—Esa es la mejor protección que pueda tener, por eso Lilitu solo ataca a los hombres solos.
—¿Qué ha hecho con su familia doctor?
—Se han marchado hacia América hace un par de noches. Estarán con los padres de mi esposa hasta tanto yo regrese.
—¿Y qué hay de Nomoko?
—Jean se quedará con él.
—Me enferma pensar que ha decidido no hacerse cargo de su sobrina.
—La niña escogió ir con la Mano y los hombres de Duvalier obligaron al hospital a entregársela —dijo Sebastian.
—Aqueda al parecer está condenada a vivir con ese maldito.
—Al menos no fue violada como usted creía.
—Pero ahora me preocupa que ya menstrua.
—Padre, la niña no ha sido tocada por ese sujeto. Todo lo que decía eran alucinaciones de su parte. Me refiero a inventar que la Mano la había violado y que esperaba su hijo, solo es una conducta muy impropia para una niña, pero nada que sea un delito.
—Pero entre dejarla con su tío a dejarla con ese hombre…
—Quizá Jean no tenga mejores antecedentes —dijo mama Candau— muchos le cobran su relación con Jazmín en Cuba. En este pueblo todo se sabe y luego de lo que le sucedió a Casas, con mucho más razón.
—Ese hombre es un lunático —dijo Sebastian— y nosotros no lo somos menos cuando vamos a Cuba a buscar no sé que cosas para exorcizar demonios.
—Solo espero que lo podamos hacer pronto y regresar cuanto antes.
—¿Hay algo que lo espera aquí, padre? —Preguntó Candau.
—Siempre hay algo que nos espera, a mí mi trabajo, a Sebastian su familia y a usted su nieto.
—Puede que obtener el sello nos lleve más tiempo del que pensamos.
—No pienso volver sin él —dijo Kennedy— así me tome un año, dos o una década.
—Lamento no poder decir lo mismo —dijo Sebastian.
—Comprendo que su familia lo espera.
—No podré estar con ustedes más de un mes.
—Lo entendemos Sebastian, ya veremos qué sucede cuando empecemos a atar cabos.
—¿Por dónde empezaremos?
—Hay una vieja catedral en La Habana, fue construida por los jesuitas antes de su expulsión, en ella encontraremos a un sacerdote, es hijo de un sellado y creo que él también lo es.
—¿Qué le hace pensar que el sello está en Cuba?
—Cuando Papa Doc tomó el poder de Haití por primera vez, se hizo demasiado peligroso, la hermandad a la que pertenecían mis padres y los padres de este sacerdote decidieron llevarla a Cuba. Luego Barragán estuvo en contacto con el sello, fue en tiempos de la revolución cubana en el 59, retornó por unos años a Haití donde era custodiada por la hermandad, pero en el 64 cuando Duvalier se convirtió en dictador, el sello salió permanentemente de Haití.
—¿Lo devolvieron donde los Castro?
—Si, pero esta vez en un profundo secreto, un secreto que murió con el padre de Sebastian.
—Nunca oí a mi padre hablar del sello.
—Todos juraron no hablar de él para protegerlo, eso les costó la vida.
—No entiendo, si esto era tan importante para mi padre ¿Por qué no me selló a mí como hicieron sus padres con usted mama Candau?
—Su madre no lo permitió, era una ferviente católica.
—¿Y qué hay de Amanda? —Preguntó Kennedy.
—Según dice Jean, Amanda era hija de un súcubo.
—No conocí a su madre —dijo Sebastian— pero me han dicho que era tan hermosa como Amanda.
—Yo la recuerdo bien.
—¿Y cree que eso que dice Jean…?
—No lo sé, padre, al sellarme me quitaron también muchas habilidades que tenían mis padres, por decirlo de alguna manera, las puertas y ventanas fueron cerradas tanto para entrar como para salir.
—Una vez que hablemos con el sacerdote ¿Cree que nos entregará el sello así porque así?
—No lo tiene. Ojalá fuera tan sencillo como llegar a pedirlo a alguien y que nos lo entregaran, tendremos que buscarlo, quizá por todo Cuba y puede que incluso fuera de la isla.
—Al menos es un inicio ¿Qué nos dirá ese sacerdote?
—Nos dará algunos nombres y claves necesarias.
—Pero ninguno de nosotros pertenece a la hermandad ¿Por qué habría de abrirse a darnos información?
—Le mostraré mi sello —dijo la anciana— ya Barragán ha hablado con él.
—Quizá debió darle la información por teléfono y nos habría ahorrado mucho trabajo.
—Jamás, Sebastian, nadie habla del sello como algo que exista, de hecho no puede mencionarlo como tal, cuando hablen con él, dirán la reliquia o la zarza que arde, nunca nombrarán el sello o hablarán del libro.
—¿El libro y el sello están juntos?
—No, por supuesto que no, sería insensato, sería como cerrar la puerta con llave y dejarla bajo el felpudo con un letrero que la señale.
—¿Pero el libro está en Cuba?
—No. El libro nunca salió de Haití. Barragán y Jean se encargarán de buscarlo ahora que la atención de Duvalier se centrará en nosotros fuera del país.
—¿Para que quiere Duvalier el sello?
—Papa Doc fue en algún momento miembro de la hermandad.
—¿Siempre lo ha sabido?
—Así es, por eso es preciso que su hijo no lo obtenga, sabe muy bien cual es su poder.
—Mama Candau, algo me dice que ese sello no solamente hace lo que nos ha dicho.
—Es usted muy perspicaz, padre Kennedy. El sello es como una especie de llave.
—Sirve para abrir o para cerrar.
—Así es.
—¿Quiere decir que también sirve para exponer a alguien a una posesión?
—Es mucho más complicado que eso. No existe el bien y el mal como poderes independientes y contrapuestos, eso es algo que los hombres hemos querido creer para decir que aquellos son malos y nosotros somos buenos, pero el bien y el mal coexisten aunque no queramos admitirlo. El sello es solo un instrumento dado por los dioses que puede servir para un propósito, qué hagamos con él es lo que determinará si nos es conveniente o no. Por eso era preciso alejarlo de las manos de Papa Doc y ahora de su hijo.
—¿Y acercarlo a las manos de los Castro?
—Los hermanos no son religiosos, todo lo contrario, no buscan el poder en algo místico sino en las armas y en sus alianzas con potencias extranjeras. La dictadura es un poder que viene de los hombres y sus miedos a cosas terrenales, Papa Doc y su hijo buscan el poder más allá, en cosas arcanas, en el poder de los muertos y la posibilidad de dominar conciencias.
—Desean zombificar al pueblo.
—Así es, padre Kennedy, por eso ayudan a la Mano de los Muertos.
—¿Exactamente qué haría ese hombre con el sello de fuego?
—Ponerlo al servicio de Duvalier, con él, la Mano de los Muertos podría utilizar a cualquiera como caballo sin necesidad de utilizar sus pociones y brebajes.
—Como lo intentó conmigo.
—No sé si intentar es una palabra adecuada en su caso, padre Kennedy.
—No quiero pensar en la posibilidad de que lo que me han dicho es cierto —dijo el sacerdote indispuesto con el comentario de la anciana.
—¿Qué es lo que han dicho? —Preguntó Sebastian.
—Que la Mano de los Muertos me dio un brebaje al que ahora debo algunos problemas de la memoria y de comportamiento.
—Pero es usted psiquiatra, nadie mejor que usted sabría si lo drogaron y si su comportamiento es extraño o no.
—Hay muchas explicaciones en la psiquiatría para el comportamiento que le atribuyen a esos polvos que utiliza ese hombre.
—Pero tampoco desea admitir que padezca usted de algún mal ¿no es así?
—Nos enseñan a no autodiagnosticarnos doctor.
—En mi caso sería mucho menos peligroso. ¿Qué haría usted si supiera que tiene un trastorno psiquiátrico? ¿Sería capaz de autorecluirse en un centro médico?
—No lo sé —dijo Kennedy mientras pensaba con la cabeza gacha— no lo sé.
Puerto Príncipe, Haití, 1972
El avión estaba a medio llenar pero los dos hombres y la mama decidieron viajar en la misma fila, la mujer al lado de la ventana, Sebastian en el centro y Adam en el pasillo. Adam estaba demasiado pensativo y Sebastian no dejó pasar la oportunidad y tocándole la rodilla le dijo:
—Sé por lo que está pasando, padre y no es algo de lo que deba sentirse avergonzado. Amanda es una mujer hermosa y es capaz de seducir a cualquier hombre sin necesidad de ser un súcubo como prentenden sus amigos. La conozco desde hace mucho y no he notado en ella ningún cambio que haga suponer que ha sido poseída ni mucho menos.
—La posesión demoniaca no es algo en lo que usted crea ¿o si?
—No, padre, no tengo los problemas que debe tener usted al ser un científico y un religioso y no saber por donde decantarse.
—Tiene usted suerte entonces.
—Sin embargo, estoy aquí con ustedes buscando una especie de amuleto.
—¿Por qué lo hace?
—Porque quiero saber que es lo que sucedió con mis padres, de una u otra forma sus muertes están ligadas a este sello por el que mi padre luchó muchos años, solo para encontrar gracias a él la muerte.
—La encontró en todo caso por la maldad que habita en el corazón de Duvalier y ese sujeto.
—Puede ser, investigar sobre esto quizá me ayude a comprender lo que pasó con mi familia o tal vez no, pero igual debo intentarlo.
—Sacrificando por unas semanas a su esposa e hijos.
—Todo tiene un sacrificio.
—Así es. En todo caso, he de admitir que el que venga con nosotros me da mucha tranquilidad.
—No debería confiar mucho en la ayuda que pueda darle, de esto no sé absolutamente nada, quizá hubiese sido mejor que trajera usted a Barragán o al mismo Renaud.
—Ya eso lo sabe usted, no pueden ingresar a Cuba, pero déjeme decirle que prefiero que sea usted quien haya venido, el que los dos estén tan involucrados con esto del sello puede hacer que pierdan la cabeza.
—Espero que no la perdamos por buscar lo que no debemos, pero dígame padre, realmente qué es lo que desea encontrar. Creo que va usted en busca de algo más que un sello.
—¿Y qué supone que busco?
—Quizá su fe.
Kennedy se quedó callado unos instantes antes de replicar:
—No lo sé. Nunca antes me había sentido tan confundido.
—Las cosas han pasado demasiado aprisa, hace una semana no nos conocíamos y ahora somos una especie de cruzados buscando una reliquia religiosa.
—Comienza a fantasear, pronto me dirá que es un caballero de Camelot.
—La corte del rey Arturo me fascinaba de pequeño, antes de darme cuenta que a lo que me enfrentaba en Haití tiene más de peligroso y menos de poético.
—Eso está claro, doctor Daniels. Solo espero que pronto podamos volver a nuestra vida habitual.
—Pase lo que pase, en un mes estaré de vuelta.
—Yo no podré estar satisfecho hasta encontrar el sello.
—Padre, ¿Está la iglesia enterada de lo que hace? ¿Sabe de esta peregrinación?
—No he sido muy claro al exponer mis motivos, quizá solo mi buen amigo el Padre Angelo Pietri sepa qué me anima a hacer este viaje.
—¿Ese hombre…?
—Está en América, no creo que usted lo conozca. Es un buen sacerdote y mejor psiquiatra, a él le debo estar aquí.
—¿Se refiere a que lo convenció de venir a Haiti?
—No, más bien me refiero a que ese hombre me trató durante algunos años.
—¿Cómo sacerdote o cómo psiquiatra?
—Como psiquiatra.
—¿Qué le pasaba?
—Tenía un desorden químico y una lesión no operable en el cerebro.
—Una lesión que aún le provoca dolores de cabeza ¿no es así? No he podido dejar de ver en varias ocasiones que padece usted de migrañas.
—Es usted muy perceptivo.
—Lo somos todos, padre Kennedy —dijo la mujer —Los dolores de cabeza que lo aquejan han sido comentario frecuente entre quienes lo conocemos, pero no sabía que se debían a una lesión.
—Así es.
—¿Algún otro síntoma que debamos saber?
—La medicación me mantiene controlado.
—A eso se debe que todo quiera explicarlo con la epilepsia ¿cierto?
—Así es. Pero lo he dicho de buena fe, creo que es lo que le pasa a Nomoko y quisiera poder llevarlo a que le hagan algunas tomografías.
—Si encontramos el sello… —dijo la mujer.
—Mama, no tenga usted demasiadas esperanzas en este objeto, sea lo que sea, no curará a su nieto.
—Quizá sí o quizá no, pero no me culpara por intenterlo.
—Por supuesto que no.
—Yo puedo ver a Nomoko en el hospital, nuestros recursos son muy limitados en cuanto a tecnología, pero al menos podría hacerle una valoración y exámenes de sangre que nos guien.
—Le agradezco mucho doctor —dijo la mujer que volvió a fijar la mirada en la ventanilla a pesar de que tan solo se veían nubes blancas como copos de algodón.
El vuelo fue rápido y en menos de lo que pensaban estaban en el aeropuerto internacional de La Habana.
Al salir, los esperaban dos hombres vestidos con ropa fresca y sombrero de ala que los ayudaba a protegerse del calor.
—Creo que tenemos escolta —dijo Daniels sin mostrarse demasiado sorprendido.
—Son hombres de Duvalier… —dijo Kennedy.
—O de los Castro —dijo el doctor.
—Sean quienes sean, no son buenas noticias. Saben nuestro interés de buscar el sello en esta isla.
—Las cosas comienzan a complicarse más, los hombres que nos seguían desde Haití no era una idea mía como empezaba a suponer —dijo Sebastian con temor.
—Sebastian, no tienes porque involúcrarte en todo esto.
—No quiero parecer un cobarde.
—Piénsatelo bien, quizá sea mejor que te vayas con tu familia por estas semanas y nadie se enterará de lo que ha pasado.
—Me enteraré yo.
—Tienes a tu familia, cuando decidimos venir no pensé que se tratará de peligros de esta naturaleza, mira a esos tipos, parecen gánster de los años veinte.
—Al menos déjame intentarlo, si las cosas se ponen feas ya veremos que haremos los tres, tampoco creo conveniente que la mama esté en este tipo de peligro.
—Bien, salgamos de aquí y tratemos de perderlos camino al hotel que reservamos.
—¿No crees que si conocen nuestro vuelo, también sabrán de nuestro hotel?
—Ya ves lo malo que puedo ser como espía.
—Lo que veo es me necesitarás más de lo que crees.
—Bien, entonces ¿qué sugieres?
—Pues que tomemos un taxi, demos un par de vueltas por la ciudad y luego intentemos perderlos.