El Arca de la Redención (89 page)

Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

—¿Me recuerdas por qué no hemos venido con armas?

—No tiene sentido, Escorp. Aquí tendrían armamento mejor y más pesado. O bien podemos llevarnos a Felka con facilidad o negociamos la salida. —Clavain se dio unos golpecitos en el cinturón multiuso—. Por supuesto, tenemos una pequeña ayuda para la negociación.

Se habían traído alfileres a bordo de la nave de Skade. Los microscópicos fragmentos de antimateria suspendidos en un sistema de contención del tamaño de un alfiler, que a su vez estaban protegidos dentro de una granada blindada del tamaño de un dedal, podrían reventar la Sombra Nocturna con toda limpieza y hacerla desaparecer del cielo.

Bajaron por el corredor iluminado de rojo, mano sobre mano. De vez en cuando, al azar, uno de ellos se desprendía un mecanismo de alfiler, lo untaba de resina epoxídica y lo apretaba contra una esquina o una sombra. Clavain tenía la seguridad de que una búsqueda bien organizada podría localizar todos los alfileres en unas cuantas decenas de minutos. Pero una búsqueda bien organizada parecía precisamente el tipo de cosa que la nave no iba a ser capaz de emprender durante algún tiempo.

Llevaban ocho minutos avanzando por la nave cuando Escorpio rompió el silencio. Había llegado a una trifurcación en el pasillo.

—¿Reconoces ya algo?

—Sí. Estamos cerca del puente. —Clavain señaló en una dirección—. Pero la cámara de sueño frigorífico está por aquí abajo. Si tiene a Felka congelada, allí es donde podría estar. Lo comprobaremos primero.

—Tenemos veinte minutos, luego debemos salir.

Clavain sabía que el límite de tiempo se había impuesto, en cierto sentido, de forma artificial. La Luz del Zodíaco podía desandar el camino y recuperar el trasbordador incluso si retrasaban su partida, pero solo tras derrochar una buena cantidad de tiempo, un tiempo que infundiría una letal semilla de complacencia en el resto de la tripulación. Había reflexionado sobre los riesgos y había llegado a la conclusión de que sería mejor que los tres murieran (o al menos que se quedaran allí aislados) a dejar que ocurriera eso. Sus adjuntos y los adjuntos de estos podrían continuar con la operación, incluso si Remontoire no conseguía volver con vida, y tenían que creer que cada segundo contaba de verdad. Como de hecho contaba. Era duro. Pero así era la guerra, y estaba muy lejos de ser la decisión más dura que Clavain había tenido que tomar jamás.

Fueron avanzando hacia la cámara de sueño frigorífico.

—Hay algo ahí delante —dijo Escorpio tras pasarse varios minutos arrastrándose y gateando en silencio.

Clavain redujo la marcha y escudriñó la misma penumbra roja. Envidiaba la visión aumentada de Escorpio.

—Parece un cuerpo —dijo.

Se acercaron con cuidado, impulsándose de un soporte almohadillado de la pared a otro. Clavain tenía presente cada minuto que pasaba; cada medio minuto de cada minuto; cada segundo cruel.

Llegaron al cuerpo.

—¿Lo reconoces? —preguntó Escorpio fascinado.

—No estoy seguro de si alguien sería capaz de reconocerlo con seguridad —dijo Clavain—, pero no es Felka. Y no creo tampoco que pueda ser Skade.

Algo horrible le había pasado al cuerpo. Había sido partido por la mitad, con tanta exactitud como pulcritud, al quisquilloso modo de un modelo anatómico. Los órganos internos estaban metidos en formaciones serpentinas o bien enrolladas, y relucían como confites glaseados. Escorpio estiró una pezuña enguantada y empujó la media figura, que se alejó flotando con pereza de la lustrosa pared sobre la que se había posado.

—¿Dónde crees que está el resto? —preguntó.

—En otra parte —respondió Clavain—. Esta mitad debe de haber llegado aquí flotando.

—¿Qué le hizo eso? He visto lo que pueden hacer las armas de haces y no resulta agradable, pero no hay ninguna señal de quemaduras en ese cuerpo. —Fue un gradiente causal —dijo una tercera voz. —Skade... —jadeó Clavain.

Estaba detrás de ellos. Se había acercado con un silencio inhumano, ni siquiera respiraba. Su corpulenta coraza llenaba el pasillo, negra como la noche salvo por el pálido óvalo de su rostro.

—Hola, Clavain. Y hola también, Escorpio, supongo. —Lo miró con cierto interés—. Así que no moriste, ¿eh, cerdo?

—De hecho, Clavain me estaba comentando ahora mismo lo afortunado que soy por haber encontrado a los combinados.

—Qué sensato es Clavain.

Clavain la miró, horrorizado y pasmado al mismo tiempo. Remontoire le había prevenido sobre el accidente de Skade, pero esa advertencia no lo había preparado lo suficiente para aquel encuentro. La coraza mecánica de la mujer era androforme, incluso, de una forma exagerada y un poco medieval, femenina: se ensanchaba en las caderas y había la sugerencia de unos senos moldeados en la placa del pecho. Pero Clavain sabía que no era en absoluto una coraza, sino una prótesis de soporte vital; que la única parte orgánica de aquella mujer era la cabeza. El cráneo de Skade, con su cresta, estaba rígido y conectado al cuello de la coraza. La brutal conjunción de carne y maquinaria chillaba que algo iba mal, un error que se hizo incluso más intenso cuando Skade sonrió.

—Fuiste tú el que me hiciste esto —sonrió ella, era obvio que hablaba en voz alta por Escorpio—. ¿No te sientes orgulloso?

—Yo no te hice nada, Skade. Sé con toda exactitud lo que pasó. Te hice daño y siento que ocurriera así. Pero no fue intencionado y tú lo sabes.

—¿Así que tu deserción fue involuntaria? Ojalá fuera tan fácil.

—Yo no te corté la cabeza, Skade —dijo Clavain—. A estas alturas Delmar ya podría haberte curado las heridas que te produje. Estarías de nuevo entera. Pero eso no encajaba en tus planes.

—Tú dictaste mis planes, Clavain. Tú y mi lealtad al Nido Madre.

—No cuestiono tu lealtad, Skade. Solo me pregunto a qué le eres tú leal en realidad.

Escorpio susurró:

—Trece minutos, Clavain. Luego tenemos que estar fuera de aquí. La atención de Skade se concentró de repente en el cerdo. —Tienes prisa, ¿eh?

—¿No la tenemos todos? —dijo Escorpio.

—Habéis venido por algo. Y no me cabe duda de que vuestras armas ya podrían haber destruido la Sombra Nocturna si esa fuera vuestra intención.

—Dame a Felka —dijo Clavain—. Dame a Felka y te dejaremos en paz.

—¿Significa tanto para ti, Clavain, que te has abstenido de destruirme cuando tuviste la oportunidad?

—Significa mucho para mí, sí.

En la cresta de Skade apareció una onda de color turquesa y naranja.

—Te daré a Felka si eso hace que te vayas. Pero antes quiero enseñarte algo.

Levantó los brazos envueltos en guanteletes de su traje y se colocó una mano a cada lado del cuello, como si estuviera a punto de estrangularse. Pero era evidente que sus manos de metal eran capaces de moverse con gran suavidad. Clavain escuchó un chasquido en alguna parte dentro del pecho de Skade, y luego la columna de metal de su cuello comenzó a elevarse sobre sus hombros. Se estaba quitando su propia cabeza. Clavain contempló, cautivado y asqueado, cómo surgía la parte inferior de la columna. Esta terminaba en unos apéndices segmentados que no dejaban de revolverse. Soltaban unas babas rosadas de fluido coloreado, sangre, quizá, o algo del todo artificial.

—Skade... —dijo—. Esto no es necesario.

—Oh, es muy necesario, Clavain. Quiero que comprendas bien lo que me has hecho. Quiero que sientas el horror que supone. —Creo que ya se hace una idea —dijo Escorpio. —Tú solo dame a Felka, y luego te dejo.

Skade levantó su propia cabeza y la acunó con una mano, pero siguió hablando. —¿Me odias, Clavain?

—Nada de esto es personal, Skade. Solo creo que te estás equivocando.

—¿Me equivoco porque me importa la supervivencia de nuestro pueblo?

—Algo te ha afectado, Skade —dijo Clavain—. En otro tiempo eras una buena combinada, una de las mejores. Servías de verdad al Nido Madre, igual que yo. Pero entonces te enviaron a realizar la operación del
Cháteau
.

Había despertado su interés. Vio que abría sin querer más los ojos.

—¿El
Cháteau des Corbeaux?
¿Qué tiene eso que ver con nada?

—Mucho más de lo que te gustaría pensar —dijo Clavain—. Fuiste la única superviviente, Skade, pero no volviste sola. Es probable que no recuerdes mucho de lo que pasó en realidad allí abajo, pero eso no importa. Algo te afectó, de eso estoy seguro. Y es el responsable de lo que ha pasado en los últimos tiempos. —Intentó sonreír—. Por eso no te odio. O bien no eres la Skade que conocí, o crees que estás sirviendo a algo superior. —Ridículo.

—Pero quizá cierto. Yo tendría que saberlo, yo también estuve allí. ¿Cómo crees que nos hemos mantenido pegados a vosotros todo este tiempo? El
Cháteau
fue la fuente de la tecnología que hemos usado los dos. Tecnología alienígena para manipular la inercia. Salvo que tú la utilizaste para mucho más que eso, ¿no es cierto?

—La utilicé con un fin concreto, eso es todo.

—Intentaste moverte más rápido que la luz, igual que hizo Galiana. —Vio otro chispazo de interés ante la mención del nombre de Galiana—. ¿Por qué, Skade? ¿Qué era tan importante para que tuvieras que hacer esto? No son más que armas.

—Tú también las quieres, con todas tus fuerzas. Clavain asintió.

—Pero solo porque he visto cuánto las deseas tú. También me mostraste esa flota, y eso me hizo pensar que estabas planeando largarte de esta parte del espacio. ¿Qué pasa, Skade? ¿Qué has visto en tu bola de cristal?

—¿Quieres que te lo enseñe, Clavain?

—¿Enseñármelo? —preguntó él.

—Dame acceso a tu mente y te implantaré lo que me enseñaron a mí, con toda exactitud. Entonces lo sabrás. Y quizá veas las cosas a mi manera. —No... —dijo Escorpio.

Clavain bajó sus defensas mentales. La presencia de Skade fue repentina y molesta, tanto que se estremeció. Pero la mujer no intentó nada más que pintar imágenes en su mente, como le había prometido.

Clavain vio el final de todo. Vio cadenas de hábitats humanos sembrados de brillantes puntitos de fuego aniquilador. Guirnaldas nucleares moteaban las superficies de mundos demasiado intrascendentes para desmantelarlos. Vio cometas y asteroides dirigidos hacia las colonias, oleada tras oleada, demasiados para que pudieran neutralizarlos las defensas existentes. Las llamaradas se elevaban de las superficies de las estrellas, se concentraban y pintaban las superficies de los mundos para esterilizarlo todo a su paso. Vio mundos rocosos que se pulverizaban y se aplastaban convertidos en nubes calientes de escombros interplanetarios. Vio gigantes gaseosos que se partían al girar, destrozados como los juguetes de unos niños malhumorados. Vio estrellas que morían solas, envenenadas para que brillaran y emitieran demasiado calor o demasiado frío, o desgarradas de una docena de formas diferentes. Vio naves que detonaban en el espacio interestelar cuando se imaginaban que estaban a salvo de todo daño. Oyó un coro aterrado de transmisiones humanas por radio y láser, que al principio era una multitud, pero que luego se fue reduciendo hasta convertirse en un puñado desesperado de voces solitarias, que iban siendo a su vez silenciadas de una en una. Luego oyó solo el gorjeo sin sentido de las trasmisiones automáticas, e incluso eso comenzó a callarse a medida que se derrumbaban las últimas defensas de la humanidad.

La limpieza se extendía por un volumen de varias decenas de años luz de anchura. Hacían falta muchas décadas para completarla, pero se había acabado en un destello comparado con el paso pulverizador y lento de la historia galáctica.

Y alrededor de todo, orquestando esta limpieza, presintió una sensibilidad tenue y cruel. Era un conjunto de mentes mecánicas, la mayor parte de las cuales rondaban justo por debajo del umbral de la conciencia. Eran viejas, más viejas que las estrellas más jóvenes, y expertas solo en el arte de la extinción. Nada más les importaba.

—¿En qué momento del futuro está esto? —le preguntó a Skade.

—Ya ha empezado. Es solo que no lo sabemos todavía. Pero en menos de medio siglo los lobos alcanzan las colonias centrales, las más cercanas al Primer Sistema. En menos de un siglo la raza humana consiste en unos cuantos grupos apiñados, demasiado asustados para viajar o para intentar comunicarse unos con otros.

—¿Y los combinados?

—Estamos entre ellos, pero igual de vulnerables, igual de perseguidos. No queda ningún Nido Madre. Los nidos de combinados de algunos sistemas se han eliminado por completo. Es entonces cuando envían un mensaje al pasado.

Clavain asimiló lo que le había dicho y asintió con cautela, preparado para aceptarlo por el momento.

—¿Cómo lo hicieron?

—Los experimentos del Exordio de Galiana —respondió la cabeza sin cuerpo de Skade—. Ella exploró la vinculación de las mentes humanas con los estados cuánticos coherentes. Pero la materia en un estado de superposición cuántica está enmarañada, en un sentido fantasmal, con todas las partículas que han existido alguna vez, o que llegarán a existir. La intención de sus experimentos era solo explorar nuevos modos de conciencia paralela, pero también abrió una ventana al futuro. El conducto era imperfecto, de modo que solo vagos ecos consiguieron llegar a Marte. Y cada mensaje enviado a través del canal aumentaba el ruido de fondo. El conducto tenía una capacidad de información finita, ya ves. El Exordio era un recurso muy valioso que solo se podía utilizar en momentos de crisis extrema.

Clavain tuvo una sensación de vértigo que lo mareó.

—Ya se ha cambiado nuestra historia, ¿verdad?

—Galiana se enteró de lo suficiente para hacer el primer motor de nave estelar. Era una cuestión de energía, Clavain, y de la manipulación de los agujeros de gusano cuánticos. En el corazón de un motor combinado hay un extremo de un agujero de gusano microscópico. El otro extremo está anclado quince mil millones de años en el pasado y absorbe la energía del plasma quark-gluón de la bola de fuego primaria. Por supuesto, esa misma tecnología se puede aplicar a la fabricación de armas del juicio final.

—Las armas de clase infernal —dijo él.

—En nuestra historia original no teníamos ninguna de esas ventajas. No logramos el vuelo estelar hasta un siglo después del primer vuelo del Sandra Voi. Nuestras naves eran lentas, pesadas, frágiles, incapaces de alcanzar más de una quinta parte de la velocidad de la luz. La expansión humana se retrasó por fuerza. En cuatrocientos años solo se consiguió colonizar un puñado de sistemas. Y con todo atrajimos a los lobos, incluso en esa línea del tiempo. La limpieza fue eficiente y brutal. Esta versión de la historia, la que tú has conocido, fue un intento de mejorar las cosas. Se aceleró el ritmo de la expansión humana y se nos proporcionaron mejores armas para enfrentarnos a la amenaza una vez que surgiera.

Other books

Immortal Memory (Book One) by Sylvia Frances
Cowboy in My Pocket by Kate Douglas
Thomas Godfrey (Ed) by Murder for Christmas
Scorching Secrets by Kaitlyn Hoyt
Stand-In Groom by Kaye Dacus
Murder at Monticello by Rita Mae Brown