—¿Se refiere a Trevor Bonticue?
—El mismo. Su hijo Francis, es una pena lo que le ha sucedido…
—Kennedy sintió un nudo en su estómago, recordó la pesadilla que había tenido precisamente con el muchacho amigo de Jeremy y un escalofrío le recorrió la espina.
—¿Ha dicho que apareció colgado?
—Así es, igual a los hombres de la iglesia.
—¿Lo ha visto usted?
—Salió en las noticias, transmitieron en directo. Esos malditos periodistas parecen estar en todos sitios. También transmitieron una noticia aparentemente relacionada, un ladrón de cadáveres. ¿Puede creerlo? Al parecer alguien juega en los camposantos y cambia los cadáveres de lugar. Ya no hay respeto por nada. ¿Quién podría dedicarse a algo así y para qué? La gente comienza a decir que se trata de un bokor, usted sabe, un brujo del vudú. No me extrañaría, con tanto inmigrante de Haití que viene a Lousiana debemos estar plagados de adoradores del demonio. Por cierto, la tumba de uno de esos tipos fue una de las que profanaron, un haitiano que murió hace unos días. Un sujeto de la iglesia salió dando declaraciones, dijo que todo esto pasaba porque nos hemos alejado de Dios y yo me pregunto ¿no será todo lo contrario? ¿No será que Dios se alejó de Nueva Orleanas? Ya usted vió los estragos del huracán. Parece ser un castigo divino ¿no le parece? Quizá somos la nueva Sodoma que se llenó de abominaciones y necesita de un justiciero, usted sabe, un ángel que venga a saldar cuentas.
Kennedy estaba sintiendo el efecto de la yerba y escuchaba al sujeto hablar sin detenerse a pensar en lo que decía.
—Se ha montado una verdadera cacería, muchos policías están tras el sujeto del bosque, llevan perros entrenados que siguen sus huellas. ¿Cree usted que lo atrapen pronto?
Kennedy seguía inmutable.
—No es usted muy buen conversador —dijo el sujeto poniéndose de pie. —Voy al albergue, por si quiere venir conmigo.
No hubo respuesta.
—Bien amigo, tenga cuidado. No es seguro estar por estos sitios tan solo.
Kennedy se limitó a mover su mano despidiéndose de aquel hombre y se quedó ensimismado por unos minutos recordando lo que había sucedido. Ahora todo se agolpaba en su mente, sin saber si lo que acudía a ella eran recuerdos de algo vivido o lo que el sujeto le había contado. Las imágenes de los cadáveres cambiando de sitio, los cuerpos colgando, su crucifijo dando vueltas en el aire antes de caer en el charco de sangre, Francis huyendo por el bosque, los ladridos de los perros, el olor a sangre, todo se mezclaba sin control.
—¿Hay noticias del sacerdote? —Preguntó Bronson por la radio.
—Aún no detective —dijo el operador de radio— todos los hombres disponibles lo buscan por la ciudad.
—¿Qué hay de la búsqueda en el bosque?
—Siguieron el rastro hasta salir a la carretera.
—¿Qué hay de Johnson?
—No se ha reportado aún, hemos pasado algunos mensajes a su teléfono pero no ha respondido.
—Manténganme informado.
—Con gusto, detective.
Karen Bonticue había declarado suficiente para implicar a aquellos dos hombres en la muerte de Jeremy y los federales se encargarían de ligar el caso con el tráfico de influencias con suficiente peso para que ambos pasaran un buen tiempo en prisión, pero estaba seguro de que ninguno de los dos era el asesino que buscaba. No quedaban más que Kennedy y el sujeto de Haití y debía enfocar la búsqueda en ellos.
El teléfono móvil se activó y miró el número antes de responder:
—Lucila, gracias al cielo.
—¿Qué pasa? No me dirás que unos días solo te tienen nervioso.
—He intentado hablar contigo sin éxito y ya sabes lo que me preocupo.
—Lo sé, por esa razón decidí volver a Nueva Orleans, he tomado el avión y estaré en el aeropuerto en unos minutos.
—Espera —dijo Bronson— me está entrando otra llamada.
—¿Detective Bronson?
—Así es.
—Soy el padre Mattías di Gennaro, de la diócesis, soy el asistente del padre Angelo Pietri… —Bronson recordó de inmediato que se trataba de un sacerdote relacionado con el caso de Kennedy en Haití— el padre Pietri desea hablar con usted.
—Iré enseguida.
—Antes hay algo que debe saber detective, el padre Pietri está muy mal de salud y los periodos de lucidez son cada vez menos frecuentes. Está por cumplir noventa años y pese a que era un hombre sumamente inteligente, ha empezado a alucinar y parece que no distingue la realidad de la fantasía.
—¿Le ha dicho de qué desea hablar conmigo?
—Es sobre los crímenes que han salido en las noticias. Hoy amaneció particularmente lúcido y se ha enterado de todo, dice que tiene información que es de su interés, pero que solo hablará con usted.
—No hay problema, como le dije, iré enseguida.
—Bien, lo esperamos en la diocesís de Alexandría en la Catedral de San Francisco Javier. No se tarde, como le dije, los momentos de lucidez son cada vez más esporádicos y suelen durar poco.
Bronson cortó e intentó volver a hablar con Lucila pero la llamada se había cortado. Gruñó, hubiera deseado ir a recogerla al aeropuerto, pero hablar con Pietri no podía postergarse. Sabía que Lucila se podía valer por si misma, pero en su estado, hubiera deseado estar con ella y llevarla a casa. Recordó la llamada de aquel sujeto extraño y sintió aprensión, pero debía cumplir con su deber e intentar solucionar aquel caso antes de que más inocentes murieran.
Al llegar a la catedral de San Francisco Javier, el padre Mattias lo esperaba en el estacionamiento. Era un sacerdote joven de un pelo rubio ensortijado lo mismo que una barba que le cubría el mentón.
—Detective, soy el padre Mattías.
—Gracias por recibirme.
—El padre Pietri lo recibirá de inmediato, pero deberá usted utilizar mis servicios, ha perdido habilidades del habla y temo que usted no pueda entenderle. Seré una especie de traductor si usted me lo permite.
—Agradezco su ayuda.
Los dos hombres caminaron dentro de la lujosa catedral, adentrándose por sus naves hasta desembocar en unas oficinas detrás del altar.
—Siéntese, traeré a Pietri en unos segundos.
Bronson admiró algunas obras de arte que adornaban la oficina, algunas pinturas y esculturas sobre imágenes religiosas que databan de más de un siglo y no pudo evitar recordar las condiciones en las que vivía el padre Kennedy, en su cuartucho fétido y sin más adornos que aquel fetiche demoniaco, quizá relacionado con todos aquellos crímenes.
Mattías no tardó más de dos minutos. Regresó con una silla de ruedas que cargaba a un sacerdote pulcramente vestido y con un crucifijo tallado en oro por encima de la ropa. El anciano lucía cansado, con grandes ojeras bajo sus ojos azules. Su pelo era totalmente blanco y ni un solo cabello estaba fuera de lugar.
Bronson le estrechó la mano temblorosa a manera de saludo.
—Padre Pietri —dijo en un tono de voz normal.
—Será preciso que hable usted más alto —dijo Mattías— el padre Pietri se niega a utilizar aparatos y su oído es bastante débil.
—Padre Pietri —dijo Bronson en un tono que le sonó desmedido— ¿deseaba hablar conmigo?
El viejo balbuceó unas palabras mientras Mattías acercaba su oreja hasta prácticamente hacerse continuación del cuerpo del anciano.
—Dice que es preciso que hable con usted respecto a los crímenes que vio por televisión.
—Dígame padre, ¿qué sabe al respecto?
Mattías volvió a colocar su oreja al lado de la boca de Pietri y escuchó paciente mientras el viejo balbuceaba.
—Dice que es preciso que detengan al asesino.
—¿Sabe usted quién es?
El viejo arqueó las cejas y volvió a luchar para hablar.
—Dice que todo está relacionado con un sello, me habla de Haití, pero no logro entender de qué se trata.
—Padre, hábleme de Kennedy.
—¿Se refiere usted al padre Kennedy? —dijo Mattias mientras ponía su oreja en posición.
—Dice algo que no logro entender, comienza a desvariar, dice que el padre Kennedy está enfermo, que debe visitarlo.
—¿Ha utilizado esa palabra?
—Si, ha dicho visitarlo.
—No habrá dicho atraparlo o algo parecido.
—No. ¿Por qué habría de decir tal cosa? El padre Kennedy es amigo personal de Pietri, de hecho él era su mentor.
—¿Es Pietri psiquiatra?
—Uno muy renombrado en su tiempo, ahora, bueno, usted lo ve, es una lástima que una mente así se pierda.
—¿Qué hay de usted? ¿También es psiquiatra?
—Acabo de terminar la carrera. La iglesia me pagó los estudios a cambio de trabajo en la diócesis.
—Eso es normal supongo.
—Siempre ha sido así, la iglesia nos ayuda a estudiar y luego retribuimos con servicio.
—¿Estudió Kennedy así?
—Entiendo que sí, pero el caso de Adam Kennedy es muy particular.
—¿Por qué lo dice?
—Por que Kennedy no inició como psiquiatra, sino como paciente de Angelo Pietri.
—¿Paciente?
—Así es. Como estudiante tengo acceso a los archivos médicos.
—Parece que quiere decir algo —dijo Bronson mientras veía al anciano esforzarse por hablar.
—Reitera lo que estoy diciéndole, dice que le hable del trastorno.
—¿Qué trastorno?
—El de identidad disociativa, fue con lo que en un inicio diagnosticaron a Kennedy, claro, en aquel tiempo le llamaban diferente, usted quizá lo conozca como personalidad múltiple.
—¿Padece Adam Kennedy de personalidad múltiple?
—Al menos lo padecía hace muchos años, recuerdo que no había mucha información en su expediente.
—Se marchó muchos años a Haití.
—Mal lugar para un enfermo de este tipo.
—¿Por qué lo dice?
—Haití es un sitio donde abundan las supercherías, usted sabe, magia negra y todas esas cosas, alguien con una enfermedad así podría ser fácilmente sugestionable.
—¿Incluye eso la posesión?
—No sería el primer caso de este síndrome donde una de las personalidades es un demonio.
—Padre, Mattias ¿ha estado presente en algún exorcismo?
—Por Dios no, soy un psiquiatra, todo eso quedó atrás hace muchos años. Ahora que conocemos a fondo las enfermedades mentales nos compadecemos de todos aquellos a quienes les realizaron exorcismos por considerar que estaban poseídos.
—Pero es usted también un sacerdote.
—La iglesia es cada día más reacia a calificar estos eventos como posesiones demoniacas, aunque he de admitir que como terapia de choque puede ser válida.
—¿Puede explicarme eso?
—Pues es sencillo, si una persona cree que sus enfermedades son producto de una posesión demoniaca, también es posible que crea que la cura está en un exorcismo.
—Entiendo. Padre ¿Por qué enviaría la iglesia a Kennedy a Haití si tenía este trastorno?
—Puede que haya sido por lo mismo que le explico, quizá como una forma de crear algún choque.
—Una terapia peligrosa.
—Hablamos de los setenta, detective.
—Parece que Pietri se ha quedado dormido.
—Lo siento, su edad…
—No necesita disculparse.
—Puede que al despertar ya no recuerde nada de lo que hemos hablado.
—Padre, ¿puede hablarme del trastorno de disociación que sufre Kennedy?
—No podría afirmar que aun lo sufre, para eso tendría que hacer valoraciones.
—Bueno, hablemos entonces en general.
—Este trastorno se caracteriza por patrones de percepción, reacción y relación que son relativamente fijos y socialmente desadaptados, incluyendo una variedad de una o más identidades o personalidades en un individuo, cada una con su propio patrón de percibir y actuar en el entorno que se encuentra.
—Dos personas habitando el mismo cuerpo.
—Al menos dos, muchas veces suelen ser más, pero es frecuente que de estas personalidades dos tomen control del comportamiento del individuo de forma rutinaria, y están asociadas también con un grado de pérdida de memoria más allá de la falta de memoria normal.
—¿Quiere decir que lo que hacen con una personalidad no lo recuerdan con la otra?
—Quiza sea más sencillo si le digo que su cerebro parece tener dos discos duros independientes, dos sistemas operativos y cada uno con programas diferentes.
—¿Y que puede causar algo así?
—Una predisposición por supuesto, pero algunos factores pueden desencadenarlo, por ejemplo, estrés insoportable, abusos físicos o psicológicos durante la niñez. La personalidad habitual del individuo no soporta más y escapa mediante una segunda vida que hace las cosas que la primera no se atrevería.
—¿Qué síntomas serían visibles?
—Los síntomas pueden ser similares a los de la ansiedad, las alteraciones de la personalidad, de la esquizofrenia y de los trastornos afectivos o incluso de la epilepsia, usted sabe, convulsiones y esas cosas. La mayoría de las personas sufre síntomas de depresión, ansiedad, dificultad para respirar, pulso acelerado, palpitaciones, fobias, ataques de pánico, alteraciones del apetito, estrés postraumático y síntomas que simulan los de las enfermedades físicas. Pueden estar preocupadas por el suicidio y son frecuentes los intentos, así como los episodios de automutilación.
—Hábleme más acerca de las personalidades.
—El cambio de personalidades y la ausencia de conciencia del propio comportamiento en las otras personalidades hacen a menudo caótica la vida de una persona con este trastorno. Como las personalidades con frecuencia interactúan entre ellas, la persona dice oír conversaciones internas y las voces de otras personalidades. Esto es un tipo de alucinaciones.
—¿Entabla conversaciones consigo mismo?
—No realmente, no se trata de una reflexión, las personalidades pueden ser diametralmente opuestas y estar en conflicto entre ellas, quizá por eso vienen las automutilaciones, aunque eso es algo que aún no sabemos con certeza.
Hay varios signos característicos de este trastorno, intensos dolores de cabeza y otros síntomas físicos, distorsiones y errores en el tiempo y amnesia, despersonalización y desrealización, vamos, un sentimiento de estar separado de uno mismo y experimentar su medio como irreal.
—Creo no entender.
—Las personas con un trastorno de identidad disociativo frecuentemente oyen hablar a otros de lo que ellas han hecho pero que no recuerdan. Otras pueden mencionar cambios en su comportamiento que ellas tampoco recuerdan. Pueden descubrir objetos, productos o manuscritos con los que no contaban o que no reconocen. A menudo se refieren a sí mismas como «nosotros», «él» o «ella».