El bosque de los corazones dormidos (31 page)

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Authors: Esther Sanz

Tags: #Juvenil

En menos de dos minutos ya estábamos las dos en ropa interior. Fue entonces cuando reparé en los cardenales y heridas que cubrían el cuerpo de Berta.

—Me hicieron caminar por el bosque atada de pies y manos con la cara tapada —me explicó al ver mi mirada inquisitiva—. Me caí unas cuantas veces.

—Te vi retorcerte en el suelo…

La cara de Berta se ensombreció en un gesto de dolor.

—Aquellas descargas dolían muchísimo… Pero lo importante es que esos cabrones no se han salido con la suya.

Asentí con la cabeza mientras metía un pie en el agua.

Berta gimió al notar el agua caliente en contacto con su piel.

Yo hice lo mismo. Aquella sensación era tan agradable, que durante unos instantes nos olvidamos de todo.

Bosco se acercó a nosotras y estuvimos un rato juntos chapoteando divertidos.

Enseguida notamos el efecto sedante del agua termal. Aunque sabíamos que aquella tregua tenía las horas contadas, nuestros cuerpos relajados agradecieron el respiro.

Berta bostezó al sentir el cansancio. Bosco salió del agua y regresó al instante con algo de ropa. También traía una vasija de barro.

—Tengo un pequeño ajuar en esta gruta… —bromeó mientras nos ofrecía unas toallas y algo de ropa limpia—. En ocasiones he pasado alguna temporada aquí escondido.

—Pero tú eres inmune al frío… ¿Para qué necesitas ropa? —pregunté con inocencia.

—Ya sabemos que tú preferirías que se paseara todo el día desnudo —bromeó Berta—, pero Bosco no es un salvaje.

Arrugué la cara en un gesto de burla. Bosco rió de buena gana.

—El frío no me hace enfermar y me resulta incluso agradable en ciertas ocasiones —me explicó con dulzura—, pero también disfruto del calor de unas llamas en el hogar, de estas aguas termales… y de la tibieza de una piel cálida. Soy humano. No soy insensible a nada. Tampoco al frío o al calor.

Después de secarnos nos sentimos mejor. Aunque la temperatura de aquella cueva era agradable, agradecimos las ropas secas y limpias de Bosco.

—El agua termal os irá muy bien para las heridas —nos explicó él—. Este lugar lo descubrió Rodrigoalbar antes incluso de poseer la semilla. Era su balneario particular. Un lugar secreto que solo él conocía.

—Es alucinante… —dije emocionada—. Podríamos pasar aquí una larga temporada mientras se aleja la amenaza de esos hombres.

—Me temo que eso no sería seguro. Esos hombres volverán. El bosque estará vigilado y podrían vernos entrar o salir de aquí en algún momento.

—Pero este lugar está muy escondido. Jamás nos encontrarían.

—Recuerda los helicópteros…

—¿Y qué vamos a hacer? —pregunté llena de ansiedad.

—Desaparecer —respondió Berta convencida.

—Los tres juntos… —murmuré—. Tiene que haber algún lugar en el que podamos escondernos.

—En este lugar reposa la semilla de la eterna juventud. —La voz de Bosco sonó amplificada por la acústica del lugar—. Ahora las dos sois herederas del secreto y debéis prometer que siempre protegeréis este sitio y el tesoro que alberga.

Las dos asentimos de forma solemne.

—Una responsabilidad como esta conlleva sacrificios. Y el primero será separarnos. —Su voz ronca se quebró al pronunciar estas palabras—. Los tres guardianes de la semilla no pueden arriesgarse a estar juntos. Debemos tomar caminos distintos durante un tiempo. Y empezar una nueva vida alejada de aquí… Al menos, hasta que todo esto pase. Yo no puedo alejarme demasiado, pero vosotras debéis huir separadas. Este lugar es peligroso y si os vais juntas os encontrarán antes.

Su mirada se llenó de tristeza.

—¡No! —grité aterrada. La idea de alejarme de Bosco me resultaba insoportable.

Unas lágrimas silenciosas empezaron a surcar mis mejillas. Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos.

—Vosotras sois lo único que tengo en este mundo. Nada me duele más que perderos de vista… pero es necesario que lo hagamos así.

—Tenemos que ser fuertes. —La mano de Berta tomó la mía.

—Y para sellar nuestro acuerdo —continuó Bosco—, probaremos la miel de la eterna juventud, extraída del néctar de la auténtica flor de la inmortalidad. El propio Rodrigoalbar la elaboró hace más de doscientos años.

—¿No estará estropeada? —preguntó Berta al ver aquella vasija centenaria cubierta de polvo.

—La miel no caduca. Y aunque sí pierde parte de sus propiedades, esta variedad es tan potente, que no lo notaremos.

—¿Qué efectos tiene? —pregunté secándome las lágrimas.

—Muchos, pero el más inmediato es que agudiza los sentidos. Veréis, sentiréis y escucharéis cosas que normalmente os pasan desapercibidas. También depende de cada persona y de su estado anímico, puede que os sede un poco… o tal vez recargue vuestra energía.

Bosco abrió la tinaja y se la ofreció a Berta, quien probó un poquito de sus dedos.

Una sonrisa radiante se dibujó en su rostro nada más saborear el delicioso néctar. Miró a su alrededor sorprendida antes de emitir unos cuantos bostezos. Después se acurrucó en el suelo y se durmió al instante.

—Supongo que ella necesitaba un descanso —dijo mi ángel, divertido, encogiéndose de hombros ante la rapidez de su efecto.

Ambos metimos la mano a la vez en aquel recipiente de barro. Al sacarla, Bosco tomó mi muñeca y dirigió mis dedos hacia su boca. Uno a uno, comenzó a chuparlos de manera tierna y provocativa. Un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo al sentir su labios y su lengua lamiendo el jugo directamente de mi piel.

Imité su gesto.

La miel se deshizo en mi boca estallando en mil sensaciones. Los dedos de Bosco se enredaban en mi lengua despertando en mí oleadas de fuego.

Aquel elixir activó mis sentidos. A diferencia de Berta, no sentí sopor, sino más bien todo lo contrario. Deseaba bailar, saltar, notar cada parte de mi cuerpo en movimiento.

Mis ojos redescubrieron aquella cueva de paredes ocres, anaranjadas y marrones, que se iba oscureciendo en las partes altas. Observé el contraste de los blancos calizos con el brillo intenso del cuarzo, la textura lisa de la roca erosionada con la rugosidad de las paredes arcillosas y areniscas. El entorno adquiría ahora mil matices de increíble belleza.

Admiré cómo unos rayos de luz atravesaban pequeñas partículas de humedad y se descomponían en colores. Aprecié la intensidad de cada uno de ellos, desde el rojo hasta el violeta.

Cerré los ojos y escuché la sinfonía de gotas que resbalaban de las estalactitas y el sonido del viento al filtrarse tímidamente por las grietas.

Después enfoqué la mirada en el agua cristalina del lago y suspiré de pura emoción. Aquella sobredosis de belleza hizo que me sintiera eufórica y llena de vida.

Busqué a mi ángel con la mirada para compartir con él mis sensaciones. Un suspiro escapó de mis labios al verlo desnudo frente a mí. Como las rocas de aquella cueva, su piel adquiría ahora nuevas tonalidades y texturas y una belleza que traspasaba los abismos de la realidad. Alargué una mano para tocarlo. La suavidad y tibieza de aquel roce me hizo suspirar de nuevo. Nuestros ojos se encontraron. Contuve el aliento al ver en ellos nuevas tonalidades de azul, nuevos matices… Había amor en su mirada. También deseo.

—¿Esto es normal? Quiero decir… —No sabía cómo explicarlo—. ¿Estoy alucinando o algo parecido?

Su risa cristalina acarició mi alma.

—No, solo estás sintiendo… Pero tus sentidos están más despiertos que nunca.

—¿Cuánto dura su efecto?

—Supongo que unas horas. Aunque es posible que haya despertado en ti alguna facultad que tenías dormida.

—¡Es genial! El brillo de los colores, las texturas, los olores… —Acerqué la nariz a su cuello para aspirar el agradable aroma que emanaba de sus poros.

—¿Te apetece un baño? —Una sonrisa relampagueó en sus ojos—. Quiero mostrarte algo.

Me desnudé del todo y tomé su mano.

Nadamos hasta el centro del lago. Yo era buena nadadora. Había sido campeona de mariposa durante tres años consecutivos en las competiciones de mi escuela. Era el único deporte que se me daba bien. Me sentí orgullosa de poder lucirme en algo.

—¿Sabes bucear?

—¿Bromeas? Tengo el récord de permanencia bajo el agua de mi instituto.

—Estupendo. Entonces, ¡sígueme!

Bosco se sumergió en el agua de una zambullida. Le seguí bajo el lago hasta un túnel subterráneo. Era lo suficientemente ancho para que pasáramos los dos a la vez. Buceamos hasta alcanzar la superficie de aquel conducto, donde el agua se ensanchaba en una especie de pequeña piscina natural.

Salimos del agua y recorrimos un pasadizo de unos diez metros hasta alcanzar una cripta de reducidas dimensiones. Avanzamos agachados hasta la pared de aquella caverna, donde había un receptáculo de cristal con un cofre en su interior.

Bosco abrió la tapa y sacó el pequeño joyero. Tenía incrustaciones de oro, plata y piedras preciosas. A simple vista, parecía un envoltorio demasiado ostentoso para la simplicidad que contenía: una sencilla semilla en apariencia, un tesoro de indescriptible valor en realidad.

Aquella cajita atesoraba el secreto de la eterna juventud.

Dejé escapar un suspiro cuando Bosco me mostró un instante la simiente negra y rugosa. Después volvió a cerrar el cofre y lo depositó en el mismo lugar.

—La semilla tiene aquí las condiciones óptimas de conservación. Es un sitio oscuro, fresco y seco. Las aguas termales no humedecen este recoveco y, en cambio, mantienen la temperatura idónea para ella.

—¿Te asusta que pierda eficacia?

—Soy consciente de que no puede conservar su capacidad de germinación de forma indefinida. Rodrigoalbar me dejó instrucciones de cómo debo plantarla y hacerla germinar. De esta forma, tendremos una nueva semilla para sustituirla… Pero aún no ha llegado ese día.

—Cuando ese momento llegue… Tal vez… yo… —Tenía que intentarlo una vez más—. Bosco, yo quiero ser como tú, pasar el resto de mi vida contigo. Antes, cuando has dicho que debíamos separarnos… No quiero ir a ningún sitio sin ti.

—Clara, yo tampoco quiero alejarme de ti… Pero ahora no es seguro para ninguno de los dos. Tú eres una chica fuerte y valiente. Sabrás arreglártelas muy bien.

—¿Cuándo volveremos a vernos? —Se me hizo un nudo en la garganta.

—Cuando las aguas se hayan calmado.

—¿Y si para entonces tú ya no estás aquí?

Bosco me miró sorprendido, y yo le confesé mis temores.

—Rodrigoalbar se equivó al creer que no sufrirías su don. Pudo fallar también al decirte que vivirás el doble de una vida sencilla. ¿Y si tu muerte está más cerca de lo que creemos?

Aunque estaba más convencida de lo contrario, en aquel momento no mencioné esa otra posibilidad para darle más dramatismo a nuestra despedida y convencerle de que no nos separáramos.

—La vida no es eterna, y eso es precisamente lo que estamos protegiendo, Clara. No soy inmortal, pero te aseguro que mi amor por ti sí lo es.

—Prométeme que volveré a verte.

Bosco secó mis lágrimas con el dorso de su mano antes de asentir con la cabeza.

Después de aquello volvimos al lago pequeño.

Allí, alejados de todo, abrazados, el tiempo se detuvo.

Nuestros labios se unieron, suavemente al principio, hasta desembocar en un beso salvaje y desenfrenado que incendió hasta el último rincón de mi cuerpo. Me sujeté a su cuello y le rodeé con mis piernas, enlazándolas por detrás de su cintura, ofreciéndole la tibieza de mi ser.

Nuestras almas se fundieron.

Un halo de placer nos envolvió en oleadas de éxtasis que parecían no tener fin.

Deseé fundirme también en ese instante. Sentir para siempre sus caricias, sus besos apasionados, su mirada azul… Con la intensidad de aquel momento, con los sentidos a flor de piel, con la entrega de quien ama sin condiciones.

Pero aquello no era posible. Y durante una eternidad, aquella escena solo se repetiría en nuestro recuerdo.

Aferrada a esa certeza, me entregué de nuevo a mi amor, dispuesta a agotar con él hasta la última reserva de mis fuerzas.

Las tres despedidas

C
aminamos durante horas por el monte en dirección a la carretera comarcal, donde nuestros destinos se separarían durante una larga temporada. Andaba cabizbaja de la mano de mi ángel, ralentizando mis pasos para alargar el momento.

Los primeros tonos rosados comenzaban a teñir el cielo por el este. Amanecía un nuevo día y, con él, una nueva vida cargada de incertidumbre.

Berta iba varios metros por delante. Después de aquel sueño reparador, se había despertado radiante, con energías renovadas para afrontar su futuro. Suponía que aquella euforia era efecto de la miel centenaria y de su espíritu valiente. La conocía lo suficiente para saber que aquella separación le producía tanta pena como a mí. Había compartido muchas cosas con Bosco desde niña. Y ahora debía alejarse de él, de su pueblo, de su entorno… Ni siquiera había podido despedirse de su familia.

Habíamos acordado no revelarnos dónde iríamos para protegernos, pero lo cierto es que yo no tenía ni idea. Mi único equipaje eran unas monedas de oro que Bosco nos había dado a Berta y a mí. Y que, aparte de pesar en mis bolsillos, no sabía qué utilidad darles. Ignoraba cómo me las iba a arreglar para cambiarlas por dinero o cómo lo haría para viajar sin el permiso de mi tutor legal. A diferencia de Berta, yo era menor de edad. No podía abandonar el país sin autorización.

De pronto, unos faros iluminaron la calzada. Avanzaba en sentido contrario, pero se detuvo nada más vernos. Reconocí enseguida el Land Rover de Álvaro.

Mi padre se bajó del coche con una mochila a su espalda y cruzó el asfalto hacia nuestro encuentro.

—Chicos, ¿dónde os habíais metido? Hace horas que os busco —nos increpó con una cara transfigurada por la preocupación.

—Hemos tenido que escondernos —me disculpé con tristeza, consciente de su rastreo desesperado por encontrarnos.

—Lo sé. —Su voz se suavizó al vernos a los tres a salvo—. Aquí ya no estáis seguros. Los norteamericanos están en el hospital, pero estoy convencido de que pronto llegarán refuerzos. Tenéis que huir.

Sus palabras nos hicieron reaccionar.

Los tres nos miramos con tristeza. Había llegado el momento de las despedidas… pero ninguno quería dar el primer paso.

Como siempre, Berta fue la más valiente.

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