El Arca de la Redención (74 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

Las constelaciones cambiarán, pensó Skade, no solo por unos cuantos grados, sino lo suficiente para deformarlas por completo. Por primera vez en la historia, vivirían bajo cielos auténticamente alienígenas, sin que pudieran consolarlos las formas míticas de su infancia, esos alineamientos aleatorios de estrellas en los que la conciencia humana había grabado un significado. Y al mismo tiempo sabrían que esos cielos eran crueles, tan infestados de monstruos como cualquier bosque encantado.

Sintió que su peso cambiaba, como si estuviera en un navío bajo una repentina tempestad. Se estabilizó apretándose contra la pared y estableció un enlace con Jastrusiak y Molenka, sus dos expertos en el sistema de supresión de inercia.

¿Pasa algo?

Molenka, la mujer, respondió a la pregunta de Skade.

[Nada, Skade. Solo una pequeña burbuja de inestabilidad. Nada inesperado]. Quiero saberlo si ocurre algo extraño, Molenka. Quizá necesitemos mucho más de este equipo, y quiero tener una confianza absoluta en él. Ahora le tocó a Jastrusiak.

[Lo tenemos todo bajo control, Skade. La maquinaria está en condiciones de estado dos, perfectamente estable. Las pequeñas estabilidades se reducen a la media].

Bien. Pero intentad mantener esas inestabilidades bajo control, ¿queréis?

Skade estuvo a punto de añadir que le aterraban, pero se lo pensó mejor. No debía revelarles sus miedos a los demás, no cuando tantas cosas dependían de que aceptaran su liderazgo. Ya era bastante difícil hacer que los miembros de una mentalidad de colmena se sometieran a su voluntad, y su control se habría visto socavado ante la más leve insinuación de duda sobre sus habilidades.

No hubo más irregularidades en el campo. Satisfecha, continuó su camino hacia la bodega de sueño.

Solo estaban ocupadas dos de las arquetas de sueño frigorífico. Skade había instigado el ciclo del despertar de Felka seis horas antes. Ahora empezaba a abrirse la más cercana de las dos arquetas, la que exponía la forma inconsciente de la mujer. Skade se acercó más despacio a la arqueta y se agachó sobre sus piernas metálicas, hasta que estuvo al mismo nivel que Felka. El aura de diagnóstico de la arqueta le dijo que ya estaba solo durmiendo, sumida en un moderado estado REM. Observó que le temblaban los párpados y colocó la mano de acero en el antebrazo de Felka. La apretó con suavidad, y Felka gimió y cambió de postura.

Felka. Felka. Despierta ya.

Felka se fue recuperando poco a poco. Skade esperó con paciencia, contemplándola con algo parecido al afecto.

Felka. Tienes que entenderme. Estás saliendo de un sueño frigorífico. Llevas seis semanas congelada. Te sentirás incómoda y desorientada, pero desaparecerá. No tienes nada que temer.

Felka abrió los ojos y los guiñó con una mueca de dolor, ofendida incluso por la escasa iluminación azul de la bodega de sueño. Gimió de nuevo e intentó salir de la arqueta, pero el esfuerzo era demasiado para ella, sobre todo por debajo de las dos gravedades.

Tranquila.

Felka murmuró y balbució una serie de sonidos, una y otra vez, hasta que formaron palabras reconocibles. —¿Dónde estoy?

A bordo de la Sombra Nocturna. Te acuerdas, ¿no? Fuimos tras Clavain, al sistema interno.

—Clavain... —No dijo nada más durante diez o quince segundos, antes de añadir—: ¿Muerto? No creo, no.

Felka consiguió abrir los ojos un poco más. —Cuéntame... qué pasó.

Clavain nos engañó con la corbeta. Consiguió llegar al Cinturón Oxidado. Eso lo recuerdas, creo. Remontoire y Escorpio entraron tras él. Nadie más pudo ir, ellos eran los únicos que tenían alguna posibilidad de moverse por el espacio de Yellowstone sin que los descubrieran. No quise dejarte ir por razones obvias. A Clavain le importas, y eso hace que para mí seas muy valiosa. —¿Rehén?

No, por supuesto que no. Solo una de nosotros. Clavain es el cordero que ha dejado el redil, no tú. El que queremos que vuelva es Clavain, Felka. Clavain es el hijo pródigo.

Fueron a la cubierta de vuelo de la Sombra Nocturna. Felka sorbía un caldo con sabor a chocolate en el que se habían vertido varias medichinas reconstituyentes. —¿Dónde estamos?

Skade le mostró una imagen del campo estelar posterior, con una tenue estrella de un color amarillo rojizo destacada en verde. Esa era Épsilon Eridani, doscientas veces más apagada de lo que lo había estado desde la remota atalaya del Nido Madre. Ahora estaba diez millones de veces más apagada que el sol que ardía en el cielo de Yellowstone. Estaban en el auténtico espacio interestelar, por primera vez en la vida de Skade.

A seis semanas de Yellowstone, más de mil trescientas unidades astronómicas. La mayor parte del tiempo hemos mantenido las dos gravedades, lo que significa que ya hemos alcanzado un cuarto de la velocidad de la luz. A estas alturas, una nave convencional estaría luchando por llegar a una octava parte de la velocidad de la luz, Felka. Pero podemos hacerlo aún mejor si no queda más remedio.

Cosa que Skade sabía que era cierta, pero acelerar un poco más no supondría una gran ventaja práctica. La relatividad se aseguraba de eso. Una aceleración arbitraria elevada podía comprimir la duración subjetiva de su viaje a Resurgam, pero no supondría casi ninguna diferencia en el tiempo objetivo que consumía ese viaje. Y era el tiempo objetivo el único factor relevante en la visión de conjunto: alcanzar Resurgam seguiría llevando la misma cantidad de tiempo que si lo midiesen observadores externos, y más décadas todavía encontrarse con los otros elementos de la flota del éxodo.

Sin embargo, había otras razones para considerar un aumento en la aceleración. Y en el fondo, Skade pensaba en una peligrosa y atrayente posibilidad que cambiaría las reglas por completo.

—¿Y la otra nave? —preguntó Felka—. ¿Dónde está?

Skade ya le había hablado del navío que tenían detrás. Ahora aparecía en la pantalla un segundo círculo bisecado por dos finas líneas cruzadas, centrado casi con toda exactitud sobre el que demarcaba a Épsilon Eridani.

Ahí está. Es muy tenue, pero ahí hay una clara fuente de neutrinos tau y se está moviendo con el mismo rumbo que nosotros.

—Pero mucho más atrás —dijo Felka.

Sí, Tres o cuatro semanas por detrás de nosotros, con toda seguridad. —Podría ser una nave comercial, ultras o algo, con una dirección similar. Skade asintió.

He considerado esa posibilidad pero no me parece probable. Resurgam no es un destino muy popular entre los ultras y si esa nave se dirigiera a otra colonia en la misma parte del cielo, a estas alturas ya habríamos visto movimiento lateral. Y no lo hemos visto, nos sigue, Felka.

—Una persecución por la popa.

Sí, nos siguen de forma deliberada. Tienen una modesta ventaja táctica, ya sabes. Nuestra llama señala hacia ellos, la suya se aleja de nosotros. Puedo rastrearlos porque tenemos detectores de neutrinos de nivel militar, pero sigue siendo difícil. Pero a ellos no les hace falta mayor astucia para vernos. He separado nuestros haces impulsores en cuatro componentes y les he dado una pequeña compensación angular, pero solo tienen que detectar una cantidad diminuta de radiación filtrada para fijar nuestra posición. Sin embargo, nuestro neutrino es silencioso, y eso nos proporcionará una ventaja definitiva después del cambio, cuando tengamos que apuntar nuestra llama hacia Resurgam. Pero no llegaremos a eso. Esa nave no podrá cogernos jamás, por mucho que lo intente.

—La nave ya debería estar quedándose atrás —dijo Felka—. ¿No es cierto?

No. Hasta ahora ha mantenido dos gravedades todo el camino, desde que salió del Cinturón Oxidado.

—No sabía que las naves normales podían acelerar tanto.

No pueden, normalmente no. Pero hay métodos, Felka. ¿Sabes la historia de Irravel Velda?

—Por supuesto —dijo Felka.

Cuando estaba persiguiendo a Run Seven modificó su propia nave para conseguir dos gravedades. Pero lo hizo de forma basta, no mejorando la eficacia de sus motores combinados sino despojando su nave de todo, hasta dejar solo el esqueleto. Abandonó a todos sus pasajeros en un cometa para ahorrar masa.

—¿Y crees que esa otra nave está haciendo algo parecido?

No hay otra explicación. Pero no les servirá de nada. Incluso a dos gravedades no pueden cerrar la brecha que los separa de nosotros, y la brecha aumentará si incrementamos nuestro efecto de supresión de la inercia. No pueden llegar a las tres gravedades, Felka. Hay un límite en la masa de la que se puede despojar una nave antes de quedarse sin ella. Yellosya deben de estar muy cerca de ese límite.

—Debe de ser Clavain —dijo Felka.

Pareces muy segura.

—Nunca pensé que se rendiría, Skade. No es su estilo. Quiere esas armas con todas sus fuerzas y no va a dejar que tú pongas tus frías manos de acero en ellas sin luchar.

Skade quería encogerse de hombros, pero la coraza no se lo permitía.

Entonces confirma lo que siempre fie sospechado, Felka. Clavain no es un racionalista. Es un hombre aficionado a los gestos, por muy inútiles o estúpidos quesean. Esto no es más que el gesto más grandioso y desesperado que ha hecho hasta la fecha.

Clavain se tropezó con la primera de las trampas de Skade a ochocientas unidades astronómicas de Yellowstone, cien horas luz después de cruzar. Llevaba tiempo esperando que ella intentara algo; de hecho, se habría sentido desilusionado y un poco alarmado si no lo hubiera hecho. Pero Skade no lo había decepcionado.

La Sombra Nocturna había sembrado minas a su paso. Durante unas cuantas semanas, Skade las había dejado caer desde la popa de su nave: zánganos pequeños, automatizados y con un alto nivel de autonomía para conseguir la máxima invisibilidad contra los sensores de exploración de Clavain. Los zánganos eran lo bastante pequeños para que Skade pudiera permitirse fabricarlos y desplegarlos a cientos, salpicando así de obstáculos ocultos el camino que debía seguir Clavain.

Los zánganos no tenían que ser muy listos ni tener un gran alcance. Skade podía estar bastante segura de la trayectoria que Clavain se vería obligado a seguir, de la misma forma que él estaba bastante seguro de la de ella. Incluso una pequeña desviación de la línea recta que unía a Épsilon Eridani con Delta Pavonis le costaría a Clavain unas valiosísimas semanas que retrasarían aún más su llegada. Ya estaba quedándose atrás y no quería incurrir en ningún retraso más si podía evitarlo. Así que Skade habría sabido que Clavain permanecería en el mismo rumbo, salvo por alguna desviación a corto plazo.

Aun así eso significaba que Skade seguía teniendo mucho espacio que cubrir. Las explosiones no eran un medio eficaz de infligir daño a una nave espacial salvo si se estaba a una distancia muy corta, ya que el vacío no propagaba las ondas de choque. Skade sabría que las posibilidades de que una de sus minas se acercara a menos de mil kilómetros de la nave de Clavain eran tan pequeñas que resultaban casi insignificantes, así que no tendría sentido poner cabezas nucleares descortezadoras. Clavain esperaba que las minas estuvieran diseñadas para identificar y atacar su nave a la típica distancia de segundos luz. Serían lanzamisiles de un solo uso, haces de partículas, con toda probabilidad. Eso era justo lo que habría hecho él si lo estuvieran persiguiendo en una nave parecida.

Pero Skade había utilizado descortezadores. Los había insertado, por lo que Clavain podía juzgar, en una de cada veinte minas, con una desviación estadística hacia el borde de su enjambre. Las cabezas nucleares estaban listas para detonar en cuanto él llegara a una hora luz de ellas, por lo que podía ver. Se veía un lejano punto de intensa luz azul que se desvanecía hacia el violeta, desplazado en rojo respecto al marco estacionario de Clavain en unos cientos de kilómetros por segundo. Y luego, horas o decenas de horas después, detonaba otra, a veces dos o tres en rápida sucesión, un tartamudeo que salía de la noche como una cascada de fuegos artificiales. Algunas explotaban más cerca que otras, pero todas estaban demasiado distantes para causarle daño alguno a la nave. Clavain realizó un análisis regresivo sobre el patrón del despliegue y llegó a la conclusión de que las bombas de Skade solo tenían una posibilidad entre mil de dañar su nave. Las posibilidades de lograr un golpe destructivo eran un factor de cien menos favorable. Estaba claro que no era ese su propósito.

Skade, comprendió, estaba utilizando los descortezadores con la única intención de aumentar la precisión de sus otras armas a la hora de fijar el objetivo; inundaban la nave de Clavain de destellos estroboscópicos que fijaban al instante su posición y velocidad. Las otras minas estarían husmeando el espacio en busca de los restos de los fotones reflejados que partían de su casco. Era una forma de compensar el hecho de que las minas de Skade eran demasiado pequeñas para llevar detectores de neutrinos, y por tanto tenían que fiarse de los cálculos de posición anticuados que transmitía la Sombra Nocturna, que ya estaba a muchas horas luz en el espacio interestelar. El humo de los descortezadores sacaba la nave de Clavain de la oscuridad y permitía que lo localizaran las armas de energía dirigida de Skade. Clavain no veía los haces de esas armas, solo el destello de las explosiones que provocaban. Los rendimientos era más o menos una centésima parte del estallido de una explosión descortezadora, suficiente para impulsar un haz de partículas o un gráser con un alcance extremo de cinco segundos luz. Si el haz no lo alcanzaba, Clavain no llegaba a verlo. En el espacio interestelar había tan pocos granos de polvo ambiente que incluso un haz que pasara a kilómetros de la nave sufría una dispersión insuficiente para revelarse. Clavain era un hombre ciego y sordo que cruzaba tropezando la tierra de nadie, sin darse cuenta de las balas que pasaban silbando a su lado, sin ni siquiera sentir el viento de su paso.

Lo irónico era que, con toda probabilidad, ni siquiera sabría si un haz les daba.

Desarrolló una estrategia que esperaba que funcionase. Si las armas de Skade estaban disparando desde una distancia típica de cinco segundos luz, dependían de cálculos de posición que tenían una antigüedad de al menos diez segundos, y que con toda probabilidad era algo así como treinta segundos. Los algoritmos de fijación de objetivos estarían extrapolando su rumbo, localizando su probable posición futura con un diferencial de cálculos menos probables. Pero treinta segundos proporcionaban a Clavain un margen suficiente para hacer que esa estrategia fuera de una enorme ineficacia para Skade. En treinta segundos, bajo una propulsión constante de dos gravedades, una nave cambiaba su posición relativa en nueve kilómetros, más del doble de la longitud de su casco. Sin embargo, si Clavain hiciera vacilar al azar la propulsión, Skade no sabría con seguridad hacia qué lugar dentro de ese enclave de nueve kilómetros tendría que dirigir sus armas. Tendría que asignar más recursos a la obtención de la misma probabilidad de un impacto. Era un juego de números, no un método garantizado para evitar que te mataran; pero Clavain había sido soldado el tiempo suficiente para saber que, en última instancia, la mayor parte de las situaciones de combate se reducía a eso.

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