El Arca de la Redención (105 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

Pero eso no pasó. Volyova realizó un análisis del despliegue de misiles y llegó a la conclusión de que Clavain no estaba intentando darle. Estaba dentro de su capacidad lograrlo, tenía cierto control sobre los misiles hasta que estos dejaban de acelerar, lo suficiente como para corregir su trayectoria respecto a cualquier pequeño cambio en la posición de la Nostalgia. Y un impacto directo de un hiperrápido, incluso de uno que llevara una cabeza explosiva de fogueo, hubiera eliminado la nave entera en un instante. Sin embargo, todos los misiles estaban en trayectorias que en realidad tenían muy pocas posibilidades de acertarle a su nave. Pasaban a su lado a toda velocidad y les sobraban decenas de kilómetros, mientras que más o menos uno de cada veinte pasaba a detonar un poco más cerca de Resurgam. Las huellas de las explosiones sugerían pequeños estallidos de materia-antimateria, o bien restos de combustible o cabezas nucleares del tamaño de alfileres. Los otros diecinueve misiles eran en realidad de fogueo.

Una explosión cercana desde luego que dañaría la Nostalgia, pensó. Las cinco armas del alijo desplegadas eran lo bastante robustas como para no tener que preocuparse por ellas, pero si había cerca una explosión de materia-antimateria, muy bien podía dejar incapacitado el armamento del casco y dejarla totalmente expuesta a un asalto más concertado. No es que ella fuera a dejar que ocurriera eso, pero tendría que emplear una buena fracción de sus recursos para evitarlo. Y lo más molesto era que la mayor parte de los misiles que tenía que destruir en realidad no suponían ninguna amenaza real, ni estaban en trayectorias de interceptación ni estaban armados.

No llegó tan lejos como para felicitar a Clavain. Todo lo que este había hecho era adoptar un enfoque de ataque por saturación de manual, inmovilizando sus defensas con una amenaza de baja probabilidad y graves consecuencias. El plan no era ni astuto ni original, pero era, más o menos, exactamente lo mismo que habría hecho ella en las mismas circunstancias. Tendría que reconocerle eso, al menos: desde luego no la había desilusionado.

Volyova decidió darle una última oportunidad antes de terminar con la diversión.

—¿Clavain? —le preguntó. Emitía por la misma frecuencia que ya había utilizado para su ultimátum—. Clavain, ¿me estás escuchando? Pasaron veinte segundos y luego oyó su voz.

—Te escucho, triunviro. He de suponer que esto no es un ofrecimiento de rendición, ¿verdad?

—Te estoy ofreciendo una oportunidad, Clavain, antes de que termine con todo esto. Una oportunidad para que te vayas de aquí y luches otro día, contra un adversario más entusiasta.

La triunviro esperó a que la respuesta de su enemigo se arrastrara hasta ella. El retraso podía ser artificial, pero casi con toda seguridad significaba que él seguía a bordo de la Luz del Zodíaco.

—¿Por qué ibas a darme cuartelillo, triunviro?

—No eres mal hombre, Clavain. Solo estás... confundido. Crees que necesitas las armas más que yo, pero te equivocas, no es cierto. No te lo tendré en cuenta. Todavía no se ha hecho ningún daño irreparable. Que tus fuerzas den la vuelta y lo llamaremos un malentendido.

—Hablas como alguien que cree que lleva todas las de ganar, Ilia. Yo no estaría tan seguro en tu lugar.

—Tengo las armas, Clavain. —Volyova se encontró esbozando una sonrisa y frunciendo el ceño al mismo tiempo—. Eso cambia mucho las cosas, ¿no te parece?

—Lo siento, Ilia, pero yo creo que un ultimátum es suficiente para cualquiera, ¿tú no?

—Eres un necio, Clavain. Lo triste es que nunca sabrás hasta qué punto.

El hombre no respondió.

—¿Y bien, Ilia? —preguntó Khouri.

—Le he dado al muy hijo de puta su oportunidad. Ya es hora de dejar de jugar. —La triunviro alzó la voz—. ¿Capitán? ¿Me oye? Quiero que me dé el control absoluto del arma diecisiete del alijo. ¿Está dispuesto a hacerlo?

No hubo respuesta. El momento se prolongó. Sentía un cosquilleo en la nuca debido a la ansiedad. Si el capitán no estaba dispuesto a permitirle utilizar las cinco armas desplegadas, entonces todos sus planes se derrumbaban y Clavain parecería de repente mucho menos necio que un minuto antes.

Entonces notó el sutil cambio que se operó en el estado del icono del arma, cambio que significaba que ahora tenía control militar absoluto del arma diecisiete del alijo.

—Gracias, capitán —dijo Volyova con dulzura. Luego se dirigió al arma—: Hola, Diecisiete. Es un placer volver a hacer negocios contigo.

Metió la mano en la proyección y pellizcó entre los dedos el icono flotante del arma. Una vez más el icono respondió con pereza, reflejaba el peso muerto del arma al sacarla de la sombra de sensores del casco de la Nostalgia. Con el movimiento se iba alineando, apuntando con su largo eje asesino hacia el lejano objetivo, aunque en realidad no tan lejano, de la Luz del Zodíaco. En cualquier momento dado, el conocimiento que tenía Volyova de la posición de la nave de Clavain se había quedado anticuado por veinte segundos, pero eso no era más que una molestia menor. En el improbable caso de que se moviera de repente, ella todavía tenía garantizada la pieza. Barrería el volumen de posible ocupación de él con el arma, y con eso sabía que tenía la certeza de acertarle en algún punto. Lo sabría cuando ocurriese, la detonación de los motores combinados de su nave iluminaría el sistema entero. Si había algo que tenía garantías de suscitar el interés de Tos inhibidores, sería eso.

Con todo, tenía que hacerlo.

Pero Volyova tembló en el momento de la ejecución. Aquello no estaba bien; era demasiado definitivo, demasiado repentino; demasiado (y eso la sorprendió) poco deportivo. Sentía que le debía una última oportunidad de retirarse, que debería ofrecerle una última advertencia, algo desesperadamente urgente. Después de todo, el hombre había venido desde muy lejos. Y estaba claro que se había imaginado que tenía la oportunidad de conseguir las armas.

Clavain, Clavain, pensó para sí. No debería haber sido así...

Pero así era y no había más que hacer.

Le dio un golpecito al icono, como un bebé que pincha su juguete. —Adiós —susurró Volyova.

El momento pasó. Los índices y símbolos de estado que había al lado del icono del arma del alijo cambiaron, lo que significaba una alteración profunda en la condición del arma. La triunviro miró la imagen en tiempo real de la nave de Clavain y contó mentalmente los veinte segundos que tendrían que pasar antes de que la nave quedara destrozada por el haz del arma diecisiete. El arma abriría una herida del tamaño de un cañón en la nave de Clavain, eso suponiendo que no provocase una detonación inmediata y letal de los motores combinados.

Después de diez segundos, Clavain todavía no se había movido. Volyova supo entonces que había apuntado bien, que el impacto sería preciso y devastador. Clavain no sabría nada de su propia muerte, nada del olvido que se acercaba.

La triunviro esperó a que pasaran los diez segundos restantes, anticipando la amarga sensación de triunfo que acompañaría a la victoria.

Transcurrió el tiempo. Ilia se estremeció con un gesto involuntario para defenderse del fulgor inminente, como una niña que esperase los fuegos artificiales más grandes y mejores.

Los veinte segundos se convirtieron en veintiuno..., los veintiuno en veinticinco..., treinta. Pasó medio minuto. Luego un minuto.

La nave de Clavain permanecía a la vista.

No había ocurrido nada.

36

Volyova oyó de nuevo su voz. Era tranquila, educada, casi en tono de disculpa.

—Sé lo que acabas de intentar, Ilia. ¿Pero no crees que yo ya habría considerado la posibilidad de que volvieras las armas contra mí?

La mujer tartamudeó una respuesta.

—¿Qué... has... hecho?

Veinte segundos que se prolongaron durante una eternidad.

—Nada, en realidad —dijo Clavain—. Solo le dije al arma que no disparase. Son propiedad nuestra, Ilia, no tuya. ¿No se te ocurrió por un momento que podríamos tener un modo de protegernos contra ellas?

—Estás mintiendo —dijo ella.

Clavain parecía divertido, como si en el fondo esperase que ella le exigiera más pruebas.

—Puedo demostrártelo otra vez, si quieres.

Le dijo que prestara atención a las demás armas del alijo, las que ya había arrojado contra los inhibidores.

—Ahora concéntrate en el arma que más cerca está de los restos de Roe, ¿quieres? Estás a punto de ver cómo deja de disparar.

Después de eso fue un tipo de guerra diferente. En menos de una hora las primeras oleadas de la fuerza de asalto de Clavain estaban llegando al volumen inmediato de espacio que rodeaba a la Nostalgia por el Infinito. Lo contempló a la distancia justa de diez segundos luz; se sentía tan lejos de la batalla que había iniciado él como un anticuado general que desde la cima de una colina mirase sus ejércitos a través de unos gemelos, el estrépito y la furia del combate, demasiado lejos para que pudiera oírlo.

—Un buen truco —le dijo Volyova.

—No ha sido ningún truco. Solo una precaución que deberías haber asumido que habríamos tomado. ¿Nuestras propias armas, Ilia? Por favor. —¿Una señal, Clavain?

—Un impulso codificado de neutrinos. No se puede bloquear ni trabar, así que no se te vaya a ocurrir intentarlo. No va a funcionar.

La mujer le respondió con una pregunta que él no se esperaba, algo que le recordó que no debía subestimarla ni por un instante.

—Muy bien. Pero yo habría pensado, si suponemos que tienes los medios para evitar que funcionen, que también tendrías los medios para destruirlas.

A pesar del intervalo de tiempo, Clavain sabía que solo tenía un segundo para fraguar una respuesta.

—¿Y de qué me serviría, Ilia? Estaría destruyendo justo lo que he venido a recoger.

La respuesta de Volyova llegó cortante veinte segundos después.

—No necesariamente, Clavain. Podrías limitarte a amenazar con destruirlas. Presumo que la destrucción de un arma del alijo sería bastante espectacular, poco importa cómo lo hagas. De hecho, no necesito suponer nada. Ya he visto lo que ocurre y sí, fue espectacular. ¿Por qué no amenazar con detonar una de las armas que todavía tengo dentro de mi nave y ver adonde te lleva eso?

—No deberías darme ideas —le dijo él.

—¿Por qué no? ¿Porque podrías hacerlo? No creo que puedas, Clavain. No creo que tengas los medios de hacer nada salvo evitar que las armas disparen.

A esas alturas, la mujer ya lo había llevado a una trampa. Nada podía hacer salvo seguirla. —Puedo...

—Entonces demuéstralo. Envía una señal de destrucción a una de las otras armas, a una de esas que están al otro lado del sistema. ¿Por qué no destruir la que ya has detenido?

—Sería absurdo destruir un arma irreemplazable con el único fin de demostrar algo, ¿no?

—Eso dependería mucho de lo que quisieses demostrar, Clavain. El hombre se dio cuenta de que no ganaba nada más mintiéndole. Suspiró, sentía que se le quitaba un peso enorme de encima. —No puedo destruir ninguna de las armas.

—Bien... —ronroneó ella—. En una negociación la transparencia lo es todo, ya ves. Dime, ¿en algún momento se pueden destruir las armas a distancia, Clavain?

—Sí —dijo él—. Hay un código, único para cada arma. —¿Y?

—Yo no conozco esos códigos. Pero los estoy buscando, pruebo permutaciones.

—¿Entonces quizá con el tiempo los consigas?

Clavain se rascó la barba.

—En teoría. Pero no contengas la respiración.

—¿Pero seguirás buscándolos?

—Me gustaría saber cuáles son, ¿a ti no?

—No me hace falta, Clavain. Tengo mi propios sistemas de autodestrucción injertados en cada arma, independientes por completo de cualquier cosa que tu gente haya podido instalar en el nivel más básico.

—Me pareces una mujer muy prudente, Ilia.

—Me tomo mi trabajo muy en serio, Clavain. Claro que tú también. —Sí —dijo él.

—Bueno, ¿y ahora qué pasa? Sabes que no pienso darte los trastos. Y todavía tengo otras armas.

Clavain amplió la batalla al máximo y la contempló, destellos de luz salpimentaban el espacio que rodeaba la nave de la triunviro. Ya se habían registrado las primeras bajas. Quince de los cerdos de Escorpio estaban muertos: los habían matado las defensas del casco de Volyova antes de que se acercaran a menos de treinta kilómetros de la nave. Había otros equipos de asalto que al parecer estaban más cerca; un equipo podría incluso haber alcanzado el casco, pero fuera cual fuera el resultado, y a no había posibilidad alguna de que fuera una campaña incruenta.

—Lo sé —dijo Clavain antes de dar por finalizada la conversación.

Le dejó a Remontoire el control absoluto de la Luz del Zodíaco y luego se asignó una de las últimas naves espaciales de la bodega. El trasbordador ex civil era uno de los de H: Clavain reconoció los arcos luminosos y los tajos de las marcas de guerra banshee cuando cobraron vida con un parpadeo vacilante. Aquella nave de cintura de avispa era pequeña y su armamento ligero, pero llevaba el último mecanismo operativo de supresión de inercia, y por eso la había conservado hasta ahora. A un nivel subconsciente debió de saber en todo momento que querría unirse a la batalla, y esta nave lo llevaría allí en poco menos de una hora.

Clavain se había puesto el traje y había pasado por el ciclo de la conexión estanca que le daba acceso a la nave atracada. Fue entonces cuando lo alcanzó la mujer.

—Clavain.

Se volvió con el casco metido bajo el brazo.

—Felka —dijo.

—No me dijiste que te ibas.

—No tuve valor.

Ella asintió.

—Habría intentado convencerte de lo contrario. Pero lo entiendo. Es algo que tienes que hacer.

Él asintió sin decir nada. —Clavain...

—Felka siento mucho lo que...

—No importa —dijo ella mientras daba un paso más hacia él—. Quiero decir, importa, por supuesto que importa, pero podemos hablar sobre eso más tarde. De camino.

—¿De camino adonde? —dijo él de forma un tanto estúpida.

—A la batalla, Clavain. Me voy contigo.

Fue solo entonces cuando él se dio cuenta de que Felka también llevaba un traje arrebujado bajo el brazo y un casco que le colgaba del puño como una fruta demasiado madura.

—¿Por qué?

—Porque si tú mueres, yo también quiero morir. Es tan sencillo como eso, Clavain.

Se alejaron de la Luz del Zodíaco. Clavain contempló cómo quedaba atrás la nave y se preguntó si volvería alguna vez a poner los pies en ella.

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