El Arca de la Redención (61 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

—Esto no va a ser fácil, Thorn. Tendrás que aceptar lo que te diga, ¿entiendes? Por muy descabellado o improbable que parezca. Aunque dado lo que acaba de pasar, tengo la sensación de que vas a estar más receptivo que antes.

Él se llevó un dedo a los labios.

—Ponme a prueba.

—Sylveste y su mujer entraron en Hades. —Te refieres al otro objeto, seguro. ¿Cerbero?

—No —dijo ella con decisión—. Me refiero a Hades. Entraron en la estrella de neutrones, aunque resultó ser mucho más que una simple estrella de neutrones. En realidad, ni siquiera es una estrella de neutrones; es más una especie de ordenador gigante, abandonado por alienígenas.

Él se encogió de hombros.

—Como bien dices, tampoco es como si hoy no hubiera visto unas cuantas cosas raras. ¿Y? ¿Qué pasó luego?

—Sylveste y su mujer están dentro del ordenador, ejecutándose como programas. Como niveles alfa, supongo. —Khouri levantó un dedo para anticiparse al comentario de él—. Lo sé, Thorn, porque yo también di un paseo por allí dentro. Me encontré con Sylveste después de que lo hubieran introducido en Hades. A Pascale también. De hecho, es muy probable que allí dentro también haya una copia mía. Pero yo, este yo, no se quedó. Volví aquí fuera, al universo de verdad, y no he vuelto desde entonces. De hecho, no tengo intención de volver jamás. No hay forma fácil de entrar en Hades, no a menos que te plantees la opción de morir destrozado por tensiones de marea gravitatoria.

—¿Pero tú crees que la mente que encontramos era la de Sylveste?

—No lo sé-dijo ella con un suspiro—. Sylveste lleva varios siglos subjetivos dentro de Hades, Thorn; es posible que eones subjetivos. Lo que nos pasó a todos hace sesenta años debe de ser para él un recuerdo lejano y borroso de los albores del tiempo. Ha tenido tiempo para evolucionar más allá de todo lo que podamos imaginarnos. Y es inmortal, puesto que nada de lo que haya en Hades tiene que morir. No me imagino cómo actuaría ahora, ni si reconoceríamos siquiera su mente. Pero te juro que a mí me pareció Sylveste. Quizá fue capaz de recrearse como solía ser, solo para que yo supiera qué era lo que nos había salvado.

—¿Se interesaría por nosotros?

—Hasta ahora nunca había dado señal de ello. Claro que tampoco han ocurrido tantas cosas en el mundo exterior desde que fue introducido en Hades. Pero ahora, de repente, han llegado los inhibidores y han comenzado a cargarse este lugar. Debe de seguir llegando información al interior de Hades, aunque solo sea cuando se trata de una emergencia. Pero piensa en ello, Thorn. Aquí abajo hay mucha mierda, y grave. Podría incluso afectar a Sylveste. No podemos saberlo, pero tampoco podemos decir con seguridad que no sea cierto.

—Entonces, ¿qué era esa cosa?

—Un mensajero, supongo. Un trozo de Hades, enviado para reunir información. Y Sylveste envió una copia de sí mismo junto con él. El mensajero se enteró de lo que pudo, trajinó un poco por la maquinaria, nos vigiló y luego volvió a Hades. Es de suponer que cuando llegue allí se volverá a fusionar con la matriz. Quizá nunca estuvo desconectado del todo, podría haber habido un filamento de materia nuclear de solo un quark de anchura que se estirase desde la canica hasta el filo del sistema, y nunca nos habríamos enterado.

—Vuelve atrás un momento. ¿Qué pasó cuando dejaste Hades? ¿Ilia fue contigo?

—No. Ella nunca se introdujo en la matriz. Pero sobrevivió y volvimos a encontrarnos en la órbita alrededor de Hades, dentro de la Nostalgia por el Infinito. Lo más lógico habría sido alejarse de ese sistema, alejarse mucho, pero era imposible. La nave estaba, bueno, no exactamente dañada, pero sí cambiada. Había sufrido una especie de episodio psicótico. No quería tener nada más que ver con el universo externo. Lo único que conseguimos fue llevarla de vuelta al sistema interno, a menos de una unidad astronómica de Resurgam.

—Hmm. —Thorn se había apoyado la mejilla en un nudillo—. Esto va mejorando, desde luego. Lo extraño es que, de hecho, creo que podrías estar contando la verdad. Si fueras a mentir, al menos se te habría ocurrido algo que tuviera sentido.

—Tiene sentido, ya lo verás.

Khouri le contó el resto mientras Thorn la escuchaba en silencio y con paciencia, asintiendo de vez en cuando y pidiéndole que clarificara ciertos aspectos de su historia. Ella le dijo que todo lo que ya le habían contado sobre los inhibidores era verdad, por lo menos por lo que ellas sabían, y que la amenaza era tan real como habían afirmado.

—De eso creo que ya me has convencido —dijo Thorn.

—Fue Sylveste el que los atrajo, a menos que ya estuvieran de camino. Por eso quizá todavía se sienta en la obligación de ayudarnos, o al menos por eso siente algún interés pasajero por el universo externo. Pensamos que lo que rodeaba a Hades era una especie de disparador. Sylveste sabía que corría un riesgo al hacerlo, pero no le importaba. —Khouri frunció el ceño al sentir una oleada de ira—. Puto científico arrogante... Se suponía que yo tenía que matarlo, ya sabes. Para empezar, para eso estaba yo en la nave.

—Otra deliciosa complicación. —Thorn asintió con gesto de aprobación—. ¿Quién te envió?

—Una mujer de Ciudad Abismo. Se hacía llamar la Mademoiselle. Sylveste y ella se conocían desde hacía años. Ella sabía lo que él se traía entre manos y que había que detenerlo. Ese era mi trabajo. El problema fue que la jodí.

—No pareces de las que cometen asesinatos a sangre fría.

—No me conoces, Thorn. En absoluto.

—Todavía no, quizá. —El hombre le dedicó una detenida mirada hasta que, con cierta reticencia, la mujer desvió la suya. Era un hombre por el que se sentía atraída, y sabía que era un hombre que creía en algo. Era fuerte y valiente, lo había visto con sus propios ojos en la Casa Inquisitorial. Y era cierto, aunque no quisiera admitirlo, que ella había maquinado esta situación con la vaga idea de cómo podría acabar, desde el momento en que había insistido en que se llevara a Thorn a bordo. Pero no había forma de escapar de una única y dolorosa verdad que seguía definiendo su vida, incluso después de todo lo que había pasado: era una mujer casada.

Thorn añadió:

—Pero siempre hay tiempo, como se suele decir. —Thorn...

—Sigue hablando, Ana. Sigue hablando. —Thorn hablaba en voz muy baja—. Quiero oírlo todo.

Más tarde, una vez que pusieron un minuto luz entre ellos y el gigante gaseoso, el panel comunicó que entraba una transmisión de haz estrecho enviada desde la Nostalgia por el Infinito. Ilia debía de haber rastreado la nave de Khouri con sensores de profundidad, a la espera de que hubiera una separación angular suficiente entre ella y las máquinas de los inhibidores. Incluso con los zánganos repetidores, le inquietaba muchísimo comprometer su posición.

—Ya veo que volvéis a casa —dijo; había un intenso desagrado grabado en cada palabra—. Veo también que os acercasteis mucho más al corazón de su actividad de lo que habíamos acordado. Eso no está bien. Nada bien.

—No parece muy contenta —susurró Thorn.

—Lo que hicisteis fue excepcionalmente peligroso. Solo espero que os hayáis enterado de algo a cambio de vuestros esfuerzos. Exijo que volváis a toda prisa a la nave estelar. No debemos demorar a Thorn y alejarlo de su urgente trabajo en Resurgam... ni a la inquisidora de sus obligaciones en Cuvier. Tendré más que decir sobre este asunto cuando regreséis. —Hizo una pausa antes de añadir—: Irina corta y cierra.

—Todavía no sabe que yo lo sé —dijo Thorn.

—Será mejor que se lo diga.

—Esa no me parece una idea muy inteligente, Ana.

Ella lo miró.

—¿No?

—Todavía no. No sabemos cómo se lo tomaría. Quizá sea mejor que actuemos como si yo todavía pensara..., etcétera. —Dibujó una espiral con el índice—. ¿No te parece?

—Una vez le oculté una cosa a Ilia. Fue un grave error.

—Esta vez me tendrás a mí de tu parte. Podemos comunicárselo poco a poco una vez que estemos sanos y salvos a bordo de la nave.

—Espero que tengas razón.

Thorn entrecerró los ojos con expresión juguetona.

—Al final todo saldrá bien, te lo prometo. Lo único que tienes que hacer es confiar en mí. No es tan difícil, ¿verdad? Después de todo, no es más de lo que tú me pediste a mí.

—El problema era que estábamos mintiendo.

Thorn le tocó el brazo, un contacto que podría haber parecido accidental si no lo hubiera prolongado durante varios taimados segundos. —Tendremos que dejar eso atrás, ¿no crees?

Khouri extendió el brazo y le quitó con delicadeza la mano, que se cerró con suavidad alrededor de la suya; por un momento los dos se quedaron inmóviles. La mujer era consciente de cada bocanada de aire que aspiraba. Miró a Thorn, sabía muy bien lo que deseaba y sabía que él deseaba lo mismo.

—No puedo hacerlo, Thorn.

—¿Por qué no? —Hablaba como si no hubiera ninguna objeción válida que ella pudiera hacer.

—Porque... —Se desprendió de la mano de él—. Por lo que todavía soy. Por una promesa que le hice a alguien. —¿A quién? —preguntó Thorn. —A mi marido.

—Lo siento. No pensé ni por un momento que pudieras estar casada. —El hombre se recostó en su asiento, poniendo así una repentina distancia entre ambos—. No pretendo con ello insultarte. Es solo que un minuto eres la inquisidora, al siguiente eres una ultra. Y ninguna de esas cosas encaja muy bien con la concepción que yo tenía de una mujer casada.

Ella levantó una mano.

—No importa.

—¿Y quién es él, si no te importa que te lo pregunte?

—No es tan sencillo, Thorn. Ojalá lo fuera, de verdad.

—Cuéntamelo, por favor. Quiero saberlo, en serio. —El hombre hizo una pausa, quizá leía algo en la expresión de Khouri—. ¿Tu marido está muerto, Ana?

—Tampoco es tan sencillo. Mi marido era soldado. Yo también lo era, antes. Los dos éramos soldados en Borde del Firmamento, en las guerras peninsulares. Estoy segura de que has oído hablar de nuestra pintoresca disputa civil. —No esperó a que él le respondiera—. Luchábamos juntos. Nos hirieron y transportaron inconscientes a la órbita. Pero algo salió mal. A mí me identificaron mal, me pusieron mal las etiquetas, me metieron en la nave hospital equivocada. Sigo sin saber todos los detalles. Terminaron metiéndome a bordo de una nave más grande que iba a salir del sistema. Una abrazadora lumínica. Para cuando se descubrió el error yo ya estaba alrededor de Épsilon Eridani, en Yellowstone.

—¿Y tu marido?

—Sigo sin saberlo. En aquel momento me hicieron creer que él se había quedado atrás, alrededor de Borde del Firmamento. Treinta, cuarenta años, Thorn, eso es lo que habría tenido que esperar incluso si yo me las hubiera arreglado para meterme en una nave que volviera de inmediato.

—¿Qué clase de terapias de longevidad teníais en Borde del Firmamento?

—Ninguna en absoluto.

—Así que había muchas posibilidades de que tu marido hubiera muerto para cuando volvieras...

—Era soldado. La esperanza de vida en un batallón congelado y descongelado ya era más que escasa. Y además, no había ninguna nave que hiciera el viaje de vuelta. —Khouri se frotó los ojos y suspiró—. Eso fue lo que me dijeron que le pasó. Pero todavía no lo sé con certeza. Podría haber venido conmigo en la misma nave; todo lo demás podría haber sido una mentira.

Thorn asintió.

—Así que tu marido podría seguir vivo, pero en el sistema Yellowstone.

—Sí, suponiendo que llegara allí y suponiendo que no regresara en la siguiente nave que saliera del sistema. Pero incluso en ese caso sería un anciano. Yo me pasé mucho tiempo congelada en Ciudad Abismo antes de venir aquí. Y desde entonces todavía he pasado congelada más tiempo, mientras Ilia y yo esperábamos a los lobos.

Thorn se quedó callado un minuto.

—Así que estás casada con un hombre al que todavía amas, pero al que es muy probable que no vuelvas a ver jamás...

—Ahora entiendes por qué para mí no es fácil —dijo ella.

—Lo entiendo —respondió Thorn en voz baja con algo parecido a un profundo respeto en su tono—. Lo entiendo y lo siento. —Luego le acarició la mano de nuevo—. Pero quizá sea hora de dejar atrás el pasado, Ana. Todos tenemos que hacerlo algún día.

Llevó mucho menos tiempo llegar a Yellowstone de lo que Clavain había esperado. Se preguntó si Zebra lo había drogado o si el fino aire frío de la cabina había hecho que se quedara inconsciente sin casi darse cuenta, pero no parecía haber ninguna brecha en la secuencia de sus pensamientos. El tiempo había pasado muy rápido, así de sencillo. Tres o cuatro veces Manoukhian y Zebra habían hablado en voz baja y con tonos urgentes entre ellos, y poco después Clavain había sentido que la nave cambiaba de vector, era de suponer que para evitar otro enfrentamiento con la Convención. Pero no había habido ninguna sensación tangible de pánico.

Tenía la impresión de que Zebra y Manoukhian consideraban que se debía evitar otro enfrentamiento más por un sentido del decoro o la pulcritud que por una cuestión pragmática de supervivencia. Otra cosa no serían, pero profesionales sí.

La nave giró por encima del Cinturón Oxidado, evitándolo en muchos miles de kilómetros, y luego se acercó en espiral a las capas de nubes de Yellowstone. El planeta se hinchó y llenó cada ventanilla del campo de visión de Clavain. Una piel de gases ionizados de neón rosa fue rodeando la nave a medida que esta surcaba la atmósfera. Clavain sintió que volvía a tener gravedad después de horas de ingravidez. Era, se recordó, la primera gravedad real que había sentido desde hacía años.

—I Ha visitado Ciudad Abismo con anterioridad, señor Clavain? —le preguntó Zebra cuando la negra nave terminó de insertarse en la atmósfera.

—Una o dos veces —dijo él—. Últimamente no. ¿He de suponer que es allí a donde vamos?

—Sí, pero no puedo decirle el lugar con exactitud. Tendrá que averiguarlo por sí mismo. Manoukhian, ¿puedes mantenerlo estable durante el próximo minuto, aproximadamente?

—Tómate tu tiempo, Zeb.

La mujer se soltó del sillón de aceleración y se inclinó sobre Clavain. Las rayas parecían zonas de pigmentación diferente en lugar de tatuajes o pintura corporal. Zebra abrió con un gesto práctico una taquilla y extrajo sin prisas una caja de color azul metálico del tamaño de un botiquín. La abrió y vaciló con el dedo sobre el contenido, como alguien que dudara sobre una caja de bombones. Luego sacó un mecanismo hipodérmico.

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