Authors: Apuleyo
«Tú, mala mujer, no cesa cada día de hurtar los cabellos de los mancebos bien dispuestos que aquí se afeitan; por Dios, si de esta maldad no te apartas, que sin más tardanza lo digo a los alcaldes y te pongo delante de ellos.»
Diciendo y haciendo, lanzó la mano en medio de mis pechos con gran ira, y buscando sacó los cabellos que ya yo tenía allí escondidos. De lo cual yo fui muy enojada. Y conociendo las costumbres de mi señora, que con tales resistencias ella se acostumbraba enojar mucho y darme de palos, acordé irme y no tornar a casa, lo cual no hice por tu causa; pero como yo me partiese de allí triste, por no tornar las manos vacías, veo estar un odrero con unas tijeras trasquilando tres odres de cabrón, los cuales, como los viese estar colgados tersos y muy hinchados, tomé algunos de los pelos que estaban por el suelo, y como eran rojos semejaban a los cabellos de aquel beocio gentilhombre de quien mi ama estaba enamorada: a la cual los di, disimulando la verdad. Mi señora Panfilia, en el principio de la noche, antes que tú tornases de cenar, con la pena y ansia que tenía en su corazón, subió a una azotea de casa que estaba abierta a las partes orientales y a las otras hacia donde querrían mirar, en la cual ella secretamente mora y frecuenta, porque es aparejada para sus artes mágicas. Y ante todas cosas, según su costumbre, aparejó sus instrumentos mortíferos, conviene a saber: todo linaje de especias odoríferas, láminas de cobre con ciertos caracteres, que no se pueden leer, clavos y tablas de navíos, que se perdieron en la mar y fueron llorados. Asimismo tenía allí delante de sí muchos miembros y pedazos de cuerpos muertos, así como narices, dedos y clavos con carne de hombres muertos en el patíbulo. También tenía sangre de muertos a hierro, huesos de cabeza y quijadas sin dientes de bestias fieras. Entonces abrió un corazón, y vistas las venas y fibras cómo bullían, comenzó a rociarlo con diversos licores: ora con agua de fuente, ora con leche de vacas, ora con miel silvestre. Asimismo añadió mulsa, que es hecha de miel y agua cocida.
De esta manera, aquellos pelos retorcidos y anudados y con muchos olores perfumados puso en medio de las brasas para quemar. Entonces, con la gran fuerza y poder de la nigromancia, y por la oculta violencia de los espíritus apremiados y constreñidos, aquellos cuerpos, cuyos pelos crujían en el fuego, reciben humano espíritu y sienten y oyen y andan y se van hacia la parte los que llevaban el oro de su mismo despojo y llegaban a la puerta de casa, porfiando entrar, como si fuera aquel mancebo beocio. En esto, tú, engañado con la obscuridad de la noche y con el vino que habías bebido, armado con tu espada en la mano y con gran osadía, casi perdido el seso, como aquel Ajaces griego, no matando ovejas como él destrujó y mató muchas, pero muy más fuerte y esforzadamente mataste tres odres hinchados. De manera que, vencidos los enemigos sin haber mácula de sangre, te abrazaré, no como a matahombres, pero como a mataodres.
Siendo yo de esta forma burlado y escarnecido con las graciosas palabras de Fotis, díjele:
—Pues que así es, paréceme, señora, que yo podré muy bien contar esta primera gloria de virtud, igualándola al ejemplo de los doce trabajos de Hércules, que como él mató a Gerión, que era de tres cuerpos, o al cancerbero del infierno, de tres cabezas, así yo maté otros tantos odres.
Pero por el amor que te tengo y por que sin engaño te remita y perdone todo el delito en que con tanto trabajo y fatiga de mi corazón me lanzaste, te ruego que me digas lo que con mucha vehemencia te demando: y es que me enseñes a tu señora, cuando hace alguna cosa de esta arte mágica, cuando se muda en otra forma. Porque yo soy muy deseoso de conocer y ver por mis ojos alguna cosa de esta nigromancia, como quiera que bien sé yo cierto que tú no eres ruda y sin parte de esta ciencia, lo cual yo sé y siento muy bien, porque he sido hombre que menospreciaba amores y pláticas de mujeres casadas; ahora, con estos tus ojos resplandecientes y tu rostro purpúreo y tus cabellos de oro y tu boca linda y pechos como el Sol relumbrantes, veo que me tienes como un ciervo preso y cautivo, queriéndolo yo, que ni curo de mi mujer e hijos, ni pienso en mi casa, pues ya a esta noche ninguna cosa prefiero ni antepongo.
Entonces, Fotis, respondió, diciendo:
—¡Cuánto quería yo, señor mío Lucio, enseñarte lo que deseas! Pero mi señora, por su envidia acostumbrada, siempre se aparta a solas y separada de la presencia de todos suele hacer los secretos de su magia; pero por tu amor pondría tu demanda a mi peligro; lo cual yo haré con diligencia, guardando el tiempo y lugar oportunos, con tal condición que, como te dije al principio, tú me des la fe de tener silencio a tan gran secreto.
En esta manera hablando y burlándose se incitó la gana de cada uno, y lanzadas las camisas que teníamos vestidas, tornamos a nuestros placeres, de los cuales y del velar ya fatigado me vino sueño a los ojos y dormí hasta que otro día amaneció.
Cómo condescendiendo Fotis al deseo y petición de Lucio, le mostró a su ama Panfilia cuando se untaba para convertirse en búho, y él, queriéndose untar, por experimentar el arte, fue por yerro de la bujeta del ungüento convertido en asno.
De esta manera, pasadas algunas noches de placer, un día vino a mí corriendo Fotis, medrosa y alterada, y díjome que viendo su señora cómo, con todas las otras artes que hacía, no le aprovechaba para sus amores, deliberaba aquella noche tornarse en un ave con plumas y así volar a su amigo deseado; por ende, que yo me aparejase cautamente para ver cosa tan grande y maravillosa. Así que a la prima de la noche tomome por la mano, y con pasos muy sutiles, sin ningún ruido, llevome a aquella cámara alta donde la señora estaba, y mostrome una hendedura de la puerta por donde viese lo que hacía. Lo cual Panfilia hizo de esta manera: primeramente ella se desnudó de todas sus vestiduras, y abierta una arquilla pequeña sacó muchas bujetas, de las cuales, quitada la tapadera de una y sacado de ella cierto ungüento y fregado bien entre las palmas de las manos, ella se untó desde las uñas de los pies hasta encima de los cabellos; y diciendo ciertas palabras entre sí al candil, comienza a sacudir todos sus miembros, en los cuales, así temblando, comienzan poco a poco a salir plumas, y luego crecen los cuchillos de las alas; la nariz se endureció y encorvó; las uñas también se encorvaron, así que se tornó búho: el cual comenzó a cantar aquel triste canto que ellos hacen, y por experimentarse comenzó a alzarse un poco de tierra, y luego un poco más alto, hasta que con las alas cogió vuelo y salió fuera volando. Pero ella, cuando le pluguiere, con su arte torna luego en su primera forma. Entonces, cuando yo vi esto, aunque no estaba encantado y hechizado, pero estaba atónito y fuera de mí al ver tal hazaña, y parecíame que otra cosa era yo y que no era Lucio. En esta manera, fuera de seso, como loco, soñaba estando despierto, y por ver si velaba, fregábame los ojos fuertemente. Finalmente, tornado en mi seso, visto lo presente cómo había pasado, tomé por la mano a Fotis, y llegada ante mis ojos, díjele:
—Ruégote, señora, pues que se ofrece ocasión para ello, que me dejes gozar del fruto de tu singular amor y afición que tú, señora, me tienes.
Úntame con el unto de la bujeta, por mi vida y por estos tus hermosos pechos, mi dulce señora, prende a este tu siervo perpetuamente, con beneficio que yo nunca te podré servir. Ya, señora, hazlo ahora, porque yo, con plumas, como el dios Cupido, pueda estar ante ti como mi diosa Venus.
Ella dijo:
—Así lo dices, amor falso y engañador; ¿quieres que yo misma, de mi propia gana, me ponga el hacha a mis piernas, que me las corte? Ahora que te tengo bien curado, ¿que te guarde para las mozas de Tesalia? Veamos: tú, hecho ave, ¿dónde te iré a buscar? ¿Cuándo te veré?
Entonces yo respondí:
—¡Ah señora! Los dioses aparten de mí tan gran maldad, y como aunque yo volase por todo el cielo, más alto que un águila, y me hiciese Júpiter su escudero y mensajero, después de la dignidad y grandeza de mis plumas,
¿no tornaría muchas veces a mi nido? Yo te juro por este dulce trenzado de tus cabellos, con el cual ligaste mi corazón, que a ninguna de este mundo quiero más que a mi Fotis. Pero, además de esto, me ocurre una cosa al pensamiento: que después que me hayas untado y me tornare ave, yo te prometo apartarme de todas las casas, y también puedo decir: ¿qué enamorado tan hermoso y tan alegre es el búho para que las casadas lo deseen? ¿Antes hay otra cosa peor que estas aves de la noche? Cuando pasan por alguna casa procuran de cogerlas, y vemos que las clavan a las puertas para que el mal agüero que con su desventurado volar amenazan a los moradores lo paguen ellas y se deshaga en su tormento. Pero lo que se me olvidaba de preguntar: Después que una vez me tornare ave, ¿qué tengo de hacer o decir para desnudarme aquellas plumas y tornarme Lucio?
Ella respondió:
—Está de buen ánimo de lo que a esto pertenece, porque mi señora me mostró todo lo que es menester para que los que toman estas figuras puedan tornarse a su natural y forma primera. Y esto no pienses que me lo mostró por quererme bien, sino porque cuando ella tornase le pudiese administrar medicina saludable. Y mira con cuán poca cosa y cuán liviana se remedia tan gran cosa: con un poco de eneldo y hojas de laurel echado en agua de fuente lavarla y darle a beber un poco.
Estas y otras cosas diciendo, con mucho temor lanzose en la cámara y sacó una bujeta de la arquilla, la cual yo comencé a besar y abrazar, rogando que me favoreciese, volando prósperamente; así que prestamente yo me desnudé, lanzando allá todos mis vestidos, y con mucha ansia puse la mano en la bujeta y tomé un buen pedazo de aquel ungüento, con el cual fregué todos los miembros de mi cuerpo. Ya que yo con esfuerzo sacudía los brazos, pensando tornarme en ave semejante que Panfilia se había tornado, no me nacieron plumas, ni los cuchillos de las alas, antes los pelos de mi cuerpo se tornaron sedas y mi piel delgada se tornó cuero duro, y los dedos de las partes extremas de pies y manos, perdido el número, se juntaron y tornaron en sendas uñas, y del fin de mi espinazo salió una grande cola; pues la cara muy grande, el hocico largo, las narices abiertas, los labios colgando; ya las orejas, alzándoseme con unos ásperos pelos, y en todo este mal no veo otro solaz sino que a mí, que ya no podía tener amores con Fotis, me crecía mi natura, así, que estando considerando tanto mal como tenía, vime, no tornado en ave, sino en asno. Y queriéndome quejar de lo que Fotis había hecho, ya no podía, porque estaba privado de gesto y voz de hombre, y lo que solamente pude era que, caídos los labios y los ojos hundidos, mirando un poco de través a ella, callando, la acusaba y me quejaba; la cual, como así me vio, abofeteó su cara, y rascándose lloraba, diciendo:
—Mezquina de mí, que soy muerta; el miedo y prisa que tenía me hizo errar, y la semejanza de las bujetas me engañó; pero bien está, que fácilmente tendremos remedio para reformarte como antes. Porque solamente mascando unas pocas de rosas te desnudarás de asno y luego te tornarás mi Lucio. Y pluguiera a Dios que, como otras veces yo he hecho, esta tarde hubiera aparejado guirnaldas de rosas, porque solamente no estuvieras en esa pena espacio de una noche; pero luego en la mañana te será dado el remedio prestamente.
En esta manera ella lloraba. Yo, como quiera que estaba hecho perfecto asno y por Lucio era bestia, sin embargo, todavía retuve el sentido de hombre. Finalmente, yo estaba en gran pensamiento y deliberación si mataría a coces y bocados aquella maligna y falsa hembra; pero de este pensamiento temerario me apartó y revocó otro mejor; porque si matara a Fotis, por ventura también matara y acabara el remedio de mi salud. Así que, bajada mi cabeza y murmurando entre mí y disimulada esta temporal injuria, obedeciendo a mi dura y adversa fortuna, voyme al establo, donde estaba mi buen caballo que me había traído, donde asimismo hallé otro asno de mi huésped Milón, que estaba allí en el establo. Entonces yo pensaba entre mí que, si algún natural instinto o conocimiento tuviesen los brutos animales, aquel mi caballo tendría alguna compasión o conocimiento y me hospedaría y daría el mejor lugar del establo. Mas, ¡oh Júpiter hospedador! ¡Oh divinidad secreta de la fe! Aquel gentil de mi caballo y el otro asno juntaron las cabezas como que hacían conjuración para destruirme, temiendo que yo les comiese la cebada: apenas me vieron llegar al pesebre cuando, bajadas las orejas, con mucha furia me siguen echando pernadas, de manera que me hic ieron apartar de la cebada, que poco antes yo había echado con estas manos a mi fiel servidor y criado. En esta manera, yo maltratado y desterrado, me aparté a un rincón del establo.
Que trata cómo estando Apuleyo convertido en asno, considerando su dolor, vinieron súbitamente ladrones a robar la casa de Milón, y cargado el caballo y asno de las alhajas de la casa, huyeron para su cueva.
En tanto que estaba entre mí, pensando la soberbia de mis compañeros y el ayuda y remedio de las rosas, que otro día había de haber, tornándome de nuevo Lucio, pensando la venganza que había de tomar de mi caballo, miré a una columna sobre la cual se sustentaban las vigas y maderos del establo, y veo en el medio de la columna una imagen, que estaba metida en un retablillo, de la diosa Epona, la cual estaba adornada do rosas frescas.
Finalmente: que, conocido mi saludable remedio, lleno de esperanza alceme cuanto pude con los pies delanteros y levanteme esforzadamente, y tendido el pescuezo, alargando los labios con cuanta fuerza yo podía, procuraba llegar a las rosas. Lo cual yo, con mala dicha procurando, un mi criado que tenía cuidado del caballo, como me vio, levantose con gran enojo y dijo:
—¿Hasta cuándo hemos de sufrir esta jaca castrada? Antes, quería comer la cebada de los otros; ahora, quiere hacer daño y enojo a las imágenes de los dioses; por cierto que a este bellaco sacrílego yo le quiebre las piernas y lo amanse.
Y luego, buscando un palo, encontró con un haz de leña que allí estaba, del cual sacó un leño nudoso y más grueso de cuantos allí había, y comenzó a sacudirme tantos palos, que no acabó hasta que sonó un gran ruido y golpes a las puertas de casa, y con temeroso rumor de la vecindad, que daba voces: «¡Ladrones, ladrones!» De esto él espantado huyó. Y sin más tardar, súbitamente abiertas las puertas de casa, entra un montón de ladrones, los cuales, armados, cercan la casa por todas partes, resistiendo a los que venían a socorrer de una parte y de otra; porque ellos venían todos bien armados con sus espadas y armas y con hachas en las manos, que alumbraban la noche, de manera que el fuego y las armas resplandecían como rayos del Sol. Entonces llegaron a un almacén que estaba en medio de la casa, bien cerrado con fuertes candados, lleno de todas las riquezas de Milón, y con fuertes hachas quebraron las puertas: el cual abierto, sacaron todas las riquezas que allí había, y muy prestamente hechos sus líos de todo ello, repártenlos entre sí. Pero la mucha carga excedía el número de bestias que lo habían de llevar. Entonces, ellos, puestos en necesidad por la abundancia de la gran riqueza, sacaron del establo a nosotros los asnos y a mi caballo y cargáronnos con cuanto mayores cargas pudieron, y dejando la casa vacía y metida a saco mano, dándonos de varadas, nos llevaron; y para que les avisase de la pesquisa que se hacía de aquel delito, dejaron allí a uno de sus compañeros. Y dándonos mucha prisa y varadas, lleváronnos fuera de camino por esos montes; yo, con el gran peso de tantas cosas como llevaba y con las cuestas de aquellas sierras y el camino largo, casi no había diferencia de mí a un muerto. Yendo así, vínome al pensamiento, aunque tarde, pero de veras, recurrir a la ayuda de la justicia para que, invocando el nombre del emperador César, me pudiese librar de tanto trabajo.