Authors: Manuel Vázquez Montalbán
Sullivan, con seriedad de alumno aspirante a matrícula de honor, sacó una agenda del bolsillo del albornoz, un bolígrafo y empezó a tomar apuntes.
—La cocina queda a oscuras a las diez y media —aseguró tajantemente el vasco—. Siempre pido la misma habitación y desde la terraza veo todo el trajín del comedor y puedo ver si la cocina funciona o no funciona.
—¿Lo estáis viendo? ¿Veis la lógica apasionante del asunto? Ya tenemos el día y la hora. A ver, todos los relojes a punto… Ahora son las doce y cuarto. Mañana a las diez treinta en punto de la noche nos volvemos a encontrar aquí. Convendría cumplir un plan de observación del terreno en que vamos a movernos. La observación es la clave de la precisión de los movimientos posteriores. En una campaña militar como Dios manda tendríamos que excavar puntos de observación en torno al objetivo, pero aquí es imposible. Habrá que aprovechar los accidentes del terreno. Atención. La observación ha de ser permanente, disimulada, múltiple y general. Permanente, para que no escapen al conocimiento hechos que pueden suministrar valiosos informes. Disimulada, para que el enemigo no localice los observatorios y los neutralice con sus fuegos haciendo difícil o imposible la observación. Múltiple, para que un detalle cualquiera pueda ser visto por varios órganos a la vez, lo que aumenta la seguridad y permite la comprobación de los informes. General, es decir, organizada en todos los escalones para aumentar el rendimiento. ¿Queda claro?
—Una observación previa, mi coronel.
—Adelante, Sullivan, pero sin retórica. Al grano. Lo que bien se concibe, bien se expresa con palabras que acuden con presteza, como decía Víctor Hugo.
—Mi coronel, has hablado de órganos; concretamente, repasando mis apuntes, veo que has dicho… «múltiple, para que un detalle cualquiera pueda ser visto por varios órganos a la vez, lo que aumenta la seguridad…», etc., etc. ¿A qué órganos te refieres, mi coronel?
—Sullivan, menos cachondeo que esto va en serio.
—Que no es cachondeo, Ernesto, que no es cachondeo. ¿A qué órganos te refieres?
Estalló el coronel en una cólera cordial, no exenta rigor profesional:
—No me refiero al órgano de mear, que por ahí ibas tú, Sullivan, que te conozco. Órganos. Sí, órganos. Distintas personas o lo que sea con la función de observar lo mismo a partir de todo. ¿Me explico?
—Espléndidamente, mi coronel.
—Pues al asunto. Hay que merodear por los alrededores de la cocina todos: lo que dos ojos no ven, pueden verlo cuatro, y mañana daremos los últimos toques a la operación. ¿Alguna pregunta?
—Sí, mi coronel.
—Dime, vasco.
—¿Hemos de venir armados?
—Ya te gustaría a ti venir armado, me cago en diez, etarra, que eres un etarra apalancao. Rompan filas. Al salón, que están repartiendo el brebaje y no conviene que sospechen de nosotros.
Salieron de uno en uno, con exagerada gravedad en el rostro, tanta que al encontrarse Sullivan y el vasco en la escalera de subida al salón, mantuvieron el hieratismo facial apenas un segundo, para estallar luego en carcajadas que se disolvieron en lágrimas cálidas y cegadoras.
—¡La madre que lo parió y se lo ha tomado en serio!
Pasó Carvalho junto a los desternillados, seguido de cerca por Tomás, que trataba de ponerse a su altura para hacerle alguna consideración.
—Yo se lo he contado a la chica, a Amalia. La chica esa.
—Ya.
—¿Le parece mal?
—No.
—Se lo digo porque si la ve y le dice algo, que no se sorprenda.
Los ayunantes habían recogido sus tazones de caldo y se distribuían por las mesas como intentando que la substancia del ritual substituyera la sin substancia del brebaje. Espaciaban los sorbos, los unos por odio profundo a los sabores ofrecidos, otros para mantener la ilusión de una comida duradera y saciadora, algunos para sostener al mismo tiempo una conversación interesante sobre previsiones de viajes a Bolinches, compras e incluso perspectivas de futuro, cuando recuperaran el estatuto de omnívoros, aunque no se les escapaba que ya para siempre llevarían dentro del cuerpo el miedo a comer a gusto, el complejo de culpa por un placer que durante toda su educación se había disfrazado de simple necesidad. Amalia salió al encuentro de Tomás y Carvalho con una total sonrisa de satisfacción, pero consciente de la enjundia del proyecto; bajó la voz para preguntar:
—¿Todo a punto?
—Todo.
—Es fantástico. Me parece genial la idea. Van a descargar furias la mar. Va a ser como una catarsis, Tomás.
—No se lo comentes al coronel. No quiero que esté mucha gente en el ajo.
—Y ese coronel es una maravilla. Ni hecho de encargo. Os envidio. Yo me hubiera sumado, pero ya me di cuenta de que el coronel no quiere faldas en esto. Pero también eso concuerda con el tipo. Todo perfecto. Si hubiera aceptado faldas, me habría defraudado.
O sea que la chica tímida era oradora. Carvalho mantuvo una leve sonrisa de atención, pero tuvo que dividirla ante el alud de madame Fedorovna, que repartió amabilidades como una anfitriona de banquete.
—Beba. Beba a gusto. Pero despacito, despacito. Saboreando.
Carvalho trató de hacer de su sonrisa un mensaje cerrado, es decir, toda una conversación con despedida incluida, pero madame Fedorovna rebasaba todas las barreras, incluso la de la mudez, y se metió en su territorio físico cargada de intenciones pedagógicas.
—Hoy es un maravilloso caldo de patata y pepino. Lo más diurético que se puede tomar, y sabroso, consistente, y luego ese sabor de comino maravilloso. El comino es un gran aderezo y el que menos daño causa. Su función sobre el estómago no es corrosiva como la de la pimienta. ¿Le gusta a usted el comino, señor Carvalho?
—En su sitio justo, sí.
—¿Por ejemplo?
—En algunos potajes, con su calabaza, su patata, su hueso de jamón, garbanzos, bacalao… si se quiere, en lugar del tocino.
—Hueso de jamón.
Madame Fedorovna lo dijo como para sí, mientras buscaba en el desván de sus conocimientos botánicos la especie vegetal a la que pertenecía aquella criatura, y cuando comprobó que no era vegetal, sino que, como su nombre indicaba, se trataba de un hueso de jamón, exactamente un hueso de cerdo, dudó entre un mohín de asco que hubiera podido ofender a Carvalho y una risita de picara complicidad que podría destruir la tarea concienzadora de días y días de persuasión ideológica. Así que optó por mantener una sonrisa de sorda, de no haberse enterado de nada, y sin abandonar el espacio vital de Carvalho buscó con los ojos otro asidero humano al que acercarse para proseguir su glosa del caldo de patata y zanahoria. Carvalho valoró aquella prodigiosa capacidad de contención y siguió el vuelo majestuoso de la mirada vieja y rubia en busca de nidos más propicios, preguntándose una vez más si los turbios grisores del blanco de los ojos eran buenos o malos síntomas de una buena o mala alimentación. Eran ojos de monja, blanco de ojo de monja, un blanco tan delimitable como el de los zapatos bicolores de los veranos de posguerra o el de los delantales almidonados de las enfermeras. Y fue en esa observación de los ojos de madame Fedorovna cuando vio que la pupila se reducía al mínimo, como acoplándose el achicarse de los ojos a la concentración de la mirada agresiva en un punto concreto de la sala. Al tiempo que los ojos de madame Fedorovna se volvían taladradores, sus labios se cerraban hasta dibujar una línea cruel, su boca suturada con fuerza para impedir la salida de malas palabras, peores alientos. Madame Fedorovna odiaba algo o a alguien que estaba en aquella sala y, bailarines, sus ojos volvían una y otra vez a la vieja mistress Simpson, aunque lentamente su cara recompusiera la sonrisa y de sus ojos saliera como una letanía, varias veces, el enunciado aplazado.
—Conque con hueso de jamón, ¿eh? Conque un hueso de jamón.
El primero en llegar fue Tomás y se cohibió cuando comprobó que Villavicencio era el único poblador del gimnasio. El coronel paseaba a lo largo del salón y de vez en cuando se detenía para sorprender en el gran espejo su propio gesto meditativo. Con un leve movimiento de una mano deshizo el intento de saludo militar del muchacho y prosiguió en sus cavilaciones sin duda motivadas por la acción que iba a emprenderse. Luego se filtró en el salón más que entró el vasco, deseoso de dar a la expedición todas las características formales requeridas, y tras él llegó Carvalho. El coronel miró el reloj críticamente cuando Sullivan se presentó con un cuarto de hora de retraso sobre el horario concertado.
—Me haces esto en una acción de guerra y te fusilo, Sullivan.
—A una acción de guerra yo ya ni me presento.
—Además, derrotismo. Eso equivale a un consejo de guerra sumarísimo y al pelotón por la vía más rápida. Bien. ¡Atención!
Se contuvo cuando iba a añadir ¡firmes!, pero no dejó de examinar críticamente a los allí reunidos, como si les pasara revista. Muy bien, Sullivan, muy bien esa camisa blanca para que nos vean desde el Kilimandjaro. Esa tripa, chico, con esa tripa más que rastrear vas a rodar. Y tú, vasco, quiero tenerte durante toda la operación a mi vista, no pienso darte la espalda ni un segundo. En cuanto a usted, el observador, vaya en retaguardia y advierta de cualquier circunstancia anómala que ocurra tras nuestras filas.
—Bien. No sé. No sé qué partido puedo sacar a este montón de paisanos paletos. Ante todo se me plantea un serio problema de casuística militar. ¿Qué componemos? ¿Una patrulla? ¿Un comando guerrilla o antiguerrilla? Habida cuenta, además, que se trata de un grupo de hombres desarmados, repito que
desarmados
, dispuestos a cumplir un objetivo militar.
—Con la venia —pidió Sullivan—. Se me ocurre que esto podría caracterizarse, digo yo, como un grupo de objetares de conciencia que han puesto como condición mínima el no pelar a nadie.
—¡En el frente no se ponen condiciones! Vamos a ver, ¿qué es una
patrulla?
Se les revelaba a todos un nuevo Villavicencio didáctico que cuando quería subrayar la importancia de determinadas palabras las subía de tono progresivamente, como si quisiera despegarlas de la sintaxis y de la tierra.
—Se llama patrulla a toda pequeña fracción o núcleo de hombres que una unidad constituye o destaca para el desempeño de un cometido en relación con la propia unidad o el
enemigo
. Generalmente, una patrulla se compone de dos núcleos. Uno para el cumplimiento de la misión
específica
que la patrulla haya recibido. Otro encargado de la protección y seguridad de la propia patrulla. Bien. Hasta aquí ya hay
dificultades
, porque no tenemos los suficientes hombres como para crear esos dos núcleos. Pero no todas las dificultades se reducen a eso. ¿Qué misiones tiene la patrulla? A ver tú, vasco, sargento…
—Pero qué sargento ni qué…
—A partir de ahora serás el sargento. Dime. ¿Qué misiones debe cubrir una patrulla? ¿Ninguna? ¿Cero? Vaya suboficiales que hay hoy en día. Pues bien, una patrulla puede situarse a vanguardia de una pequeña unidad que realice determinados trabajos, reconocer un punto de terreno en vanguardia de la unidad en movimiento o establecida en defensiva, situarse en un punto del terreno a vanguardia o flanco de la unidad o posición, para observar y vigilar al adversario, descubrir la presencia o ausencia del enemigo…
—Perdona, mi general.
—Coronel, Sullivan, coronel…
—Y si la patrulla descubre la ausencia del enemigo ¿deja de ser patrulla?
—¿Qué leches dices?
—No es un problema gratuito. Recuerdo que en la Universidad, cuando yo estudiaba para
rojeras
con mi prima Chon, nos planteamos la contradicción metafísica que hay en el término «dictadura del proletariado». ¿Se puede hablar de dictadura del proletariado cuando de hecho la burguesía ha sido derrotada y casi aniquilada? Ergo, una patrulla sin enemigo, por ausencia del enemigo, como tú tan preclaramente has dicho, mi coronel, ¿es propiamente una patrulla?
—¡Una
patrulla
es una
patrulla
hasta que el jefe no diga lo contrario!
—Ahora lo veo todo más claro, mi coronel.
—Prosigamos, y no toleraré interrupciones que pueden poner en peligro por razones de tiempo nuestros objetivos imprescindibles. Decía que una patrulla puede descubrir la presencia o la ausencia del enemigo, observar al enemigo, abrir un paso en la zona de obstáculos y… —Les miró de uno en uno para alertarles sobre la importancia de lo que iba a comunicar—. ¡…y realizar
emboscadas
! He aquí la característica que puede ayudarnos a considerar que esto es una patrulla. Ahora bien, también hay que tener en cuenta que nos apropiamos de algunas de las características de las guerrillas y de las antiguerrillas. ¿De las guerrillas? Mantenimiento de la libertad de iniciativa mediante la movilidad, conocimiento del terreno, apoyo de la población y utilización de métodos tácticos apropiados. ¿De la contraguerrilla? Menos, pero alguna relación tenemos; por ejemplo, la coordinación entre acciones
civiles y militares
. Resumiendo, somos una
patrulla
en operación de
castigo
, eso que los norteamericanos, especialmente el cine, han popularizado bajo el nombre de
comando
.
—Somos un comando —exclamó Sullivan ilusionado.
—Por lo tanto, he establecido un plan en función del conocimiento del lugar de la acción y de los movimientos que la patrulla debe desempeñar por el terreno. Vamos a dar un golpe de mano y hay que distinguir dos fases: organización y ejecución. Contemplen este croquis.
Desarrolló una cartulina y la enganchó sobre el cristal del gimnasio con ayuda de papel autoadhesivo. Ante la patrulla quedó un galimatías de líneas continuas y discontinuas sobre un terreno táctico dibujado topográficamente. Bajo las líneas que descansaban en la figura dominante de un ángulo con el vértice en las cocinas de El Balneario, apareció un escrito pulcramente confeccionado con rotulador:
1. — Objetivo.
2. — Centinelas.
3. — Direcciones de la probable reacción enemiga.
4. — Punto de dislocación.
5. — Grupo de protección.
6. — Grupo de apoyo.
7. — Miembros del elemento de eliminación de centinelas.
8. — Grupo de ataque.
9. — Zona de reunión.
—¿Objetivo? La cocina, y concretamente la despensa de la cocina. Centinelas, podemos considerar como tales a la señora Encarnación y su marido y hasta puede incluirse su hijo si no se ha ido a Bolinches a hacer el golfo. Esperemos que no sea preciso neutralizarlos porque no adviertan la operación, pero si aparecen, deberán ser neutralizados. Dado la escasez de efectivos personales y armamentísticos, tú, vasco, serás la avanzadilla; tú, gordo, cubrirás el flanco izquierdo y a la vez serás el grupo de protección; tú, Sullivan, el derecho y serás a la vez grupo de apoyo; usted, detective, en la retaguardia viendo lo que nosotros no podamos ver por las especiales características del terreno. Especialmente vigile usted los ventanales del salón porque esta noche hay baile y cualquiera puede asomarse. Yo marcharé en el centro mismo de este ángulo y en cuanto el vasco me haga la señal avanzaré hacia el objetivo; es el momento para que los demás me secunden, pero sólo en ese
momento
. El vasco estornudará y querrá decir: camino abierto. Pero si hay centinelas deberá agitar un pañuelo blanco y yo avanzaré más rápidamente para ayudar a
neutralizarlos
. Ya sé que es muy heterodoxo, pero no hay más cera que la que arde. ¿Alguna pregunta?