El Arca de la Redención (95 page)

Read El Arca de la Redención Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

Pero no había ninguna prueba de que la vida inteligente se hubiera extendido en algún momento de una estrella a otra, a pesar de que era, hasta cierto punto, fácil hacerlo. Tras asomarse al cielo nocturno, los filósofos humanos habían llegado a la conclusión de que la vida inteligente debía de ser de una escasez desesperanzadora, que quizá la especie humana era la única cultura sensible de la galaxia.

Se equivocaban, pero no lo descubrieron hasta los albores de la sociedad interestelar. Luego, las expediciones comenzaron a encontrar pruebas de culturas caídas, mundos arruinados, especies extintas. Había un gran número, un número muy incómodo de esas especies.

No era que la vida inteligente fuese escasa, al parecer, sino que la vida inteligente tenía una tendencia muy, muy grande a extinguirse. Casi como si algo la estuviera aniquilando de forma deliberada.

Los lobos eran el elemento que faltaba en ese rompecabezas, la entidad responsable de las extinciones. Máquinas implacables, con una paciencia infinita, que buscaban señales de inteligencia y decretaban un castigo terrible, aplastante. De ahí la galaxia silenciosa y solitaria, patrullada solo por atentos centinelas mecánicos.

Esa era la respuesta. Pero no explicaba por qué lo hacían.

—¿Pero por qué? —le preguntó al lobo—. No tiene mucho sentido actuar como lo hacéis vosotros. Si odiáis tanto la vida, ¿por qué no terminar con ella de una vez por todas?

—¿Para siempre? —El lobo pareció encontrarlo gracioso, como si las especulaciones de la joven despertaran su curiosidad.

—Podríais envenenar todos los mundos de la galaxia o aplastarlos hasta el último. Es como si no tuvierais el valor para terminar por fin y de una vez por todas con la vida.

Hubo un lento suspiro de guijarros, como una avalancha.

—No se trata de terminar con la vida inteligente —dijo el lobo.

—¿No?

—Es justo lo contrario, Felka. Se trata de la conservación de la vida. Nosotros somos los guardianes de la vida, conducimos la vida para que supere sus mayores crisis.

—Pero asesináis. Matáis culturas enteras.

El lobo entró y salió de su campo de visión. Su voz, cuando respondió, era burlonamente parecida a la de Galiana.

—A veces, quien bien te quiere te hará llorar, Felka.

No vieron mucho a Clavain después de la muerte de Galiana. Había un entendimiento tácito entre su tripulación, algo que se filtró hasta las últimas filas del ejército de Escorpio: que no se le debía molestar por nada que no fueran los problemas más graves, asuntos de extrema urgencia que afectaran a toda la nave, nada menos. Seguía sin estar muy claro si este edicto procedía del propio Clavain o solo era algo que habían asumido sus adjuntos más inmediatos. Con toda probabilidad era una combinación de ambas cosas. Se convirtió en una figura oscura que veían en alguna ocasión pero pocas veces oían, un fantasma que acechaba por los pasillos de la Luz del Zodíaco en las horas en las que el resto de la nave estaba dormida. De vez en cuando, cuando la nave estaba sometida a una gravedad alta, escuchaban el ritmo seco y continuo de su exoesqueleto sobre las placas de la cubierta cuando atravesaba un pasillo sobre sus cabezas. Pero Clavain era en sí una figura esquiva.

Se decía que se pasaba largas horas en la cúpula de observación, con los ojos clavados en la negrura que dejaban atrás, transfigurado por su estela sin estrellas. Aquellos que lo veían comentaban que parecía mucho mayor que al comienzo del viaje, como si de alguna manera permaneciera anclado al flujo más rápido del tiempo del mundo, en lugar de al tiempo dilatado que pasaba a bordo de la nave. Se decía que parecía un hombre que había renunciado a vivir y que ahora solo realizaba los onerosos movimientos a los que se veía obligado para completar una última obligación.

Se reconocía, sin que se comprendieran necesariamente los detalles, que Clavain se había visto obligado a tomar una horrenda decisión personal. Algunos de los miembros de la tripulación pensaban que Galiana ya había «muerto» mucho tiempo antes y que lo que había pasado ahora solo había servido para subrayar ese hecho. Pero era, como habían comprendido otros, mucho peor que eso. La anterior muerte de Galiana solo había sido provisional. Los combinados la habían mantenido congelada, pensando que en algún momento se podría eliminar al lobo. La probabilidad de que eso pasara sería pequeña, pero en el fondo de Clavain debía de permanecer el fantasma de una esperanza: que le pudieran devolver a la Galiana que había amado desde aquel antiguo encuentro en Marte, curada y renovada. Pero ahora él se había encargado de eliminar en persona esa posibilidad para siempre. Se decía que la persuasión de Felka había tenido un papel muy importante en su decisión, pero había sido Clavain el que había tomado la decisión definitiva; era él quien llevaba en sus manos la sangre de esa compasiva ejecución.

El retraimiento de Clavain afectó menos a los asuntos de la nave de lo que podría haber parecido; ya había abrogado en otros buena parte de su responsabilidad, de tal forma que los preparativos para la batalla continuaron con eficacia y sin complicaciones sin su intervención diaria. Las líneas de producción mecánica funcionaban ahora a pleno rendimiento, escupiendo armas y armaduras. El casco de la Luz del Zodíaco estaba erizado de armamento antinave. A medida que los regímenes de entrenamiento afinaban los batallones del ejército de Escorpio y los convertían en unidades de una eficiencia salvaje, comenzaron a darse cuenta de cuántos de sus éxitos previos podían achacarse a la buena suerte, pero desde luego ese no sería el caso en el futuro. Quizá fracasasen, pero no sería por una falta de preparación táctica o de disciplina.

Una vez destruida la nave de Skade, tenían menos necesidad de preocuparse por un ataque mientras estaban en ruta. Los escáneres de profundidad confirmaron que había otras naves combinadas detrás de ellos, pero solo podían igualar la aceleración de la Luz del Zodíaco, no superarla. Al parecer, nadie estaba dispuesto a intentar otra transición al estado cuatro después de lo que le había pasado a la Sombra Nocturna.

A medio camino de Resurgam, la nave se había puesto en modo de deceleración, impulsándose en la dirección del vuelo, lo que de inmediato los convirtió en un objetivo más difícil para la nave perseguidora, puesto que ya no tenían un haz de escape propulsado de forma relativa en el que concentrarse. El riesgo de un ataque había bajado todavía más y había dejado a la tripulación libre para concentrarse en el objetivo primario de la misión. Los datos del sistema al que se acercaban también se fueron haciendo cada vez más amplios, con lo que todos se concentraron en los detalles de la operación de recuperación.

Estaba claro que algo muy extraño estaba pasando alrededor de Delta Pavonis. Los escáneres del sistema planetario mostraban la inexplicable omisión de tres cuerpos terrestres de un tamaño moderado, como si los hubiera borrado sin más. Más preocupante todavía éralo que había sustituido al gigante gaseoso principal del sistema: solo permanecía un resto del núcleo metálico del gigante, envuelto en una madeja de materia liberada muchísimo más grande que el planeta original. Había insinuaciones de un mecanismo inmenso que se había utilizado para hacer girar el planeta hasta destrozarlo: arcos, cúspides y espirales que estaban en proceso de ser desmantelados y transformados de nuevo en una maquinaria nueva. Y en el corazón de la nube había algo incluso más grande que esos componentes subsidiarios: una máquina de dos mil kilómetros de anchura que no podía tener de ninguna de las maneras un origen humano.

Remontoire había ayudado a Clavain a construir sensores para captar las huellas de neutrinos de las armas de clase infernal. A medida que se acercaban al sistema, habían establecido que treinta y tres de las armas estaban más o menos en el mismo sitio, mientras que otras seis permanecían inactivas, esperando en una amplia órbita alrededor de la estrella de neutrones Hades. Faltaba un arma, pero Clavain ya lo sabía antes de abandonar el Nido Madre. Escáneres más detallados, que solo fueron posibles una vez que bajaron la velocidad a menos de un cuarto de año luz de su destino, mostraron que las treinta y tres armas estaban casi con toda seguridad a bordo de una nave del mismo tipo básico que la Luz del Zodíaco, es probable que metidas en una enorme bodega de almacenamiento. La nave, que tenía que ser la de la triunviro, Nostalgia por el Infinito, planeaba en el espacio interplanetario, orbitando alrededor de Delta Pavonis en el punto Lagrange entre la estrella y Resurgam.

Ahora, por fin, tenían alguna indicación de su adversario. ¿Pero qué pasaba con el propio Resurgam? No salía ninguna comunicación radiofónica u otra banda de emisión del único planeta habitado del sistema, pero estaba claro que la colonia no había fracasado. Los análisis de los gases que constituían la atmósfera revelaban una actividad terraformadora continua, con importantes extensiones de agua ya visibles en la superficie. Los casquetes glaciares se habían reducido hacia los polos. El aire era más cálido y húmedo de lo que lo había sido en casi un millón de años. Las huellas infrarrojas de la flora de la superficie encajaban con los patrones esperables en una reserva genética terráquea, modificados por la supervivencia al frío, la sequía y los niveles bajos de oxígeno. Unas manchas termales calientes mostraban los lugares donde se hallaban grandes reprocesadores que cambiaban la atmósfera a base de fuerza bruta. Los metales refinados indicaban una intensa industrialización de la superficie. Al realizar una ampliación extrema, se percibía incluso sugerencias de carreteras y gasoductos, y el ocasional eco móvil de un grueso vehículo de carga transatmosférico, como un dirigible. No cabía duda: el planeta estaba habitado, incluso ahora. Pero a los que estaban ahí abajo no les interesaba demasiado comunicarse con el mundo exterior.

—No importa —le dijo Escorpio a Clavain—. Tú has venido aquí a coger las armas, eso es todo. No hay necesidad de complicar las cosas más de lo que están.

Clavain había estado solo hasta que el cerdo había venido a visitarlo.

—Nos limitamos a solucionar lo de la nave estelar, ¿es eso?

—Podemos empezar las negociaciones de inmediato si transmitimos un proxy de nivel beta. Pueden tener las armas listas para nosotros cuando lleguemos. Un cambio de rumbo rápido y bonito y nos largamos. Las otras naves ni siquiera habrán llegado al sistema.

—Las cosas no son nunca tan fáciles, Escorp. —Clavain hablaba con una resignación malhumorada, con los ojos clavados en el campo de estrellas que había más allá de la ventana.

—¿No crees que funcionen las negociaciones? Bien. Nos las saltamos y nos limitamos a entrar disparando las armas como locos.

—En cuyo caso será mejor esperar que no sepan cómo utilizar las armas de clase infernal. Porque si nos metemos en una lucha directa, tenemos menos posibilidades que una bola de nieve en un volcán.

—Creí que el que Volyova volviera las armas contra nosotros no iba a ser un problema.

Clavain le dio la espalda a la ventana.

—Remontoire no puede prometerme que funcionen nuestros códigos de pacificación. Y si los ponemos a prueba demasiado pronto, le damos a Volyova tiempo para encontrar un rodeo. Si existe, estoy bastante seguro de que ella lo encontrará.

—Entonces seguimos intentando la negociación —dijo Escorpio—. Manda un proxy, Clavain. Nos hará ganar tiempo, y no cuesta nada. El hombre no le respondió de inmediato.

—¿Crees que entienden lo que le está pasando a su sistema, Escorpio?

Escorpio parpadeó. A veces le costaba seguir los virajes y evasivas de los estados de ánimo de Clavain. Aquel hombre era mucho más ambivalente y complejo que cualquier otro ser humano que hubiera conocido desde su época a bordo del yate.

—¿Entender?

—Que las máquinas ya están aquí, que ya están ocupadas. Si miran al cielo, seguro que no pueden evitar ver lo que está pasando. Tienen que darse cuenta de que no son buenas noticias, seguro.

—¿Qué otra cosa pueden hacer, Clavain? Has leído los resúmenes del departamento de inteligencia. Es probable que no tengan ni un solo trasbordador ahí abajo. ¿Qué pueden hacer salvo fingir que no está pasando?

—No lo sé —dijo Clavain.

—Vamos a transmitir el proxy —dijo Escorpio—. Solo a la nave, solo haz estrecho.

Clavain no dijo nada durante al menos un minuto. Se había vuelto de nuevo hacia la ventana y se había quedado mirando el espacio. Escorpio se preguntaba qué esperaba ver allí. ¿Imaginaba que podía deshacer aquel destello de luz, el que había señalado el final de Galiana, si lo intentaba lo suficiente? No hacía tanto que conocía a Clavain, no tanto como algunos de los otros, pero creía que era un hombre racional. Pero suponía que el dolor, ese dolor aullador repleto de remordimientos que estaba experimentando, podía hacer pedazos la racionalidad. El impacto de una emoción tan conocida como la tristeza sobre el flujo de la historia jamás se había explicado cómo se debía, pensó Escorpio. Pena y remordimiento, pérdida y dolor, tristeza y angustia eran entidades tan poderosas a la hora de dar forma a los acontecimientos como la ira, la codicia y el justo castigo.

—Clavain... —lo animó.

—Nunca pensé que habría que tomar decisiones tan duras —dijo el hombre—. Pero H tenía razón: las decisiones difíciles son las únicas que importan. Creí que desertar era lo más arduo que había hecho jamás. Creí que nunca más volvería a ver a Felka. Pero no me di cuenta de lo equivocado que estaba, de lo trivial que era esa decisión. No era nada comparado con lo que tuve que hacer después. He matado a Galiana, Escorpio. Y lo peor es que lo hice por propia voluntad.

—Pero has recuperado a Felka. Siempre hay algún consuelo.

—Sí —dijo Clavain, que parecía un hombre que intentaba aferrarse a la última migaja de consuelo—. He recuperado a Felka. O al menos he recuperado a alguien. Pero no está como la dejé. Ahora lleva al lobo en sí, solo una sombra del lobo, es cierto, pero cuando hablo con ella no puedo estar seguro de si es Felka la que responde, o él. Ya no importa lo que pase, no creo que sea capaz de aceptar sin más nada de lo que me diga.

—Te importaba lo suficiente como para arriesgar tu vida para rescatarla. Esa también fue una decisión difícil. Pero no te hace único. —Escorpio se rascó el morro levantado de la nariz—. Por aquí todos hemos tomado decisiones difíciles. Mira a Antoinette. Conozco su historia, Clavain. Sale a hacer una buena obra, a enterrar a su padre como él quería, y termina enredada en una batalla por el futuro entero de la especie. Cerdos, humanos... Todo. Apuesto a que no tenía eso en mente cuando salió a descargar su conciencia. Pero no tenemos forma de saber adónde nos llevarán las cosas, ni las difíciles preguntas que provocará una decisión. Creíste que desertar era un acto en y por sí mismo, pero solo era el comienzo de algo más grande.

Other books

Vampire Redemption by Phil Tucker
With the Father by Jenni Moen
Prophet by Frank Peretti
Maid to Fit by Rebecca Avery
How to Love by Kelly Jamieson
Pros and Cons by Janet Evanovich
Power Foods for the Brain by Barnard, Neal