El bokor (21 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

—Le agradezco su gentileza y todos sus cuidados, créame, de alguna manera le pagaré todo lo que ha hecho por mi.

—Jean estará feliz de ver que ha vuelto de las sombras. Nomoko ha ido a avisarle. El pobre hombre casi no duerme por velar su sueño, ha pasado noches enteras orando para que su alma encontrara el regreso a casa.

—¿Adónde cree que marchó mi alma?

—Al valle de los muertos. No es bueno para un vivo estar allí, pasan cosas espantosas —dijo Jean que entraba deprisa al cuarto donde estaba el sacerdote.

—Es bueno volver a verte, Jean —dijo el padre estirando su mano para que su amigo la estrechara, pero Jean, al igual que el primer dia, la tomó entre las suyas y la besó con devoción.

Me dice la mama que has perdido el sueño por cuidar de mí. No tengo como agradecerte.

—Era mi obligación, fue mi culpa que usted fuera donde ese hombre.

—¿Qué dices? Tú te negaste a acompañarme.

—Por esa misma razón, debí haberlo obligado a quedarse en casa en lugar de dejarlo marchar.

—Ya mama Candau lo dijo, soy obcecado, de nada habría valido que trataras de detenerme.

Así que ninguno de ustedes es culpable de nada y menos de algo que produjo una picadura de mosquito o a la sumo algún brebaje que ese tipo me dio de beber.

—El polvo de los zombis —dijo Nomoko con la voz en un hilo.

—¿Qué dices?

—No haga caso del niño —dijo mama Candau haciendo un gesto al muchacho para que se retirara a jugar afuera.

—¿Qué ha querido decir con eso del polvo de los zombis?

—Son tonterías del muchacho —dijo la anciana retirándose.

—Es la verdad —dijo Jean una vez la mujer se había ido, déjeme que le cuente:

Los «Bokor» son la mano maléfica de la magia Haitíana, según cuentan tienen el poder de crear zombis. Por medio de la ingestión de un determinado polvo que suelen mezclar con la bebida, el afectado pierde sus signos vitales, la muerte parece perfecta pues su estado de catalepsia es absoluto. En un país en el que los servicios médicos son insuficientes, una muerte inexplicada no es asunto de médicos forenses, simplemente al que se muere se le entierra y esto unido al hecho de las altas temperaturas que hay en esta isla, hace que por norma general un cadáver sea enterrado en las veinticuatro horas siguientes a su fallecimiento.

—Esto aumenta mucho las posibilidades de enterrar a alguien «vivo» —dijo el sacerdote recordando a la mujer del médico que había resucitado.

—Pasadas cuarenta y ocho horas el efecto de las drogas que el supuesto fallecido ingirió dejan de tener efecto, por lo cual el zombifícado recupera sus signos vitales, es en ese momento cuando el brujo «Bokor» le desentierra. Una vez desenterrado el zombi es alimentado con una pasta de atropina y escopolamina.

—Son disociadores alucinógenos que impactan sobre los neurotransmisores y las endomorfinas del cerebro.

—De este modo se aseguran que aunque su cuerpo sigue vivo su mente nunca vuelva a una conciencia absoluta.

—Eso es atroz, ¿las autoridades de Haití permiten tales cosas?

—En Haití priva la ley de la selva.

—Es algo de lo que hablaré con Baby Doc.

—¿Cree que Duvalier no lo sabe?

—Odio pensar que se vale de esas cosas.

—De verdad me alegra que haya podido encontrar el camino de regreso.

—Ahora entiendo porque mama Candau me miraba extraño cuando vino a verme.

—Seguro esperaba ver algún comportamiento extraño.

—Y eso sería…

—Se podría decir que se resucita el cuerpo pero no su alma, cuando los zombis salen del estado de catalepsia, los daños cerebrales son tan fuertes que el afectado no tendrá voluntad propia, se limitará a seguir las órdenes que le dé su Bokor, en su caso la Mano de los Muertos. Si le hubiesen dado de ese polvo, su función a partir de ahora sería la de servir como esclavo y su destino casi seguro sería alguna plantación de caña de azúcar.

—Afortunadamente no me ha pasado nada entonces. Aunque así como lo dices, pareciera que no estás muy seguro de que el peligro haya pasado.

—El estado de zombi resulta evidente, sobre todo en la mirada: La cara es inexpresiva y la mirada fija. Los párpados se ponen blancos, como si los hubieran quemado con un ácido. Lo más horrible es la mirada, o mejor dicho, la ausencia de mirada —dijo como recordando.

—Jean, no me dirás que has visto a un zombi tu mismo.

—Hace mucho.

—¿Hablas de la novia del doctor, la chica rubia?

—Veo que la mama le contó la historia.

—Así es, y me parece algo muy folklórico, pero nada más, otra de las particularidades de Haití que la hacen tan especial. Pero déjame decirte algo, el antropólogo Roland Littlewood y el doctor Chavannes Douyon de la Policlínica en Puerto Príncipe han concluido que muchos de los denominados zombis son individuos con desordenes psiquiátricos o con daño cerebral.

—Por supuesto que lo son. Conozco esa investigación, pero ¿alguien les provocó ese daño? ¿o acaso piensa que nacieron con ese daño?

—Según esa investigación, este tipo de daño pudo ser producido por epilepsia, falta de oxigenación en el cerebro o trastornos causados por alcohol durante la etapa fetal.

—Existen muchas causas que van más allá de la ciencia. También sé que hay otro investigador llamado Wade Davis quien vino a Haití y logró conseguir muestras del polvo utilizado por los Bokores para realizar la zombificación. Este polvo fue posteriormente analizado y se encontraron varios tipos de neurotóxicos como tetradotoxina, datura metel, datura stramonium y ducuna pruriens.

—La tetradotoxina, es encontrada en el hígado de algunas especies de pez globo. Este químico es un potente bloqueador de la actividad nerviosa y administrado en muy pequeñas dosis puede provocar un estado de catalepsia: una muerte simulada. Por desgracia, el efecto solo es sobre los estímulos nerviosos, y la víctima está en todo momento consciente de lo que sucede a su alrededor. Y sí, sé lo que piensas, la persona ve como es enterrada viva. Los otros dos componentes de que me hablas son plantas que tienen un efecto alucinógeno además de provocar amnesia en el individuo. Como ves, hay una explicación científica para todas estas cosas.

—Puede que sea así, padre, además una vez desenterrado el prospecto de zombi, como ya le dije, éste es alimentado con una pasta de atropina y escopolamina.

—Como puedes ver, este polvo se encuentra muy bien diseñado para causar un daño no solo en el cerebro sino también psicológico.

—Sea como sea, padre, le ruego tenga usted más cuidado con aquellas cosas que come en la isla y sobre todo, no se meta usted con la Mano de los Muertos.

Capítulo XIII

Kennedy volvió a su apartamento después de vagar un poco por los alrededores, regresar a su reclusorio de inmediato solo lo haría volver a la bebida y de solo pensarlo sintió nauseas. Después de un par de horas por las inmediaciones sintió que el cansancio se apoderaba de él y que podría conciliar el sueño con solo poner la cabeza sobre la almohada. Al subir las escaleras pudo ver a los dos ancianos comentando sobre él en voz baja, de seguro no serían cosas buenas puesto que al verlos bajaron la cabeza y fingieron estar interesados en otras cosas. Subió de prisa hasta su departamento, tanteó la cerradura con la llave y le costó trabajo abrir el oxidado cerrojo. Ya dentro pudo sentir de nuevo la bofetada del olor a descuido de aquel cuartucho, seguía oliendo a moho y el aire dentro era tan pesado que le resultaba difícil respirarlo. Resopló cansado y se tendió en el viejo sofá. La máquina contestadora del teléfono le avisaba que tenía tres mensajes sin escuchar. Recordó que aquel tipo extraño le había dicho que lo llamaría y activó la mensajera.

«Padre Kennedy, soy Alexander McIntire, quería decirle que el detective Bronson ha venido a preguntar sobre usted, lo noté muy interesado en saber si era usted una persona violenta, en fin, supongo que se trata de una investigación de rutina, pero quise advertirle. No tiene nada de que preocuparse, no le he dicho nada que pueda perjudicarlo, si puede devolverme la llamada estaré despierto hasta tarde, Jenny ha tenido otro de sus episodios.»

Kennedy se frotó la cara, su barba de varios días hizo que la sintiera áspera, prefirió no mirarse en el espejo. Pensó en la visita del detective Bronson, no podía culparlo por hacer investigaciones, al fin y al cabo, su condición de sacerdote no lo eximía de ser sospechoso, y quizá el único en este macabro caso. Casi sin pensarlo pasó al siguiente mensaje y se dispuso a escucharlo.

«Adam, —sonó la voz del padre Ryan— un detective de apellido Johnson ha venido a hablar conmigo, creo que está muy interesado en saber si eres un tipo violento. Me ha preguntado por tu crucifijo y no le he dicho nada al respecto. Creo que es preciso que aclares las cosas cuanto antes. Por favor llámame cuando vuelvas a casa.»

Sin duda ambos detectives estaban perdiendo su tiempo indagándolo a él en lugar de buscar al verdadero asesino de esos hombres —dijo Kennedy en voz alta— a quién podría ocurrírsele que los llevaría a la iglesia para matarlos, quizá, cuando mucho, llevarlos a una carretera desierta y lanzarlos a un precipicio, así no quedarían muchas huellas y los animales se encargarían de… Qué dices Adam, estás empezando a perder el juicio —se recriminó y hasta se avergonzó de poder pensar en algo como eso.

Luego de escuchar los mensajes y a pesar de su gran cansancio sabía que no podría dormir si no golpeaba la bolsa de arena. Era lo único que lo relajaba, lo hacía con rabia, muchas veces imaginando el rostro de la Mano de los Muertos, su cuerpo regordete y su vestir lleno de colores para ocultar el alma negra que se escondía en sus adentros. Se quitó la camisa dejando al descubierto unos vellos largos y blancos en su ancho pecho que hacía unos años había empezado a doblegarse ante el paso de los años. Se miró los nudillos, blancos y prominentes sobre unas manos nervudas. Asestó el primer golpe con la mano derecha y luego otro más con la mano izquierda, se acercaba a la bolsa como si buscara una pelea en el cuerpo a cuerpo, un par de golpes más y el saco se sacudió haciendo gemir la viga donde estaba sujeto. Nuevas combinaciones de izquierda y derecha, cada vez más potentes y rápidas, los nudillos se le enrojecieron y la cadena donde colgaba la bolsa rechinó insistentemente. Ahora eran los dientes del sacerdote los que chirriaban con cada golpe demoledor que le daba a aquel saco relleno de sus frustraciones, temores y sueños fallidos. Dos golpes más y el sacerdote comenzó a jadear. En la camiseta a la altura de las axilas se comenzaba a dibujar el sudor mezcla de agua y licor y por la espalda corrían las gotas recorriéndole la espina. Ahora era una andanada de puñetazos, cada uno con más fuerza que el anterior, no se detenía a medir el impacto sobre la bolsa y sobre sus nudillos. La lona comenzó a teñirse de rojo, primero en pequeñas manchas amorfas y luego en perfectos dibujos de la sangre de aquel hombre que parecía no sentir el dolor. Un gemido se escapaba de su boca con cada golpe, pero no eran de dolor, era algo más que la satisfacción de hacer un poco de deporte, era el desahogo. Deseó que fuera la Mano, deseó que fuera el agente Johnson con sus insinuaciones, deseó que fuera Jean por dejarlo solo en este mundo, las manos le sangraban con insistencia y por fin el hombre detuvo el ataque, se abrazó a la bolsa y pudo sentir el latir de su corazón que se replicaba en su cuello, sus sienes, incluso lo sentía palpitar en sus pies. No paraba de manar sudor, su rostro cubierto y las gotas que corrían por su cuello empapaban la camiseta que ya había dejado de ser blanca, ahora se mostraba con motas rojas y marrones. El intercomunicador lo sorprendió.

—¿Está usted allí padre Kennedy?

Era la voz del detective Johnson, Suspiró y se vio hecho un desastre. Recordó las llamada de McIntire y del padre Ryan y que no las había alcanzado a borrar, pensó en que debería hacerlo luego, cuando oyera todos los mensajes. Ya lo haría luego de que se marchara aquel detective.

Caminó de prisa al intercomunicador y contestó.

—Soy Kennedy ¿Qué desea?

—Soy el detective Johnson padre, quisiera hablar con usted. Espero no sea un mal momento.

Todos lo son —pensó Kennedy —Enseguida le abro —dijo con voz cansada.

Un par de minutos después el agente Johnson estaba tocando a la puerta.

—Gracias por recibirme —dijo al salir el sacerdote y luego de mirarle las manos: —Se ha hecho daño…

—No es nada, solo hacia un poco de ejercicio.

—Me parece que ha hecho usted mucho más que eso.

—Quizá me he excedido un poco.

—¿Un poco? Se ha hecho usted trizas las manos. ¿En que estaba pensando?

—Creo que el problema fue que no pensé que tendría visitas.

—Lamento molestarlo —mintió Johnson que no sentía ninguna empatía con aquel hombre— pero mis preguntas pueden esperar, vaya usted a lavarse al menos.

—Lo haré cuando lo haya atendido agente, no quiero que pierda su tiempo cuando se trae entre manos algo tan importante como atrapar al responsable de ese crimen.

—Como guste —dijo entrando al apartamento sin que se lo ofrecieran. —Veo que la bolsa no salió ilesa.

—Suele ser la que pierde en nuestros combates.

—Eso le garantiza una foja de al menos cien a cero ¿No es verdad? Debe ser usted un auténtico Rocky Marciano retirándose invicto del ring después de ganar algunas peleas.

—Mucho más, aunque no puedo presumir de estar invicto en las luchas que he dado en esta vida.

—El demonio debe ser un rival de cuidado.

—Y tanto, suele pelear muy sucio.

—El mismo problema de los policías, peleamos apegados a la ley contra tipos que se especializan en romperla y no respetar las reglas del juego.

—Buena analogía, aunque no sé si hablaremos del mismo enemigo.

—¿Se refiere a si los tipos que perseguimos son el demonio en persona?

—Al menos personas que actúan en sus filas.

—Puede ser, lo que haría que quien quiera que peleé contra ellos esté con nosotros ¿No es verdad?

—Es una forma de verlo, aunque no creo que el fuego se pueda apagar con gasolina.

—En eso tiene razón. Además es lo que pregona Jesús. No devolver los golpes, sino poner la otra mejilla.

—Créame agente, es algo duro de cumplir.

—Supongo que lo es, sobre todo teniendo todo ese furor que parece invadirlo cuando golpea la bolsa.

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