El Arca de la Redención (102 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

—Te han pirateado —le dijo Clavain a su imagen.

—¿Perdona?

Remontoire se inclinó hacia el tanque y habló.

—Volyova te ha despojado de grandes porciones. Podemos ver su obra, el daño que ha dejado, pero no podemos saber con exactitud lo que hizo. Con toda probabilidad, lo único que consiguió fue borrar bloques de memoria confidenciales, pero dado que no lo podemos saber con seguridad, tendremos que tratarte como vírico en potencia. Eso significa que se te pondrá en cuarentena una vez que termine este informe sobre la operación. Tus recuerdos no se fundirán de forma neuronal con los de Clavain, ya que existe un riesgo demasiado grande de contaminación. Se te congelará y convertirá en un substrato de memoria en estado sólido y luego se te archivará. A efectos prácticos, estarás muerto.

La imagen de Clavain se encogió de hombros como si pidiera disculpas.

—Entonces esperemos que pueda servir de algo antes, ¿de acuerdo?

—¿Te has enterado de algo? —preguntó Escorpio.

—Me he enterado de muchas cosas, creo. Por supuesto, no puedo estar seguro de qué recuerdos son genuinos y cuáles infiltrados.

—Ya nos preocuparemos nosotros de eso —dijo Clavain—. Tú solo dinos lo que has averiguado. ¿La comandante de la nave es realmente Volyova?

La imagen asintió con entusiasmo.

—Sí, es ella.

—¿Y sabe lo de las armas? —preguntó Sangre. —Sí, así es.

Clavain miró a sus compañeros, luego volvió a mirar al tanque. —Está bien. ¿Va a entregarlas sin luchar?

—No creo que puedas contar con eso, no. De hecho, creo que será mejor que supongas que va a poner las cosas un poquito incómodas. Entonces habló Felka. —¿Qué sabe sobre el origen de las armas?

—No mucho, creo. Quizá tenga alguna vaga idea, pero no creo que le interese demasiado. Pero sí que sabe un poco sobre los lobos. Felka frunció el ceño. —¿Cómo es eso?

—No lo sé. Nunca fuimos tan colegas. Será mejor que supongamos que Volyova ya ha tenido alguna relación tangencial con ellos y ha sobrevivido, como no creo que haga falta señalar. Eso la convierte en alguien digno de nuestro respeto, creo. Los llama inhibidores, por cierto. No llegué al fondo del porqué.

—Yo sé por qué —dijo Felka en voz baja.

—Quizá no haya tenido ninguna relación directa con ellos —dijo Remontoire—. Ya hay actividad lobuna en este sistema, y debe de haberla desde hace algún tiempo. Es muy probable que todo lo que haya hecho Volyova es hacer algunas deducciones sagaces.

—Creo que su experiencia llega un poco más allá que eso —respondió el nivel beta de Clavain, pero no elaboró más la idea.

—Estoy de acuerdo —dijo Felka.

Todos la miraron entonces por un momento.

—¿La has convencido de la seriedad de nuestras reclamaciones? —Preguntó Clavain, que había vuelto a dedicar su atención al nivel beta—. ¿La avisaste de que le iría mucho mejor tratando con nosotros que con el resto de los combinados?

—Creo que recibió el mensaje, sí.

—¿Y?

—Gracias, pero no, gracias, fue la idea general.

—Es una mujer muy tonta, la tal Volyova —dijo Remontoire—. Es una pena. Sería mucho más fácil si pudiéramos hacer las cosas de una forma cordial, sin toda esta desafortunada necesidad de utilizar la fuerza bruta.

—Hay otro asunto —dijo el Clavain simulado—. Se está realizando una especie de operación de evacuación. Ya habéis visto lo que la máquina de los lobos le está haciendo a la estrella, la está mordisqueando con una especie de sonda concentrada de ondas de gravedad. Pronto llegará al núcleo, donde se quema la energía nuclear, y liberará el poder que alberga el corazón de la estrella. Será como abrir un agujero con un taladro en la base de una presa y soltar el agua bajo una tremenda presión. Salvo que no será agua. Será hidrógeno de fusión, con la presión y la temperatura de un núcleo estelar. Yo diría que convertirá la estrella en una especie de lanzallamas. La energía del núcleo se desangrará muy rápido una vez que el taladro lo encuentre y la estrella morirá, o al menos en el proceso se convertirá en una estrella mucho más apagada y fría. Pero al mismo tiempo me imagino que la estrella en sí se convertirá en un arma capaz de incinerar cualquier planeta que esté a pocas horas luz de distancia de Delta Pavonis; será suficiente con rociar ese atomizador arterial de fuego de fusión por la superficie de un mundo. Me imagino que eliminaría la atmósfera de un gigante gaseoso y fundiría un mundo rocoso, convirtiéndolo en lava metálica. No es que sepan lo que va a pasar en Resurgam, pero podéis estar seguros de que querrán alejarse de allí tan pronto como sea posible. Ya hay personas a bordo de la nave, personas que han sacado de la superficie. Unos cuantos miles, como mínimo.

—Y tú tienes pruebas de eso, ¿no? —preguntó Escorpio.

—Nada que pueda demostrar, no.

—Entonces asumiremos que no existen. Es obvio que es un intento muy rudimentario de convencernos para que no ataquemos.

Thorn se encontraba en la superficie de Resurgam, el abrigo abotonado hasta arriba para defenderse del duro viento polar que arañaba y restregaba cada milímetro expuesto de su piel. No era lo que en otro tiempo habría llamado una tormenta abrasiva, pero no dejaba de ser bastante desagradable cuando no había ningún refugio próximo. Se ajustó los endebles anteojos contra el polvo y guiñó los ojos bajo la luz de las estrellas, en busca de la diminuta estrella móvil de la nave de trasbordo.

Caía la noche. El cielo había adquirido sobre su cabeza un profundo y aterciopelado color púrpura que se iba convirtiendo en negro por el horizonte sur. Solo las estrellas más brillantes quedaban a la vista a través de sus anteojos, y de vez en cuando hasta estas parecían atenuarse cuando sus ojos se acostumbraban al destello repentino de una de las armas enfrentadas. Al norte, y extendiéndose un poco hacia el este y el oeste, unas suaves auroras de color rosa temblaban como cortinas bajo un viento invisible. El espectáculo de luces solo era hermoso si no se tenía ni idea de lo que lo estaba causando, y por tanto no se comprendía en realidad el portento que suponía. Las auroras estaban alimentadas por partículas ionizadas que estaba arrancando y excavando de la superficie de la estrella el arma inhibidora. El abombamiento interno, el túnel que el arma estaba taladrando en la estrella, llegaba ya a la mitad de camino del foco de energía nuclear. Alrededor de las paredes del túnel, apuntaladas por ondas constantes de energía gravitatoria bombeada, la estructura interior de la estrella había sufrido una serie de cambios drásticos a medida que los procesos normales de convección luchaban por ajustarse al asalto de las armas. El núcleo ya estaba empezando a cambiar de forma a medida que cambiaba la densidad de la masa que lo recubría. La canción de neutrinos que surgía del corazón de la estrella había variado su melodía, lo que indicaba la inminencia del avance sobre el núcleo. Todavía no existía una idea clara de lo que ocurriría cuando el arma terminara su trabajo, pero en opinión de Thorn, lo mejor que podían hacer era no quedarse por allí para averiguarlo.

Estaba esperando a que terminara de embarcar el último de los vuelos del trasbordador del día. La elegante nave estaba estacionada debajo de él, rodeada por una palpitante masa de evacuados en potencia que se movían como insectos. Estallaban peleas de forma constante cuando la gente intentaba saltarse la cola de la siguiente partida. El populacho le asqueaba, si bien no sentía nada más que admiración y comprensión por sus elementos individuales. En todos sus años de revolución solo había tenido que tratar con un número muy pequeño de personas de confianza, pero siempre había sabido que se llegaría a esto. El populacho era una propiedad emergente de las multitudes, y como tal él tenía que llevarse el mérito del nacimiento de este populacho en concreto. Claro, que no tenía que gustarle lo que había hecho.

Ya está bien, pensó Thorn. Ahora no era el momento de empezar a despreciar a las personas que había salvado solo porque permitían que sus miedos salieran a la superficie. Si él hubiera estado entre ellos, dudaba que se hubiera comportado como un santo. Habría querido sacar a su familia del planeta, y si eso significaba pisotear los planes de huida de otra persona, que así fuera.

Pero él no estaba entre el populacho, ¿verdad? Lo cierto es que él era quien había encontrado una forma de salir del planeta. Él era quien lo había hecho posible.

Suponía que eso tenía que contar de algún modo.

Ahí, deslizándose sobre su cabeza. La nave de trasbordo cruzó su cénit y luego se hundió entre las sombras. Sintió un chispazo de alivio al ver que todavía seguía allí. Su órbita estaba vedada de forma muy estricta, ya que entraba dentro de lo posible que cualquier desviación provocara un ataque de los sistemas de defensa superficie-órbita. Aunque Khouri y Volyova habían hundido las garras en muchas ramas del Gobierno, todavía había ciertos departamentos en los que solo habían podido influir de modo indirecto. La Oficina de Defensa Civil era uno de ellos, y también uno de los más preocupantes, encargado como estaba de las defensas para evitar una repetición del incidente Volyova. La Oficina tenía misiles superficie-órbita de respuesta rápida equipados con cabezas explosivas abrasivas, diseñadas para eliminar una nave estelar de la órbita antes de que se convirtiera en una amenaza para la colonia en general. Las naves más pequeñas de los ultras habían sido capaces de esquivar y meterse bajo las redes de los radares, pero el trasbordador de traslado era demasiado grande para tales subterfugios. Así que había habido negociaciones y tráfico de influencias entre bambalinas, y el resultado era que los misiles de la Oficina se quedarían en sus bunkeres siempre que la nave de trasbordo o cualquier otro trasbordador transatmosférico no se desviase de unos pasillos de vuelo muy bien definidos. Thorn lo sabía y confiaba en que los varios sistemas de vuelo de las naves también lo supieran, pero seguía sintiendo un momento irracional de alivio cada vez que la nave de trasbordo volvía a aparecer.

Su teléfono portátil repicó. Thorn sacó el voluminoso objeto del bolsillo del abrigo y enredó con los controles a través de unos guantes de gruesos dedos.

—Thorn.

Reconoció la voz de uno de los operadores de la Casa Inquisitorial.

—Mensaje grabado de la Nostalgia por el Infinito, señor. ¿Se lo transmito, o quiere coger la llamada cuando esté en órbita?

—Transmítalo, por favor. —Esperó un momento y oyó la tenue charla de los repetidores electromecánicos y el siseo de la cinta analógica mientras se imaginaba la oscura maquinaria telefónica de la Casa Inquisitorial moviéndose para servirlo.

—Thorn, soy Vuilleumier. Escucha con atención. Ha habido un ligero cambio de planes. Es una historia muy larga, pero nos estamos acercando a Resurgam. Tendré coordenadas de navegación actualizadas para la nave de trasbordo, así que no tendrás que preocuparte por eso. Pero ahora quizá estemos contemplando un viaje de ida y vuelta de mucho menos de treinta horas. Quizá incluso podamos acercarnos lo suficiente para que no nos haga falta utilizar la nave de trasbordo y los podamos traer directamente a bordo de la Nostalgia. Eso significa que podemos acelerar los vuelos entre la superficie y la órbita. Solo necesitamos quinientos vuelos del trasbordador y habremos evacuado el planeta entero. Thorn, de repente da la sensación de que hay una posibilidad. ¿Puedes organizar las cosas en tu lado?

Thorn bajó la vista y miró al populacho inquieto. Khouri parecía esperar su respuesta.

—Operador, grabe y transmita esto, ¿quiere? —Esperó un intervalo decoroso antes de responder—. Soy Thorn. Mensaje comprendido. Haré lo que pueda para acelerar el proceso de evacuación cuando sepa que tiene sentido. Pero entre tanto, ¿me permitirías insertar una nota de precaución? Si puedes reducir el tiempo total de viaje por debajo de las treinta horas, genial. Lo respaldo de forma incondicional. Pero no podéis acercar la nave estelar demasiado a Resurgam. Incluso si con eso no matáis del susto a la mitad del planeta, tendréis que preocuparos por la Oficina de Defensa Civil. Y hablo de preocuparos de verdad. Ya hablaremos más tarde, Ana. Tengo cosas que hacer, me temo. —Miró al populacho y observó un alboroto donde un minuto antes reinaba la calma—. Quizás algunas más de las que me temía.

Thorn le dijo al operador que enviara el mensaje y que lo avisara si se recibía una respuesta. Se volvió a meter el teléfono en el bolsillo, donde yació pesado e inerte como una porra. Luego empezó a bajar gateando y resbalando para volver con el populacho, levantando polvo a medida que descendía.

—Estamos fuera de la Luz del Zodíaco, Antoinette.

—Bien —dijo ella—. Creo que ya puedo empezar a respirar otra vez.

A través de las ventanillas de la cubierta de vuelo, la abrazadora lumínica todavía se cernía enorme, extendiéndose en ambas direcciones como un gran acantilado oscuro, cincelada por algunos sitios con extraños afloramientos mecánicos, desfiladeros y prominencias. La bodega de atraque que acababa de dejar el Ave de Tormenta era un rectángulo cada vez más pequeño de luz dorada en la parte más cercana del acantilado. Las enormes puertas dentadas ya comenzaban a cerrarse. Pero aunque las puertas se estaban sellando, todavía había espacio suficiente para que partieran navíos más pequeños. Antoinette los vio con sus propios ojos y en los varios monitores tácticos y esferas de radar que atestaban la cubierta de vuelo. Mientras las mandíbulas blindadas se deslizaban hacia el cierre, pequeñas naves básicas de ataque, poco más que triciclos blindados, eran capaces de deslizarse entre sus dientes. Salían zumbando, a lomos de cohetes de fusión de antimateria catalizada de alto consumo. A Antoinette le hacían pensar en esos parásitos que le limpian la boca a un enorme monstruo submarino. En comparación, el Ave de Tormenta era un pez de buen tamaño por derecho propio.

La salida había sido la más difícil que había hecho jamás, técnicamente hablando. El ataque por sorpresa de Clavain exigía que la Luz del Zodíaco mantuviera una deceleración de tres gravedades hasta su llegada a menos de diez segundos luz de la Nostalgia por el Infinito. A todas las naves de ataque de la actual oleada se les había obligado a realizar la salida bajo las mismas tres gravedades de propulsión. Salir del estacionamiento de una nave ya era una operación técnica delicada, sobre todo cuando las naves que partían iban armadas y cargadas de combustible. Pero hacerlo bajo una propulsión continua era un orden de magnitud más difícil todavía. Antoinette ya lo habría considerado un trabajo descomunal si Clavain hubiera exigido que salieran a media gravedad, igual que hacían los pilotos del borde al llegar y salir del Carrusel Nueva Copenhague. ¿Pero tres gravedades? Eso era puro sadismo.

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