El asno de oro (26 page)

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Authors: Apuleyo

Estando ellos altercando sobre el beber, acaeció un caso maravilloso: el cual fue que una gallina de las que allí había salió corriendo por medio de casa, cacareando, como hacen las gallinas cuando quieren poner sus huevos, y cuando su señor la vio, dijo:

—¡Oh buena servidora y asaz provechosa, que de mucho tiempo acá nos has servido poniendo cada día un huevo, y ahora, según yo veo, piensas en aparejarnos alguna cosa que comamos!

Y dijo a un mozo:

—Oye, tú, toma aquel canasto en que ponen las gallinas y ponlo en aquel rincón donde suele estar.

El mozo hizo lo que le fue mandado; pero la gallina, desechando el nidal acostumbrado, púsose allí delante los pies de su señor y echó un parto que no era huevo, pero era un pollo hecho con sus plumas, pies y ojos y voz perfecta, lo cual fue tenido por un anuncio de lo porvenir, y luego comenzó a andar tras de su madre. No menor agüero y que con mucha razón se podrían espantar los que lo viesen aconteció luego, el cual fue que debajo de la mesa donde comían se abrió tierra, de donde salió una fuente de mucha sangre, y de la sangre que saltaba se bañó toda la mesa. Estando ellos maravillados y espantados de este tan gran milagro, vino corriendo el despensero que tenía cargo de la bodega, haciendo cómo todo el vino que había encerrado en los toneles y botas hervía tan reciamente y con tanto calor como si gran fuego le metiesen debajo.

Entre tanto que esto se decía, vino por allí una comadreja, que traía de fuera una culebra muerta en la boca. Asimismo de la boca de un mastín de ganado salió una rana verde, y un carnero que estaba allí cerca arremetió con el perro y diole un bocado que lo ahogó. Estas cosas y otras semejantes pusieron tanto miedo en los corazones de aquel señor y de todos los de su casa, que les dio mucha aflicción y los llegó a lo último de su vida y los puso en mucha fatiga, pensando qué era lo primero o lo postrero, o qué era lo más o lo menos que habían de hacer para aplacar las grandes amenazas de los dioses, y con cuáles y cuántas animalías y víctimas habían de procurar de amansar su ira. Estando ellos en este cuidado y espantable temor, vino un mozo con nuevas muy amargas para el señor de aquella casa y heredad, porque él tenía tres hijos mancebos muy bien criados y de mucha vergüenza, con los cuales él vivía muy glorioso y contento; estos mancebos tenían antigua amistad con un su vecino pobre que allí vivía en una pequeña casilla, y un otro vecino rico y poderoso poseía grandes tierras y posesiones juntas a la pequeña de éste, el cual era rico y mancebo y usaba mal de la nobleza o hidalguía de su linaje; porque él tenía bandos en la ciudad y fácilmente hacía lo que quería, y así perseguía la pobreza de este su vecino como enemigo, matándole sus vacas, llevándole sus bueyes, pisándole sus panes antes que espigasen, de manera que habiéndole despojado de toda su sementera, porfiaba por destruirle los cogollos que tornaban a nacer en los terrones; usurpaba y apropiaba para sí toda la tierra, no curando de pleito que sobre ello el pobre le moviese. Entonces aquél, aunque era aldeano, como era hombre de vergüenza, viéndose despojado de lo suyo por la avaricia de aquel rico, queriendo siquiera quedar con la tierra que su padre le había dejado para donde hiciese su sepultura, aunque con mucho miedo, rogó a muchos de sus amigos que para que supiesen los términos de sus tierras, estuviesen allí presentes, y entre los otros que allí estaban vinieron estos tres hermanos por socorrer y ayudar a la fatiga y pena de este su amigo; pero aquel malvado nunca se espantó ni tuvo siquiera un poco de respeto a la presencia de todos aquellos ciudadanos que allí se juntaron, que pues no se templaba de los robos, al menos se debiera templar en sus palabras; pero aunque muy blandamente le rogaban y le halagaban aplacándole sus soberbias costumbres, él comenzó a jurar por su vida y sus hermanas que no tenía en nada la presencia de los medianeros, y que él mandaría a sus esclavos tomar aquel su vecino por las orejas y lanzarlo muy lejos de su casilla; lo cual oído por los que allí estaban, les tomó grande enojo de lo que decía. Entonces uno de aquellos tres hermanos, sin más esperar respondiole un poco serio, diciendo que por demás confiaba él en sus riquezas y amenazaba a los otros con soberbia de tirano, mayormente que los pobres, por liberal favor y ayuda de las leyes, acostumbraban muchas veces a vengarse de la soberbia de los ricos. Esta palabra encendió tanto la crueldad de aquel hombre, como suele encender el aceite a la llama, o la piedra azufre al fuego, o el azote a la furia infernal; de manera que estando fuera de seso en la extrema furia, daba voces que mandaría ahorcar a él y a todos ellos y las leyes que decían, y mandó luego soltar los perros del ganado, y otros que tenía en casa fieros y muy grandes, acostumbrados de roer los cuerpos muertos que estaban por esos campos; asimismo estaban criados y enseñados a morder y despedazar a los que pasaban por los caminos, y así sueltos, mandolos asomar contra aquéllos.

Los perros, como oyeron la señal acostumbrada de los pastores, encendidos e inflamados como rabiosos, dando ladridos espantables, arremetieron en aquellos hombres, y como juntaron con ellos comiénzanlos a morder y despedazar fieramente, y aunque huían no los dejaban por eso, antes más bravamente los seguían. Entre esta muchedumbre de estrago, el menor de los tres hermanos tropezó en una piedra y quebrose los dedos del pie, de manera que cayó, y caído fue amargo manjar de aquellos perros fieros y crueles, porque luego arremetieron con el mezquino del mozo que estaba en tierra y lo hicieron pedazos, y como los otros hermanos conocieron las voces mortales de su hermano, vinieron corriendo por ayudarle, y revueltas las capas a las manos lanzaron muchas piedras por defender a su hermano y echaron los perros de sobre él; pero nunca pudieron vencer ni quebrantar la braveza y ferocidad de ellos, porque en diciendo el mezquino del mancebo la última palabra, que fue que vengasen su muerte en aquel cruel y sucio rico, luego murió hecho pedazos.

Entonces los otros hermanos, no cierto con tanta desesperación cuanto menospreciando su vida, arremetieron hacia el rico, y con ánimos ardientes y esforzados y furioso ímpetu echaban contra él muchas pedradas. Mas aquel cruelísimo matador, ejercitado otras veces ante en muchos y semejantes ruidos, bajó la lanza, con la cual atravesó por los pechos a uno de los dos hermanos, el cual, como quiera que muerto no cayó en tierra, porque atravesado con la lanza que le pasaba gran parte por las espaldas, y teniéndolo apretado en tierra, con la fuerza de su violencia, lo alzó del suelo con el hierro de la lanza. Entonces un esclavo de aquéllos, valiente y esforzado, queriendo ayudar aquel homicida, lanzó una piedra de lejos y dio al tercero de aquellos hermanos en el brazo derecho; pero el golpe no fue nada, porque le tomó en soslayo el brazo y fue corriendo hasta los dedos de la mano; de manera que, contra opinión de todos, la piedra cayó sin hacerle mal. Este humano acaecimiento dio y administró al discreto mancebo aviso y gran esperanza de vengarse de aquel mal hombre, y fingiendo que estaba lisiado y manco de la mano, habló a aquel rico cruel de esta manera:

—Gózate con la muerte de toda nuestra familia y harta tu crueldad hambrienta con la sangre de tres hermanos, y sepas que has triunfado muy gloriosamente siendo muertos tus ciudadanos, y como quiera que sea privado el pobre de tus heredades y tú hayas alargado cuanto quisieres las lides de las tuyas, por ventura tendrás algún vecino que resista; porque ésta mi mano derecha, que de buena gana cortara tu cabeza, por mi desdicha la tengo quebrada y caída.

La cual palabra oída por aquel furioso, enojose, y sacada la espada, con mucha codicia arremetió al mancebo para matarlo. Como quiera que no incitó a otro más flaco que él, porque el mancebo era esforzado, y resistiendo contra él la opinión del rico, no esperando él tal cosa, abrazose fuertemente con él y túvole el brazo con gran fuerza, y con un puñal diole muchas puñaladas, hasta que le hizo echar la mala y sucia de su ánima, y por poderse librar de la mano de aquellos sus servidores y familiares que lo venían a socorrer, con aquel puñal que está lleno de sangre de su enemigo, luego allí se degolló. Éstas eran aquellas cosas que predestinaban los prodigios agüeros y lo que habían anunciado a aquel viejo, el cual, aunque estaba cercado de tantos males, nunca pudo lanzar de sí una palabra ni lágrima siquiera; pero arrebata un cuchillo con que cortaba queso y repartía de la comida entre sus convidados, y a la manera de su hijo se dio muchos golpes por la garganta, hasta que se mató, y temblando cayó sobre la mesa, y con el arroyo de su nueva sangre lavó las mancillas de la otra prodigiosa.

Capítulo VI

Cómo un caballero tomó el asno al hortelano por fuerza, y cómo, por industria, derrocó él al caballero del caballo, y puesto en el suelo tuvo lugar de huir.

En esta manera aquel hortelano, habiendo mancilla de la desdicha y caída de esta casa en tan brevísimo punto, gimiendo gravemente este caso y echando algunas lágrimas en pago de la comida, dando golpes una mano con otra muchas veces, cabalgó encima de mí y luego nos tornamos para atrás por el camino que habíamos venido. Pero no fue la vuelta sin daño, porque un hombre alto, y según mostraba su hábito y gesto debía de ser hombre de armas de alguna hueste, encontronos en el camino, y preguntó con una palabra muy soberbia y arrogante adónde llevaba aquel asno vacío.

Mi amo, como iba aún lloroso y triste, y también como no entendía la lengua latina, no le respondió, y bajada la cabeza pasose. El caballero, cuando esto vio, no pudo sufrir su acostumbrada soberbia, y enojado por su callar, como si le hubiera hecho una injuria, diole de varadas con un sarmiento que traía en la mano, que le hizo caer encima de mí. Entonces el hortelano respondiole humildemente diciendo que por no saber la lengua no podía saber qué es lo que le había dicho. El caballero, con enojo, tornó a decir:

—Pues dime dónde llevas este asno.

El hortelano respondió que iba a aquella ciudad que allí cerca estaba. El caballero dijo:

—Pues yo he menester este asno, porque ha de traer con las otras acémilas de esta villa que aquí está cerca ciertas cargas de nuestro capitán.

Y luego lanzó la mano y arrebatome por el cabestro y comenzome a llevar.

El hortelano, estándose limpiando la sangre que le corría de la cabeza de una descalabradura que le había hecho con el sarmiento, rogábale otra vez que tratase bien y mansamente al compañero, lo cual le pedía diciendo que así Dios le prosperase lo que esperaba, y asimismo decía que aquel asnillo era perezoso, y además de esto tenía una abominable enfermedad, que era gota coral, y que apenas acostumbraba a traer de cerca de allí unos pocos de manojos de berzas, y cuando llegaba con ellos ya no podía resollar, cuanto más para gran carga, que en ninguna manera era idóneo para ello.

Pero desde que el hortelano vio que por ningunos ruegos suyos se amansaba el caballero, antes veía que se ensoberbecía más en su daño y que volvía el sarmiento para darle con lo más grueso de él y más nudoso quebrarle la cabeza, corrió al último remedio, fingiendo de quererle besar las rodillas para conmoverle a misericordia, y estando así bajado y encorvado, arrebató por entrambos los pies, y alzándolo arriba dio con él un gran golpe en tierra, y luego saltó encima y diole muchas puñadas, bofetadas y bocados, y arrebató una piedra del camino y sacudiole muy bien en la cara y en las manos y en aquellos costados. El caballero, que fue echado en el suelo, ni pudo pelear ni defenderse; pero muchas veces amenazaba que si se levantaba que con su espada lo había de tajar en piezas; lo cual oído por el hortelano y apercibido, arrebatole la espada, y lanzada muy lejos, tornole a dar más crueles heridas. Estando él tendido en tierra y prevenido de las puñadas y heridas que le había dado aquel hortelano, no pudiendo hallar otro remedio a su salud, lo que ya solamente restaba fue que fingió ser muerto.

Entonces el hortelano tomó consigo aquella espada, y caballero encima de mí cuanto más aprisa pudo acogiose a la ciudad, que no curó solamente de ver su huerta, y fuese a casa de un amigo suyo, al cual, contadas las cosas, le rogó que lo ayudase en aquel peligro en que estaba y que lo escondiese a él y a su asno tanto hasta que por el espacio de dos o tres días él se escapase de aquel pleito y crimen. Aquel su amigo, no olvidando la antigua amistad que le tenía, recibiolo de buena gana, y a mí, atados los pies y las manos, subiéronme por una escalera en una cámara alta. El hortelano estaba abajo en casa metido en una canasta con su tapadera encima. El caballero, según que después supe, como quien se levanta de una gran beodera, titubeando las piernas y flaco con el dolor de tantas plagas, que casi con un bordón en la mano se podía sustentar, llegó a la ciudad, y confuso de su poco poder y fuerza de su flaqueza, no osó decir cosa alguna a ninguno de la ciudad; pero callando tragando su injuria habló a ciertos compañeros suyos y contoles esta su fatiga y pena. A ellos les pareció que él se debía esconder en su tienda, porque además de la injuria que había recibido, tenía el juramento que había hecho de la caballería que le fuese acusado por haber perdido su espada, y que ellos, como ya tenían señas de nosotros, pondrían mucha diligencia en buscarnos para su venganza. No faltó un traidor vecino suyo que luego descubrió que estábamos allí escondidos. Entonces aquellos sus compañeros fuéronse a la justicia, y mintiendo le dijeron que habían perdido en el camino una copa rica y de mucho precio de su capitán, y que la había hallado un hortelano, el cual no se la quería restituir, por lo cual estaba escondido en casa de un su amigo. Entonces los alcaldes, conociendo el daño y el nombre del capitán, vinieron a las puertas de nuestra posada y claramente dijeron a nuestro huésped que aquellos que tenía escondidos dentro en su casa, pues sabía que era más cierto que lo cierto, que luego nos entregase antes que incurriese en pena de su propia cabeza. Pero él ninguna cosa se espantó, antes procurando la salud de aquel que había recibido su protección y amparo, no dijo cosa de nosotros, sino que había muchos días que nunca había visto aquel hortelano. Los escuderos porfiaban el contrario, jurando por vida del emperador que allí estaba escondido y no en otro lugar alguno.

Finalmente, que los alcaldes acordaron que, pues tan obstinadamente lo negaba, que lo entrasen a buscar, y luego entraron los alguaciles y otros hombres de la justicia, a los cuales mandaron que buscasen muy bien todos los rincones de casa. Ellos desde que lo hubieron hecho dijeron que ningún hombre había en toda la casa, ni asno había de los umbrales adentro.

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