El bokor (86 page)

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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

Al salir del aeropuerto los esperaban Jean Renaud, Angel Barragán y Nomoko. El niño corrió a los brazos de la abuela que lo apretó tanto que un quejido se escapó de los labios del chico. Jean y Barragán saludaron a Kennedy menos efusivos.

—Hola amigos —dijo el sacerdote.

—Me alegro que estén de vuelta.

—El gusto es nuestro, padre Barragán, Jean ¿Cómo están las cosas por aquí?

—Tenemos mucho que contarnos.

—¿Han logrado encontrar el libro?

—Así es.

—Y ¿problemas con Duvalier?

—Ninguno.

—No puedo creer que no haya intentado hacerse con el libro.

—No dije que no lo hubiera intentado.

—Pero no lo logró.

—El piensa que sí y nos dejará en paz por algún tiempo.

—Nos hemos convertido en verdaderos agentes secretos.

—Padre —dijo Jean quitándose el sombrero— hay malas noticias respecto a Amanda.

—¿Qué sucede con ella?

—Se ha estado comportando muy extraño desde hace unos meses…

—Deja de balbucear y dime.

—Amanda está encinta y su carácter ha cambiado mucho.

—¿Encinta?

—Así es padre. Espero eso no le provoque problemas.

—Por que habría de… no sugeriras que el niño…

—Todos en el pueblo lo aseguran, de hecho piensan que se marchó usted de Haití para evitar el escándalo.

—Lamento desilusionarlos.

—Puede lamentar mucho más que eso.

—¿A qué te refieres?

—Cuando usted se marchó… bueno, no ha sido la misma. Parece que Lilitu ha tomado el control, si es que algún día no lo tuvo.

—Padre —dijo Barragán— debo darle la razón a Jean, Amanda Strout no es más la mujer que usted amó.

—Debo ir a verla —dijo Kennedy visiblemente alterado mientras rayos de mil brazos herían el cielo de Haití.

—Antes debe prepararse para lo que ha de hacer.

—¿Prepararme?

—Es hora de utilizar el sello y el libro y seguir el rito.

—He tenido tiempo de pensar…

—No será preciso que piense nada, con solo mirar a Amanda se dará cuenta de que algo se ha posesionado de ella.

—Además… —dijo Jean tímidamente— la Mano de los Muertos está con ella. No será hasta las horas de la noche que podrá encontrarla sola en su casa.

Kennedy no supo qué responder, tan solo tomó sus cosas y subió al Jeep que los esperaba para viajar a casa.

Capítulo LXII

La Habana, Cuba, 1972

Adam estaba en su casa, mama Candau se había retirado a descansar unos momentos antes, luego de mantener una conversación maternal con aquel hombre que por edad podría ser su hijo y por el cual sentía un cariño especial que no podía explicarse, era un sacerdote muy diferente de otros que había conocido, quizá de un alma más noble, pero a la vez más propenso a caer en desgracia por ese veneno al que llaman amor. Kennedy sabía que la vieja tenía razón al decirle que era mejor que se apartara de Amanda para siempre, que su camino debía ser volver a América Continental y tratar de olvidarse de aquella isla como lo había hecho Sebastian para salvar a su familia. Sin embargo, Adam estaba muy lejos de pensar en renunciar a cualquier causa que hubiese emprendido, su condición de luchador no se lo permitiría, desde joven luchó contra las adversidades aun y cuando pudo haberse dado una buena vida dejando atrás sus sueños revolucionarios.

Una jaqueca le atormentaba pero había preferido no quejarse delante de mama, pero ahora que se había marchado Kennedy no se refrenaba y con las dos manos parecía querer arrancarse aquella parte del cuerpo. Un hilo de sangre escapaba de su nariz y corrió al baño a limpiarse. Se miró en el espejo y no se reconoció en él, estaba demacrado, con una palidez que hacía resaltar aun más el rojo de la sangre. No se limpió, dejó que la sangre corriera. Tan solo se inclinó un poco y el líquido cayó sobre el lavado en gotas que pronto se convirtieron en pequeños ríos camino al desagüe.

La lluvia ahora era tan fuerte que impedía escuchar nada más que los truenos que feroces descargaban sus cargas eléctricas en las inmediaciones, mientras vientos de hasta cien kilómetros por hora mecían las palmeras amenzando con arrancarlas de cuajo.

—Es una mala noche —dijo Kennedy para sí.

—Todas lo son últimamente —le respondió la imagen del espejo. Quizá nunca debiste venir a la isla. Debiste quedarte en Estados Unidos recibiendo tratamiento para tu enfermedad. Pietri lo sabía pero prefirió que te marcharas lejos para no ver tu final.

—Pietri es un amigo.

—Un amigo no te habría dejado marchar de esa manera, mucho menos a un país condenado por Dios.

—Soy necesario en Haití…

—¿Para quien? ¿Acaso hay alguien a tu lado?

—Todos están ocupados, mama, Jean, Nomoko, Amanda…

—Amanda: La mujer que te traicionó con la Mano de los Muertos. De seguro se reían en tu cara mientras los mirabas por la ventana. Amanda es un súcubo, lo sabes, es Jazmín, es Lilitu, Ardath Lilith en persona, el demonio de Mesopotamia que se negó a ser la mujer de Adán y buscó su independencia del hombre copulando con demonios como la Mano de los Muertos.

—Se equivocan. Todos se equivocan. Amanda es libre de elegir a quien desee.

—Sin embargo te juró amor, cuando estaba contigo.

—Nunca fue mía.

—¿Fueron solo sueños? ¿Cómo puedes estar seguro? Fueron tan reales que no puedes saber si aquellas noches te escapaste a vivir con ella esas horas de pasión ¿No es verdad?

—Si está encinta es de ese hombre. No puede ser un hijo mio.

—¿Eso te consuela? Eso debes pensar. La mujer te engañó como engañó al primer hombre. Así debió sentirse Adán al saber que su mujer se revolcaba con demonios.

—No soy Adán, soy Adam, el sacerdote, el psiquiatra, el hombre…

—Y entre todos ellos no tienes un solo amigo real.

—Mama…

—La vieja está loca, cree en el sello y en estar sellada.

—Jean…

—Renaud te dejó sólo cuando más lo necesitabas. ¿Acaso te acompañó a Cuba?

—No podía hacerlo.

—Mentía.

—Lo hubiesen atrapado y nos habrían detenido a todos por estar con él.

—Un día te darás cuenta de que Jean también te abandonará cuando las cosas se pongan feas.

—Pero ahora tengo el sello.

—El mismo que JR trató de robarte. El cardenal intentó quedarse con el sello en Cuba y por eso fue necesario acabar con él.

—El cardenal nos abandonó.

—¿Cómo no hacerlo después de lo que le hicimos? Tuvo su merecido, era un codicioso y la codicia es uno de los pecados capitales.

—No volveremos a verlo mientras se quede en Cuba.

—De seguro no saldrá de allí, pasará mucho tiempo para que lo encuentren. Mientras tanto nosotros podremos usar el sello como es debido, Adam.

Los sellaremos a todos, a Nomoko, a Jean, a Barragán y a Amanda por supuesto. No será sencillo, los demonios que llevan dentro intentarán poner resistencia. Debemos ser más listos que ellos.

—¿Y luego qué?

—Volver a los Estados Unidos y sellar a todos cuanto sea posible. La Biblia habla de los sellados ¿lo recuerdas?

—Ciento cuarenta y cuatro mil…

—Así es, el libro de las revelaciones «Después de esto, vi a cuatro ángeles que estaban de pie sobre los cuatro puntos cardinales de la tierra, y que detenían los cuatro vientos de la tierra, para que no soplase viento alguno sobre la tierra, ni sobre el mar, ni sobre ningún árbol».

Y vi que otro ángel, subiendo del oriente, tenía el sello del Dios vivo. Y llamó a gran voz a los cuatro ángeles a quienes les fue dado hacer daño a la tierra y al mar, diciendo: «¡No hagan daño a la tierra, ni al mar, ni a los árboles, hasta que marquemos con un sello la frente de los siervos de nuestro Dios!»

—Oí el número de los sellados: ciento cuarenta y cuatro mil sellados de todas las tribus de los hijos de Israel.

—Tú eres el ángel con el sello Adam. Tienes una misión. Dios quiso que fueras tú quien librara con el sello a aquellos que merecen la salvación. Sella a aquellos que lo merecen, Adam.

—No sé nada del sello, ni las invocaciones.

—¿Acaso hay algo imposible para Dios? Olodumare te dará el conocimiento que necesitas.

—Jehova es mi pastor, nada me faltara… —comenzó a rezar Adam que sudaba copiosamente y parecía arder en fiebre.

—Jehova y Olodumare son uno, sellalos a todos.

—Deben querer ser sellados.

—Sella su carne y su alma, Adam.

—No funciona si no lo desean.

—Lo desearán cuando les muestres los abismos del infierno a los que se exponen si no lo hacen.

—El sello los hará libres.

—Si Adam, los hará libres, hará salir a los demonios que llevan dentro. Eres el ángel de Dios. Pietri lo sabía, por eso te envió.

—Angelo lo sabía, el me conoce bien, conoce mi alma y mi mente.

—Por eso te envió aquí. Debes sellarlos a todos y hacerlo ahora. A los que no deseen ser sellados debes mostrarles el camino.

—El camino hacia Dios.

—Así es, el camino hacia el regazo de Dios.

—Debo sellarlos, empezando por Amanda.

—Ve hacia ella.

—Llevaré el sello conmigo.

—Y algo con qué calentarlo, debe arder, solo el fuego es capaz de purificar.

—Solo el fuego purifica.

—Hebreos 12:29, recuérdalo, Adam.

—Porque nuestro Dios es fuego consumidor.

Adam golpeó fuerte el espejo del pequeño botiquín en que se miraba y la sangre brotó de sus manos al hacer añicos el cristal. De dentro del botiquín cayó un pequeño envase de pastillas. Al caer sobre el lavado se abrió y varias pastillas rosadas se mezclaron con la sangre de Adam, eran los fármacos que le habían prescrito en Estados Unidos y que había dejado de usar desde que salió hacia Cuba.

***

—¿Mama Candau? —dijo Sebastian por teléfono desde Estados Unidos.

—Es usted doctor, que gusto escucharlo.

—Llamaba para saber que habían llegado bien, llamé a Adam pero no me contestó.

—Quizá ya se fue a dormir, tenía una fuerte jaqueca hace un par de horas que lo dejé.

—Me preocupa la salud del doctor. No está bien que tenga esos dolores tan frecuentes y en más de una ocasión en Cuba lo ví sangrando por la nariz y en una oportunidad hasta me pareció ver una lágrima de sangre saliendo de su ojo.

—¿Cree que esté mal de algo serio?

—Creo que el padre tiene un tumor cerebral y que él está muy consciente de eso.

—Tiene medicación lo he visto tomar pastillas.

—¿Vio que las tomara en Cuba?

—Solo unas aspirinas que llevaba en su maletín de mano. Una cantidad ridículamente grande.

—El dolor lo amerita.

—¿Cree que la aspirina le provoque los sangrados?

—Puede ser, el ácido acetilsalicílico puede causar una vasodilatación, aunque no estoy muy seguro. También el sangrado podría deberse a un tumor cerebral, lo que explicaría las jaquecas constantes.

—Pero Kennedy es doctor en psiquiatría, debería estar enterado.

—Nunca se es bueno diagnosticándose a sí mismo.

—Hablaré con él mañana temprano, no quisiera despertarlo si es que ya logró conciliar el sueño, recuerde que ayer no durmió velando el sello.

—¿Ha salido todo bien?

—Así es. El padre me contó que JR intentó robarse el sello y fue preciso engañarlo.

—¿A eso se debían los misterios…?

—Así es, además intentó volverlo en nuestra contra dando a entender que eramos nosotros quienes queríamos apoderarnos del sello para dárselo a Duvalier.

—Maldito cardenal, no era lo que parecía.

—¿Alguien lo es?

—Parece que no, tiene usted razón. ¿Qué hay de Barragán y Jean, lograron su cometido?

—Así es.

—Y ahora con todo a disposición ¿qué piensa hacer Adam?

—No lo sé, es un hombre un poco cambiante, a veces me parece que está completamente decidido a algo y al momento siguiente cambia de parecer.

—Como si tuviera una doble personalidad.

—Es normal, como hombre y psiquiatra piensa una cosa y como sacerdote otra.

—Esos son los demonios contra los que deberá luchar.

—Lamento que no esté con nosotros, doctor, pero entiendo lo que hace.

—Mantenganme informado mama Candau, si en algún momento puedo serle útil, no dude en llamarme.

La vieja colgó el teléfono con una sonrisa y se fue a la cama después de arropar a Nomoko que dormía con los ojos abiertos.

***

Amanda Strout estaba en su casa. Una vez más había tenido un sueño aterrador donde la Mano de los Muertos la confundía con pociones y embrujos en forma de humo que le lanzaba a la cara y luego la obligaba a hacer cosas que no deseaba. Había escuchado sobre el regreso de Adam Kennedy y se había preparado para recibirlo. Comenzaba a no sentirse a gusto vistiendo lencería sugestiva en su estado, pero el reencuentro con aquel hombre la hacía sentirse mujer y deseaba darle una noche que no olvidara jamás, le diría cuanto lo amaba y lo extrañaba desde que partió y le dejaría saber que estaba encinta y que esperaba una criatura de la que sería el padre.

Se levantó de la cama y miró el reloj, Kennedy ya no llegaría. Se sintió furiosa y comenzó a caminar por la habitación en un estado de ansiedad creciente.

—Maldito Adam, te fuiste sin avisar y ahora vuelves y no te dignas a venir a saludarme —dijo en voz alta mientras encendía un cigarrillo alargado y fino.

—Cálmate Amanda, esto no le hará bien al bebé.

Afuera llovía como no lo había hecho en muchos años y un frío invernal la hizo estremecer. Encendió con dificultad unos troncos en la chimenea que rara vez usaba y miró el fuego chisporrotear alegremente. Puso a funcionar un tocadiscos con música de Sinatra e intentó calmarse. Los relámpagos encendían el cielo con tonos azulados y los truenos competían con la canción New York que tanto le gustaba.

Se sentó en una silla a un lado de la chimenea, justo frente a la ventana que daba a la calle. Las plantas del jardín lucían un brillo especial cada vez que la tormenta las iluminaba.

Una aspiración fuerte le llenó los pulmones de humo y luego lo expelió con fuerza contra el vidrio que se empañó por completo. Una mano de Amanda lo recorrió lo suficiente para ver como una especie de sombra cruzaba el jardín. Miró instintivamente la hora y eran las tres de la mañana.

—¿Quién puede estar afuera a estas horas y con éste tiempo?

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