—Que de alguna forma disparó el mal de este hombre.
—Es posible, la muerte del chico que protegía por culpa de esos malvivientes puede que lo haya transportado a sus peores días en la isla.
—Y lo convirtió en una especie de vengador.
—El expediente de Kennedy viene con algunas anotaciones de puño y letra de Pietri, dice que el estado del sacerdote parece empeorar y que en Haití se ha dedicado a buscar un talismán que puede exorcizar a los demonios, dice que Kennedy está perdido en una realidad paralela, que vive dos vidas simultáneas y que se está apartando de la iglesia de una manera peligrosa. Habla también del hombre haitiano, Jean Renaud, lo menciona como su posible estabilizador.
—¿Estabilizador?
—Dice que el hombre cumple un papel de ancla a la doble personalidad del sacerdote, que es quien se encarga de mantener al bokor encadenado.
—¿Bokor?
—Un sacerdote del culto del vudú.
—¡Maldición, maldición, maldición! —dijo Johnson— odio a la maldita iglesia. Todo el tiempo supieron de esto y no lo denunciaron.
—La muerte de Jean Renaud unida a la de Jeremy puede haber desatado todos los problemas mentales de este hombre.
—¿Dice algo más el expediente?
—No te gustará esto.
—No me gusta nada.
—La historia de la mujer embarazada…
—Amanda Strout.
—Así es. Dice que una de las personalidades de Kennedy está convencida de que la mujer está embarazada y que el hijo que espera es un demonio que se encarnó gracias a la simiente que obtuvo de él en sueños, pero que otra, la del sacerdote, cree que el hijo que espera es del tipo llamado la Mano de los Muertos.
—Natasha, ¿Crees que la secuestró porque cree que el hijo que espera…?
—Es preciso que hallemos a la chica o esto terminará muy mal.
—¿Alguna pista sobre dónde pueda tenerla?
—El expediente habla de que Amanda Strout fue exorcizada en un lugar santo, posiblemente alguna iglesia.
—La iglesia de Ryan.
—Voy para allá de inmediato.
—No. Yo estoy más cerca. Sigue leyendo ese expediente para ver si encuentras algo que pueda decirnos dónde más puede estar.
Johnson corrió por las escaleras y entró al auto mientras repasaba la conversación con Bronson. El sacerdote era un bokor con una personalidad y un cristiano con otra, ¿pero cual de ellas era la que se había llevado a Natasha? Recordó las últimas palabras que escuchó de la joven. No parecía asustada, no tendría porque estarlo, para ella Kennedy no era un peligro, todo ese tiempo estuvo hablando del sujeto misterioso y por eso al ver al sacerdote se sintió aliviada y no en peligro, eso explicaría que lo acompañara libremente, por eso no había alterado a los vecinos. Golpeó el volante con fuerza y apretó el acelerador a fondo.
Bronson continuó leyendo el expediente que el joven sacerdote le diera. Era fascinante, Pietri siempre estuvo enterado del peligro que significaba Adam Kennedy y por alguna razón esperaba que los síntomas desaparecieran de un pronto a otro sin intervención médica. Era posible que su condición de sacerdote le ganara la partida al psiquiatra y que esperara un milagro allí donde la ciencia médica había fallado. Kennedy se había salido de control tan pronto llegó a la isla. Pietri escribió en el expediente:
«Me preocupa mucho la situación de Adam en la isla, el muchacho está perdido y vive una fantasía que puede llegar incluso a ser peligrosa, para él y para las personas que lo acompañan. Me ha dicho que cree que la mujer de la que está enamorado es un súcubo y que debe buscar la forma de exorcizarla y que para eso debe viajar a Cuba a buscar el sello de fuego. En un principio pensé que sus alucinaciones podían desencadenar un estado que le ayudara en sus problemas psiquiátricos, pero ahora no estoy convencido y por el contrario, creo que sería conveniente su inmediato regreso para ponerse en tratamiento con drogas.»
—Creo que este hombre no fue del todo leal con Kennedy, experimentar de esta manera es algo que no puedo imaginar en nadie y mucho menos en un amigo —dijo Bronson mientras seguía leyendo.
«Adam se ha marchado a Cuba con mama Candau y con un doctor que no sé quien pueda ser, por su tono me parece que se siente una especie de cruzado en busca de una reliquia como el Santo Grial, he tratado de persuadirlo de que no vaya, pero al parecer está decidido a hacerlo por amor hacia esa mujer. Adam está convencido de que algún espíritu se ha posesionado de ella y que las cosas que hace o dice no provienen de su corazón sino de un antiguo demonio, que como psiquiatra solo puedo interpretar que representa la suma de todos sus miedos por lo que la mujer representa en su vida».
«La madre de Adam murió siendo este muy joven, víctima de una lesión cerebral muy parecida a la que Adam tiene, la mujer murió en medio de alucinaciones causadas por las drogas con que era tratada para paliar el dolor que le provocaba y es probable que haya creado una fantasía en Adam sobre seres demoniacos que ahora ve resurgir en una mujer que podría ser visualizada como su madre.»
—Este hombre está bastante complicado, no sé si sentir pena por él —dijo para si Bronson, que miraba el reloj a la espera de que Johnson y los uniformados dieran con la chica en la iglesia.
Bronson miró algunas fotos pegadas en el expediente, mostraban al sacerdote en medio de una selva acompañado en algunas por una mujer entrada en años y de cabellos blancos, era la misma que había visto en su apartamento, en otras, lo acompañaba un hombre joven, de seguro el doctor de que Pietri hablaba.
En las fotos Pietri había encerrado en un círculo la cara de Candau, la del sacerdote y algunas figuras borrosas que el paso de los años había debido deteriorar. Un papel pegado a ellas y firmado por AK daba cuenta de que fueron tomadas en Cuba en los primeros meses de 1972, Kennedy explicaba que la búsqueda se había retrasado y que las cosas se habían complicado tanto que el mismo doctor Daniels había decidido retrasar su viaje y ahora parecía más comprometido con encontrar el sello que pudiera ayudarlo a él y a su familia. El sacerdote no era explicito en su nota, pero al parecer todos corrían peligro no solo de perder sus vidas, sino sus almas. Al margen, Pietri había escrito algo, pero no era posible leerlo, algún líquido o la humedad habían deteriorado la instantánea, solo era posible distinguir una «b» y una «k», la k podría ser la inicial de Kennedy, pero la b no tenía explicación.
El teléfono sonó y Bronson lo tomó apresurado.
—Dígame.
—¿Detective Bronson?
—Si, soy yo.
—Soy el oficial Peters de la policía del aeropuerto.
Bronson recordó de inmediato a Lucila y no pudo reprimir un gemido.
—¿Qué pasa?
—Se trata de su esposa. Al parecer ha sido raptada.
—Explíquese —dijo fuera de control.
—Una mujer fue tomada por la fuerza al salir del aeropuerto e introducida en un auto, ha dejado el bolso de mano y en él hemos encontrado su identificación y una agenda donde dice que en caso de accidente lo localicemos a usted.
—Salgo para allá enseguida —dijo Bronson con el corazón en un hilo.
Al ir saliendo el teléfono volvió a sonar, esta vez era Johnson.
—Estoy en la iglesia —dijo sin esperar— no hay señales del sacerdote o de la chica.
—Lucila ha sido raptada —dijo mientras seguía corriendo al estacionamiento.
—¿Qué dices?
—Volvía a casa y al salir del aeropuerto la han secuestrado.
—¿Crees que se trate de Kennedy, que quiera pactar algo contigo?
—Lucila está embarazada.
—Entiendo —dijo después de una pausa para procesar la información— dedícate a buscarla, yo seguiré tras la pista de este hombre, puede que eso también nos lleve a tu mujer.
Al ir saliendo de la estación de policía, Bronson se encontró de frente con Jenny McIntire, la mujer lo miró fijamente y se acercó al policía.
—Señora McIntire, no puedo atenderla ahora, si necesita ayuda…
—No he venido en busca de ayuda, agente, he venido a prestársela.
—¿A qué se refiere?
—A todas estas muertes, la de esos hombres, la del chico Bonticue, la de Jeremy, esto debe acabar.
—¿Sabe algo que pueda ayudarnos?
—Sé lo que ha sucedido con Alexander y Trevor y también sé que el cadáver de mi hijo ha aparecido en la tumba de ese hombre venido de la isla.
—¿Sabe usted quién hizo eso?
—Tengo unas cartas… han estado conmigo desde que Jeremy murió, son del padre Kennedy, reconozco su letra, sin embargo no las firma como tal.
—¿Entonces?
—Lo hace como el bokor.
—¿No es eso una especie de brujo?
—Así es agente.
—Bronson recordó las anotaciones de Pietri, la b y la k bien podrían referirse a eso.
—¿Qué dicen las cartas?
—Kennedy le dice a mi hijo que sabe la forma de regresar de la tumba, que es algo que aprendió en Haití y Cuba cuando estuvo por allá hace unos años. Que le enseñará como hacerlo si acepta en convertirse en su iniciado. El padre Kennedy tiene una lesión cerebral y es posible que se encuentre cerca de la muerte y deseaba transmitir sus conocimientos. Al parecer el sujeto que vivía con él en Haití estaba metido en drogas y no podía ser su sucesor como bokor.
—También Jeremy lo estaba.
—Y Kennedy, lo hacía para aliviar los dolores de cabeza.
—¿Y que debía hacer Jeremy?
—No lo dice en su carta, pero Jeremy debió aceptar la propuesta porque su comportamiento cambió.
—¿Para mal?
—No. Todo lo contrario, por eso como madre me sentí bien de la influencia del sacerdote, pero Kennedy parecía ser uno cuando nos visitaba y otro cuando hablaba con Jeremy a solas.
—Señora McIntire, debo marcharme, por favor vaya por esas cartas…
—Las traigo conmigo.
—Entonces espere, el agente Johnson vendrá muy pronto, por favor hable con él de todo esto.
Bronson viajó al aeropuerto con toda la información girándole en la cabeza, si quien había raptado a su mujer resultaba ser el sacerdote no se perdonaría el no haberle volado los sesos cuando tuvo oportunidad o al menos haberlo dejado detenido en lugar de permitirle marchar por temor a que un error arruinara el caso. Pensó en el abogado que lo sacó de la delegación, el hombre podría estar involucrado, si Kennedy había raptado a Natasha no habría tenido tiempo para hacer lo mismo con su mujer, tendría que tener un cómplice en todo aquello. ¿Por qué raptar a las dos mujeres?
De pronto un velo cayó de sus ojos, Kennedy debía resucitar a dos hombres, a Jean Renaud y Jeremy y para eso necesitaría dos mujeres… embarazadas.
Santiago, Cuba, 1972
Apenas Gavilán vio a los hombres, un grupo de nativos los tenía rodeados, como si hubiesen estado allí todo el tiempo solo a la espera del momento indicado. Neco hizo ademán de usar su arma pero en menos de un segundo lo tenían atrapado entre dos negros de un tamaño descomunal que le quitaron la ametralladora y la mochila que cargaba en su espalda y lo hicieron hincarse con un cuchillo en su garganta.
—No es necesaria la violencia —dijo Kennedy levantando sus brazos.
Los hombres no hablaban y se limitaban a mirarlos con atención.
—¿Qué lengua hablan? —le preguntó a Gavilán.
—No estoy seguro, pero estos hombres no parecen amigables en absoluto.
—Intente el creole.
—Nou ap chache… —dijo Gavilán.
—Sabemos lo que buscan —dijo un hombrecillo que apenas superaba el metro cincuenta de estatura pero que tenía el pecho hiperextendido. Era un negro lustroso de cabello ensortijado y con muchos collares en su cuello de lo que parecían ser dientes de animales.
—Gracias a Dios, habla usted el español —dijo Kennedy.
—Usted debe ser el sacerdote.
—¿Sabe de mí?
—El maestro lo sabe todo y lo ve todo, desde hace días esperábamos su llegada.
—Entonces sabrá que no venimos a pelear.
—No era preciso traer armas —dijo señalando a Neco que seguía hincado y con la cabeza gacha.
—Necesitabamos protección, no somos hombres de la selva y hay muchas serpientes.
—¿Y pensaban matarlas con una ametralladora?
Dos hombres rieron descaradamente en la cara de los cautivos.
—Tienen ustedes razón —dijo mama Candau— no tenemos su sabiduría milenaria.
—¿Qué sabe de nosotros?
Mama Candau se descubrió la espalda y mostró una letra C grabada a fuego en su piel.
—Abita —dijo el hombre bajando la cabeza, lo que los demás copiaron en señal de respeto.
—Es un nombre que se le otorga a Èsù, en su condición como mensajero del culto de Iyaami, de las madres ancestrales, donde se le conoce como Èsù Ebita —dijo mama Candau a los otros que no salían de su asombro.
—Cada día me sorprende más la vieja —dijo Sebastian a Kennedy.
—Ifá nos había dejado saber que vendrían hombres blancos, algunos con la maldad en sus corazones a traer muerte y otros como mensajeros de Inlé —dijo el hombre de collares en su cuello.
—Inlé es el orishá de la medicina —deben tener un enfermo— dijo la mujer.
—Quizá pueda verlo —dijo Sebastian.
—Es justo lo que esperan.
El grupo fue conducido por entre senderos con abundante vegetación a los lados. Kennedy podía ver como Gavilán dejaba huellas marcadas por donde pasaba o dejaba caer piedras de colores cada cierto tiempo y eso lo hizo sentirse más tranquilo.
—Esperen aquí, estamos en tierra sagrada y no está bien que entren sin ser invitados.
Todos dejaron descansar el peso que cargaban, salvo Neco que había tenido que dejar todo abandonado muchos metros atrás. Pasaron minutos antes de que el hombre regresara.
—El maestro los recibirá, deben quitarse todo aquello que sea metal y dejarlo aquí, además se quitarán los zapatos.
Todos obedecieron sin reparo y unos segundos después caminaban por sitios de vegetación menos densa, hasta llegar a una especie de explanada en medio de la selva. Los negros se arrodillaron y a una señal de Kennedy los demás hicieron lo mismo. Un anciano encorvado salió de una tienda, lucía enfermo, cansado. Su piel acartonada dejaba ver venas como grandes ríos que atravesaban su piel de norte a sur. Su extrema delgadez dejaba ver los huesos al punto de que sería fácil contarlos a simple vista.
—Bienvenidos —dijo el hombre con un hilo de voz. —¿Son ustedes a quienes esperábamos?