de los servidores de cuello de cisne descollaba por encima, entre los centelleos de los segmentos cromados de su cuello. La máquina inclinó la cabeza a un lado y a otro, asimilando lo que tenía debajo.

[De acuerdo. Pero no digas que no te hemos avisado].

Los bloqueos cayeron como pesados cerrojos de metal, clunk, clunk, clunk, a través de su cráneo. Una descarga de datos neuronales chocó contra Skade y se vio a sí misma a través de los ojos de Delmar. Esa cosa de ahí abajo en el sofá médico era ella, resultaba reconocible (su cabeza, por una macabra ironía, estaba intacta) pero no se hallaba ni remotamente bien. Sintió una sacudida, un espasmo de asco, como si hubiese accedido aun lúgubre archivo preindustrial de pesadillas médicas. Deseaba con desespero pasar la página, avanzar hasta la siguiente patética atrocidad.

Había sido seccionada.

La soga debía de haberla atravesado desde el hombro izquierdo hasta la cadera derecha, un preciso corte en diagonal. Le había arrancado las piernas y el brazo izquierdo. La maquinaria del caparazón rodeaba las heridas: costras zumbantes, armadura médica de brillante color blanco como enormes ampollas llenas de pus. Desde la maquinaria brotaban tubos con fluidos que se adentraban en unos módulos blancos situados junto a sus costados. Su cuerpo daba la impresión de estar emergiendo de una blanca crisálida de acero. O de estar siendo consumido por ella, transformada en algo extraño y fantasmagórico.

Delmar...

[Lo siento, Skade, pero ya te avisé que...].

No lo comprendes. Este... estado... no me preocupa lo más mínimo. Somos combinados, ¿verdad? No hay nada que no podamos arreglar, con el tiempo. Sé que finalmente lograrás repararme. Sintió el alivio del doctor.

[Finalmente, sí...].

Pero finalmente no es suficiente. En pocos días, tres como mucho, tengo que estar en una nave.

13

Tuvieron que arrastrar a Thorn hasta el despacho de la inquisidora. Las grandes puertas crujieron al abrirse y allí estaba ella, dándole la espalda, de pie junto a la ventana. Thorn estudió a la mujer a través de ojos hinchados. Nunca la había visto antes. Parecía más pequeña y joven de lo que se esperaba, casi como una chica que vistiera ropas de adulto. Llevaba botas muy abrillantadas y pantalones oscuros bajo una túnica de cuero que se abotonaba por un lateral, y que parecía un poco grande para ella, por lo que sus manos enguantadas casi se perdían en el interior de las mangas. El dobladillo de la túnica le llegaba hasta las rodillas. Se había peinado el pelo, moreno, hacia atrás desde la frente, en prietas filas relucientes que se curvaban hasta formar pequeños rizos como signos de interrogación por encima de la nuca. Su rostro aparecía casi de perfil, y su piel tenía un tono más oscuro que la de Thorn. Su delgada nariz ganchuda se cernía sobre una pequeña boca recta.

Ella se giró y se dirigió al guardia que esperaba junto a la puerta.

—Ya puede dejarnos.

—Señora...

—He dicho que ya puede dejarnos.

El guardia se marchó. Thorn se puso en pie por sí mismo, y apenas flaqueó. No lograba enfocar bien a la mujer, que durante largo tiempo se limitó a mirarlo. Entonces habló con la misma voz que había oído salir de la rejilla del altavoz:

—¿Te encuentras bien? Lamento que te hayan pegado.

—No lo lamentas tanto como yo.

—Solo quería hablar contigo.

—En ese caso, tal vez deberías vigilar mejor lo que les sucede a tus invitados. —Notó el sabor de la sangre en la boca mientras hablaba.

—Acompáñame, por favor. —Hizo un gesto en dirección al otro lado de la sala, a lo que parecía una cámara privada—. Hay algo que tenemos que discutir.

—Aquí estoy bien, gracias.

—No es una invitación. No me importa lo más mínimo dónde estés bien o no, Thorn.

El hombre se preguntó si la inquisidora había logrado identificar su reacción, una minúscula dilatación de las pupilas que delataba su culpabilidad. O quizá tenía un láser apuntado sobre su cogote que comprobaba la salinidad de su piel. En cualquier caso, podía hacerse una buena idea de lo que él pensaba sobre su afirmación. Quizás hasta tenía una draga en algún lugar del edificio. Se rumoreaba que la Casa Inquisitorial disponía al menos de una, cuidada amorosamente desde los primeros días de la colonia. —No sé quién te piensas que soy.

—Oh, sí que lo sabes. ¿Para qué disimular entonces? Ven conmigo.

La siguió hasta la habitación de menor tamaño, que carecía de ventanas. Echó un vistazo a su alrededor, en busca de signos de una trampa o cualquier indicación de que el cuarto pudiera servir también como cámara de interrogatorios, pero parecía bastante inocente. Las paredes estaban recubiertas de estantes que sobresalían repletos de papeles, salvo por un muro, dominado en su mayor parte por un mapa de Resurgam tachonado de numerosas chinchetas y luces. La inquisidora le ofreció una silla junto al enorme escritorio que ocupaba gran parte del suelo. Otra mujer estaba sentada ya enfrente, con los codos apoyados en el borde de la mesa. Parecía un tanto aburrida y era mayor que la inquisidora, pero en parte compartía su misma complexión enjuta. Llevaba puesta una gorra y un pesado abrigo de colores apagados, con forro en el cuello y los puños. Ambas mujeres le resultaban vagamente aviares: delgadas pero rápidas y de huesos fuertes. La de detrás del escritorio estaba fumando.

Se acomodó en el asiento que le había indicado la inquisidora.

—¿Café?

—No, gracias.

La otra mujer empujó el paquete de cigarrillos en su dirección. —Entonces echa unas caladas.

—También voy a pasar de eso. —Pero aceptó el paquete y le dio la vuelta mientras estudiaba las extrañas marcas y signos. No había sido fabricado en Cuvier. De hecho, no parecía proceder de ningún otro lugar de Resurgam. Lo empujó de vuelta hacia la mujer mayor—. ¿Me puedo ir ya?

—No. Ni siquiera hemos empezado. —La inquisidora se acomodó en su propio asiento, al lado de la otra mujer, y se sirvió una taza de café—. Me parece que ahora tocan las presentaciones. Tú sabes quién eres y nosotras también lo sabemos, pero probablemente no conozcas gran cosa sobre nosotras. Tienes cierta idea sobre mí, por supuesto... pero me imagino que no será demasiado precisa. Mi nombre es Vuilleumier. Esta es mi colega...

—Irina —dijo la otra.

—Irina... sí. Y tú, claro está, eres Thorn, el hombre que ha causado tantos daños últimamente.

—No soy Thorn. El Gobierno no tiene ni idea de quién es Thorn.

—; Y cómo sabes eso?

—Leo los periódicos, como todo el mundo.

—Estás en lo cierto. Amenazas internas no tiene mucha idea de quién es Thorn. Pero eso es solo porque he hecho todo lo posible para mantener a ese departamento en particular lejos de tu pista. ¿Llegas a comprender todo el esfuerzo que me ha costado eso? ¿Cuántas angustias personales?

Other books

Stand-In Star by Rachael Johns
Father and Son by Marcos Giralt Torrente
Chain of Command by CG Cooper
Fairest Of Them All by Teresa Medeiros
Redemption in Indigo by Karen Lord
They Were Found Wanting by Miklos Banffy
The Haters by Jesse Andrews
Lost by Michael Robotham