El Arca de la Redención (90 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

—Ahora entiendo —dijo Clavain— por qué no se podían hacer de nuevo las armas de clase infernal. Una vez que a Galiana se le mostró cómo hacerlas, ella destruyó ese conocimiento.

—Eran un regalo del futuro —dijo la mujer con orgullo—. Un regalo de nuestros yoes futuros.

—¿Y ahora?

—Incluso en esta línea del tiempo se produjo la aniquilación. Una vez más se alertó a los lobos de nuestra aparición. Y resultó que era muy fácil para ellos rastrear los motores a una distancia de años luz.

—Así que nuestros yoes futuros probaron otro retoque.

—Sí. Esta vez alcanzaron solo el pasado reciente, intervinieron mucho después en la historia de los combinados. El primer mensaje era un edicto que nos advertía que dejáramos de utilizar los motores combinados. Por eso detuvimos la construcción de naves hace un siglo. Más tarde nos dieron pistas que nos permitieron construir motores sigilosos, como los que lleva la Sombra Nocturna. Los demarquistas creyeron que lo habíamos construido para conseguir una ventaja táctica sobre ellos en la guerra. De hecho, se diseñó para que fuese nuestra primera arma contra los lobos. Más tarde se nos proporcionó información acerca de la construcción de maquinaria capaz de suprimir la inercia. Aunque en aquel momento yo no lo sabía, me enviaron al
Cháteau
para obtener los fragmentos de tecnología alienígena que nos permitirían montar el prototipo de la máquina de supresión de la inercia.

—¿Y ahora?

La mujer le respondió con una sonrisa.

—Nos han dado otra oportunidad. Esta vez, los vuelos son la única solución' viable. Los combinados deben dejar este volumen de espacio antes de que los lobos lleguen en masa.

—¿Te refieres a huir?

—La verdad es que no es tu estilo, ¿eh, Clavain? Pero a veces es la única respuesta que tiene sentido. Más tarde podemos plantearnos un regreso, incluso una confrontación con los lobos. Otras especies han fracasado, pero nosotros somos diferentes, creo. Ya hemos tenido el valor de alterar nuestro pasado.

—¿Qué te hace pensar que otros pobres ilusos no lo hayan intentado también? —Clavain... —Era Escorpio—. De verdad que tenemos que salir de aquí, ahora. —Skade..., ya me has mostrado suficiente —dijo Clavain—. Acepto que creas que estás actuando con justicia.

—¿Y sin embargo sigues creyendo que soy la marioneta de alguna agencia misteriosa?

—No lo sé, Skade. Desde luego no lo he descartado. —Solo sirvo al Nido Madre.

—Bien. —Asintió. Presentía que, fuera cual fuera la verdad, Skade creía que estaba actuando de la forma correcta—. Ahora dame a Felka y me iré. —¿Me vas a destruir una vez que te vayas?

Clavain dudaba que ella supiera de las cargas de alfiler que Escorpio y él habían desplegado.

—Skade, ¿qué te pasará si te dejo aquí, a la deriva? ¿Puedes reparar tu nave?

—No me hace falta. Las otras naves no están muy lejos, detrás de mí. Ese es tu auténtico enemigo, Clavain. Inmensamente mejor armadas que la Sombra Nocturna, y sin embargo igual de hábiles y difíciles de detectar.

—Eso no significa que no esté mejor si no te mato.

Skade se giró y alzó la voz.

—Traed a Felka aquí.

Medio minuto después, otros dos combinados aparecieron detrás de Skade, cargados con una figura metida en un traje espacial. Skade les permitió que la pasaran. La visera estaba abierta, así que Clavain vio que la figura era Felka. Parecía inconsciente, pero estaba seguro de que todavía estaba viva.

—Aquí está. Cogedla.

—¿Qué le pasa?

—Nada grave —dijo Skade—. Te dije que se estaba encerrando en sí misma, ¿no? Echa mucho de menos su Muralla. Quizá mejore bajo tus cuidados. Pero hay algo que tienes que saber, Clavain.

La miró.

—¿Qué?

—No es tu hija. Nunca lo fue. Todo lo que te dijo era mentira, para que hubiera más probabilidades de que volvieras. Una mentira verosímil y quizás algo que ella quería creer, pero con todo, una mentira. ¿Todavía la quieres?

Sabía que le estaba diciendo la verdad. Skade mentiría para hacerle daño, pero solo si con ello cumplía ambiciones más amplias. Cosa que no estaba haciendo ahora, aunque él hubiera deseado con todas sus fuerzas que así fuera.

Se le entrecortó la voz.

—¿Por qué iba a quererla menos?

—Sé honesto, Clavain. Podría cambiar un poco las cosas. —He venido aquí a salvar a alguien que me importa, eso es todo. —Luchó por evitar que se le entrecortara la voz—. Sea de mi sangre o no... no importa. —¿No? —En absoluto.

—Bien. Entonces creo que aquí termina nuestro asunto. Felka nos ha servido bien, Clavain. Me protegió a mí de ti y fue capaz de sacar el lado cooperador del lobo, algo que jamás podría haber hecho yo sola.

—¿El lobo?

—Oh, perdona, ¿no te he mencionado al lobo?

—Vayámonos de aquí —dijo Escorpio.

—No. Todavía no. Quiero saber a qué se refería.

—Quería decir lo que he dicho, Clavain, nada más. —Skade se volvió a colocar la cabeza con toda ternura y parpadeó en el momento en que se la encajó con un chasquido—. Me traje al lobo conmigo porque imaginé que podría resultar valioso. Bueno, pues tenía razón.

—¿Quieres decir que te trajiste el cuerpo de Galiana?

—Me traje a Galiana —lo corrigió Skade—. No está muerta, Clavain. No del modo en que siempre pensaste que estaba. Llegué a ella poco después de que volviera del espacio profundo. Su personalidad y recuerdos seguían allí, intactos y perfectos. Tuvimos nuestras conversaciones, ella y yo. Ella preguntó por ti, y por Felka, y yo le dije una mentira piadosa; era mejor para todos nosotros que pensara que estabais muertos. Ya estaba perdiendo la batalla, ya sabes. El lobo intentaba apoderarse de ella, y al final no fue lo bastante fuerte para luchar contra él. Pero no la mató, ni siquiera entonces. Mantuvo su mente intacta porque encontró útiles sus recuerdos. También sabía que Galiana nos era muy preciada, y que por tanto no haríamos nada contra él que pudiera hacerle daño a ella.

Clavain la miró; deseaba contra toda esperanza que le estuviese mintiendo como le había mentido antes, pero sabía que ahora le contaba la verdad. Y aunque sabía la respuesta que le daría Skade, de todos modos tuvo que preguntarle.

—¿Querrás dármela?

—No. —Skade levantó un dedo negro de metal—. Te vas solo con Felka o no te vas con nada. Pero Galiana se queda aquí. —Casi como si se le ocurriera en ese momento, añadió—: Ah, y por si te lo preguntabas, sí que sé lo de la munición de alfiler que tú y el cerdo habéis dejado a vuestro paso.

—No las encontrarás todas a tiempo —dijo Escorpio.

—No tendré que encontrarlas-dijo Skade—. ¿No es cierto, Clavain? Porque tener a Galiana me protege tanto como cuando tenía a Felka. No. No te la pienso mostrar. No es necesario. Felka te dirá que está aquí. Ella también ha conocido al lobo, ¿verdad?

Pero Felka no se movió.

—Vamos —dijo Escorpio—. Vamos a salir de aquí antes de que cambie de opinión.

Clavain estaba con Felka cuando esta volvió en sí. Estaba sentado en una silla al lado de su cama, rascándose la barba; el chirrido de un saltamontes, cri, cri, cri, que abría un agujero implacable en su subconsciente y tiraba de ella para que despertara. Había estado soñando con Marte, soñaba con su Muralla, soñaba que estaba perdida en la interminable y arrolladora tarea de mantener la inviolabilidad de la Muralla.

—Felka. —La voz del hombre era áspera, casi brusca—. Felka. Despierta. Soy Clavain. Ahora estás entre amigos.

—¿Dónde está Skade? —preguntó.

—He dejado allí a Skade. Ya no te concierne. —La mano de Clavain descansó sobre la suya—. Para mí es un alivio que estés bien. Me alegro de volver a verte, Felka. Hubo momentos en los que pensé que eso no volvería a ocurrir.

Felka había vuelto en sí en una habitación que no se parecía a ninguna de las que había visto en la Sombra Nocturna. Tenía un aire ligeramente rústico. Estaba claro que se encontraba a bordo de una nave, pero no era un lugar tan impecable y organizado como el último navío.

—No te despediste de mí antes de desertar —le dijo ella.

—Lo sé. —Clavain se metió un dedo en los pliegues de un ojo. Parecía cansado, más viejo de lo que ella lo recordaba la última vez que se habían visto—. Lo sé y me disculpo. Pero fue algo deliberado. Me habrías convencido para que no lo hiciera. —Su tono se hizo acusador—. ¿No es cierto?

—Yo solo quería que te cuidaras. Por eso te convencí para que te unieras al Consejo Cerrado.

—Pensándolo bien, es probable que fuera un error, ¿no crees? —Su tono se había suavizado. Ella estaba bastante segura de que estaba sonriendo.

—Si llamas a esto cuidarse, entonces sí. Tendría que admitir que no era eso lo que yo tenía en mente, la verdad.

—¿Skade te cuidó?

—Quería que la ayudara. No lo hice. Me... encerré en mí misma. No quería oír que te había matado. Lo intentó con todas sus fuerzas, Clavain. —Lo sé.

—Tiene a Galiana.

—También lo sé —dijo él—. Remontoire, Escorpio y yo colocamos cargas de demolición por toda su nave. Podríamos destruirla ahora mismo si yo estuviera dispuesto a retrasar nuestra llegada a Resurgam.

Felka se obligó a incorporarse.

—Escúchame con mucha atención, Clavain.

—Estoy escuchándote.

—Debes matar a Skade. No importa que tenga a Galiana. Es lo que Galiana querría que hicieras.

—Lo sé —dijo Clavain—. Pero eso no lo hace más fácil.

—No. —Felka alzó la voz, no temía parecer enfadada con el hombre que acababa de salvarla—. No. No lo entiendes. Quiero decir que eso es exactamente lo que Galiana querría que hicieras. Lo sé, Clavain. Toqué su mente de nuevo, cuando nos encontramos con el lobo.

—Ahí ya no queda ninguna parte de Galiana, Felka.

—La hay. El lobo hizo todo lo que pudo por ocultarla, pero... yo también pude sentirla. —Felka clavó los ojos en su rostro y estudió sus misterios antiguos, latentes. De todos los rostros que conocía, este era el que menos problemas tenía para reconocer pero, ¿qué significaba eso con exactitud? ¿Estaban unidos por algo más que la contingencia, las circunstancias y una historia compartida? Recordaba ahora que le había mentido a Clavain cuando le había dicho que era su hija. Nada en el estado de ánimo de hombre sugería que se había enterado de que era mentira.

—Felka...

—Escúchame, Clavain. —Le cogió la mano y se la apretó con fuerza para exigir su atención—. Escúchame. Jamás te he dicho esto porque me afectaba demasiado. Pero en los experimentos del Exordio fui consciente de que una mente intentaba ponerse en contacto conmigo, desde el futuro. Presentí un mal incalificable. Pero también presentí algo que reconocí. Era Galiana.

—No... —dijo Clavain.

Felka le apretó la mano más todavía.

—Es cierto. Pero no fue culpa suya. Ahora lo veo. Fue su mente, después de que el lobo hubiera tomado el mando. Skade permitió que el lobo participara en los experimentos. Necesitaba sus consejos sobre la maquinaria.

Clavain sacudió la cabeza.

—El lobo jamás habría colaborado con Skade.

—Pero lo hizo. Skade lo convenció de que tenía que ayudarla. De esa forma sería ella la que recuperase las armas, no tú. —¿Cómo iba a beneficiar eso al lobo?

—De ninguna forma. Pero era mejor que las armas las capturara una entidad sobre la que el lobo tenía cierta influencia, en lugar de una tercera persona como tú. Así que accedió a ayudarla, sabía que siempre podría encontrar una forma de destruir las armas una vez que las tuviera a mano. Yo estuve allí, Clavain, en su dominio.

—¿El lobo lo permitió?

—Lo exigió. O más bien lo exigió la parte de él que seguía siendo Galiana. —Felka hizo una pausa. Sabía lo difícil que debía de ser para Clavain. Para ella era angustioso, pero, para Clavain, Galiana había significado incluso más.

—Entonces tendría que haber una parte de Galiana que todavía nos recuerda, ¿es eso lo que quieres decir? Una parte que todavía recuerda cómo eran las cosas antes...

—Todavía recuerda, Clavain. Todavía recuerda y todavía siente. —Una vez más Felka se detuvo, sabía que esta iba a ser la parte más difícil de todas—. Por eso tienes que hacerlo.

—¿Hacer qué?

—Lo que siempre planeaste hacer antes de que Skade te dijera que tenía a Galiana. Tienes que destruir al lobo. —De nuevo lo miró a la cara y se maravilló de su edad, y le dolió lo que le estaba haciendo—. Tienes que destruir la nave.

—Pero si lo hago —dijo Clavain de repente con tono excitado, como si hubiera descubierto un fallo garrafal en el argumento de Felka— mataré a Galiana.

—Lo sé —dijo Felka—. Lo sé. Pero aun así tienes que hacerlo.

—No puedes saberlo.

—Puedo y lo sé. La sentí, Clavain. Sentí que te pedía que lo hicieras.

Lo contempló solo y en silencio desde la atalaya de la cúpula de observación que había cerca de la proa de la Luz del Zodíaco. Había dado instrucciones de que no lo molestaran hasta que volviera a estar disponible, aunque eso significara muchas horas de soledad.

Después de cuarenta y cinco minutos sus ojos se habían adaptado casi por completo a la oscuridad. Se quedó mirando el mar de noche interminable detrás de la nave, a la espera de la señal que indicase que el trabajo estaba hecho. Algún que otro rayo cósmico arañaba un trazo falso de su campo de visión, pero sabía que la firma del acontecimiento sería diferente e imposible de confundir. Y con esa oscuridad de fondo, también sería imposible no verla.

Surgió del corazón de la negrura: un destello de color blanco azulado que alcanzó su máxima brillantez durante tres o cuatro segundos, y que luego fue declinando, decayendo y atravesando espectrales tonos de rojo y pardo oxidado. Ardió y abrió un agujero vivido en su campo de visión, un punto de un color violeta abrasador que permaneció con él incluso después de cerrar los ojos.

Había destruido la Sombra Nocturna.

Skade, a pesar de todos sus esfuerzos, no había localizado todas las cargas de demolición que le habían pegado a su nave. Y como eran alfileres, solo había hecho falta una para completar el trabajo. La carga de demolición no había sido más que la iniciadora de una cascada mucho más grande de detonaciones: primero las cabezas explosivas alimentadas por antimateria y con puntas similares, y luego los propios motores combinados. Habría sido instantáneo y no habría habido casi advertencia previa.

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