El asno de oro (22 page)

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Authors: Apuleyo

—¡Justicia, Dios! ¿Y por qué matáis los tristes caminantes y los perseguís, espantáis y apedreáis con tan crueles ánimos? ¿Qué robo es éste?

¿Qué daño os habemos hecho? No muráis en cuevas de bestias fieras, ni entre los riscos de salvajes bárbaros, que os gozéis derramando sangre humana.

Como esto oyeron, luego cesó el llover de las piedras y apartaron la tempestad de los perros bravos, y uno de aquellos labradores que estaba encima de un ciprés, dijo a voces:

—No creáis que nosotros, teniendo codicia de vuestros despojos, os queríamos robar, mas pensando que lo mismo queríais hacer a nosotros, nos pusimos en defensa, por quitar nuestro daño de vuestras manos; así que de aquí adelante podéis ir por vuestro camino seguros, en paz.

Esto dicho, comenzamos a andar nuestro camino bien descalabrados, y cada uno contaba su mal: los unos, heridos de piedras, los otros, mordidos de los perros, de manera que todos iban lastimados. Yendo adelante ya buena parte del camino, llegamos a un valle de muchas arboledas y muy espeso de verduras y frescura, adonde acordaron aquellos pastores que nos llevaban de holgar un rato, por descansar y curarse de las heridas; así que echáronse todos por aquel prado, y después de haber reposado curáronse sus llagas lo mejor que pudieron: el uno se lavaba la sangre en un arroyo de agua, y otros, con esponjas mojadas, remediaban la hinchazón de sus llagas; otros ligaban las heridas con vendas, y de esta manera cada uno procuraba su salud. Entre tanto, un viejo asomó por un cerro, el cual debía de ser pastor de una manada de cabrillas que apacentaba por allí, y uno de los de nuestra compañía le preguntó si tenía leche o cuajada para vender, y el viejo cabrero, meneando la cabeza, dijo:

—¿Ahora tenéis vosotros cuidado de cosa de comer y de beber ni de otra refección? ¿No sabéis en qué lugar estáis?

Y diciendo esto, cogió sus cabras y fuese bien lejos. La cual palabra y su huida no poco miedo puso a nuestros pastores; así que, estando ellos espantados y no viendo a quién preguntar qué cosa fuese aquélla, asomó otro viejo muy mayor que aquél y más cargado de años, con un bordón en la mano, corcovado, y venía como hombre cansado, y llorando muy reciamente llegó a nosotros, y haciendo grandes reverencias, comenzó a besar a cada uno de aquellos mancebos en las rodillas, diciendo:

—Señores, por vuestra virtud y por el Dios que adoráis, que me socorráis en una tribulación a mí, viejo cuitado, de un niño mi nieto que casi está a la puerta de la muerte; el cual venía conmigo en este camino y tiró una piedra a un pajarito que estaba cantando, y por matarlo, cayó en una cueva que estaba llena de árboles por encima, que no se parecía, y creo que está en lo último de su vida, aunque por las voces que da, llamando socorro, conozco que aún está vivo; mas por mi vejez y flaqueza, como veis, no le pude ayudar; vosotros, señores, que sois mancebos y recios, fácilmente podéis socorrer a este mezquino viejo, librándome aquel niño, que no tengo otro heredero ni sucesor de mi linaje.

Diciendo esto, el viejo pelábase las barbas y mesábase las canas, de manera que todas habían mancilla de él; pero uno, más recio que ninguno y más mozo, de gran cuerpo y fuerzas, que sólo había quedado sano del ruido pasado, levantose alegre y preguntó en qué lugar había caído; el viejo le mostró con el dedo entre unas zarzas y matas espesas; así que el mancebo siguió tras el viejo hacia do le había mostrado. Los compañeros, cuando hubieron comido y nosotros pacido, cargáronnos para ir su camino, y como aquel mancebo no venía, comenzaron a darles voces; cuando vieron que no respondía, enviaron uno que lo buscase y le dijese que viniese presto, que era ya hora de caminar; aquél tardó un poco en ir a buscar al otro, y tornó amarillo y espantado, diciendo que había visto una cosa maravillosa de aquel mancebo: que vio cómo estaba muerto en el suelo, medio comido y un dragón espantable encima de él, comiéndolo todo, y que no parecía el viejo; lo cual, visto por los pastores y conociendo que no había en aquella tierra otro morador, sino aquel viejo, conocieron que aquél era el dragón, así que dejaron aquella mala tierra, y dándonos buenas varadas, fuéronse huyendo cuanto pudieron.

Capítulo III

En el cual Lucio prosigue contando muchos y notables acontecimientos que se ofrecieron siendo asno, y principalmente lo que le aconteció cuando le llevaban hurtado los pastores de Carites, donde se cuentan cosas graciosas.

Luego llegamos a una aldea donde estuvimos toda aquella noche, y allí aconteció una cosa que yo deseo contar.

Un esclavo de un caballero, cuya era aquella heredad, estaba allí por mayordomo y guarda de toda la hacienda, y era casado con una moza esclava asimismo de aquel caballero; el marido andaba enamorado de otra moza libre, hija de un vecino de allí; la mujer, con el dolor y enojo de los amores del marido, tomó cuantos libros de sus cuentas tenía y toda la hacienda y ropa de casa, no estando allí su marido, y quemolo todo; y no contenta con lo que había hecho, ni pensando que estaba vengada de la injuria, tornose contra sí misma y tomó en los brazos un niño hijo del marido y atolo consigo y lanzose en un pozo muy hondo. El señor, cuando supo la muerte de su esclava y del niño y que había sido por causa de los amores del marido, hubo mucho enojo y tomolo desnudo y enmelado y atolo muy fuertemente a una higuera vieja, que tenía muchas hormigas que hervían de un cabo a otro; las cuales, como sintieron el dulzor de la miel y el olor de la carne, aunque eran chicas, pero infinitas, con los continuos y espesos bocados que le daban, en tres o cuatro días le comieron hasta las entrañas, que dejaron los huesos blancos y sin carne ninguna, atados a la triste de la higuera, de lo cual los otros labradores estaban espantados y con mucho enojo. Dejamos también esta abominable tierra y partimos; todo aquel día anduvimos por unos grandes campos, hasta que cansados llegamos a una ciudad muy noble y muy poblada, adonde aquellos pastores determinaron de tomar sus casas y morar toda su vida, porque les parecía que allí se podrían muy bien esconder de los que de lejos les viniesen a buscar; además de esto, les convidaba a morar allí la abundancia de mucho pan y mantenimientos que había. Finalmente, que después de haber reposado tres días por descansar, porque nos rehiciésemos del camino, para mejor podernos vender, sacáronnos al mercado, y un pregonero con grandes voces nos comenzó a pregonar, pidiendo su precio por cada uno. El caballo y otro asno fueron comprados por unos mercaderes ricos; pero a mí solo, casi desechado, todos con fastidio me dejaban y pasaban; ya estaba yo muy enojado de los que allí estaban, que todos me palpaban las encías, queriendo saber y contar de mis dientes la edad que había; y con este asco, llegando a mí uno que le hedían las manos sobando muchas veces mi boca con sus dedos sucios, dile un bocado en la mano, que casi le corté los dedos; lo cual espantó tanto a los que allí estaban alrededor, que ninguno me quiso comprar, diciendo que era asno bravo y fiero; entonces el pregonero comenzó a dar grandes voces, que ya estaba ronco, diciendo muchas gracias y burlas contra mi desdicha y fortuna.

—¿Hasta cuándo tardaremos en vender esta jaca o asno viejo? Él tiene las manos y pies desportillados, flaco y muy ruin color, perezoso y sobre todo bravo y feroz, tan sin provecho que no es bueno sino para hacer de su pellejo una criba para cribar estiércol de cabras, o démoslo a alguno que no le pese de perder la paja que comiere.

En esta manera, jugando aquel pregonero, hacía dar grandes risadas a los que allí estaban; pero aquella mi crudísima fortuna, la cual yo huyendo por tantas provincias nunca pude huir ni con tantos males y tribulaciones como pasé pude aplacar, otra vez de nuevo lanzó sus ojos ciegos contra mí, dándome un comprador perteneciente para mis duras adversidades; y ¿sabéis qué tal? Un viejo calvo y bellaco, cubierto de cabellos de los lados llanos y medio canos, del más bajo linaje y de las heces de todo el pueblo; el cual andaba con otros trayendo a la diosa Siria por esas plazas, villas y lugares, tañendo panderos y atabales y mendigando de puerta en puerta.

Este echacuervo, con mucha gana que tenía de comprarme, preguntó al pregonero que de dónde era yo. Él le respondió que era de Capadocia y que era muy bueno y asaz recio. Preguntole más, qué edad había. El pregonero, burlándose de mí, dijo:

—Un astrólogo que miró la constelación de su nacimiento, dijo que podría ahora haber cinco años; pero él sé que sabrá mejor estas cosas según la profesión de su ciencia; y como quiera que yo a sabiendas incurra en la pena de la ley Cornelia si te vendiere ciudadano romano por esclavo, pero ¿por qué no compras un servidor tan bueno y provechoso, que te podrá ayudar así en casa como fuera de ella?

Con todo esto, aquel comprador malo no dejó de preguntar cuando esto oyó y sacar unas cosas de otras; finalmente, preguntó con mucha ansia si yo era manso. El pregonero le dijo:

—Es tan manso, que no parece asno, sino cordero; para todo lo que quisieres es aparejado; no muerde ni echa coces: que no puedes creer sino que debajo del cuerpo de un asno mora un hombre muy pacífico y modesto, lo cual puedes luego conocer y experimentar, porque si metes la cara entre los muslos de sus piernas, fácilmente podrás saber y ver cuán gran paciente te mostrará.

En esta manera el pregonero, con sus chocarrerías, trataba a aquel glotón echacuervos; pero él, que conoció que el pregonero le burlaba, hizo que se enojaba, y díjole:

—¡Oh cuerpo sordo y muerto, pregonero loco; la muy poderosa diosa Siria, criadora de todas las cosas, y santo Sabadio, y la diosa Belona, y la madre Idea Cibeles, y la señora Venus, con su hijo Adonis, te tornen ciego porque has dicho contra mí tantos juegos y truhanerías! ¿Piensas tú, necio, que tengo yo de fiar la diosa a un asno fiero para que arroje por ese suelo la imagen divina y que a mí, mezquino, sea forzado, con los cabellos sueltos, a discurrir buscando algún medio para mi diosa, que está echada en el suelo?

Cuando yo oí estas palabras, súbitamente, como quien sale de seso, pensé saltar y correr por que, viéndome aquel bellaco movido de ferocidad y braveza, me dejase de comprar; pero previno a mi pensamiento el argucioso comprador, porque luego sacó el dinero de la bolsa, el cual con mucho gozo fácilmente recibió mi amo, por enojo y fastidio que tenía de mí, conviene a saber diecisiete dineros, y luego me ató con una cincha de esparto, y así atado me dio a Filebo, que así se llamaba aquel que era mi señor; él me tomó como a novicio servidor y me llevó a su casa, y luego a la entrada de la puerta comenzó a dar voces a los de su casa, diciendo:

—Mozas, un servidor os traigo hermoso del mercado: vedlo aquí.

Pero aquellas mozas que él decía era una manada de mozos bardajes, los cuales, como lo oyeron, habiendo de ello mucho placer y alegría, con voces roncas y mujeriles alzaron grandes clamores, pensando que era verdad que les traía algún esclavo que fuese aparejado para lo que ellos querían; pero cuando vieron que no sucedía como ellos pensaban, ni era cierva por doncella, mas era un asno por hombre, el rostro torcido y con enojo increpaban a su maestro, diciéndole que no había traído servidor para ellos, mas que traía marido para sí. Decíanle, además de esto:

—Pues guárdate que tú solo no comas tan hermoso pollo; mas haz parte de él a nosotros, que somos tus criados.

Estas y otras tales cosas parlando entre sí, atáronme a un pesebre que allí cerca estaba; había entre aquéllos un mancebo alto y de buen cuerpo, el cual sabía muy bien tañer flautas y trompetas, y estaba allí cogido por sueldo para andar por allá fuera con los que traían a la diosa y para tañer la trompeta, pero en casa ejercitándose en contentar a aquellos medio mujeres. Cuando él me vio en casa, de muy buena gana me echó de comer, y alegre dijo estas palabras:

—Basta que tú viniste para ayudarme al miserable trabajo; plegue a Dios que vivas y contentes a tu señor y ayudes a mis lomos cansados y vacíos.

Y oyendo yo estas cosas, ya pensaba en mis fatigas venideras.

Capítulo IV

Cómo, después que a Lucio asno compró un echacuervos de la diosa Siria, fue destinado para traer sobre sí a la diosa; donde cuenta acontecimientos y casos notables de aquella falsa religión de echacuervos.

Otro día siguiente, vestidos de varios colores y cada uno de su traje, afeitadas las caras con sus afeites sucios y los ojos alcoholados, salen muy compuestamente con sus mitras y túnicas y otras vestiduras encima de lino y algodón; otros llevaban túnicas blancas ceñidas y pintadas de colores virguladas y calzados zapatos colorados. Yendo ellos de esta manera, pusieron sobre mí a su diosa, cubierta de una vestidura de seda, para que la llevase; y desnudos los brazos hasta los hombros, llevaban cuchillos y hachas en las manos, y como hombres furiosos saltaban, y con el sonido de la trompeta incitaban sus bailes como hombres sin seso. Habiendo andado por algunas casas y quinterías, llegamos a una casa y posesión de uno que se llamaba Britino; y luego como asomaron, comenzaron a correr hacia allá, haciendo gran ruido con aullidos y desconcertadas voces furiosamente, bajando la cabeza, torciendo a una parte y a otra los pescuezos, colgando los cabellos y rodeándoselos a la cabeza y mordiéndose algunas veces los brazos; finalmente, con unos cuchillos que traían de dos filos dábanse cuchilladas en los brazos. Entre éstos había uno de ellos que con mayor furia, así como hombre endemoniado, fingía aquella dañada locura, por parecer que con las preferencias de los dioses suelen los hombres no ser mejores en sí, mas antes hacerse flacos y enfermos. Pues espera y verás qué galardón hubo de la Providencia celestial: él comenzó a decir, adivinando a grandes voces y fingiendo mayor mentira, que quería castigar y reprender a sí mismo, diciendo que había pecado contra su santa religión; y por esto quería él tomar por sus propias manos la pena que merecía por aquel pecado que había cometido; así que arrebató un azote, el cual es propia insignia de aquellos medio mujeres, torcidos muchos cordeles de lana de ovejas, y escaqueado con choquezuelas de pies de carnero a colores, y diose con aquellos nudos muchos golpes, hasta que se adormeció las carnes, que parecía que maravillosamente estaba preservado para poder sufrir el dolor de aquellas llagas; que vieras cómo de las heridas de los cuchillos y de los golpes de la disciplina, todo el suelo estaba bañado de la suciedad de aquella sangre afeminada; la cual cosa no poco cuidado y fatiga me ponía en mi corazón, viendo derramar tan largamente sangre de tantas heridas; por ventura que al estómago de aquella diosa extraña no se le antojase sangre de asno como a los estómagos de algunos hombres se les antoja leche; así que, cuando ya estaban cansados, cierto, por mejor decir, estaban hartos de abrirse sus carnes, hicieron pausa cesando de aquella carnicería y comenzaron a recoger, en sus faldas abiertas, dineros de cobre, y aun también de plata, que muchos les ofrecían; además de esto, les daban jarros de vino y otros de leche y queso y harina y trigo candeal, y algunos daban cebada para mí, que traía la diosa. Ellos, con aquella codicia, robaban todo cuanto podían, y lanzando en costales, que para esto traían de industria, aparejados para aquella echacorvería; y todos los echaban encima de mí; de manera que ya yo iba bien cargado con carga doblada, porque iba hecho troje y templo; en esta manera discurriendo por aquella región, la robaban. Llegando a una villa principal, como allí hallaron provecho de alguna ganancia alegre, hicieron un convite de placer, que sacaron un carnero grueso a un vecino de allí, con una mentira de su fingida predicación, diciéndole que con su limosna y sacrificio hartase a la diosa Siria, que estaba hambrienta; así que su cena, bien aparejada, fuéronse al baño, y luego vinieron muy bien lavados; trajeron consigo a un mancebo aldeano de allí bien fuerte y bien aparejado para cenar con ellos; y como hubieron comido unos bocados de ensalada, allí, delante de la mesa aquélla, aquellos sucios bellacos comenzaron a burlar con aquel mancebo, que tenían desnudo. Yo, cuando vi tan gran traición y maldad, no pudiéndolo sufrir mis ojos, intenté dar voces, diciendo: ¡Oh romanos!; pero no pudiendo pronunciar las otras letras y sílabas, solamente dije muy claro y muy recio, como conviene y es propio de los asnos:
oh, oh
: lo cual, como dije a tiempo oportuno, a causa que muchos mancebos de una aldea de allí cerca andaban a buscar un asnillo que les habían hurtado aquella noche y andaban muy aguciosos buscando por todos los caminos y apartamientos, oyendo mi rebuzno dentro de aquellas casas, creyeron que en aquel rincón de ella tenían escondido su asno; y pensaban lanzarse dentro para tomarlo doquier que lo hallasen; de improviso todos juntos saltaron en casa, donde tomaron aquellos bellacos, haciendo aquellas malditas suciedades; y, como los vieron, comenzaron a llamar a todos los vecinos para que viesen aquel aparato torpe y sucio; además de esto, haciendo burla, alababan la purísima castidad de aquellos echacuervos. Ellos, embarazados y turbados con esta infamia, que fácilmente fue divulgada por todo el pueblo, por lo cual, con mucha razón, eran aborrecidos y malquistos de todos, aquella noche, a las doce, ligadas todas sus ropas, se partieron furtivamente de aquella villa; y habiendo andado buena parte del camino, antes del día, ya bien claro el día, entramos por un desierto y soledad, que nadie andaba por allí. Entonces hablaron entre sí primeramente y después aparejáronse para mi daño y muerte; así que quitada la diosa de encima de mí y puesta en tierra, quitáronse todos aquellos paramentos que traía, y desnudo atáronme a un roble; y con aquel azote que estaba encadenado de osezuelos de ovejas, diéronme tantos azotes, que casi me llegaron a lo último de la muerte; hubo allí uno que con un hacha que traía en la mano me amenazaba de cortar las piernas, diciendo por qué yo había habido victoria, infamando tan feamente a su casta y limpia vergüenza. Pero los otros, no por respeto de mi salud, mas por contemplación de la diosa, que estaba callando, acordaron que yo no muriese: en tal manera que me tornaron a cargar de aquellas cosas que llevaba, y amenazándome con sus espadas, llegamos a una noble ciudad, adonde un varón principal de allí, hombre de buena vida y que era muy devoto de la diosa Siria, como oyó el sonido de los atabales y panderos y los cantares de aquellos echacuervos, a la manera de los que cantan los sacerdotes de la diosa Cibeles, corrió luego a recibirlos, y muy devotamente recibió por huéspeda a la diosa, y a nosotros nos hizo meter dentro del cercado de su ancha casa; y luego comenzaron a entender en aplacar y sacrificar a la diosa con gran veneración y con gruesos animales y sacrificios. En este lugar me recuerdo yo haber escapado de un grandísimo peligro de muerte, el cual fue éste: un labrador de allí envió en presente al señor de aquella casa un cuarto de ciervo muy grande y grueso, el cual recibió el cocinero y lo colgó negligentemente tras la puerta de la cocina, no muy alto del suelo; un lebrel que allí estaba, sin que nadie lo viese, alcanzolo, y alegre con su presa, prestamente desapareció delante los ojos de los que allí estaban; el cocinero, cuando conoció su daño y la gran negligencia en que había caído, llorando muy fieramente, y como desesperado, que ya casi su señor demandaba de cenar, no sabiendo qué hacer y con el mucho temor, besó y abrazó a un niño que tenía y tomó una soga para ahorcarse; la mujer, que lo quería bien, no escondiéndosele el caso extremo de su triste marido, con ambas manos arremetió a su marido para quitarle el nudo mortal de la soga que tenía al pescuezo, y díjole:

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