El bastión del espino (53 page)

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Authors: Elaine Cunningham

—Nos hemos visto —repuso con brevedad, sin molestarse en alzar la vista—. Él y sus amigos me han estado siguiendo de regreso a la ciudad.

—Os están buscando en este mismo instante..., a vos y al artefacto que lleváis con vos.

Esta vez sí que alzó la vista para mirar al caballero.

—Los anillos —sugirió ella.

—Y la torre de asedio —añadió él—. Pocos miembros de los Caballeros de Samular conocen la historia, pero yo la oí en boca de Hronulf y reconocí por las palabras de Algorind que se trataba de El Veneno de Fenris. Por desgracia, también se dio cuenta Laharin Barba Dorada. Veréis..., en una ocasión, hace mucho tiempo, el propio Samular capturó El Bastión del Espino con la ayuda de ese mismo artefacto. Mi hermano paladín desea utilizarlo de nuevo, para el mismo propósito, y para mayor gloria de Tyr.

Bronwyn se puso de pie y empezó a caminar de un lado a otro.

—¿Por qué me estáis contando todo esto?

El caballero se acercó a ella y la cogió por los hombros.

—Sois la hija de mi mejor amigo y distingo en vos el espíritu de Hronulf. Se ha cometido una terrible injusticia con vuestra persona y, como sirviente de Tyr, es mi deber intentar enderezar las cosas.

Bronwyn alzó la vista para observarlo a los ojos.

—¿Qué queréis decir?

—Vuestro destino os fue arrebatado de las manos cuando erais demasiado pequeña para comprenderlo. Ahora que sois una mujer adulta, hay hombres que pretenden hacer lo mismo otra vez. No es justo, a pesar de que la conciencia que los impulsa a hacerlo es correcta y que actúan por una buena causa.

—Entonces, ¿qué estáis diciendo?

—El poder os pertenece, hija de Samular. Debéis decidir por vos misma cómo utilizarlo. —Echó un vistazo por encima del hombro en dirección a la puerta—. Ahora, ¡partid! ¡Rápido! Si os entretenéis, os encontrarán.

—Tiene razón. —Danilo salió desde atrás y le tendió una mano a Bronwyn—.

Aunque debo admitir, señor, que vuestras palabras me sorprenden. Bronwyn, te sacaré de la ciudad. En cuanto estés a salvo, podrás decidir lo que debes hacer.

Alice apareció para ponerle entre las manos una bolsa de cuero.

—Lo he escuchado todo. Éstas son las cosas que mantenía a buen recaudo. Tal vez las necesites.

Bronwyn hizo un gesto de asentimiento para darle las gracias y se volvió hacia el Arpista para coger la mano que le ofrecía.

—Estoy lista.

Mientras Danilo pronunciaba las palabras del hechizo, Bronwyn sintió primero que una fuerza turbulenta la envolvía y luego como si fuera absorbida por un túnel, apartada de su propio cuerpo. Nunca hasta aquel momento había viajado por los senderos plateados de la magia. Para su interior siempre se había dicho que nunca había tenido ocasión de hacerlo, pero en realidad la idea la aterrorizaba más que la perspectiva de un viaje por mar.

Sin embargo, sintió que había conseguido conjurar aquel viejo temor. De repente, supo que nunca más se dejaría arrastrar por los demonios que le asaltaban desde el pasado, ni por la creencia de que el significado y el orden de su vida sólo podía hallarlos en los secretos del pasado.

Mientras el rugido y el remolino de la magia la arrastraban, Bronwyn alzó la barbilla y se quedó mirando desafiante el blanco vacío que la envolvía. Las respuestas que ahora buscaba no estaban en un pasado oculto sino en un futuro que todavía no había probado.

18

Bronwyn emergió de su viaje mágico en las propiedades que la familia Thann poseía al norte de Aguas Profundas. Como el sol ya se había puesto cuando llegaron, aceptó la petición de Danilo de quedarse a pasar la noche, pero, a pesar de que estaba exhausta y el colchón de plumas de la habitación de invitados de la mansión era sumamente cómodo, su sueño se vio turbado por recuerdos de todo lo que había sucedido durante los últimos días y por la incertidumbre y los peligros que intuía en el futuro.

Se levantó antes del amanecer y descubrió que Danilo había estado ocupado mientras ella dormía. Los sirvientes se encargaron de llevarle ropa nueva y demás cosas de viaje, junto con una bandeja de comida. Engulló los alimentos a toda prisa y se vistió, antes de acercarse a los establos siguiendo las indicaciones de los sirvientes. Allí encontró a Danilo, que supervisaba la selección y preparación de un caballo apropiado, así como la carga de todos los suministros para el viaje.

Su rostro se entristeció al verla.

—Supongo que estás resuelta a ir.

—¿Acaso tienes que preguntármelo? —Hizo tintinear la bolsa de monedas repleta que llevaba atada al cinto—. Gracias por esto, y por todo lo demás. Te pagaré todo lo que te debo cuando regrese con Cara.

Danilo titubeó. Aunque era evidente que deseaba hacerlo, no se atrevía a disuadirla de viajar rumbo al norte.

—Mi familia tiene mercenarios a sueldo. Puedo hacer que te acompañen unos cuantos hombres.

Ella sacudió la cabeza.

—No estaré sola.

Danilo sopesó su respuesta y sonrió débilmente.

—Sí, supongo que sí. Tymora te sonríe.

Salió apresuradamente rumbo al norte y estuvo cabalgado durante todo el día, evitando la carretera Alta y tomando una red de caminos secundarios que Ebenezer le había mostrado durante su primer viaje juntos. Probablemente su amigo regresaría a los dominios de su clan del mismo modo que había partido. Sólo esperaba poder alcanzarlo antes de que cayera la noche.

Llegó el crepúsculo, y todavía no había encontrado señales de los enanos.

Bronwyn no habría podido encontrarlos si no hubiera oído cómo la voz áspera de Ebenezer la llamaba. Estiró las riendas del caballo para detenerlo y se quedó escudriñando el terreno rocoso. De detrás de una roca emergió una cabeza de cabellos rizados y rojizos y, acto seguido, muchas otras siluetas, que Bronwyn había confundido con simples piedras, parecieron cobrar vida.

Bronwyn sacudió la cabeza, perpleja. Había oído decir que los enanos, aunque no poseían habilidades mágicas innatas, tenían una capacidad especial para fundirse con las piedras, pero no habría creído que fuese cierto si no lo hubiese visto con sus propios ojos.

El clan Lanzadepiedra al completo se materializó en aquel abrupto terreno y se reunió alrededor de su caballo.

—No vamos a regresar —le informó Tarlamera en un tono que sugería que no era la primera vez que iniciaba aquella discusión.

Bronwyn percibió que los enanos tenían ahora mucho mejor aspecto que diez días atrás. Habían comido en abundancia y las penurias de la batalla y del viaje por mar no eran más que un recuerdo. Todos iban bien arreglados y ataviados con vestimentas que mezclaban los colores de la tierra y de las rocas, y calzaban recias botas. De sus cinturones pendían armas y todos llevaban las barbas cuidadosamente trenzadas, tal como solían arreglarse muchos enanos antes de enzarzarse en un combate.

Tarlamera notó que los estaba examinando a conciencia.

—Te diré lo mismo que dije a aquel herrero Brian. El clan ha pagado ya por todo el dinero que nos prestó. Así que no nos mires como si creyeses que alguien ha resultado timado.

—Probablemente creerá que merece la pena pagar ese dinero y más para librarse de vosotros —comentó Ebenezer con gesto de disgusto. Luego, se volvió hacia Bronwyn—. Están resueltos a luchar. No hay forma de que entren en razón.

—Creo que deben luchar —repuso Bronwyn con firmeza—. ¿Cómo, si no, van a poder recuperar los dominios del clan?

Tarlamera soltó una carcajada, regocijada, y dio una palmada a su hermano.

—¡Creo que empieza a gustarme esta humana amiga tuya!

La preparación de la batalla con los enanos se sucedió como Bronwyn había supuesto. Los enanos estuvieron dándole vueltas durante parte de la noche, discutieron todos y cada uno de los detalles, y tomaron un par de decisiones a base de aplicar la fuerza bruta, aunque Ebenezer, con una muestra impresionante de diplomacia, persuadió a los combatientes de que decidieran el asunto con un pulso.

Aun así, consiguieron llegar a un acuerdo, y al alba, Bronwyn cabalgó hacia el norte para cumplir con su parte del cometido. Por primera vez en varios días, mejor dicho, por primera vez en toda su vida, sintió que tenía el control de su destino en sus manos. Lo que tenía por delante no iba a ser fácil, pero dependía de ella. Se sentía no ya confiada, pero al menos sí esperanzada.

El camino era cada vez más escarpado a medida que se acercaba a las colinas que rodeaban El Bastión del Espino. Espoleó a su montura prestada, una lustrosa yegua zaina que poseía una zancada larga e infatigable, para llegar a lo alto de un altozano y se detuvo para proporcionar un breve descanso al animal, mientras se daba a sí misma la oportunidad de examinar el terreno en busca de posibles peligros.

Su mirada barrió aquel páramo desolado. No había más que colinas onduladas, una espesura de pinos y resquebrajados montículos de rocas. El sol caldeaba el ambiente y varios halcones planeaban y flotaban empujados por una suave brisa primaveral. Uno de ellos se dejó caer en picado al suelo con las garras desplegadas, y al oír el chillido breve y agudo de su presa Bronwyn apartó la mirada instintivamente.

Su vista se posó en una diminuta forma blanca que se distinguía en el camino frente a ella. Era un caballo, y sobre él se distinguía una figura ya familiar.

Bronwyn hundió ambas manos entre sus cabellos y apretó la mandíbula para no echarse a gritar de pura frustración. ¡Algorind, no, no otra vez, y no ahora! El paladín podía echarlo todo a perder.

Espoleó a la yegua para ponerla al trote y salió disparada rumbo al norte.

Inclinada sobre el cuello reluciente de su montura, descendió por la colina y bordeó el camino que conducía a la carretera Alta. Así tendría ocasión de sobrepasar a la montura del paladín. Los caminos que bordeaban las colinas tenían un fuerte desnivel y eran traicioneros, y cada zancada apresurada era un riesgo de que el caballo tropezara con las rocas desperdigadas.

La yegua se espantó y giró bruscamente hacia la derecha. Bronwyn apretó con las rodillas los costados del caballo y se aferró al cuello del animal en un desesperado intento de mantenerse en la silla, pero en vano. Cayó dolorosamente al suelo y dio varias vueltas sobre sí misma en aquel terreno pedregoso. Mientras se levantaba, vio qué era lo que había provocado el espanto del caballo. Varias serpientes recién levantadas de su sueño invernal tomaban el sol en una roca cercana. Si el caballo no se hubiese detenido, habría pasado entre ellas, con mortales consecuencias.

Bronwyn contempló su camisa rasgada y el profundo y doloroso arañazo que le llegaba de la muñeca al codo.

—Tengo que darte las gracias —dijo con suavidad mientras se acercaba a la asustadiza yegua—, pero me perdonarás si tardo un poco en hacerlo.

A su espalda oyó el retumbo que provocaban los cascos del enorme caballo blanco del paladín al acercarse. Cuando estaba ya a lomos de su montura e intentaba recuperar las riendas, la yegua se volvió y corcoveó. Bronwyn cayó de nuevo al suelo y rodó por tierra en el preciso instante en que llegaba el paladín.

El joven desmontó de un ágil salto y se acercó a ella con la mano apoyada en la empuñadura de su espada.

—No deseo enfrentarme a una mujer. Si os entregáis pacíficamente, os llevaré a juicio.

Bronwyn extrajo un cuchillo y se agazapó. Mientras lo hacía, se le ocurrió un plan.

—¿Por qué os vais a contentar con cumplir sólo la mitad de vuestro cometido?

—¿La mitad de mi cometido? —El paladín desenvainó la espada y empezó a caminar en círculos a su alrededor—. ¿Qué clase de broma es ésta?

—Ninguna. Vos queréis a la niña. Eso lo habéis dejado claro. Voy camino de El Bastión del Espino para recuperarla.

—Ya no. —Arremetió contra ella con una estocada cuyo objetivo era hacerle caer el cuchillo de las manos. La fuerza del golpe movió hacia un costado el brazo de Bronwyn, pero ella siguió sosteniendo el arma.

—Ambos podríamos conseguir lo que queremos, si trabajamos juntos. Yo podría recuperar a Cara y, después, la llevaríamos a Aguas Profundas. Los dos juntos.

Algorind se mostraba escéptico.

—¿Por qué haríais algo así?

—¿Os agradaría que la niña se convirtiera en una zhent? ¿Y qué me decís de la inminente batalla? ¿No creéis que ha visto ya suficientes combates, gracias a gente como vos y los vuestros?

—Es deber de un paladín luchar por lo que es justo.

—Y os ofrezco una oportunidad de hacerlo —insistió ella con impaciencia—.

¿Creéis que será fácil sacar a Cara de El Bastión del Espino? Tendréis ocasión de luchar.

Se acercó más a él y notó que Algorind no se retiraba. Parecía estar estudiando sus palabras.

—¿Cómo recuperaríais a la niña?

—Soy hermana de Dag Zoreth. Ha estado buscándome, igual que vos y vuestros compañeros paladines. Se supone que tengo cierto valor por quienes fueron mis antepasados. —Se encogió de hombros con impaciencia para indicar que sabía poco y sentía poco interés por el asunto.

—Así que os rendiríais ante él.

—En cierto modo, sí. Me dejarán entrar en la fortaleza y dudo que se preocupen demasiado de mi acompañante.

El rostro del paladín se ensombreció.

—Ahora que lo comentáis, ¿dónde está ese enano ladrón de caballos?

Ella volvió a encogerse de hombros.

—Os considerarán a vos como un compañero mucho más adecuado. De hecho — añadió con malicia—, el maestro Laharin estaba pensando en qué joven paladín podían elegir para ayudarme a seguir la línea de descendencia de los Samulares. Si actuáis correctamente en la tarea de hoy, quizá os recomiende para ese puesto.

El joven se puso nervioso, como Bronwyn esperaba.

—¿Creéis que los zhentarim permitirían que un paladín entrase en su fortaleza?

—¿Por qué no? Sois bueno con la espada, pero sois un solo hombre. La pregunta es si seréis capaz de ayudarme a salir de la fortaleza en cuanto recuperemos a Cara.

Algorind meditó la respuesta.

—Os hablaré con franqueza. Me da la impresión de que vuestro plan conlleva graves riesgos y pocas oportunidades de éxito, pero aun así haré lo que sugerís.

Ella lo contempló un instante y blandió el cuchillo.

—Si deseáis morir con nobleza, hacedlo cuando os llegue la hora.

—No me refería a eso —repuso él con vehemencia—. Vuestro arriesgado plan es peligroso, pero no se me ocurre ninguno mejor. Es cierto que he prometido cumplir con mi deber, aunque conlleve la muerte.

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