El Arca de la Redención (93 page)

Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

—Pero eres ultra.

—Sí, pero también soy Brezgatnik. Jamás he tenido implantes, ni siquiera antes de la plaga.

—Creí que entendía a los ultras —dijo el nivel beta de Clavain con tono pensativo—. Me sorprendes, lo admito. Pero debes de tener algún modo de ver la información proyectada, de eso estoy seguro. ¿Y cuando un holograma no funciona?

—Tengo anteojos —admitió ella.

—Vete a buscarlos. Te harán la vida mucho más fácil, te lo aseguro.

No le gustaba que el nivel beta le dijera lo que tenía que hacer, pero estaba preparada para admitir que su sugerencia tenía sentido. Hizo que otro servidor le trajera los anteojos y un auricular. Se colocó el conjunto y luego permitió que el nivel beta modificara lo que ella veía a través de los anteojos. El robot larguirucho quedó eliminado de su campo visual, sustituido por una imagen de Clavain, muy parecido a cómo lo había visto durante la transmisión. La ilusión no era perfecta, lo que resultaba un útil recordatorio de que no estaba tratando con un ser humano de carne y hueso. Pero en general era una gran mejora con respecto al servidor.

—Eso es —le dijo la verdadera voz de Clavain al oído—. Ahora ya podemos hacer negocios. Ya te lo he preguntado pero, ¿querrás plantearte la posibilidad de enviar un nivel beta de ti misma a la Luz del Zodíaco?

La había puesto en un aprieto. No quería admitir que no tenía esa prestación; eso sí que la habría hecho parecer extraña.

—Lo pensaré. Entre tanto, Clavain, vamos a terminar con esta pequeña charla, ¿quieres? —Volyova sonrió—. Me has sorprendido en mitad de algo. La imagen de Clavain le devolvió la sonrisa. —Nada demasiado grave, espero.

Mientras se ocupaba del servidor, Volyova continuaba con la operación para desplegar las armas del alijo. Le había dicho al capitán que no quería que diera a conocer su presencia mientras el servidor estaba conectado, así que el único medio que tenía de hablar con ella era a través del mismo auricular. El, por su parte, era capaz de leer las comunicaciones subvocales de ella.

—No quiero que Clavain se entere de nada más de lo que debe —le había dicho al capitán—. Sobre todo acerca de usted y lo que le ha pasado a la nave.

—¿Por qué iba a enterarse Clavain de nada? Si el nivel beta descubre algo que no queramos, nos limitaremos a matarlo.

—Clavain hará preguntas después.

—Si es que hay un después —había dicho el capitán.

—¿Y eso qué significa?

—Significa... que no tenemos intención de negociar, ¿verdad?

Ilia escoltó al servidor por la nave hasta el puente, hizo todo lo que pudo por escoger una ruta que la llevara por las partes menos extrañas del interior. Observó que el nivel beta asimilaba su entorno, era obvio que era consciente de que algo extraño le había ocurrido a la nave. Sin embargo, no le hizo ninguna pregunta directa relacionada con las transformaciones de la plaga. Era, para ser francos, una batalla perdida en cualquier caso. La nave que se acercaba pronto tendría la resolución necesaria para vislumbrar la Nostalgia en sí, y entonces se enteraría de las barrocas transformaciones externas.

—Ilia —dijo la voz de Clavain—. No nos andemos por las ramas. Queremos los treinta y tres objetos que están ahora en tu posesión, y los queremos con todas nuestras fuerzas. ¿Admites saber de qué objetos estamos hablando?

—Creo que no sería muy plausible que lo negara.

—Bien. —La imagen de Clavain asintió con gesto enfático—. Eso es un progreso. Al menos ya tenemos claro que los objetos existen. Volyova se encogió de hombros.

—Entonces, si no vamos a andarnos por las ramas, ¿por qué no los llamamos por su nombre? Son armas, Clavain. Tú lo sabes, yo lo sé. Ellos lo saben, con toda probabilidad.

La mujer se quitó los anteojos por un momento. El servidor de Clavain se paseó por la sala, sus movimientos eran casi humanos, pero no del todo fluidos. Se volvió a colocar los anteojos y la imagen superpuesta se movió con las mismas zancadas de marioneta.

—Ya me caes mejor, Ilia. Sí, son armas. Armas muy antiguas, de un origen bastante oscuro.

—No me vengas con chorradas, Clavain. Si sabes lo de las armas, es probable que sepas tan bien como yo quién las hizo, es posible que incluso más. Bueno, te diré lo que yo supongo: creo que las fabricaron los combinados. ¿Qué me dices a eso?

—Templado, lo admito.

—¿Templado?

—Caliente. Muy caliente, en realidad.

—Empieza a decirme ya de qué cono va todo esto, Clavain. Si son armas combinadas, ¿cómo es que acabáis de averiguar su existencia? —Emiten señales indicadoras, Ilia. Las buscamos. —Pero no sois combinados.

—No... —Clavain admitió ese punto con un amplio gesto del brazo bien sincronizado con el servidor—. Pero seré honesto contigo, aunque solo sea porque quizás ayude a que las negociaciones se inclinen en mi favor. Es cierto que los combinados quieren recuperar esas armas. Y también se dirigen hacia aquí. De hecho, hay toda una flota de navíos combinados bien armados justo detrás de la Luz del Zodíaco.

Volyova recordó lo que el cerdo, Escorpio, había dicho sobre que la tripulación de Clavain les había dado un buen puñetazo a las arañas. —¿Por qué me cuentas esto? —le dijo.

—Te alarma, ya lo veo. No te culpo por ello. Yo también estaría alarmado. —La imagen se rascó la barba—. Por eso deberías plantearte la idea de negociar conmigo antes. Déjame quitarte las armas de encima. Ya me enfrentaré yo a los combinados.

—¿Por qué crees que tendrías más suerte que yo, Clavain? —Por un par de razones, Ilia. Una, ya he sido más listo que ellos en un par de ocasiones. Dos, y quizá más pertinente, hasta hace muy poco yo también lo era. El capitán le susurró al oído a Volyova:

—He hecho una comprobación, Ilia. Había un Nevil Clavain con conexiones entre los combinados.

Volyova se dirigió a Clavain.

—¿Y crees que eso iba a importar mucho, Clavain? El hombre asintió.

—Los combinados no son vengativos. Te dejarán en paz si no tienes nada que ofrecerles. Pero si todavía tienes las armas, te destrozarán.

—Hay un pequeño fallo en tu razonamiento —dijo Volyova—. Si yo tuviera las armas, ¿no sería yo la que haría los destrozos?

Clavain le guiñó un ojo.

—Así que sabes utilizarlas a la perfección, ¿eh? —Tengo algo de experiencia.

—No, no la tienes. Apenas has encendido los puñeteros trastos, Ilia. Si las hubieras utilizado, las habríamos detectado hace siglos. No sobreestimes tu familiaridad con tecnologías que apenas conoces. Podría ser tu perdición.

—Eso lo juzgaré yo, ¿no te parece?

Clavain (y tenía que dejar de pensar en aquella cosa como si fuera Clavain) se volvió a rascar la barba.

—No tenía intención de ofenderte. Pero las armas son peligrosas. Soy bastante sincero cuando te sugiero que me las entregues ahora y dejes que sea yo el que se preocupe por ellas.

—¿Y si digo que no?

—Entonces haremos lo que hemos prometido: las cogeremos por la fuerza.

—Mira hacia arriba, Clavain, ¿quieres? Quiero enseñarte una cosa. Antes mencionaste que sabías algo, pero quiero que estés completamente seguro de los hechos.

Había programado la pantalla esférica para que cobrara vida en ese momento y se llenara con una ampliación del mundo desmantelado. La nube de materia estaba cuajada y rasgada, salpicada por densos nódulos de materia que se disgregaba. Pero el objeto parecido a una trompeta que crecía en su núcleo era diez veces más grande que cualquier otra estructura, y parecía haber terminado de formarse por completo. Aunque para sus sensores era difícil ver con cierta claridad a través de las megatoneladas de materia que todavía se encontraba en su línea de visión, había una sugerencia de una complejidad inmensa, un acrecentamiento pasmoso de detalles similares al encaje, desde una escala situada a muchos cientos de kilómetros de distancia hasta el límite de su resolución de visualización. La maquinaría tenía un aspecto orgánico, musculoso, nudoso e hinchado de cartílagos, músculos y nódulos glandulares. No se parecía a nada que la imaginación humana hubiera podido diseñar. E incluso entonces se estaban añadiendo capas de materia a la titánica máquina: podía ver las corrientes de densidad en los que todavía tenían lugar los flujos de masa. Pero era preocupante, el objeto parecía ya casi terminado.

—¿Habías visto, todo eso con anterioridad, Clavain? —le preguntó.

—Un poco. No con tanta claridad como ahora.

—¿Y qué te pareció?

—¿Por qué no me dices primero lo que te parece a ti, Ilia? La mujer entrecerró los ojos.

—Yo llegué a la conclusión obvia, Clavain. Vi que las máquinas destrozaban tres mundos pequeños antes de trasladarse a este. Son alienígenas. Los atrajo hasta aquí algo que hizo Dan Sylveste.

—Sí. Nosotros supusimos que tuvo algo que ver con eso. También sabemos lo de las máquinas, al menos teníamos sospechas de que existían.

—¿Y quiénes son esos «nosotros», si se puede saber? —preguntó ella.

—Me refiero a los combinados. Hace muy poco que deserté. —Clavain hizo una pausa antes de continuar—. Hace unos cuantos siglos lanzamos expediciones al espacio interestelar profundo, mucho más lejos de lo que lo había logrado cualquier otra facción humana. Esas expediciones se encontraron con las máquinas. Les dimos el nombre en clave de lobos, pero creo que podemos asumir que en esencia estamos viendo las mismas entidades.

—No se dan ningún nombre —dijo Volyova—. Pero nosotros las llamamos los inhibidores. Es el nombre que se ganaron durante sus buenos tiempos.

—¿Te has enterado de todo eso a través de la observación? —No —dijo Volyova—. No de esa forma.

Le estaba diciendo demasiado, pensó. Pero Clavain era tan persuasivo que casi no podía evitarlo. Antes de mucho tiempo, si no tenía cuidado, le habría contado todo lo que había ocurrido alrededor de Hades: que a Khouri le habían contado un destello de la oscura historia prehumana de la galaxia, capítulos interminables de extinciones y guerras que se remontaban a los albores de la vida sensible en sí...

Había cosas que estaba preparada para discutir con Clavain y había cosas que prefería guardarse para sí, por ahora.

—Eres una mujer misteriosa, Ilia Volyova.

—También soy una mujer con muchas cosas que hacer, Clavain. —Hizo que la esfera enfocara la floreciente máquina—. Los inhibidores están construyendo un arma. Tengo fuertes sospechas de que se utilizará para desencadenar algún tipo de acontecimiento estelar catastrófico. Dispararon una llamarada para aniquilar a los amarantinos, pero creo que esto será diferente, mucho más grande, y es probable que más terminal. Y yo no puedo permitir que ocurra, así de simple. Hay doscientas mil personas en Resurgam, y morirán todos si se utiliza esa arma.

—Lo comprendo, créeme.

—Entonces entenderás que no pienso entregar ningún arma, ni ahora ni en ningún momento del futuro.

Por primera vez Clavain pareció exasperarse. Se pasó una mano por la mata de pelo y lo erizó hasta convertirlo en un desastre de escarpias desiguales y blancas.

—Dame las armas y yo me ocuparé de que se utilicen contra los lobos. ¿Qué problema hay con eso?

—Ninguno —dijo ella con tono alegre—. Salvo que no te creo. Y si estas armas son tan potentes como tú dices, no estoy segura de querer entregárselas a ningún otro grupo. Después de todo, las hemos cuidado nosotros durante cuatro siglos. No sufrieron ningún daño. Yo diría que eso nos da una imagen bastante buena, ¿no crees? Hemos sido guardianes responsables. Sería un desprecio por nuestra parte dejar que cualquier panda de granujas le ponga las manos encima ahora, ¿no crees? —Sonrió—. Sobre todo ahora que admites que vosotros no sois los legítimos propietarios, Clavain.

—Te arrepentirás de enfrentarte a los combinados, Ilia.

—Mmm. Por lo menos me estaré enfrentando a una facción legítima.

Clavain se apretó los dedos de la mano derecha contra la frente, como alguien que luchara contra una migraña.

—No, de eso nada. No en el sentido que crees. Ellos solo quieren las armas para poder escabullirse al espacio profundo con ellas.

—Y supongo que tú tienes un uso inmensamente más magnánimo en mente...

Clavain asintió.

—Así es, de hecho. Quiero ponerlas de nuevo en manos de la raza humana. Demarquistas, ultras, el ejército de Escorpio... Me da igual quién se haga cargo, siempre que me convenzan de que harán lo correcto con ellas.

—¿Qué es...?

—Luchar contra los lobos. Se están acercando. Los combinados lo sabían, y lo que está pasando aquí lo demuestra. Los próximos siglos van a ser muy interesantes, Ilia.

—¿Interesantes? —repitió ella.

—Sí. Pero no como nosotros quisiéramos.

Volyova apagó de momento el nivel beta. La imagen de Clavain se hizo pedazos y las motas se desvanecieron y dejaron solo la forma esquelética del servidor en su lugar. La transición ponía una nota bastante discordante: había tenido la sensación palpable de estar en su presencia.

—¿Ilia? —Era el capitán—. Ya estamos listos. La última arma del alijo está fuera del casco.

Ella se quitó el auricular y habló con normalidad.

—Bien. ¿Algo de lo que informar?

—Nada importante. Cinco de las armas se desplegaron sin incidentes. Respecto a las tres restantes, noté una anomalía transitoria con el arnés de propulsión del arma seis y un fallo intermitente con los subsistemas de guía de las armas catorce y veintitrés. Ninguna se ha repetido desde su despliegue.

La mujer encendió un cigarrillo y fumó una cuarta parte antes de contestar.

—A mí no me parece que eso se pueda calificar de «nada importante».

—Estoy seguro de que los fallos no volverán a ocurrir —bramó la voz del capitán—. El entorno electromagnético de la cámara del alijo es muy diferente del entorno que hay más allá del casco. Es probable que la transición causara alguna confusión, eso es todo. Las armas volverán a la normalidad ahora que están fuera.

—Prepare un trasbordador, por favor.

—¿Disculpa?

—Ya me ha oído. Voy a salir para comprobar las armas. —Volyova dio unas patadas al suelo a la espera de la respuesta del capitán.

—No es necesario, Ilia. Yo puedo monitorizar el bienestar de las armas a la perfección.

—Usted quizá pueda controlarlas, capitán. Pero no las conoce tan bien como yo. —Ilia...

—No voy a necesitar un trasbordador grande. Incluso me plantearía coger un traje, pero no puedo fumar en uno de esos trastos.

Other books

The Queen of Cool by Cecil Castellucci
The Confectioner's Tale by Laura Madeleine
The Romulus Equation by Darren Craske
Queen of the Darkness by Anne Bishop
The Next Victim by Jonnie Jacobs
Fray (The Ruin Saga Book 3) by Manners, Harry