El Arca de la Redención (103 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

Pero lo había conseguido. Ahora tenía un espacio despejado a lo largo de cientos de metros en todas direcciones, y mucho más que eso en la mayoría.

—Corta el tokamak a mi señal, nave. Cinco... Cuatro... Tres... Dos..., y ¡ya! —Tras años de condicionamiento, Antoinette tensó el cuerpo, anticipándose al pequeño golpe seco que iba a sentir en las posaderas y que siempre indicaba el cambio de los cohetes nucleares a la fusión pura.

No se produjo.

—Consumo de fusión sostenido y regular. Verde en todo el panel. Tres gravedades, Antoinette.

La joven alzó una ceja y asintió. —Cono, qué suave.

—Puedes agradecérselo a Xavier, y quizás a Clavain. Encontraron un fallo técnico en una de las subrutinas más antiguas de la gestión de motores. Era el responsable de una ligera incompatibilidad de propulsión durante el cambio entre modos de propulsión.

Antoinette cambió a una visión menos magnificada de la abrazadora, algo que le mostrara toda la longitud del casco. Chorros de naves de ataque improvisadas (sobre todo del tamaño de triciclos, pero había hasta pequeños trasbordadores) surgían de cinco estacionamientos diferentes situados por todo el casco. Muchas de las naves eran señuelos, y no todos estos tenían combustible suficiente para acercarse a menos de un segundo luz de la Nostalgia por el Infinito. Pero incluso sabiendo eso no dejaba de ser un espectáculo impresionante. La enorme nave parecía estar sufriendo una hemorragia de chorros de luz.

—¿Y tú no tuviste nada que ver con eso?

—Uno siempre hace todo lo que puede.

—Jamás pensé lo contrario, nave.

—Siento lo que pasó, Antoinette...

—Ya lo he superado, nave.

Ya no podía seguir llamándolo Bestia. Y desde luego no tenía el valor de llamarlo Lyle Merrick.

«Nave» tendría que servir.

Cambió a una magnificación incluso menor y solicitó un cuadro superpuesto que encuadrara las numerosas naves de ataque y las etiquetara con códigos numéricos según el tipo, el alcance, la tripulación y el armamento, y trazara sus vectores. Quedó entonces clara una pequeña idea de la magnitud del asalto. Había alrededor de cien naves en total. Unas sesenta de esas cien eran triciclos, y unos treinta de los triciclos incluso transportaban miembros del escuadrón de asalto; en general, un cerdo fuertemente armado, aunque había uno o dos triciclos conjuntos para operaciones especializadas. Todos los triciclos tripulados transportaban algún tipo de armamento, que iba desde los gráseres de un solo uso a bóseres Breitenbach de varios gigavatios. Todas las tripulaciones llevaban servoarmaduras, y la mayor parte transportaba armas de fuego o podía soltar y llevarse el arma del triciclo una vez que llegaran a la nave enemiga.

Había unas treinta naves de tamaño medio: transbordadores de dos o tres plazas y casco cerrado. Eran todos de diseño civil, ya fueran adaptaciones de las naves que ya estaban presentes en las bodegas de la Luz del Zodíaco cuando la capturaron o proporcionados por H, sacados de sus propias flotas incursoras. Estaban equipadas con un espectro de armamento parecido al de los triciclos, pero también llevaban equipo más pesado: rejillas de misiles y equipo especializado de atraque forzado. Y luego había nueve trasbordadores o corbetas de tamaño más grande, todos capaces de albergar al menos veinte tripulantes armados y con cascos lo bastante largos para llevar la clase más pequeña de lanzabalas de cañones de aceleración. Tres de estas naves llevaban supresores de inercia, lo que aumentaba su techo de aceleración de cuatro a ocho gravedades. Sus fornidos cascos y diseños asimétricos los distinguían como naves no atmosféricas, pero eso no supondría un inconveniente en la esfera de combate que se anticipaba.

El Ave de Tormenta era mucho más grande que las otras naves, lo bastante para que su propia bodega contuviera ahora tres trasbordadores y una docena de triciclos, junto con sus respectivas tripulaciones. No tenía maquinaria de supresión de la inercia, había resultado imposible replicar la tecnología en masa, sobre todo en las condiciones de la Luz del Zodíaco, pero a modo de compensación, la nave de Antoinette llevaba más armamento y más blindaje que cualquier otra nave de la flota de asalto. Ya no era un mercancías, pensó. Era una nave de guerra y más le valía que empezara a acostumbrarse a la idea.

—Seño..., quiero decir, ¿Antoinette?

—¿Sí? —preguntó ella apretando los dientes.

—Solo quería decir... ahora..., antes de que sea demasiado tarde...

La joven apretó el botón que desconectaba la voz, y luego salió de su sillón y se metió en el exoesqueleto.

—Más tarde, nave. Tengo que inspeccionar las tropas.

Solo, con las manos aferradas con fuerza a la espalda, Clavain permanecía envuelto en el abrazo rígido de su exoesqueleto, contemplando la partida de las naves de ataque desde una cúpula de observación.

Los zánganos, señuelos, triciclos y naves giraban y rodaban a medida que abandonaban la Luz del Zodíaco para situarse en los escuadrones que les habían designado. El cristal inteligente de la cúpula le protegía los ojos de la luz deslumbradora y feroz de los escapes, manchaba de negro el núcleo de cada llama de tal forma que él solo veía los extremos violetas. A lo lejos, mucho más allá del enjambre de naves que partían, estaba la faz creciente de color pardo grisáceo de Resurgam, el planeta entero tan pequeño como una canica sujeta a cierta distancia. Sus implantes le indicaban la posición de la abrazadora lumínica de Volyova, aunque la otra nave estaba demasiado lejos para verla a simple vista. Pero con una sola orden neuronal hacía que la cúpula magnificara de forma selectiva esa parte de la imagen, de tal forma que una visión razonablemente marcada de la Nostalgia por el Infinito se hinchaba y surgía de la oscuridad. La nave de la triunviro estaba a casi diez segundos luz de distancia, pero también era muy grande; el casco tenía una longitud de cuatro kilómetros y se subtendía con un ángulo de un tercio de un arco segundo, así que estaba perfectamente al alcance de la capacidad de resolución de los telescopios ópticos más pequeños de la Luz del Zodíaco. Lo malo era que la triunviro tendría una visión por lo menos igual de buena de la nave de Clavain. Siempre que estuviera prestando atención, sería imposible que no notara la partida de la flota de ataque.

Clavain sabía ahora que los barrocos aumentos que había visto antes, y que había descartado como fantasmas añadidos por el programa del procesador, eran más que reales; que algo asombroso y extraño le había ocurrido a la nave de Volyova. La nave se había reconvertido en una enconada caricatura gótica del aspecto que debería tener una nave estelar. Clavain solo podía especular que la plaga de fusión debía de haber tenido algo que ver. El único lugar en el que había visto transformaciones que se acercaran siquiera a lo que estaba viendo ahora era en la arquitectura combada y fantasmagórica de Ciudad Abismo. Había oído hablar de naves infectadas por la plaga y había oído que en ocasiones esta alcanzaba la maquinaria de reparación y rediseño que permitía la evolución de las naves, pero jamás había oído hablar de que una nave se pervirtiera de una forma tan absoluta como esta al tiempo que, por lo que él veía, podía seguir funcionando como tal. Se le ponían los pelos de punta con solo verla. Esperaba que ningún ser vivo hubiera quedado atrapado en esas transformaciones.

La esfera de batalla abarcaría los diez segundos luz que había entre la Luz del Zodíaco y la otra nave, aunque el punto central vendría determinado por los movimientos de Volyova. Era un buen volumen para una guerra, pensó Clavain. Tácticamente hablando, la escala no importaba tanto como los típicos tiempos de travesía para las varias naves y armas.

A tres gravedades la esfera se podía cruzar en cuatro horas, algo más de dos horas para las naves más rápidas de la flota. A un misil hiperrápido le llevaría menos de cuarenta minutos abarcar la esfera. Clavain ya había ahondado en sus recuerdos de anteriores campañas bélicas en busca de paralelismos tácticos. La Batalla de Gran Bretaña (una oscura disputa aérea de una de las primeras guerras transnacionales, librada con aviones subsónicos con motor de pistones) había abarcado un volumen similar desde el punto de vista de tiempos de travesía, aunque el elemento tridimensional había sido mucho menos importante. Las guerras globales del siglo XXI eran menos relevantes; con zánganos de ondas suborbitales, ningún punto del planeta había estado a más de cuarenta minutos de la aniquilación. Pero las guerras del sistema solar de la segunda mitad de ese siglo ofrecían paralelismos más útiles. Clavain pensó en la crisis de secesión entre la Tierra y la Luna, o la batalla por Mercurio, y tomó nota de victorias y fracasos, y las razones de cada uno. También pensó en Marte, en la batalla contra los combinados, a finales del siglo XXII. La esfera de combate había llegado muy por encima de las órbitas de Fobos y Deimos, de tal forma que el tiempo de travesía real para los cazas monoplaza más rápidos había sido de tres o cuatro horas. También había habido problemas de retrasos, y las comunicaciones en la línea de visión quedaban bloqueadas por enormes nubes de ahechaduras plateadas.

Había habido otras campañas, otras guerras. No era necesario recordarlas todas. Las lecciones más destacadas ya estaban ahí. Sabía los errores que habían cometido otros; también sabía los errores que había cometido él en los primeros combates de su carrera. Nunca habían sido errores significativos, pensó, o no estaría allí ahora. Pero ninguna lección carecía de valor.

Un pálido reflejo se movió por el cristal de la cúpula.

—Clavain.

Se giró de golpe con un zumbido de su exoesqueleto. Había creído estar solo hasta ahora.

—Felka... —dijo sorprendido.

—He venido a contemplar cómo ocurre —dijo ella.

El exoesqueleto de la mujer la impulsó hacia él con un paso rígido, marcial, como alguien al que escoltaran unos guardias invisibles. Juntos contemplaron la salida al espacio de los restos del escuadrón de ataque.

—Si no supieras que era una guerra... —empezó él.

—... sería hasta hermoso —terminó ella—. Sí, estoy de acuerdo.

—Estoy haciendo lo correcto, ¿verdad? —preguntó Clavain.

—¿Por qué me lo preguntas a mí?

—Tú eres lo más parecido a una conciencia que me queda, Felka. No hago más que preguntarme qué haría Galiana si estuviera ahora aquí... Felka lo interrumpió.

—Se preocuparía, igual que te preocupas tú. Son las personas que no se preocupan, aquellas que nunca dudan de si lo que están haciendo está bien y es correcto..., esas son las que causan los problemas. Personas como Skade.

Clavain recordó el abrasador destello que había destruido a la Sombra Nocturna.

—Siento lo que pasó.

—Te dije que lo hicieras, Clavain. Sé que era lo que Galiana quería. —¿Que la matara?

—Murió hace años. Solo que no... terminó. Todo lo que has hecho es cerrar el libro.

—Eliminé cualquier posibilidad de que volviera a vivir —dijo él. Felka le cogió la mano moteada por la edad. —Ella te habría hecho lo mismo a ti, Clavain. Lo sabes. —Quizá. Pero tú todavía no me has dicho si estás de acuerdo con esto. —Estoy de acuerdo con que si poseemos las armas, eso servirá a nuestros intereses a corto plazo. Más allá de eso, no estoy tan segura. Clavain la miró con mucha atención. —Necesitamos esas armas, Felka.

—Lo sé. Pero, ¿y si ella, la triunviro, las necesita también? Tu proxy dijo que estaba intentando evacuar Resurgam.

El hombre escogió las palabras con cuidado.

—Esa no es... mi preocupación más inmediata. Si está dedicándose a evacuar el planeta, y yo no tengo pruebas de que así sea, entonces tiene muchas más razones para darme lo que quiero y así evitar que yo interfiera en la evacuación.

—¿Y no se te ocurriría pensar por un momento que podrías ayudarla?

—Estoy aquí para conseguir esas armas, Felka. Todo lo demás, por muy bienintencionado que sea, no son más que detalles.

—Eso pensaba —dijo Felka.

Clavain sabía que era mejor no responder.

En silencio contemplaron las llamas de color violeta de las naves de ataque que caían hacia Resurgam, y la nave estelar de la triunviro.

Cuando Khouri terminó de responder al último mensaje de Thorn, llegó a una inquietante conclusión. Caminar era todavía más difícil que antes, la aparente pendiente del suelo resultaba incluso más pronunciada. Era exactamente lo que Ilia Volyova había predicho: el capitán había incrementado el ritmo de propulsión, ya no le satisfacía una simple décima de gravedad. Según los cálculos de Khouri, y el nivel beta de Clavain estaba de acuerdo con ella, se había duplicado la velocidad, y era muy probable que siguiera ascendiendo. Las superficies que antes eran horizontales parecían ahora inclinarse a doce grados, lo suficiente para hacer que algunos de los corredores más resbaladizos fuesen difíciles de atravesar. Pero no era eso lo que le preocupaba.

—Ilia, escúchame. Tenemos un problema, y es grave de cojones.

Volyova salió de la contemplación de su campo de batalla electrónico. Los iconos flotaban dentro de la esfera aplastada de la proyección como decenas de brillantes peces congelados. Khouri estaba segura de que la visión había cambiado desde la última vez que la había visto.

—¿Qué pasa, niña?

—Es la zona de contención, donde tenemos a los recién llegados. —Continúa.

—No está diseñada para enfrentarse al hecho de que la nave se mueva bajo propulsión. La construimos como una zona de contención temporal, para utilizarla mientras estuviéramos estacionados. Se gira para poder tener gravedad de tal modo que la fuerza actúa de forma radial, apartándose del eje largo de la nave. Pero eso está cambiando. El capitán está aplicando propulsión, así que tenemos una nueva fuente que actúa a lo largo del eje. Es solo un quinto de gravedad de momento, pero puedes apostar a que va a empeorar. Podemos desconectar el movimiento giratorio, pero eso no va a cambiar las cosas. Las paredes se están convirtiendo en suelos.

—Esto es una abrazadora lumínica, Khouri. Es una transición normal al modo de vuelo estelar.

—No lo entiendes, Ilia. Tenemos dos mil personas apiñadas en una cámara, y no pueden quedarse allí. Ya se están asustando porque el suelo se está inclinando mucho. Tienen la sensación de estar en la cubierta de un barco que se hunde y nadie les dice si pasa algo. —Hizo una pausa, había perdido un poco de aliento—. Ilia, este es el trato. Tenías razón con lo del atasco. Le he dicho a Thorn que moviera más las cosas por el lado de Resurgam. Eso significa que vamos a recibir a miles de personas muy, muy pronto. Siempre supimos que tendríamos que empezar a vaciar la zona de contención. Solo tendremos que empezar a hacerlo un poco antes.

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