El bosque de los corazones dormidos (23 page)

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Authors: Esther Sanz

Tags: #Juvenil

Temblé de excitación al notar cómo su mano se enredaba en mi pelo y aferraba mi cabeza firmemente contra la suya. Un suspiro involuntario escapó de mi boca al notar sus labios, suaves y cálidos.

Le devolví el beso con el corazón desbocado, respirando su aliento embriagador.

Bosco se levantó del sofá para avivar el fuego y yo traté de recuperar el pulso.

La sangre me hervía bajo la piel.

A la luz del hogar, su figura me pareció aún más imponente. Sentí envidia de las prendas que lo cubrían: unos vaqueros desgastados y un jersey de lana fina que dejaba adivinar su pecho musculado.

El recuerdo de su cuerpo desnudo reavivando el mío, dándome calor en aquel camastro, acudió a mi mente. Quería sentir de nuevo el contacto con su piel; pero, esta vez, despierta y en pleno uso de mis facultades… si es que poseía alguna en aquella materia. Temblé ante la idea de lo que podía ocurrir.

Bosco se acercó a mí y me tendió una mano para que me levantara. Frente a frente, por primera vez, fui consciente de su altura y de lo pequeñita que resultaba yo a su lado. Insignificante. Esa era la palabra. Bajé la mirada confundida, pero mi ángel me obligó a alzar el mentón. Su mirada me estremeció y deseé perderme en la profundidad de aquellos ojos.

De repente, el mundo desapareció y me sentí desconectada de todo lo que no fuera su mirada, como si estuviera flotando en un sueño.

En ese momento me sorprendí haciendo algo que jamás hubiera imaginado: me bajé la cremallera lateral del vestido.

Bosco sonrió de manera traviesa y me ayudó a deslizarlo por encima de la cabeza. Después se quedó un rato contemplándome, recorriendo con la mirada cada palmo de mi cuerpo en ropa interior.

Toda mi seguridad se diluyó al esperar una respuesta que no llegaba. ¿Y si no le gustaba lo que estaba viendo? Tal vez no era lo suficientemente atractiva para un ser tan perfecto. Tenía un cuerpo sin muchas curvas ni redondeces, delgado aunque bien proporcionado… Desde luego, no era atlético ni fibrado como el suyo. Aunque, claro, él no era un chico normal. Me pregunté si siempre habría sido así de guapo o si el don de la eterna juventud le otorgaba también esa increíble belleza.

A la luz de las llamas, su piel resplandecía como la miel más pura. Deseé tocarla, olerla, fundirme en ella… Un escalofrío me recorrió al ser consciente de lo que aquello significaba: nunca había llegado hasta el final con nadie. Hasta entonces, no había pensado que eso tuviera que preocuparme. No, con un simple mortal… Pero el chico que tenía delante no lo era y no sabía si podría resistir emociones tan intensas. ¿Y si no lo hacía bien? O, peor aún, ¿y si me desmayaba?

Me tranquilicé un poco al ver su expresión de deseo en la penumbra. Consciente del juego de luces y sombras de la chimenea que embellecían mi figura, me desabroché el sujetador y dejé que cayera al suelo. Él se quitó también el jersey y me abrazó. Sentí su torso, duro y cálido, contra mi pecho. Se inclinó para volver a besarme. Esta vez fue un beso suave. Sorprendida por la delicadeza de aquel roce, respondí del mismo modo; pero, poco a poco, nuestras bocas pidieron más.

Una descarga de excitación me sacudió con fuerza.

Después me alzó en brazos y me llevó hasta la cama.

Observé cómo se quitaba los vaqueros. Estaba claro que la desnudez no le incomodaba. Con la única compañía de los animales del bosque, el pudor no formaba parte de su universo solitario.

Una risita nerviosa escapó de mis labios.

Me odié por eso.

¿Cómo podía reírme en un momento así? Estaba a punto de perder la virginidad con el chico más guapo de la tierra, un ser increíble con el que jamás me habría atrevido siquiera a soñar. No merecía esa suerte. Y ahí estaba. Para mí. Desnudo. Perfecto como un ángel. Dispuesto a abrirme las puertas del paraíso.

Aunque traté de mantener la calma, no pude evitar una punzada de pánico.

Bosco también tembló.

Y se apartó un instante de mí.

A pesar de su sonrisa dulce, tenía la piel erizada y el rostro contraído por mi miedo.

—Clara… No tiene por qué pasar, si no quieres…

—Pero sí quiero —protesté—. Es solo que… yo nunca… Soy virgen.

—Hace más de cien años desde mi última vez. Estamos empatados en eso.

—Eso no me tranquiliza mucho —bromeé.

—Creo recordar que no se me daba mal —sonrió.

Yo también sonreí.

—¿Estás segura?

—Sí. Y tú, ¿lo estás?

—Dios, ¡sí!

Sus labios rozaron mi cuello y descendieron por mis hombros. Oleadas de fuego se agitaron en mi interior cuando sentí el calor y la humedad de su boca sobre mi pecho.

Poco a poco, sus caricias se volvieron más atrevidas y recorrieron mi cuerpo con destreza. Aquello me desconcertó. Había esperado una respuesta algo más torpe e indecisa, tratándose de alguien poco acostumbrado a las personas. Sin embargo, Bosco era un amante dulce, tierno, paciente y apasionado.

Con deliberada lentitud, recorrió con las manos cada centímetro de mi cuerpo, haciéndome temblar con el más mínimo roce.

Me sentí abrumada por la necesidad de conocer hasta el último detalle de su cuerpo. Tomé la iniciativa y le acaricié el torso. Su piel era suave y emanaba un delicioso aroma asilvestrado. Un instinto animal me incitó a explorar cada uno de sus confines.

Animado por mi entusiasmo, sus hábiles manos hicieron descender por mis piernas la única prenda que me quedaba. Acallé un gemido cuando su mano se abrió paso entre mis muslos para acariciarme en el mismo centro de mi ser. Un trémulo estremecimiento me recorrió la espalda haciendo que mi cuerpo se arqueara de placer.

En aquel momento recordé una cuestión práctica y señalé mi ropa con el mentón.

—He traído protección. —Noté cómo mis orejas se encendían al pronunciar esas palabras—. En el bolsillo de mi abrigo.

Arqueó una ceja.

Su expresión no me dejó adivinar si sabía a qué me refería. No pude evitar pensar que era un chico de otro siglo y que tal vez las cosas en esa materia habrían cambiado mucho desde entonces.

Enseguida me demostró que no tanto. Bosco miró un segundo el sobrecito plastificado antes de abrirlo y colocarse el preservativo con sorprendente rapidez. Que hubiera nacido cien años atrás no quitaba que también fuera un joven de mi época.

Después se tumbó sobre mí, cubriendo con su piel cada espacio entre los dos. Sentí los violentos latidos de su corazón contra mi pecho y una vigorosa presión en mis muslos. Liberé una exclamación al notar cómo se abría paso por el sendero virgen de mi feminidad. Un súbito aguijonazo de dolor me atravesó. Me mordí los labios para sofocar un grito y oculté el rostro en su cuello.

—Dulce Clara…

Pronunció mi nombre en un susurro ronco y yo quise corresponderle, pero el suyo se atascó en mi garganta con un gemido.

Después comenzó a moverse con sumo cuidado, muy despacio al principio, hasta que ese dolor punzante fue apaciguándose y transformándose en un placer delicioso. Mientras nuestros cuerpos se movían al unísono, me aferré a él con las piernas entrelazadas, como un náufrago que se sujeta con fuerza a su tabla de salvación.

Jadeé en busca de aliento. La danza del amor prosiguió hasta que juntos alcanzamos la cima. Un hondo suspiro emergió de su boca al tiempo que se derramaba y nuestras miradas se perdían la una en la otra…

Con nuestros cuerpos unidos fuimos recuperando la respiración y calmando los latidos acelerados de nuestros corazones.

Temblorosa y asombrada por lo que acababa de suceder, busqué su mano y me aferré a ella justo antes de quedarme dormida.

El mundo de abajo

A
l abrir los ojos, me sentí desorientada. Había amanecido, y una luz tenue e invernal bañaba la estancia de madera. Me llevó solo un segundo recordar dónde estaba. Aun así, suspiré con pereza y rodé sobre un costado para volver a dormirme. Me sentía muy cansada, confusa y extrañamente dolorida.

De pronto, todo lo ocurrido la noche anterior me vino a la mente. El lago. Bosco. La cabaña. La chimenea. Aquella cama…

Me incorporé tan deprisa, que la cabeza me empezó a dar vueltas.

Estaba sola.

Feliz.

Sorprendida.

¡Alucinada!

¡Lo había hecho! Por primera vez. Y había sido la experiencia más excitante y maravillosa de toda mi vida. Una oleada de calor me sacudió por dentro al evocar algunos momentos de la noche anterior. Sentí fuego en las mejillas. Ni en mis mejores sueños lo había imaginado así… con alguien como Bosco.

Bendije el día que decidí instalarme en la Dehesa.

Pero ¿dónde estaba mi ángel? Supuse que habría ido a refrescarse al lago. Reí para mis adentros al ver el vaho de las ventanas. Probablemente habría helado en el exterior. Pero ¿a quién le importaba eso? En la cabaña del diablo la chimenea tiraba a toda leña. Suspiré al recordar su historia. A la luz del día, me parecía tan increíble, que, durante unos segundos, temí que solo hubiera sido producto de mi fantasía.

Me regañé a mí misma por dudar. En mi cabeza todavía bullían muchas preguntas, pero si algo tenía claro es que Bosco no era un simple mortal… Rodrigoalbar le había dicho que viviría el doble de una vida corriente, pero también creía que no sufriría su don y se había equivocado. ¿Cómo estar seguros entonces del tiempo que le quedaba? ¿Y si aquella pequeña dosis había valido para hacerle inmortal? O, por el contrario, ¿y si resultaba que el fin de sus días estaba más cerca de lo que su retatarabuelo había vaticinado? Me estremecí al pensarlo.

En realidad, aquella terrorífica incertidumbre le hacía también más humano. Ningún mortal puede precisar el día de su muerte y, en eso, Bosco no era tan distinto a cualquiera…

En aquel momento me fijé en algo que me sacó de mi ensimismamiento. Junto al hogar, el barreño de madera humeaba rebosante de agua caliente. Nada me apetecía más que un buen baño.

Al tratar de ponerme en pie, mis piernas se doblaron como si fueran de gelatina y caí de rodillas. Notaba una sensación intensa de escozor entre los muslos y la cara tirante por la saliva seca. Una risa tonta me invadió en el suelo un segundo antes de descubrir una mancha roja en las sábanas. Sabía que aquello era normal, pero aun así su visión consiguió marearme un poco.

Después me dejé engullir por aquella enorme bañera. Bosco había vertido en el interior algún tipo de aceite esencial de flores, de manera que al salir mi piel estaba suave y perfumada.

Me vestí con la ropa de abrigo y salí fuera de la cabaña en busca de un lavabo improvisado. Estaba tan contenta, que me sorprendí tarareando la canción de Bosco mientras me dirigía al lago. Me miré un instante con curiosidad en las aguas cristalinas. Me sentía tan distinta por dentro, que tuve la fantasía de haber cambiado por fuera. Un reflejo feliz de mí misma me sonrió. Tenía los ojos brillantes y las mejillas febriles, pero mi cara era la de siempre. El pelo, todavía mojado, caía desordenado sobre mis hombros, enmarcando mi rostro ovalado de rasgos suaves. Me eché agua fría y observé cómo mi imagen se distorsionaba en el agua.

El murmullo de una conversación cercana me apremió a ocultarme entre los matorrales. No tardé en localizar de dónde provenía, pero aun así unos pinos me dificultaban la visión. Traté de evitarlos con la mirada y pude descubrir dos figuras. Una de ellas llevaba una gorra de lana ocultando su pelo. Sin embargo, la forma sinuosa de su silueta delataba que era una chica.

La otra figura era Bosco. Llevaba un cesto de mimbre lleno de cosas.

Él la miraba a los ojos y asentía.

La chica gesticulaba de forma exagerada y movía la cabeza de un lado a otro. Parecía preocupada… o tal vez enfadada. Se quitó la gorra para rascarse la cabeza. Contuve el aliento al ver aquella melena rubia. Era Berta.

Él dejó un momento la cesta en el suelo y la abrazó. Ya no vi más. No quise ver.

Con lágrimas en los ojos, volví a la cabaña y me senté a esperarle. El corazón me latía furioso en el pecho. La razón me decía que no había motivos para sentirme así. Berta y Bosco eran amigos desde mucho antes de que yo llegara a Colmenar… Ella parecía molesta o preocupada. ¿Y si había venido a advertirle de algo?

Pasó una eternidad hasta que entró por la puerta. Dejó la cesta llena de alimentos sobre la mesa y se sentó a mi lado en el sofá. Todos mis recelos se esfumaron cuando sentí su abrazo y sus labios en los míos.

Estaba radiante. Sus facciones me parecieron más suaves y amables con su encantadora sonrisa. Olía a perfume natural del bosque. Enterré la cara en su cuello, aspirando su aroma, y tuve que controlarme para no darle un mordisco.

—Pensé que tendrías hambre… —dijo lanzándome una manzana.

—Y has ido a comprar al súper del pueblo. —La cogí al vuelo y le hinqué el diente.

—No. —Me miró sorprendido—. Berta me ha traído algunas cosas.

—¿Cómo lo hacéis? —pregunté con curiosidad aunque sin poder ocultar los celos—. Quiero decir… ¿cómo sabía ella que necesitabas todas estas cosas?

—Solemos vernos a menudo.

—¿En serio?

—¿Qué ocurre, Clara? Percibo un miedo extraño en tus palabras…

Suspiré sin saber qué decir.

—Conozco a Berta desde que tenía seis años.

—¿Desde tan pequeño? Entonces, ¡ella también es centenaria! —Aquello sí que no podía creerlo.

—¡Claro que no! Berta tenía seis años… Yo, diecinueve, como ahora. —Rió antes de continuar—. La encontré perdida en el bosque. Fue extraño que diera con ella porque no parecía asustada. Estaba hecha un ovillo, acurrucada entre los helechos, tiritando de frío y con los labios morados… pero no había ni un atisbo de miedo en su alma. Cuatro años después, volvió al bosque a buscarme. Ella fue quien me puso este nombre.

—¿No te llamas Bosco?

—Al principio, Berta me llamaba «chico del bosque», pero, poco a poco, derivó en Bosco. De mi vida anterior recuerdo poco, Clara. Apenas lo que te he contado… Con Rodrigoalbar pasaron años, décadas, sin que apenas cruzáramos palabra. Era un ser solitario, acostumbrado al silencio. Y yo me hice a él. No necesitábamos hablar para entendernos… —Su voz se quebró un instante—. La primera vez que hablé con Berta, me costó emitir un sonido inteligible. Después de un siglo en el bosque, en mi mundo silencioso y solitario, aquella niña fue un soplo de aire fresco.

—Y curó tu corazón herido.

—En cierto modo, sí. Berta es como una hermana para mí. De niña, me recordaba mucho a Flora… Y ya de adulta, se convirtió en mi amiga. Me devolvió el lado humano que había perdido, con sus conversaciones, sus libros, sus noticias… Ella ha sido mi único vínculo con el mundo real.

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