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Authors: Caesar Alazai

Tags: #Terror, #Drama, #Religión

El bokor (85 page)

—Me temo que el peligro es mucho más cercano.

—¿Habla de Sebastian o mama Candau?

—¿Qué tanto cree conocerlos?

—A mama muchos meses, al doctor un poco menos, pero no me parece un tipo de doble cara.

—Ninguno lo parece hasta que muestra su otra faceta.

—¿Cree que esté al servivio de Duvalier? Dígame qué es lo que sabe.

—Interceptamos un mensaje que venía sin nombre de destinatario, solo decía que debía ser entregado en el hotel. Llegó justo el día que partieron a Yerba de Guinea.

—¿Y qué decía exactamente?

—Tome lealo usted mismo.

Kennedy tomó la carta, efectivamente no tenía destinatario ni remitente, ni dentro mencionaba nombres que pudieran dar una idea de quién fuera el traidor o al menos excluyera a alguno de los dos acompañantes. Solo el sacerdote era nombrado, lo que sin duda lo excluía de los sospechosos. Decía que luego de hacerse con el sello debía llevarlo de regreso a Haití donde estaría esperando una recompensa, después algunas frases sin sentido o relación con el sello.

—¿Quién cree que la envió?

—Supongo que el joven presidente.

—¿Y por qué medio la hizo llegar?

—Un servicio de mensajería. El sujeto dijo que le habían pagado bien por dejarla sin hacer preguntas.

—¿Ni un nombre? ¿Cómo sabría a quién entregarsela?

—Alguien saldría a su encuentro. De hecho, el hombre cree haber cumplido con su cometido.

—Con lo cual Duvalier también lo creerá.

—Eso espero.

—Debe estar esperando el sello en cualquier momento.

—Y no lo decepcionaremos.

—¿Qué dice?

—Que le haremos llegar lo que quiere, o al menos eso pensará.

—No estará diciendo…

—Claro que no. Tengo todo dispuesto para que hagamos una réplica del sello y que usted deje que se lo roben esta misma noche.

—¿Un señuelo? ¿Está usted seguro de ser un cardenal?

—No se asciende en la iglesia sin algo de maquiavélico.

—Puedo verlo.

—Quien sabe, quizá usted algún día llegue a cardenal y entonces comprenderá muchos secretos que se esconden en dos mil años de historia.

—No sé si quiera saberlos.

—No se preocupe ahora por eso. Solo sígame la corriente ante sus amigos, necesito que estemos a solas con el sello por un par de horas para que tomen el molde y luego debe usted desaparecer por otras seis horas.

—¿Será tiempo suficiente?

—Debe serlo. De eso depende que usted pueda volver a Haití con el sello verdadero. Espero tenga usted dotes de actuación. Necesitaremos que usted se sienta sorprendido y molesto ante el robo de esta reliquia.

—No me será fácil.

—Tiene algunas horas para practicar.

Fue difícil deshacerse de mama Candau y Sebastian, ambos querían volver cuanto antes a Haiti, pero Kennedy les dejó saber que necesitaba cumplir con otra especie de misión aquel día, que debía pagar a JR los favores concedidos y llevar el sello a una vieja gruta considerada lugar santo. No lucían contentos ante la salida del sacerdote con el sello, pero no tuvieron más remedio que aceptar.

JR era sin duda un hombre eficiente. Justo en el plazo establecido tenía la réplica del sello en sus manos y ambos la revisaban intentando encontrar alguna diferencia notable. Era una copia casi perfecta, a la vista de Kennedy solo una pequeña mancha en la base de la empuñadura podía distinguir al original. Quiso decirle a José Ramón pero se refrenó.

—Bien —dijo JR— estamos listos, ya podemos volver al hotel y dejar que el ladrón haga su trabajo. Deme usted el sello verdadero y yo lo custodiaré hasta el momento de su partida.

—No quisiera separarme de él.

—¿Desconfía usted de mí?

—Por supuesto que no —mintió Kennedy que en ese punto no confiaba en nadie— pero creo que será mejor que lo dejemos en alguna bóveda bancaria.

—Como guste padre, me complace ver que toma usted previsiones.

—Nunca está de más hacerlo, espero no lo tome usted a mal, pero la carta no tenía destinatario, ni remitente, ni hacía mención a nadie, así que cualquiera podría ser el traidor.

—Recuerde que fui yo quien le mostró la carta.

—En eso tiene razón.

—Y me debería dejar libre de sospechas.

—Que quizá es lo que pretendía esa misiva.

—Entiendo. Vamos a dejar el sello entonces, conozco un banco seguro a un par de cuadras.

Kennedy tomó los dos sellos e hizo una marca en la bolsa que conteía la réplica.

—No es momento de confundirlos, la réplica es excelente —dijo con agrado.

—Sabía que le agradaría.

Llegaron a la bóveda y Kennedy se apresuró a solicitar una caja de seguridad para guardar algunas cosas valiosas por una noche. El sujeto le dio una llave antigua que abría la caja donde se guardaría el sello. Kennedy la inspeccionó.

—¿Cuál es su horario de atención? —preguntó antes de marcharse.

—Para las cajas tenemos horario vespertino, puede abrirla cuantas veces quiera hasta las ocho de la noche, luego tendrá que esperar hasta la nueve de la mañana.

—Me parece perfecto, mi avión sale hasta el medio día de mañana.

Ambos hombres se retiraron y volvieron al hotel donde los esperaban mama Candau y Sebastian.

—Por fin regresan —dijo el doctor resoplando.

—Todo ha marchado con normalidad.

—Me alegra escuchar eso, no creo que andar por allí con el sello sea buena idea.

—Nadie sabe que lo tenemos —dijo JR— y aún sabiéndolo, es difícil que se le dé el valor que nosotros le atribuimos.

—Pero no hay que olvidar que Duvalier y tal vez Castro anden tras él.

—Por eso saldremos mañana a medio día con rumbo a Haití.

—¿Qué haremos con el sello esta noche? —preguntó Sebastian mirando a Kennedy a los ojos.

—Me lo quedaré y si es preciso no dormiré —dijo el sacerdote decidido.

—Bien, aunque podríamos hacer guardias si le parece bien.

—No se preocupe doctor, no creo que sea preciso, estoy acostumbrado a hacer vigilias y no dormir esta noche no será problema.

—Como quiera.

JR se despidió del grupo con un abrazo y luego les dijo:

—Me encargaré de que mañana vengan por ustedes y los lleven al aeropuerto. Antes padre Kennedy quisiera que pasara al banco de esta dirección, le darán un regalo que tengo para su iglesia en Haití, es un crucifijo muy viejo que estoy seguro le va a gustar.

—Es usted demasiado amable.

—No diga eso. Espero poder devolver la visita a Haití y estoy seguro de que me antenderán como todo un cardenal —J.R sonrió mostrando unos dientes demasiado perfectos para su edad.

—¿Podemos ir a cenar? —dijo Sebastian.

—Lo haremos en el hotel, no quiero salir con esta reliquia conmigo y tampoco me gustaría dejarla en el hotel.

—Como guste padre.

Luego de comer y beber Kennedy se sintió somnoliento. Ya eran más de las nueve de la noche y el día había sido agotador.

—Creo que es hora de que nos retiremos a descansar.

—Estoy rendida —dijo mama Candau— pero me hace ilusión el que mañana todo esto se habrá acabado y podré volver con Nomoko.

—Y yo volar a Estados Unidos con mi familia.

—¿A que hora sale su avión, doctor?

—A las siete treinta.

—Entonces podremos desayunar juntos —dijo Kennedy despidiéndose.

—Hasta mañana padre, y si por la noche necesita dormir no tiene más que llamarme y vendré a hacer guardia.

—Lo tendré presente. La verdad es que me siento más cansado de lo que pensaba.

La noche pasó aprisa y sin sobresaltos. Kennedy no estaba seguro de haber podido mantenerse despierto durante toda la noche pero tampoco lucía preocupado al respecto. Antes de salir a desayunar y despedirse de Sebastian miró el sello que mantenía guardado y sonrió satisfecho.

—Luce usted radiante esta mañana, padre Kennedy, no parece haber pasado la noche en vela —dijo mama Candau.

—Lo mismo que usted.

—Gracias por venir a despedirse —dijo Sebastian llegando con algo de apuro.

—Es lo menos que podemos hacer luego de las aventuras que pasamos juntos.

—Llamé a mi familia y es posible que no regresemos a Haití.

—No se qué sentir al respecto —dijo Kennedy consternado— esperaba su ayuda, pero a la vez entiendo que su familia quiera estar lejos de los problemas que nos supondrá volver a Haití.

—¿Cree que Duvalier los perseguirá?

—No si piensa que el sello no está con nosotros.

—¿Y como piensa hacer eso?

—Lo tengo todo planeado.

—Mejor no me cuente sus planes, entre menos sepan lo que se dispone a hacer será mejor.

Sebastian apuró una taza de café y se despidió con un abrazo de ambos, que se quedaron mirándolo mientras salía del hotel y abordaba un taxi.

—Es un buen hombre ¿No le parece?

—Así es mama. Espero que encuentre la felicidad en los Estados Unidos.

—En unas horas vendrá el enviado de JR por nosotros para llevarnos al aeropuerto.

—Antes debo pasar al banco a retirar el regalo de JR.

—¿Tan valioso es para que no quisiera dárselo en propia mano anoche?

—El valor de las cosas no está en el precio, para muchos no tendrá ningún sentido, pero para el cardenal sin duda tiene un valor incalculable.

—Entonces viajaremos con dos cosas de valor particular para nosotros.

—Así es.

Pasadas unas horas el coche del cardenal no llegaba y mama Candau comenzaba a desesperarse.

—Vamos mama, tomaremos un taxi.

—Eso sería desairar al cardenal.

—Creo que de alguna manera está enterado. He intentado llamarlo varias veces y no me toma el teléfono.

—Entonces no hay más que hablar, debemos marcharnos y ya desde Haití le mandaremos nuestro agradecimiento.

El taxi llegó al banco y Kennedy tomó la llave que le habían dado. Se identificó con el encargado que sudaba copiosamente y lo miraba de reojo.

—Buenos días señor.

—Buenos días, vengo a retirar un paquete que dejé en custodia ayer tarde.

—¿Tiene usted la llave?

—Así es.

—Venga conmigo —dijo mientras verificaba el número.

Al llegar al área de cajas de seguridad el sujeto parecía más nervioso por momentos. Se situó a un lado y dejó el espacio libre a Kennedy. El sacerdote tomó la llave y la giró. Al abrir la puerta el paquete estaba esperándolo.

—¿Está todo bien?

—Supongo que sí —dijo mirando dentro.

—Bien, entonces solo debe firmar su conformidad y estará todo arreglado.

El trámite no tardó mucho, en unos minutos Kennedy volvía al lado de mama Candau.

—Apenas si tenemos tiempo de llegar al aeropuerto —dijo cerrando la puerta del coche.

—Esperar al cardenal nos pudo costar tener que aguardar por otro vuelo.

—Supongo que tendrá alguna explicación.

—¿Es ese el regalo? —dijo señalando la bolsa.

—Así es ¿desea verlo?

—Si no es algo privado.

—Por supuesto que no.

La vieja lanzó una mirada dentro de la bolsa mientras el taxista la miraba por el retrovisor.

—Pero esto es…

—No realmente.

—¿No?

—Es una replica, muy bien hecha, pero una réplica al fin.

—¿Y el original?

—Está conmigo.

—Pero ¿por qué una réplica?

—J.R quiso jugarnos una mala pasada.

—No puedo creerlo.

—Ayer cuando nos ausentamos llevamos el sello para que le hicieran una réplica. JR me había dicho que alguno de ustedes dos era un traidor y que me robarían el sello por la noche, así que ideamos guardar el original y llevarme la réplica para que el ladrón pensara que la tenía consigo.

—No logro entender. Pero dice usted que esta es una réplica y que el original nunca estuvo en el banco.

—En realidad, tampoco esta es la que deposité ayer. JR se las agenció para cambiarla por una segunda réplica.

—¿Cambió una réplica por otra?

—Así es. Lo cual me es muy conveniente. Ahora tengo el original y una copia para llevar a Haiti.

—Y no le importará que Duvalier se quede con la copia.

—Al final tendrá las dos copias.

—¿JR era un contacto de Duvalier?

—Siempre lo fue.

—Lamento oir eso.

—No hay nada que lamentar mama Candau, hasta resulta lógico pensar que alguien que tenía aspiraciones de llegar a ser el pastor de la iglesia, querría tener algo como esto consigo.

—¿Pero se lo enviaría a Duvalier?

—Quizá si o quizá no.

—¿Una tercera copia?

—Estoy seguro de eso.

—¿Y como puede estarlo?

—Réplicas de este sello no es posible hacerlas en apenas unas horas. El encargado debe haber tenido algún modelo, quizá hecho con las especificaciones que de previo le dio JR y cuando llegamos no hizo más que hacer retoques, dejar pasar unas cuantas horas para devolvernos el original y una de las copias.

—Pero ¿por qué no quedarse con el sello original desde ese momento?

—Porque el cardenal quería que quedáramos convencidos de que llevamos el original con nosotros o quizá porque no confió en que el tipo nos lo cambiara si él le quitaba los ojos de éncima.

—Pero usted fue más listo.

—Solo lo anticipé.

—¿Y que hará con la réplica?

—Llegaré con ella a Puerto Príncipe y la tendré oculta como si fuera la original, así no levantaré sospechas.

—Pero Duvalier no lo buscará más.

—No. El piensa que se salió con la suya con el envío que le hizo el cardenal y si no se lo envió pensará que el cardenal se quedó con el sello.

—Y este estará a gusto pensando que los engaño a ambos.

—Así es.

—¿Y cómo sabe que no ha sido usted el burlado?

—Por una pequeña mancha en la empuñadura del sello. La he visto desde la primera noche que nos lo dieron. No estaba en la réplica.

—Es usted un James Bond —dijo mama sonriendo.

—De todo se aprende mama y es usted una excelente maestra.

El viaje de regreso no fue placentero, pero ambos estaban tan deseosos de llegar que no les importó la tormenta que anunciaba el inicio de un huracán. Arribaron a Puerto Principe empezando la tarde y salieron de aduanas con una facilidad pasmosa.

—Creo que Duvalier nos ha facilitado las cosas.

—Supongo que cree tener todo bajo control.

—De seguro que así es.

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