El Arca de la Redención (86 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

¿Qué ha ido mal?

Molenka balbució una explicación y soltó resmas de datos técnicos en la parte pública de la mente de Skade. Esta absorbió los datos con actitud crítica, buscaba solo los detalles esenciales. La configuración de los sistemas de contención de campo no había sido perfecta; la burbuja de vacío de estado dos se había vuelto a evaporar al estado cero antes de que la pudieran empujar por encima de la barrera potencial para que entrara en el mágico estado cuatro taquiónico. Skade evaluó el estado de la maquinaria. No parecía haber sufrido daños.

¿Entonces he de asumir que ya has comprendido lo que fue mal? ¿Puedes hacer los cambios correctivos adecuados e intentar de nuevo la transición?

[Skade...].

¿Qué?

[Es que sí que ocurrió algo. No encuentro a Jastrusiak por ninguna parte. Estaba mucho más cerca del equipo que yo cuando intentamos el experimento. Pero ya no está aquí. No lo encuentro por ninguna parte, ni siquiera hay señales de su existencia].

Skade escuchó todo esto sin registrar ninguna expresión más allá de un cierto interés. Solo respondió cuando la mujer dejó de hablar y pasaron varios segundos de silencio.

¿Jastrusiak?

[Sí... Jastrusiak].

La mujer parecía aliviada.

[Mi compañero en esto. El otro experto en el Exordio]. Jamás ha habido nadie llamado Jastrusiak en esta nave, Molenka. Molenka se puso, o eso se lo pareció a Skade, un poco más pálida. Su respuesta fue apenas algo más que una exhalación. [No...].

Te aseguro que no había nadie llamado Jastrusiak, Es una tripulación pequeña y yo los conozco a todos.

[Eso no es posible. Estuve con él no hace ni veinte minutos. Estábamos en la maquinaria, preparándola para la transición. Jastrusiak se quedó allí para hacer unos ajustes de último momento. ¡Lo juro!].

Quizá sea así. Skade se sintió tentada, muy tentada de meterse en la cabeza de Molenka e instalar un bloqueo mnemónico, para borrar así del recuerdo de Molenka lo que acababa de pasar. Pero eso no enterraría el conflicto evidente entre lo que ella pensaba que era cierto y la realidad objetiva.

Molenka, sé que esto será difícil para ti, pero tienes que continuar trabajando con el equipo. Siento lo de Jastrusiak, por un momento se me olvidó su nombre. Lo encontraremos, te lo prometo. Hay muchos lugares en los que podría haber terminado.

[Yo no...].

Skade la interrumpió, uno de sus dedos apareció de repente bajo la barbilla de Molenka.

No. Nada de palabras, Molenka. Nada de palabras, nada de pensamientos. Solo vuelve a entrar en la maquinaria y haz los ajustes necesarios. Hazlo por mí, ¿quieres? ¿Lo harás por mí y por el Nido Madre?

Molenka se echó a temblar. Skade comprendió que era presa de un terror exquisito. Era el terror resignado, desesperado, de un pequeño mamífero atrapado en las garras de algo.

[Sí, Skade].

El nombre de Jastrusiak se le quedó grabado a Skade, era un nombre conocido, tentador. No podía sacárselo de la cabeza. Cuando se presentó la oportunidad, se metió en la memoria colectiva combinada y extrajo todas las referencias relacionadas con ese nombre, o con algo parecido. Estaba decidida a entender qué había hecho que el subconsciente de Molenka tuviera un fallo de funcionamiento tan creativo: se había sacado un individuo inexistente de la nada en un momento de terror.

Para su moderada sorpresa, Skade se enteró de que Jastrusiak era un nombre conocido en el Nido Madre. Había habido un Jastrusiak entre los combinados. Lo habían reclutado durante la ocupación de Ciudad Abismo. Había obtenido muy pronto la acreditación necesaria para acceder al Sanctasanctórum, donde trabajó con conceptos audaces, como la teoría de la propulsión avanzada. Había formado parte de un equipo de teóricos combinados que habían establecido su propia base de investigación en un asteroide. Habían estado trabajando en métodos para adaptar los motores combinados existentes al diseño más sigiloso.

Resultó ser una tarea complicada. El equipo de Jastrusiak había sido de los primeros en enterarse de hasta qué punto era complicada. Toda su base, junto con un trozo considerable de ese hemisferio del asteroide, había quedado borrada del mapa en un accidente.

Así que Jastrusiak estaba muerto. De hecho, llevaba muchos años muerto.

Pero si hubiera vivido, pensó Skade, habría sido precisamente la clase de experto que ella habría reclutado para su equipo a bordo de la Sombra Nocturna. Con toda probabilidad habría sido del mismo calibre que Molenka y habría terminado trabajando al lado de ella.

¿Qué significaba eso? Supuso que no era más que una incómoda coincidencia.

Molenka la volvió a llamar.

[Estamos listos, Skade. Podemos intentar de nuevo el experimento]. Skade dudó, a punto estuvo de contarle que había descubierto la verdad sobre Jastrusiak. Pero luego se lo pensó mejor. Hazlo ya, le dijo.

Vio moverse la maquinaria, los brazos negros y curvados se batían hacia delante y hacia atrás y al parecer se cruzaban entre sí, tejiendo y trillando el tiempo y el espacio como si fuese un telar infernal, convenciendo y acunando la mota del tamaño de una bacteria de métrica alterada para que pasara a la fase taquiónica. En pocos segundos, la maquinaria se había convertido en un contorno borroso que se tejía tras la Sombra Nocturna. La onda de gravedad y los sensores de partículas exóticas registraban ráfagas de tensión espacial profunda cuando el vacío cuántico del límite de la burbuja se cortó y partió a escalas microscópicas. El patrón de esas ráfagas, filtrado y procesado por ordenadores, le dijo a Molenka cómo se estaba comportando la geometría de la burbuja. Le transmitió estos datos a Skade al tiempo que le permitía visualizar la burbuja como un reluciente glóbulo de luz que latía y se estremecía cual gota de mercurio suspendida en una cuna magnética. Varios colores, no todos ellos dentro del espectro humano normal, se desplazaban en ondas prismáticas por la piel de la burbuja, lo que significaba arcanos matices de interacción del vacío cuántico. Nada de eso preocupaba a Skade; lo único que le importaba eran los índices que lo acompañaban y le decían que la burbuja se estaba comportando de forma normal, o tan normal como podía esperarse en algo que no tenía ningún derecho real a existir en este universo. Salió un suave fulgor azul de la burbuja cuando las partículas de la radiación Hawking se metieron de golpe en el estado taquiónico y se las arrebataron a la Sombra Nocturna a una velocidad superluminal.

Molenka indicó con una señal que estaban listos para expandir la burbuja, de tal forma que la misma Sombra Nocturna quedase atrapada dentro de su propia esfera de espacio-tiempo de fase taquiónica. El proceso ocurriría en un instante y el campo, según Molenka, volvería a derrumbarse y adoptar su escala microscópica en picosegundos subjetivos, pero ese instante de inestabilidad sería suficiente para trasladar la nave de Skade por un nanosegundo luz de espacio, más o menos la tercera parte de un metro. Ya se habían desplegado unas sondas desechables más allá del radio esperable de la burbuja, listas para capturar el instante en el que la nave haría el cambio taquiónico. Una tercera parte de un metro no era suficiente para que se notara la diferencia con respecto a Clavain, claro está, pero, en principio, la duración del procedimiento de salto se podía extender y se podía repetir casi de inmediato. Con mucho, lo más difícil sería hacerlo una vez, a partir de ahí solo era cuestión de perfeccionarlo.

Skade le dio a Molenka permiso para expandir la burbuja. Al mismo tiempo hizo que sus implantes se pusieran en el máximo estado de conciencia acelerada. La actividad normal de la nave se convirtió en un ruido de fondo cambiante. Hasta los brazos negros que no dejaban de batir se ralentizaron, de tal modo que fue capaz de apreciar su danza hipnótica con más claridad. Skade examinó su estado de ánimo y encontró anticipación y nervios, mezclados con el miedo visceral de estar a punto de cometer un grave error. Recordó que el lobo le había dicho que muy pocas entidades orgánicas se habían movido alguna vez más rápido que la luz. Bajo cualquier otra circunstancia, quizá hubiera decidido prestar atención a la advertencia tácita, pero, al mismo tiempo, el lobo había estado incitándola, animándola a llegar a ese punto. La ayuda técnica del ser había sido vital a la hora de descifrar las instrucciones del Exordio, y supuso que a él también le interesaba preservar su propia existencia. Pero quizá solo era que disfrutaba viéndola debatir consigo misma y no le importaba tanto su propia supervivencia.

No importaba. Ya estaba hecho. Los brazos se batían y ya estaban alterando las condiciones del campo alrededor de la burbuja, acariciaban los límites con delicados roces cuánticos que la animaban a expandirse. La insegura burbuja se dilató, comenzó a hincharse con una serie de expansiones ladeadas. La escala cambió en una serie de saltos logarítmicos, pero no lo bastante rápido, en absoluto. Skade supo de inmediato que algo iba mal. La expansión debería haber ocurrido demasiado rápido para que pudiera percibirse, ni siquiera con una conciencia acelerada. A estas alturas la burbuja ya debería haber envuelto la nave, pero en realidad solo se había inflamado hasta alcanzar el tamaño de un pomelo hinchado. Rondaba al alcance de los brazos que no dejaban de batirse, horrible, burlona y maligna. Skade rezó para que la burbuja volviera a reducirse al tamaño de una bacteria, pero sabía por lo que Molenka había dicho que era mucho más probable que se expandiese de un modo incontrolado. Horrorizada y extasiada, contempló cómo se flexionaba y ondulaba la burbuja del tamaño de un pomelo hasta adquirir en un instante la forma de un cacahuete, y luego retorcerse y convertirse en un toro, una transformación topológica que Molenka habría jurado que era imposible. Luego volvía a ser una burbuja y luego, cuando unos bultos y muescas aleatorias comenzaron a latir en la superficie de la membrana, Skade juró ver una gárgola que le sonreía lasciva. Sabía que era culpa de su subconsciente, que había grabado un patrón donde no existía ninguno, pero la sensación de percibir un mal sin forma definitiva resultaba ineludible.

Luego la burbuja volvió a expandirse hasta alcanzar el tamaño de una pequeña nave espacial. Algunos de los brazos que se batían no se apartaron a tiempo y sus afiladas extremidades atravesaron la membrana ondulada. Los sensores se sobrecargaron, incapaces de procesar el clamoroso torrente de flujo gravitacional y de partículas. Era inexorable, estaban perdiendo el control de las cosas. Los sistemas vitales de control de la parte posterior de la Sombra Nocturna se estaban cerrando. Los brazos comenzaron a moverse de forma espasmódica, se golpeaban entre sí como los miembros de un coro de bailarines mal orquestados. Los nódulos y los rebordes se rompieron. Cintas de plasma reluciente se desgarraron entre el límite y la maquinaria que lo envolvía. El límite volvió a hincharse; su membrana tragó hectáreas cúbicas de maquinaria de soporte vital. La maquinaria fallaba y ya no podía seguir manteniendo la estabilidad. Dentro de la burbuja latieron unas tenues explosiones. Se partió uno de los brazos de control fundamentales y chocó contra el costado del casco de la Sombra Nocturna. Skade sintió que una cadena de explosiones avanzaba por el lateral de su nave, brotes rosas que se lanzaban en cascada hacia el puente. Su hermosa maquinaria se estaba despedazando. La burbuja se retorció y se hizo más grande, rezumaba por las malogradas sujeciones de los brazos desviados y combados. Sonaron alarmas de emergencia, por toda la nave las barricadas internas bajaron con estrépito. Una blancura deslumbradora surgió del corazón de la burbuja cuando la materia de su interior sufrió una transición parcial al estado fotónico puro. Una catastrófica reversión al vacío cuántico de estado tres, en el que toda la materia carecía de masa.

El destello fotoleptónico avanzó por la membrana. Los pocos brazos que seguían funcionando se doblaron de golpe hacia atrás como dedos rotos. Hubo un breve y furioso chisporroteo de descarga de plasma y luego la burbuja se hizo mucho más grande, envolvió la Sombra Nocturna y al mismo tiempo se disipó. Skade sintió que la atravesaba de golpe, como un repentino frente frío un día de calor. Al mismo tiempo, una onda de choque sacudió la nave y arrojó a Skade contra una pared. En circunstancias normales, la pared se habría deformado para absorber la energía de la colisión, pero esta vez el impacto fue duro y metálico.

Y sin embargo, la nave permanecía a su alrededor. Podía pensar. Todavía oía bocinas y mensajes de emergencia, y las barricadas seguían cerrándose. Pero el acto de digresión había pasado. La burbuja se había roto en mil pedazos, pero aunque había dañado su nave, quizá de una forma profunda, quizás hasta el punto de no poder repararse, no la había destruido.

Skade hizo que su conciencia volviera al ritmo normal de velocidad de procesamiento. La cresta le latía por el exceso de calor sanguíneo que tenía que disipar (estaba mareada), pero eso pasaría pronto. No parecía haber sufrido ninguna herida, ni siquiera durante el violento choque contra la pared. Su coraza se movía a voluntad, intacta tras el impacto. Se agarró a una sujeción de la pared y con un tirón salió al pasillo. No pesaba nada, ya que la Sombra Nocturna estaba flotando, y nunca había estado equipada para generar gravedad con la rotación.

¿Molenka?

No hubo respuesta. Toda la red de la nave había fallado e impedía la comunicación neuronal a menos que los sujetos estuvieran extremadamente cerca unos de otros. Pero Skade sabía dónde estaba Molenka antes de que la burbuja se hinchara y quedara fuera de control. La llamó en voz alta, pero siguió sin recibir respuesta, así que se dirigió hacia la maquinaria. El volumen crítico seguía presurizado, aunque tuvo que convencer a las puertas internas de que la dejaran pasar.

Las superficies lustrosas y curvas de la maquinaria alienígena, como cristal negro, habían cambiado desde la última vez que había estado dentro de aquella parte de la nave. Se preguntó qué parte del cambio se había producido durante el fallido intento de expandir la burbuja. El aire estaba cargado de ozono y una decena de olores menos conocidos, y contra el fondo continuo de bocinas y alarmas habladas oyó chispas y cosas que se rompían.

—¿Molenka? —la llamó otra vez.

[Skade].

La respuesta neuronal era increíblemente débil, pero en ella se podía reconocer a Molenka. Ya estaba cerca, sin lugar a dudas.

Skade se impulsó hacia delante, mano sobre mano. Los movimientos de su coraza eran rígidos. La maquinaria la rodeaba por todas partes, protuberancias y salientes lisos y negros, como la roca tallada por el agua de una antigua caverna subterránea. Se ensanchó para admitirla a una oclusión de cinco o seis metros de lado a lado. Las paredes festoneadas estaban tachonadas de tomas en las que introducir los datos. Una ventana abierta al otro lado de la cámara mostraba una vista de la maquinaria de contención destrozada y combada que sobresalía de la parte trasera de la nave. Algunos de los brazos seguían moviéndose, balanceándose con pereza hacia delante y hacia atrás, como los últimos espasmos de los miembros de una criatura moribunda. Visto con sus propios ojos, el daño parecía mucho peor de lo que le habían hecho creer. Habían destripado su nave y le habían sacado las vísceras para inspeccionarlas.

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