El asesinato como diversión (10 page)

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Authors: Fredric Brown

Tags: #Policiaco

—No es posible. Ahora recuerdo que Frank me comentó una vez que su hermano servía en un bar. Pero, con todos los taberneros que hay en la ciudad, mire que ir a elegir a... ¡Oiga, Corey!

—¿Sí?

—¿Se da cuenta de lo que esto prueba?

—¿Qué?

—Prueba que..., al menos para mi débil mente..., que es completamente imposible que lo de esos asesinatos y los guiones fueran una coincidencia.

—¿Y cómo llegó a esa conclusión, señor Tracy?

—Verá, el hecho de que fuese a elegir al hermano de Frank, entre todos los taberneros de la ciudad, fue una perfecta coincidencia. No pudo ser otra cosa; nadie me condujo hasta ese bar. Iba caminando sin rumbo y entré, así, al azar. Ahora bien, si lo otro fue una coincidencia, entonces serían..., bueno, tres coincidencias..., si consideramos que cada uno de los dos asesinatos ocurrió exactamente como indican los guiones que escribí. Estoy dispuesto a admitir que hubo una coincidencia, no me queda otra alternativa, pero no se pueden dar tres coincidencias así en un lapso tan corto de tiempo. Es como apostar tres párolis seguidos en las carreras.

—Una vez lo intenté —le comentó Corey—. Y perdí. Pero, diablos, si se me hubieran dado, me habría forrado. —Hizo una pausa y luego agregó—: Aunque uno de ellos se me dio. Supongo que entiendo qué me quiere decir.

Tracy miró por la ventanilla y advirtió que se dirigían hacia el Sur, por Amsterdam. Y preguntó:

—¿Adónde vamos?

Corey aminoró la marcha y repuso:

—Pues a ninguna parte. Sólo estaba dando una vuelta para que usted tomara un poco de aire, es todo. ¿Quiere ir a algún sitio en particular, señor Tracy?

—No... Oiga, sargento, ¿cómo es que estaba usted allí?

—Lo estaba siguiendo. Regresé a la Comisaría más o menos a la hora que usted se marchó y..., bueno, pues que... me puse a seguirlo.

—Ah.

—No era mi intención... Esto... —En la voz de Corey se adivinaba una cierta incomodidad. Tracy lo miró a la cara y constató que se sentía incómodo.

—No lo hice por trabajo —le explicó Corey—. Quiero decir, no le estaba siguiendo los pasos. Sólo quería hablar con usted.

—No lo entiendo —dijo Tracy, sinceramente sorprendido—. ¿Quiere decir que me estuvo siguiendo desde que me marché de la Comisaría? ¿Mientras comía, me hacía lustrar los zapatos y después, cuando entré en ese bar...?

Corey asintió.

—Estaba esperando. Iba a elegir el momento adecuado..., el momento psicológico. Era por algo personal, por eso estaba esperando.

—¿Y hasta cuándo hubiera esperado? ¿Hasta que me pusiera trompa?

—No, no..., no se trataba de eso. Aunque tenía pensado esperar hasta que se detuviera a tomar una copa después de cenar. Entonces, fingiría un encuentro casual. Pero ocurre que usted se metió en el «Dólar de Plata», y yo sabia que Hrdlicka trabajaba allí, porque hablé con él esta tarde mientras usted estaba en la Comisaría con el inspector... Supuse que querría hablar con él en privado sobre lo de su hermano. Por eso esperé antes de entrar en el bar. Esperé un rato en la acera de enfrente y después me acerqué a la ventana para asegurarme de que no se hubiera usted marchado, y justo cuando estaba comprobándolo, él lo izó por encima de la barra y...

—No me lo recuerde —le pidió Tracy. Se frotó la mandíbula con suavidad y se preguntó si la barbilla iba a hinchársele demasiado como para poder afeitarse. Quizá tendría que dejarse perilla.

Sacó un cigarrillo, lo encendió y luego dijo:

—Bueno, sargento, no sé si éste es un momento psicológico o no..., pero ¿de qué diablos quería hablarme?

—De la Radio. Verá usted, señor Tracy, yo..., bueno, siempre quise saber si algún día podría entrar en la Radio. Como actor, quiero decir. Mi mujer... y mucha gente me dicen que tengo una buena voz. No para cantar, claro, porque soy incapaz de seguir una melodía.

»Pero de niño tomé clases de declamación, y se me daba muy bien lo de recitar poesías. ¿Qué opina usted, señor Tracy?, ¿le parece que podría conseguir una prueba?

—Bueno..., no sé...

—Pues quería preguntarle eso..., y no es preciso que me conteste en seguida... Además, quería preguntarle sobre
Los millones de Millie
. Hablé por teléfono con mi esposa y se entusiasmó muchísimo cuando se enteró de que había conocido al guionista. Me pidió que le sonsacara para ver qué ocurrirá con el dinero que falta en el Banco. Y con otras cosas.

Le sonrió de pronto y añadió:

—Es mi excusa para llegar tarde esta noche, si es que llego tarde. Mi esposa creerá que estoy en buena compañía si estoy con usted, ¿me explico? Es decir, si le paso algún dato sobre lo de
Los millones de Millie.
Es un programa estupendo, señor Tracy.

—¿Usted también lo escucha?

—Siempre que puedo. No siempre puedo, porque tengo unos horarios enrevesados; a veces trabajo una noche entera y al día siguiente tengo el día libre, de modo que si a esa hora estoy en casa, lo escucho siempre que no esté durmiendo. Si llego a perderme algún episodio, como ocurrió hoy, mi esposa me cuenta lo que pasó. Por cierto, ¿qué pasó hoy?

—Reggie tiene laringitis.

—¡Maldición! —exclamó Corey—. Eso complica mucho las cosas. No sé, con el dinero que falta en el Banco, y la auditoría que se avecina. ¿Está muy mal?

—Se pondrá bien la semana próxima —respondió Tracy—. En mi casa me oyó usted hablar con el médico por teléfono. ¿No se acuerda?

Tracy se echó a reír y le explicó:

—Era una broma, sargento. Me refería al actor que hace el papel de Reggie. Él es el que tiene la garganta inflamada, y por eso en el guión tuve que hacer que Reggie Mereton enfermara de laringitis. No podía hablar si el actor que hace su papel no puede, ¿me explico?

—Sí, claro. Pero, si está enfermo, ¿cómo aclarará lo del Banco, incluso si él y Millie logran reunir la pasta para reponerla?

—Bueno..., oiga, sargento, ¿adónde vamos?

—Pues me dirigía hacia «Mamie’s Place». Es un sitio tranquilo para charlar, y el licor está bien. ¿Qué tal?

—Pues vamos a «Mamie’s Place». Adelante, Macduff.

—Pero ¿cómo logrará devolver la pasta al Banco antes de que vengan los auditores?

—Entre nosotros, sargento, no tengo ni idea.

—¿Que no tiene idea? ¿Y usted es quien lo escribe? Me está tomando el pelo, señor Tracy. Apuesto a que sé cómo continúa. En el Banco andan escasos de personal, entonces Millie se ofrece a ayudar mientras Reggíe está de baja, porque de todos modos no está haciendo nada, y tiene algo de experiencia como cajera..., de eso hace más o menos un año, ¿no?... Pues ella remplaza a su hermano. Entonces trata de reponer el dinero. Entonces... ¡Supongo que ya sabrá usted los problemas que pueden surgir de esto!

»El otro cajero, al que Reggie detesta, apuesto a que pesca a Millie cuando trata de devolver el dinero o de arreglar los libros, y ya sabemos que está colado por Millie, ¿no? ¿Qué le parece esta idea? Tratará de chantajear a Millie para que se case con él a cambio de no delatar a Reggie y enviarlo a la cárcel. Y así empezará el próximo problema de Millie, incluso antes de que logre solucionar el anterior. ¿Le parece que he adivinanaldo bien, señor Tracy?

Tracy inspiró hondo y soltó el aire despacio. Buscó otro cigarrillo y lo encendió.

—Sargento Corey, es usted un genio.

—Vamos, señor Tracy, no me tome el pelo.

—Olvídese del señor, sargento, llámeme Tracy. ¿Falta mucho para llegar a «Mamie’s Place»?

—Dos manzanas. Ya casi estamos.

—Entonces, pise el acelerador a fondo. Nos espera una larga velada. Cuando llegue usted a casa, su mujer no lo reconocerá.

—Estupendo.

—Eso mismo. Y yo averiguaré a fondo sobre su lista de posibilidades de entrar en la Radio, y cómo enfocar la cuestión. Y usted, sargento, siga adivinando tan bien las cosas que van a ocurrir en
Los millones de Millie.

Y ésa fue la noche del segundo día.

Al día siguiente era jueves. El despertador de Tracy sonó a las nueve de la mañana. Lanzó un quejido y mantuvo los ojos abiertos, porque sabía que si volvía a cerrarlos estaría perdido. Fuera llovía a cántaros.

Llegó al estudio a las diez y cuarto, una hora bastante buena para el estado lamentable en que se hallaba.

Wilkins parecía preocupado.

—Tracy, acabo de llamar a su casa. Al ver que no contestaba nadie, supuse que estaría usted de camino hacia aquí.

—Hay bastante tiempo —lo tranquilizó Tracy—. Tengo a una idea estupenda, señor Wilkins..., aunque ni se me ocurrió a mí. Un amigo mío me la sugirió anoche. Escuche. —Le ofreció un breve resumen de lo que Corey le había sugerido la noche anterior.

Wilkins se quitó los quevedos, los limpió con aire pensativo y luego repuso:

—Me temo que no podemos usarla, señor Tracy.

—¿Cómo? ¿Por qué no?

—Millie es nuestra heroína. No puede cometer un acto ilegal, como manipular los libros del Banco o devolver el dinero. La convierte en..., esto..., en cómplice del delito que cometió su hermano. A nuestro patrocinador no le gustaría.

—Qué tontería. La chica está devolviendo el dinero, no se lo está robando.

—Pero tendría que manipular las cuentas. Usted ha revelado ya que Reggie falsificó algunas para ocultar temporalmente su..., su malversación. Millie no arreglaría nada al devolver el dinero, a menos que pudiese arreglar también las cuentas. Y la heroína de una radionovela no puede hacer algo así, por supuesto. Por cierto, ¿qué le pasó en la barbilla?

—Me llevé por delante un poste —repuso Tracy amargamente—. Al diablo con mi barbilla, Wilkins. Creo que se equivoca en esto. Maldición, ¿acaso Millie no está implicada de todos modos, si intenta reunir el dinero para que Reggie lo devuelva? Sabe que fue él, eso la convierte de todos modos en cómplice. Es una cuestión de grados, maldita sea.

—Por supuesto, pero el grado puede ser importante. No existe la perfección absoluta, claro, pero la heroína de una radionovela debe acercarse lo más posible a la perfección. No hay nada absolutamente perfecto.

—Salvo el producto de nuestro patrocinador.

—Hablo en serio, señor Tracy. Tomemos, por ejemplo, el impulso biológico...

—¿Qué? —Tracy abrió los ojos como platos para mirar al director de programación. Jamás se le había ocurrido que Wilkins diferenciaría un impulso biológico de un mono de opio. De hecho, si existía algún pequeño Wilkins, cosa que por lo que a él le constaba, no era así, Tracy se habría sentido inclinado a considerarlos un producto de la partenogénesis—. ¿El qué?

—El impulso biológico —repitió Wilkins con firmeza—. Hablo en sentido amplio, claro, y aplicado a las heroínas de radionovelas, para ilustrar lo que quería decirle sobre la cuestión de los grados. A lo que me refería era que, besar a un hombre y..., esto..., tener con él relaciones más íntimas, es también una cuestión de grados.

—De unos cuantos grados.

—Sin embargo, ambos son manifestaciones del..., esto..., del impulso biológico, y la heroína sólo puede hacer una cosa y no la otra.

—¿Incluso si está casada? —inquirió Tracy con una Sonrisa.

—En ese caso —le explicó Wilkins con seriedad—, las relaciones más íntimas podrían suponerse, pero no podrían..., ¿cómo decírselo...?, no podrían radiarse.

—Supongo que no. Pero ¿ qué tiene eso que ver con lo del Banco?

—Es sólo una analogía, señor Tracy. Si estuviera menos interesado en hacerse el chistoso y quisiera comprenderme habría captado a qué me refiero. Reunir el dinero para dárselo a Reggie es una cosa, pero tratar de falsificar unos asientos en los libros del Banco, es otra. ¿No ve usted la diferencia de grado?

Tracy suspiró y repuso:

—Veo a qué se refiere, pero no puedo decir que yo esté de acuerdo. ¿No podemos planteárselo a nuestro patrocinador?

—Me temo que no; se ha ido a Maine de cacería. Me temo que tendrá que aceptar usted mi palabra.

Tracy volvió a suspirar y dijo:

—Usted es el jefe. De acuerdo. Deberemos reescribir los guiones que ya tenemos, y retrasar las cosas hasta el regreso de Dick. Tendré que hacer que los auditores posterguen su visita..., cosa que es un caso absolutamente fortuito, y lo odio. En fin, de todos modos el guión de hoy será fácil.

—Por supuesto. ¿Cuál será su próxima secuencia, cuando se aclare lo del Banco?

—No tengo ni idea. En cuanto acabe con el guión hoy, pondré una a cocer a fuego lento. Quizá logre hacer encajar, a pesar de todo, la idea del chantaje, si el malvado cajero pesca a Reggie con las manos en la masa en lugar de a Millie. Aunque perderá fuerza. Por cierto, ¿cuándo es el entierro de Dineen?

—Mañana por la tarde. Saldrán de su casa en Queens. ¿Sabe dónde queda?

—Sí, estuve allí en una ocasión. Intentaré asistir al entierro. A propósito, ¡está Dotty por aquí! Será mejor que acabe con el guión de hoy.

Dotty ya estaba esperándolo. Tracy se la llevó al mismo despacho que habían usado el día anterior, y se pusieron a trabajar.

Retocar el guión no resultó tan sencillo como había imaginado, pero no había tanta prisa, de modo que no importó.

En algunos puntos dudosos, Dotty hizo un par sugerencias. Eran inteligentes. Al cabo de tres del mismo estilo, Tracy la miró con cara de sorpresa.

—Wilkins me comentó que querías escribir. Pero no me dijo que podías hacerlo. ¿Puedes?

Al sonreír, a Dotty se le formaron hoyuelos.

—Eso espero, señor Tracy. Es mi verdadera ambición, escribir guiones de Radio, por eso conseguí este trabajo, para estar cerca de los escritores de verdad, como usted, y aprender de ellos. Me gustaría saber si en algún momento podría usted echarles un vistazo a los guiones que escribí por mi cuenta, y así, darme su opinión.

Tracy le dijo que lo haría encantado.

Todos los escritores tienen una cosa en común, al menos los de menos de ochenta años, ya sea que escriban ficción, no ficción, seriales, o lo que sea: siempre están dispuestos a echarle una mano al neófito, especialmente si es una neófita y tiene una figura que permitiría ocupar la primera fila de los Follies.

Y Tracy, que no era una excepción a la regla, se encontró con una cita para la noche siguiente, y una sensación de ligera alarma dentro de la cabeza que pudo haber interpretado como un gong de advertencia, pero no lo hizo.

Terminaron poco antes de las once y media, y Tracy llevó el guión al despacho de Wilkins.

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